Hermanos y hermanas:
Es un honor y un placer estar hoy entre ustedes. Me alegro realmente de
ver muchos viejos amigos que han venido de diferentes rincones del mundo y
de poder hacer nuevos amigos, a quienes espero encontrar de nuevo en el
futuro. Cuando me encuentro con gente de diferentes partes del mundo,
siempre recuerdo que todos nosotros somos básicamente iguales: todos somos
seres humanos. Posiblemente vistamos ropas diferentes, nuestra piel sea de
color diferente o hablemos distintos idiomas. Pero esto es superficial, en
lo básico, somos seres humanos semejantes y esto es lo que nos vincula los
unos a los otros. Además, es lo que hace posible que nos entendamos y que
desarrollemos amistad e intimidad.
Pensando sobre lo que podía decir hoy, he decidido compartir con ustedes
algunos de mis pensamientos sobre los problemas comunes con los que todos
nosotros, como miembros de la familia humana, nos enfrentamos. Puesto que
todos compartimos este pequeño planeta, tenemos que aprender a vivir en
armonía y paz entre nosotros y con la naturaleza. Esto no es solamente un
sueño, sino una necesidad. Dependemos los unos de los otros en tantas
cosas que ya no podemos vivir en comunidades aisladas, ignorando lo que
ocurre fuera de ellas. Cuando nos encontramos con dificultades necesitamos
ayudarnos los unos a los otros, y debemos compartir la buena fortuna que
gozamos. Les hablo solamente como otro ser humano, como un sencillo monje.
Si encuentran útil lo que digo, espero que intenten practicarlo.
Hoy también deseo compartir con ustedes mis sentimientos con respecto a la
difícil situación y las aspiraciones del pueblo del Tíbet. El Premio Nóbel
es un premio que ellos bien merecen por su valor e inagotable
determinación durante los pasados cuarenta años de ocupación extranjera.
Como libre portavoz de mis compatriotas cautivos, hombres y mujeres,
siento que es mi deber levantar la voz en su favor. No hablo con un
sentimiento de ira u odio contra aquellos que son responsables del inmenso
sufrimiento de nuestro pueblo y de la destrucción de nuestra tierra,
nuestros hogares y nuestra cultura. Ellos también son seres humanos que
luchan por encontrar la felicidad y merecen nuestra compasión. Sólo hablo
para informarles de la triste situación de hoy en día de mi país y de las
aspiraciones de mi pueblo, porque en nuestra lucha por la libertad, sólo
poseemos como única arma la verdad.
La comprensión de que somos básicamente seres humanos semejantes que
buscan felicidad e intentan evitar el sufrimiento, es muy útil para
desarrollar un sentido de fraternidad, un sentimiento cálido de amor y
compasión por los demás. Esto, a su vez, es esencial si queremos
sobrevivir en él, cada vez más reducido, mundo en el que vivimos. Porque
si cada uno de nosotros buscamos egoístamente sólo lo que creemos que nos
interesa, sin preocuparnos de las necesidades de los demás, acabaremos no
sólo haciendo daño a los demás, sino también a nosotros mismos. Este hecho
se ha visto claramente a lo largo de este siglo. Sabemos que hacer una
guerra nuclear hoy, por ejemplo, sería una forma de suicidio; o que
contaminar la atmósfera o el océano para conseguir un beneficio a corto
plazo, sería destruir la base misma de nuestra supervivencia. Puesto que
los individuos y las naciones están volviéndose cada vez más
interdependientes, no tenemos más remedio que desarrollar lo que yo llamo
un sentido de responsabilidad universal.
En la actualidad, somos realmente una gran familia mundial. Lo que ocurre
en una parte del mundo puede afectarnos a todos. Esto, por supuesto, no es
solamente cierto para las cosas negativas, sino que es igualmente válido
para los progresos positivos. Gracias a los extraordinarios medios de
comunicación tecnológicos, no sólo conocemos lo que ocurre en otra parte,
sino que también nos vemos afectados directamente por los acontecimientos
de sitios remotos. Nos sentimos tristes cuando hay niños hambrientos en el
Este de África. Del mismo modo, nos alegramos cuando una familia se reúne,
después de una separación de décadas debida al Muro de Berlín. Cuando
ocurre un accidente nuclear a muchos kilómetros de distancia, en otro
país, nuestras cosechas y ganado se contaminan y nuestra salud y sustento
se ven amenazados. Nuestra propia seguridad aumenta cuando la paz irrumpe
entre las facciones que luchan en otros continentes.
Pero la guerra o la paz, la destrucción o la protección de la naturaleza,
la violación o el fomento de los derechos humanos y libertades
democráticas, la pobreza o bienestar material, la falta de valores
espirituales y morales o su existencia y desarrollo y la ruptura o
desarrollo del entendimiento humano, no son fenómenos aislados que pueden
ser analizados y abordados independientemente. De hecho, están muy
relacionados a todos los niveles y necesitan ser tratados con ese
entendimiento.
La paz, en el sentido de ausencia de guerra, es de poco valor para alguien
que se está muriendo de hambre o de frío. No eliminará el dolor de la
tortura inflingida a un prisionero de conciencia. Ni tampoco consuela a
aquellos que pierden a sus seres queridos en inundaciones causadas por la
insensata deforestación de un país vecino. La paz sólo puede durar allí
donde los derechos humanos se respetan, donde la gente está alimentada y
donde los individuos y las naciones son libres. La verdadera paz con
nosotros mismos y con el mundo a nuestro alrededor, sólo se puede lograr a
través del desarrollo de la paz mental. Los otros fenómenos mencionados
anteriormente están igualmente relacionados. Así, por ejemplo,
comprendemos que un medio ambiente limpio, riqueza o democracia tienen
poco valor frente a la guerra, especialmente la guerra nuclear, y que el
desarrollo material no es suficiente para asegurar la felicidad humana.
El progreso material es por supuesto, importante para el avance humano. En
Tíbet dimos muy poca atención al desarrollo económico y tecnológico y
actualmente nos damos cuenta de que esto fue una equivocación. Al mismo
tiempo, el desarrollo material sin un desarrollo espiritual puede causar
también graves problemas. En algunos países se concede demasiada atención
a las cosas externas y muy poca importancia al desarrollo interior. Creo
que ambos son importantes y deben ser desarrollados conjuntamente para
conseguir un buen equilibrio entre los dos. Los tibetanos somos siempre
considerados por los visitantes extranjeros como gente feliz y jovial.
Esto forma parte de nuestro carácter nacional, arraigado en valores
culturales y religiosos que acentúan la importancia de la paz mental
conseguida por medio de generar amor y bondad hacia todos los seres vivos,
humanos y animales. La clave es la paz interior: si se tiene paz interior,
los problemas externos no afectarán el profundo sentido de paz y
tranquilidad. En este estado mental se pueden afrontar las situaciones con
razonamiento y tranquilidad, mientras se mantiene la felicidad interior.
Esto es muy importante. Sin paz interior, por muy confortable que sea la
vida material, aún se estará preocupado, molesto o triste por diferentes
circunstancias.
Por lo tanto, está bien claro que tiene una gran importancia comprender la
interrelación entre estos y otros fenómenos y considerar y tratar de
resolver los problemas de una forma equilibrada que tenga en consideración
los diferentes aspectos. Por supuesto, no es fácil. Pero el intentar
resolver un problema tiene poco beneficio si actuando de esta forma
creamos otros igualmente serios. Por tanto, no tenemos alternativa:
debemos desarrollar un sentido de responsabilidad universal, no sólo en el
aspecto geográfico, sino también con respecto a las diferentes cuestiones
con las que se enfrenta nuestro planeta.
La responsabilidad no descansa sólo en los líderes de nuestros países o en
aquéllos que han sido elegidos para hacer un trabajo concreto. Está
individualmente en cada uno de nosotros. La paz empieza dentro de cada
uno. Cuando poseemos paz interior, podemos estar en paz con todos a
nuestro alrededor. Cuando nuestra comunidad está en un estado de paz, esta
paz puede ser compartida con nuestras comunidades vecinas. Cuando sentimos
amor y bondad hacia los demás, esto no sólo hace que los demás se sientan
amados y protegidos, sino que nos ayuda también a nosotros a desarrollar
paz y felicidad interior. Y hay maneras en las que podemos trabajar
conscientemente para desarrollar sentimientos de amor y bondad. Para
algunos de nosotros, la forma más efectiva de hacerlo es a través de las
prácticas religiosas. Para otros, pueden ser prácticas no religiosas. Lo
importante es que cada uno de nosotros hagamos un esfuerzo sincero de
tomar seriamente nuestra responsabilidad por los demás y por el medio
ambiente. (…). Muchas gracias.
Permítanme compartir con ustedes una corta oración que me da una gran
inspiración y determinación:
“Por tanto tiempo como dure el espacio
y tanto tiempo como permanezcan seres vivos,
hasta entonces, pueda yo también permanecer
para disipar la miseria del mundo”.
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