Nota
del autor
Este
libro recoge las extensas conversaciones mantenidas con el Dalai Lama. Las
entrevistas privadas que tuve con él en Arizona y la India obedecían al
propósito de colaborar en el proyecto de presentar sus puntos de vista
acerca de cómo llevar una vida más feliz, complementados con mis
observaciones y comentarios desde la perspectiva de un psiquiatra
occidental. Generosamente, el Dalai Lama me permitió dar al libro el
carácter que me pareciera más adecuado para transmitir sus ideas.
Consideré que el modo narrativo que el lector encontrará en estas páginas
favorecería la lectura y la comprensión, al mismo tiempo que permitiría
mostrar cómo el Dalai Lama incorpora sus ideas a su propia vida
cotidiana. Así pues, y contando con la aprobación del Dalai Lama, he
organizado este libro según el contenido, lo cual en ocasiones me ha
llevado a combinar e integrar materiales extraídos de conversaciones
diferentes. Allí donde me ha parecido necesario para la claridad o la
integración del conjunto, he introducido material procedente de las
conferencias y charlas que pronunció en Arizona, para lo que he contado
igualmente con su aprobación. El doctor Thupten Jinpa, intérprete del
Dalai Lama, revisó amablemente el manuscrito final para asegurarse de que
no se hubieran producido distorsiones inadvertidas de las ideas del Dalai
Lama como consecuencia del proceso editorial.
He
presentado historias personales para ilustrar las ideas que aquí se
analizan. Con el propósito de mantener la confidencialidad y proteger la
intimidad he cambiado en cada caso los nombres y alterado detalles y
características identificadoras de las personas reales.
Introducción
Encontré al Dalai Lama solo, en un vestuario de baloncesto, momentos antes
de que pronunciara una conferencia ante seis mil personas en la
Universidad Estatal de Arizona. Tomaba serenamente una taza de té, en
perfecto estado de reposo.
-Su
Santidad, si estáis preparado...
Se
levantó con energía y, sin la menor vacilación, abandonó el vestuario
para salir al espacio situado entre bastidores, repleto de periodistas,
fotógrafos, personal de seguridad y estudiantes, de seguidores, curiosos y
escépticos. Avanzó entre la multitud con una amplia sonrisa, saludando a
la gente al pasar. Finalmente, apartó una cortina, salió al escenario, se
inclinó, juntó las manos y sonrió. Fue acogido con una estruendosa salva
de aplausos. A petición suya, no se apagaron las luces del local, de modo
que pudiera ver con claridad a su público, y durante un rato se limitó a
permanecer allí de pie, contemplando al público con una inconfundible Y
cálida expresión de buena voluntad. Para quienes no habían visto antes al
Dalai Lama, su túnica monacal, marrón y azafrán, quizá hubiera causado una
impresión un tanto exótica, pero él puso rápidamente de manifiesto su
notable capacidad para establecer una relación de empatía con su público
al sentarse e iniciar su conferencia.
-Creo
que ésta es la primera vez que me reúno con la mayoría de ustedes. Pero
para mí no existe gran distancia entre un viejo amigo y uno nuevo, porque
siempre he creído que todos somos iguales; todos somos seres humanos.
Naturalmente, puede haber diferencias en cuanto al bagaje cultural o el
estilo de vida, puede haber diferencias en nuestra fe, o quizá tengamos un
color de piel diferente, pero todos somos seres humanos, compuestos por
un cuerpo humano y una mente humana. Nuestra estructura física es la
misma, como también lo es nuestra mente y nuestra naturaleza emocional.
Cada vez que conozco a una persona tengo la sensación de que me encuentro
con un ser humano como yo mismo. Creo que con esa actitud resulta mucho
más fácil comunicarse con los demás. Cuando ponemos de relieve
características específicas, como por ejemplo que yo soy tibetano o
budista, surgen las diferencias. Pero esas cosas son secundarias. Si
somos capaces de dejar las diferencias a un lado, creo que podemos
comunicamos fácilmente, intercambiar ideas y compartir experiencias.
De
este modo, el Dalai Lama inició en 1993 una serie de conferencias en
Arizona que duró una semana. Los planes para visitar Arizona se habían
puesto en marcha una década antes, cuando nos conocimos, durante mi visita
a Dharamsala, India, gracias a una pequeña beca para estudiar medicina
tibetana tradicional. Dharamsala es un hermoso y tranquilo pueblo
enclavado en la ladera de una montaña, en las estribaciones del Himalaya.
Ha sido, durante casi cuarenta años, la sede del gobierno tibetano en el
exilio, desde que el Dalai Lama, junto con cien mil compatriotas suyos,
huyó del Tíbet después de la brutal invasión del ejército chino. Durante
mi estancia en Dharamsala conocí a varios miembros de la familia del
Dalai Lama, ya través de ellos se organizó mi primer encuentro con él.
En su
conferencia pronunciada en 1993, el Dalai Lama habló de la importancia de
relacionamos como meros seres humanos y desplegó esa cualidad que fue el
rasgo más característico de nuestra primera conversación en su hogar, en
1982. Parecía tener una capacidad poco común para hacer que uno se
sintiera completamente a gusto en su presencia, para crear con rapidez una
conexión sencilla y directa, con un semejante. Nuestro primer encuentro
duro unos cuarenta y cinco minutos y como les ha sucedido a otras muchas
personas, salí de la reunión muy animado, con la impresión de que acababa
de conocer a un hombre verdaderamente excepcional.
A
medida que mis contactos con el Dalai Lama se intensificaron durante los
años que siguieron, pude apreciar gradualmente sus numerosas y singulares
cualidades. Posee una inteligencia penetrante, pero sin artificio, una
gran amabilidad, pero desprovista de sentimentalismos excesivos, un gran
humor, pero sin frivolidad, así como capacidad para estimular e inspirar
sin provocar un temor reverencial como han descubierto muchos.
Con el
transcurso del tiempo terminé por convencerme de que el Dalai Lama había
aprendido a vivir con un sentido de plenitud y un grado de serenidad que
nunca había visto en ninguna otra persona. Decidí identificar los
principios que le permitían conseguirlo: Aunque es un monje budista, con
toda una vida de formación y estudio, empecé a preguntarme si era posible
recopilar un conjunto de sus creencias o prácticas para ser utilizadas por
quienes, no son budistas, prácticas que pudiéramos introducir en nuestras
vidas para ser simplemente más felices, fuertes y, quizá, menos temerosos.
Finalmente, tuve la oportunidad de indagar sus puntos de vista con mayor
profundidad, de reunirme con él diariamente durante su estancia en
Arizona y más tarde de mantener conversaciones más amplias en su hogar, en
la India. En nuestras pláticas, no tardé en descubrir que teníamos algunos
obstáculos que superar mientras forcejeábamos para reconciliar nuestras
perspectivas diferentes: La suya de monje budista y la mía de psiquiatra
occidental. Inicié, por ejemplo, una de nuestras primeras sesiones
planteándole ciertos problemas humanos corrientes, que ilustré con varios
ejemplos expuestos con amplitud. Tras haberle descrito a una mujer que
persistía en mantener comportamientos autodestructivos, le pregunté si
encontraba alguna explicación para esa conducta y qué consejos podía
ofrecer. Quede desconcertado cuando, tras una prolongada y silenciosa
reflexión, se limitó a decirme:
-No lo
sé -y, con un encogimiento de hombros, se echó a reír bondadosamente. Al
observar mi expresión de sorpresa y desilusión por esta respuesta, el
Dalai Lama me dijo-: A veces resulta muy difícil explicar por qué las
personas hacen lo que hacen... A menudo descubrirá que no hay
explicaciones sencillas. Si tuviéramos que entrar en detalles de las
vidas individuales, y siendo la mente del ser humano tan compleja, sería
bastante difícil comprender lo que está ocurriendo exactamente.
Pensé
que con esas palabras sólo trataba de escurrir el bulto. –Pero, como
psicoterapeuta, mi tarea consiste principalmente en descubrir por qué las
personas actúan de determinada manera -le dije.
Se
echó a reír una vez más, con esa risa que a muchas personas les parece tan
extraordinaria, impregnada de humor y buena voluntad, nada afectada ni
azorada, que se inicia con una profunda resonancia y asciende sin esfuerzo
varias octavas, para terminar con un delicioso tono agudo.
-Creo
que sería extremadamente difícil tratar de imaginar cómo funcionan las
mentes de millones de personas -observó, sin dejar de reír-. ¡Sería una
tarea imposible Desde el punto de vista budista son muchos los factores
que contribuyen a cualquier acontecimiento o situación dada... De hecho,
puede haber tantos factores que a veces es imposible encontrar una
explicación completa de lo que ocurre, al menos en términos
convencionales.
Al
observar cierta inquietud en mí, añadió:
-Creo
que el enfoque occidental difiere en algunos aspectos del enfoque budista,
sobre todo cuando se trata de determinar el origen de los problemas de la
persona. En los modos occidentales de análisis subyace una muy fuerte
tendencia racionalista, la suposición de que todo puede explicarse. Y
también hay limitaciones basadas en determinadas premisas que se dan por
indiscutibles. Recientemente, por ejemplo, me reuní con unos médicos de la
facultad de Medicina de la Universidad. Hablaban sobre el cerebro y
afirmaron que los pensamientos y los sentimientos eran el resultado de
reacciones químicas y cambios que se operaban en él. Así pues, les planteé
una pregunta: ¿es posible concebir una secuencia inversa, que el
pensamiento genere cambios químicos en el cerebro? Lo más interesante para
mí fue la respuesta que dio uno de los científicos: «Partimos de la
premisa de que todos los pensamientos son producto o funciones de
reacciones químicas en el cerebro». Así pues, se trata simplemente de una
especie de dogma, de la decisión de no enfrentarse a una arraigada manera
de pensar.
Guardó
un momento de silencio, antes de continuar.
-En la
moderna sociedad occidental parece dominar un potente condicionamiento
cultural basado en la ciencia. En algunos casos, sin embargo, las premisas
y parámetros básicos de la ciencia occidental pueden limitar su capacidad
para abordar ciertas realidades. Mas tenéis, por ejemplo, la idea
limitadora de que todo se puede explorar dentro de la estructura de una
sola vida, y la combináis con la noción de que todo puede y tiene que ser
explicado. Pero cuando os encontráis con fenómenos que no podéis
explicar, surge una especie de tensión que es casi un sentimiento de
angustia.
A
pesar de darme cuenta de que había algo de verdad en lo que decía, al
principio me resultó difícil de aceptar.
-Bueno, en la psicología occidental, cuando nos encontramos con
comportamientos humanos que superficialmente son difíciles de explicar,
utilizamos ciertos enfoques para comprender lo que está sucediendo. Por
ejemplo, la idea de que la parte inconsciente o subconsciente de la mente
juega un papel destacado, Creemos que a veces el comportamiento puede ser
el resultado de procesos psicológicos de los que no somos conscientes,
como cuando se actúa de una determinada forma para evitar un temor
subyacente, Sin que seamos conscientes de ello, ciertos comportamientos
pueden estar motivados por el deseo de no permitir que aquellos temores
lleguen hasta nuestra conciencia, para no vernos obligados a experimentar
el desagrado que asociamos a ellos.
-En el
budismo -dijo tras reflexionar un momento- existe la idea de las
disposiciones y huellas dejadas por ciertos tipos de experiencia, algo
similar a la idea del inconsciente en la psicología occidental. En el
pasado, por ejemplo, puede haber ocurrido algún acontecimiento que ha
dejado una huella muy fuerte en la mente. Una huella que quizá ha
permanecido oculta y que afecta al comportamiento. Existe, pues, esta idea
de que algo puede ser inconsciente... que nos afecta sin que seamos
conscientes de ello. En cualquier caso, creo que el budismo puede aceptar
muchas de las hipótesis planteadas por los teóricos occidentales, pero que
además de eso añade otras. Por ejemplo, el condicionamiento y las huellas
dejados por vidas anteriores. En la psicología occidental, sin embargo,
creo que existe una tendencia a subrayar en exceso el papel del
inconsciente a la hora de buscar el origen de los problemas. Creo que eso
proviene de algunos de los supuestos básicos de la psicología occidental,
que no acepta, por ejemplo, la idea de que las huellas que observamos en
esta vida puedan proceder de una vida anterior, así como el supuesto de
que todo tiene explicación dentro de esta vida. Así pues, cuando no puedes
encontrar la causa de ciertos comportamientos o problemas parece la
tendencia localizada siempre en el inconsciente. Es como si hubieras
perdido algo y decidieras que el objeto se encuentra en esta habitación.
.una vez tomada esa decisión, ya has fijado tus parámetros y excluido la
posibilidad de que el objeto se encuentre en otra habitación. Así que
continúas buscando aquí sin cesar, pero no encuentras lo perdido, a pesar
de lo cual sigues suponiendo que está en esta habitación.
Al
principio quise dar a este libro un carácter de obra de autoayuda
convencional en la que el Dalai Lama presentaría soluciones claras y
sencillas a todos los problemas de la vida. Tuve la impresión de que,
utilizando mis conocimientos psiquiátricos, podría codificar sus puntos de
vista en una serie de instrucciones fáciles acerca de cómo dirigir la
vida cotidiana. Al final de nuestra serie de reuniones ya había abandonado
esa idea. Descubrí que su enfoque implicaba un análisis mucho más amplio y
complejo, de innumerables matices.
Poco a
poco, sin embargo, empecé a escuchar la única nota que él hacía resonar
constantemente. Es una nota de esperanza, que se basa en la convicción de
que, aun cuando alcanzar la felicidad verdadera y perpetua no es nada
fácil, es algo que a pesar de todo puede conseguirse. Bajo todos los
métodos del Dalai Lama hay un sustrato de convicciones básicas: la
convicción de la dulzura y la bondad fundamentales de todos los seres
humanos, la convicción del valor de la compasión, la convicción de que
existe una actitud de amabilidad y un sentido de comunidad entre todas las
criaturas vivas.
A
medida que se desplegaba su mensaje me quedaba cada vez más claro que sus
convicciones no se basan en una fe ciega o en el dogma religioso, sino más
bien en un sano razonamiento y en la experiencia directa. Su comprensión
de la mente y del comportamiento humano se fundamenta en toda una vida de
estudio. Sus puntos de vista se hallan enraizados en una tradición de dos
mil quinientos años, pero también en el sentido común y en una profunda
comprensión de los problemas modernos. Su valoración de los temas
contemporáneos es resultado de la singular posición que ocupa, que le ha
permitido recorrer el mundo muchas veces, exponerse a muchas culturas y
personas diferentes, pertenecientes a todos los ámbitos de la vida,
intercambiar ideas con destacados científicos y dirigentes religiosos y
políticos. Lo que surge en último término es un enfoque impregnado de
sabiduría para afrontar los problemas humanos, un enfoque que es a la vez
optimista y realista.
En
este libro he intentado presentar al Dalai Lama a un público
fundamentalmente occidental. He incluido amplios resúmenes de sus
enseñanzas públicas y de nuestras conversaciones privadas. En consonancia
con mi propósito de otorgar más espacio y relieve a nuestras vidas
cotidianas, en ocasiones he preferido omitir partes de los análisis del
Dalai Lama relacionados con aspectos más filosóficos del budismo tibetano.
Al final de este volumen el lector interesado en una exploración más
profunda del budismo tibetano encontrará una reseña bibliográfica de la
obra del Dalai Lama.
Primera parte
El
propósito de la vida
1 El derecho a la felicidad
«CREO
QUE EL PROPÓSITO fundamental de nuestra vida es buscar la felicidad.
Tanto si se tienen creencias religiosas como si no, si se cree en talo
cual religión, todos buscamos algo mejor en la vida. Así pues, creo que el
movimiento primordial de nuestra vida nos encamina en pos de la
felicidad.»
Con
estas palabras, pronunciadas ante numeroso público en Arizona, el Dalai
Lama abordó el núcleo de su mensaje. Pero la afirmación de que el
propósito de la vida es la felicidad me planteó una cuestión. Más tarde,
cuando nos hallábamos a solas, le pregunté:
-¿Es
usted feliz?
-Sí
-me contestó y, tras una pausa, añadió-: .Sí..., definitivamente. Había
sinceridad en su voz, de eso no cabía duda, una sinceridad que se
reflejaba en su expresión y en sus ojos. -Pero ¿es la felicidad un
objetivo razonable para la mayoría de nosotros? -pregunté-. ¿Es realmente
posible alcanzarla? -Sí. Estoy convencido de que se puede alcanzar la
felicidad mediante el entrenamiento de la mente. Desde un nivel humano
básico, he considerado la felicidad como un objetivo alcanzable, pero como
psiquiatra me he sentido obligado por observaciones como la de Freud: «Uno
se siente inclinado a pensar que la pretensión de que el hombre sea
"feliz" no está incluida en el plan de la “Creación”. Este tipo de
formación había llevado a muchos psiquiatras a la tremenda conclusión de
que lo máximo que cabía esperar era la transformación de la desdicha
histérica en la infelicidad común ». Desde ese punto de vista la
afirmación de que existía un camino claramente definido que conducía a la
felicidad parecía bastante radical. Al contemplar retrospectivamente mis
años de formación psiquiátrica, apenas recordaba haber escuchado mencionar
la palabra «felicidad», ni siquiera como objetivo terapéutico.
Naturalmente, se habla mucho de aliviar los síntomas de depresión o
ansiedad del paciente, de resolver los conflictos internos o los
problemas de relación, pero nunca con el objetivo expreso de alcanzar la
felicidad. .
El
concepto de felicidad siempre ha parecido estar mal definido en Occidente,
siempre ha sido elusivo e inasible. «Feliz», en inglés, deriva de la
palabra Islandesa happ, que significa suerte o azar. Al parecer, este
punto de vista sobre la naturaleza misteriosa de la felicidad está muy
extendido., En los momentos de alegría que trae la vida, la felicidad
parece llovida del cielo. Para mi mente occidental, no se trataba de algo
que se pueda desarrollar y mantener dedicándose simplemente a «formar la
mente».
Al
plantear esta objeción, el Dalai Lama se apresuró a explicar: -Al decir
«entrenamiento de la mente» en este contexto no me estoy refiriendo a la
«mente» simplemente como una capacidad cognitiva o Intelecto. Utilizo el
término más bien en el sentido de la palabra tibetana Sem, que tiene un
significado mucho más amplio más cercano al de «psique» o «espíritu», y
que Incluye intelecto y sentimiento, corazón y cerebro. Al imponer una
cierta disciplina interna podemos experimentar una transformación de
nuestra actitud de toda nuestra perspectiva y nuestro enfoque de la vida.
»Hablar de esta disciplina interna supone señalar muchos factores y quizá
también tengamos que referirnos a muchos métodos. Pero, en términos
generales, uno empieza por identificar aquellos factores que conducen a la
felicidad y los que conducen al sufrimiento. Una vez hecho eso, es
necesario eliminar gradualmente los factores que llevan al sufrimiento
mediante el cultivo de los que llevan a la felicidad. Ése es el camino.
El
Dalai Lama afirma haber alcanzado un cierto grado de felicidad personal.
Durante la semana que pasó en Arizona observé que la felicidad personal se
manifiesta en él como una sencilla voluntad de abrirse a los demás, de
crear un clima de afinidad y buena voluntad, incluso en los encuentros de
breve duración.
Una
mañana, después de pronunciar una conferencia, el Dalai Lama caminaba por
un patio exterior, de regreso a su habitación del hotel, acompañado por su
séquito habitual. Al ver a una de las camareras ante los ascensores, se
detuvo y le preguntó:
-¿De
dónde es usted?
Por un
momento, la mujer pareció desconcertada ante ese extranjero cubierto por
una túnica marrón, y extrañada ante la deferencia que le demostraba su
séquito.
-De
México -contestó tímidamente con una sonrisa.
Él
habló brevemente con ella y luego continuó su camino, dejando a la mujer
con una expresión de entusiasmo y satisfacción en el rostro. A la mañana
siguiente, a la misma hora, estaba en el mismo lugar, acompañada por otra
camarera. Las dos saludaron cálidamente al Dalai Lama cuando entró en el
ascensor. La interacción fue breve, pero las dos mujeres parecieron
sonrojarse de felicidad. En los días que siguieron, en el mismo lugar y a
la misma hora, se veía allí a miembros del personal, hasta que, al final
de la semana, había docenas de camareras, con sus almidonados uniformes
grises y blancos, formando una fila que se extendía a lo largo del camino
que conducía a los ascensores.
Nuestros días están contados. En este momento, muchos miles de seres
nacen en el mundo, algunos destinados a vivir sólo unos pocos días o
semanas, para luego sucumbir a la enfermedad o cualquier otra desgracia.
Otros están destinados a vivir hasta un siglo, incluso más, y a
experimentar todo lo que la vida nos puede ofrecer: triunfo,
desesperación, alegría, odio y amor. Pero tanto si vivimos un día como un
siglo, sigue en vigor la pregunta cardinal: ¿cuál es el propósito de
nuestra vida?
«El
propósito de nuestra existencia es buscar la felicidad.» Esta afirmación
parece dictada por el sentido común, y muchos pensadores occidentales han
estado de acuerdo con ella, desde Aristóteles hasta William James. Pero
¿acaso una vida basada en la búsqueda de la felicidad personal no es, por
naturaleza, egoísta e incluso poco juiciosa? No necesariamente. De hecho,
muchas investigaciones han demostrado que son las personas desdichadas
las que tienden a estar más centradas en sí mismas; son a menudo
retraídas, melancólicas e incluso propensas a la enemistad. Las personas
felices, por el contrario, son generalmente más sociables, flexibles y
creativas, más capaces de tolerar las frustraciones cotidianas y, lo que
es más importante, son más cariñosas y compasivas que las personas
desdichadas.
Los
investigadores han realizado algunos experimentos interesantes que
demuestran que las personas felices poseen una voluntad de acercamiento y
ayuda con respecto a los demás. Han podido, por ejemplo, inducir un
estado de ánimo alegre en un individuo organizando una situación por la
que éste encontraba dinero en una cabina telefónica. Uno de los
experimentadores, totalmente desconocido para el sujeto, pasaba aliado de
él y simulaba un pequeño accidente dejando caer los periódicos que
llevaba. Los investigadores deseaban saber si el sujeto se detendría para
ayudar al extraño. En otra situación, se elevaba el estado de ánimo de
los sujetos mediante la audición de una comedia musical y luego se les
acercaba alguien para pedirles dinero. Los investigadores descubrieron que
las personas que se sentían felices eran más amables, en contraste con un
«grupo de control» de individuos a los que se les presentaba la misma
oportunidad de ayudar pero cuyo estado de ánimo no había sido estimulado.
Aunque
esta clase de experimentos contradicen la noción de que la búsqueda y el
alcance de la felicidad personal conducen al egoísmo y al ensimismamiento,
todos podemos llevar a cabo un experimento de esta índole con resultados
similares. Supongamos, por ejemplo, que nos encontramos en un atasco de
tráfico. Después de veinte minutos de espera, los vehículos empiezan a
moverse con lentitud. Vemos entonces a otro coche que nos hace señales
para que le permitamos entrar en nuestro carril y situarse delante de
nosotros. Si nos sentimos de buen humor, lo más probable es que frenemos y
le cedamos el paso. Pero si nos sentimos irritados, nuestra respuesta
consiste en acelerar y ocupar rápidamente el hueco. « Yo llevo tanta prisa
como los demás.» Empezamos, pues, con la premisa básica de que el
propósito de nuestra vida consiste en buscar la felicidad. Es una visión
de ella como un objetivo real, hacia cuya consecución podemos dar pasos
positivos. Al empezar a identificar los factores que conducen a una vida
más feliz, aprenderemos que la búsqueda de la felicidad produce
beneficios, no sólo para el individuo, sino también para la familia de
éste y para el conjunto de la sociedad.
2 Las
fuentes de la felicidad
HACE
DOS AÑOS, una amiga mía tuvo un inesperado golpe de suerte. Dieciocho
meses antes de tenerlo había dejado su trabajo como enfermera para
asociarse con dos amigos en una pequeña empresa de servicios sanitarios.
El nuevo negocio tuvo un éxito fulgurante y, al cabo de dieciocho meses,
fue adquirido por una gran empresa, que les pagó una enorme suma. Tras
unos inicios modestos, mi amiga entró en posesión de un patrimonio que le
permitió retirarse a la edad de treinta y dos años. La vi no hace mucho y
le pregunté cómo disfrutaba de su jubilación anticipada.
-Bueno
-me contestó-, es magnífico poder viajar y hacer todas las cosas que
siempre he deseado. Sin embargo -añadió-, aunque parezca extraño, después
del entusiasmo por haber ganado tanto dinero, todo volvió más o menos a la
normalidad. Claro que ahora tengo una casa nueva y muchas más cosas, pero
en conjunto no creo que sea mucho más feliz que antes.
Aproximadamente por la misma época en que mi amiga obtenía sus inesperados
beneficios, otro amigo mío de la misma edad descubrió que era
seropositivo. Hablamos acerca de cómo afrontaba su nueva situación.
-Naturalmente, al principio estaba desolado -me dijo-. Y tardé casi un
año en aceptar el hecho de que tenía el virus del sida. Pero las cosas han
cambiado este último año. Tengo la impresión de que cada día recibo mucho
más que antes y me siento más feliz que nunca. Parece como si hubiera
aprendido a apreciar las cosas cotidianas y me siento agradecido por el
hecho de que, hasta el momento, no haya desarrollado ningún síntoma grave
y pueda disfrutar realmente de las cosas que tengo. Y aunque, desde luego,
preferiría no ser seropositivo, tengo que admitir que eso ha transformado
mi vida en algunos aspectos... y favorablemente.
-¿De
qué forma? -le pregunté.
-Bueno, siempre he mostrado tendencia a ser un consumado materialista.
Durante el pasado año, sin embargo, el hecho de haberme reconciliado con
mi destino me dio acceso a un mundo completamente nuevo. Por primera vez
en mi vida he empezado a explorar la espiritualidad a leer muchos libros
sobre el tema y hablar con la gente..., a descubrir muchas cosas que antes
ni siquiera imaginaba que existieran. Eso hace que me sienta muy animado
simplemente al levantarme por la mañana, ansiando ver qué traerá el nuevo
día.
Estas
dos personas ilustran una cuestión esencial: que la felicidad está
determinada más por el estado mental que por los acontecimientos
externos. El éxito puede dar como resultado una sensación temporal de
regocijo, o la tragedia puede arrojamos a un período de depresión, pero
nuestro estado de ánimo tiende a recuperar tarde o temprano un cierto tono
normal. Los psicólogos llaman «adaptación» a este proceso, y todos
podemos observar cómo actúa en nuestra vida cotidiana: un aumento de
sueldo, un coche nuevo o el reconocimiento por parte de nuestros
semejantes pueden levantar nuestro ánimo durante un tiempo, pero no
tardamos en regresar a nuestro nivel habitual. Del mismo modo, la
discusión con un amigo, el tener que dejar el coche en el taller o algún
contratiempo nos deja abatidos, pero nos volvemos a animar en cuestión de
días.
Esta tendencia no se limita a ser una respuesta a hechos triviales, sino
que se muestra en condiciones más extremas de triunfo o de desastre. Las
investigaciones realizadas con los ganadores de la lotería estatal de
Illinois o la lotería británica descubrieron que el entusiasmo inicial
terminaba por desaparecer y los individuos regresaban a su estado de
ánimo habitual. Otros estudios han demostrado que incluso quienes se han
visto afectados por acontecimientos catastróficos, como el cáncer, la
ceguera o la parálisis, suelen recuperar o aproximarse mucho a su nivel
anímico normal después de un período de adaptación.
Así
pues, si siempre regresamos a nuestro nivel habitual, con independencia de
las condiciones externas que nos afectan, ¿qué es lo que determina ese
nivel habitual? Y, lo que es más importante '¿se puede modificar este y
establecer un nivel superior? Recientemente, algunos Investigadores han
argumentado que el nivel de bienestar de cada individuo está determinado
genéticamente, al menos hasta cierto punto: estudios como el que ha
descubierto que los gemelos univitelinos o idénticos (que comparten la
misma dotación genética) tienden a mostrar niveles anímicos muy similares,
al margen de que fueran educados juntos o separados, han inducido a los
investigadores a postular la existencia de una tendencia determinada
biológicamente, presente ya en el cerebro en el momento de nacer.
Pero
aunque la dotación genética tuviera un papel en la felicidad cuya
importancia aún no se ha establecido, la mayoría de los psicólogos están
de acuerdo en que, al margen de ella, podemos trabajar con el «factor
mental» e intensificar las sensaciones que tenemos de felicidad. Ello se
debe a que nuestra felicidad cotidiana está determinada en buena medida
por nuestra perspectiva. De hecho, que nos sintamos felices o desdichados
en un momento determinado frecuentemente tiene que ver sobre todo con la
forma de percibir nuestra situación, con lo satisfechos que nos sintamos
con lo que tenemos actualmente.
LA
MENTE QUE COMPARA.
¿Qué
define nuestra percepción y nivel de satisfacción? Esas sensaciones están
fuertemente influidas por nuestra tendencia a comparar. Al comparar
nuestra situación actual con nuestro pasado y descubrir que estamos
mejor, nos sentimos felices. Eso sucede cuando nuestros ingresos saltan,
por ejemplo, de 20.000 a 30.000 dólares anuales; pero no es la cantidad
absoluta lo que nos hace felices, como descubrimos en cuanto nos
acostumbramos a los nuevos ingresos y ciframos nuestra felicidad en la
consecución de 40.000 dólares anuales. Miramos también a nuestro alrededor
y nos comparamos con los demás. Por mucho que ganemos, tendemos a
sentimos insatisfechos si el vecino está ganando más. Los atletas
profesionales se quejan de ganar sólo uno, dos o tres millones de dólares
cuando se citan los ingresos superiores de un compañero de equipo. Esta
tendencia parece apoyar la definición de H. L. Mencken de un hombre rico:
alguien que gana cien dólares más que el marido de su cuñada.
Vemos,
pues, que nuestros sentimientos de satisfacción dependen a menudo de tales
comparaciones. Naturalmente, también las establecemos respecto a otras
cosas. La comparación constante con quienes son más listos, más atractivos
y obtienen más triunfos que nosotros tiende a alimentar la envidia, la
frustración y la infelicidad. Pero también podemos utilizar esta actitud
de una forma positiva; es posible intensificar nuestra sensación de
satisfacción vital paragonándonos con aquellos que son menos afortunados y
apreciando lo que poseemos. Los investigadores han llevado a cabo una
serie de experimentos que demuestran que el nivel de satisfacción vital se
eleva al cambiar simplemente la perspectiva y considerar situaciones
peores. Durante un estudio se mostró a mujeres de la Universidad de
Wisconsin, en Milwaukee, imágenes de las condiciones de vida
extremadamente duras reinantes en dicha ciudad a principios de siglo, o
se les pidió que imaginaran y escribieran sobre hipotéticas tragedias
personales, como resultar quemadas o desfiguradas. Después de esto, se
pidió a las mujeres que calificaran la calidad de sus vidas. El ejercicio
tuvo como resultado un incremento de satisfacción en su juicio. En otro
experimento, llevado a cabo en la Universidad Estatal de Nueva York en
Buffalo, se pidió a los sujetos que completaran la frase «Me siento
contento de no ser un...». Tras haber repetido cinco veces este ejercicio,
los sujetos experimentaron un claro aumento de su sensación de
satisfacción vital. Los investigadores pidieron a otro grupo que
completara la frase «Desearía ser...». Esta vez, el experimento dejó a
los sujetos más insatisfechos con sus vidas.
Estos
experimentos, que muestran que podemos aumentar o disminuir nuestra
sensación de satisfacción cambiando nuestra perspectiva, indican con
claridad el papel de la actitud mental.
El
Dalai Lama explica:
.-Aunque es posible alcanzar la felicidad, ésta no es algo simple. Existen
muchos niveles. En el budismo, por ejemplo, se hace referencia a los
cuatro factores de la realización o felicidad: riqueza, satisfacción
mundana, espiritualidad e iluminación. Juntos, abarcan la totalidad de las
expectativas de felicidad de un individuo. »Dejemos de lado por un momento
las más altas aspiraciones religiosas o espirituales, como la perfección
y la iluminación, y abordemos la alegría y la felicidad tal como las
entendemos desde una perspectiva mundana. Dentro de este contexto, hay
ciertos elementos clave que contribuyen a la alegría y la felicidad. La
buena salud, por ejemplo, se considera un elemento necesario de una vida
feliz. Otra fuente de felicidad son nuestras posesiones materiales o el
grado de riqueza que acumulamos. Y también tener amistades o compañeros.
Todos reconocemos que, para disfrutar de una vida plena, necesitamos de
un círculo de amigos con los que podamos relacionamos emocionalmente y en
los que podamos confiar.
»Todos
estos factores son, de hecho, fuentes de felicidad. Pero para que un
individuo pueda utilizarlos plenamente con el propósito de disfrutar de
una vida feliz y realizada, la clave se encuentra en el estado de ánimo.
Es lo esencial.
»Si
utilizamos de forma positiva nuestras circunstancias favorables, como la
riqueza o la buena salud, éstas. Pueden transformarse en factores que
contribuyan a alcanzar .una vida más feliz. Y, naturalmente, disfrutamos
de nuestras posesiones materiales, éxito, etcétera. Pero sin la actitud
mental correcta, sin atención a ese factor, esas cosas tienen muy poco
impacto sobre nuestros sentimientos a largo plazo. Si, por ejemplo, se
abrigan sentimientos de odio o de intensa cólera se quebranta la salud,
destruyendo así una de las circunstancias favorables. Cuando uno se siente
infeliz o frustrado, el bienestar físico no sirve de mucha ayuda. Por
otro lado, si se logra mantener un estado mental sereno y pacífico, se
puede ser una persona feliz aunque se tenga una salud deficiente. Aun
teniendo posesiones maravillosas, en un momento intenso de cólera o de
odio nos gustaría tirado todo por la borda, romperlo todo. En ese momento,
las posesiones no significan nada. En la actualidad hay sociedades
materialmente muy desarrolladas en las que mucha gente no se siente
feliz. Por debajo de la brillante superficie de opulencia hay una especie
de inquietud que conduce a la frustración, a peleas innecesarias, a la
dependencia de las drogas o del alcohol y, en el peor de los casos, al
suicidio. No existe, pues, garantía alguna de que la riqueza pueda
proporcionar, por sí sola, la alegría o la satisfacción que se buscan. Lo
mismo cabe decir de los amigos. Desde el punto de vista de la cólera o el
odio, hasta el amigo más íntimo parece glacial y distante.
»Todo
esto muestra la tremenda influencia que tiene el estado mental sobre
nuestra experiencia cotidiana. Por tanto, debemos tomamos ese factor muy
seriamente.
»Así
pues, dejando aparte la perspectiva de la práctica espiritual, incluso en
los términos mundanos del disfrute de la existencia, cuanto mayor sea el
nivel de calma de nuestra mente, tanto mayor será nuestra capacidad para
disfrutar de una vida feliz.
El
Dalai Lama hizo una pausa para dejar que esa idea se asentara en mi mente,
antes de añadir: -Debería señalar que cuando hablamos de un estado mental
sereno, de paz mental: no debiéramos confundido con un estado mental
insensible y apático. Tener un estado mental sereno o pacífico no
significa. Permanecer distanciado o vacío. La paz mental o el estado de
serenidad de la mente tiene sus raíces en el afecto y la compasión supone
un elevado nivel de sensibilidad y sentimiento.
Luego,
a modo de síntesis, concluyó:
-Cuando se carece de la disciplina interna que produce la serenidad
mental no importan las posesiones o condiciones externas, ya que estas
nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría y felicidad que
busca. Por otro lado, si se posee esta cualidad interna la serenidad
mental y estabilidad interior, es posible tener una vida gozosa, aunque
falten las posesiones materiales que uno consideraría normalmente
necesarias para alcanzar la felicidad.
Satisfacción interior
Una
tarde, al cruzar el aparcamiento del hotel para reunirme con el Dalai
Lama, me detuve para admirar un Toyota Land Cruiser totalmente nuevo, el
tipo de coche que deseaba tener desde hacía mucho tiempo. Al empezar la
sesión poco más tarde, sin dejar de pensar en el coche, le pregunté al
Dalai Lama:
. -A
veces parece como si toda nuestra cultura, la cultura occidental, se
basara en la compra; nos hallamos rodeados, bombardeados por anuncios
referidos a los objetos que deberíamos comprar, el último modelo de
coche, etcétera. Resulta difícil no dejarse influir por eso. Hay muchas
cosas que deseamos. Eso no parece detenerse nunca. ¿Puede hablarme un
poco sobre el deseo?
-Creo
que hay dos clases de deseo -contestó el Dalai Lama Ciertos deseos son
positivos. El deseo de felicidad, por ejemplo, es algo absolutamente
correcto. El deseo de paz, de vivir en un mundo más armonioso, más
acogedor. Ciertos deseos son muy útiles.
»Pero
se llega a un punto en que los deseos pueden ser insensatos. Eso suele
producir problemas. Ahora, por ejemplo, voy a veces al supermercado.
Realmente, me encanta ir al supermercado, porque hay muchas cosas
hermosas. Así que cuando miro todos esos artículos se despierta en mí el
deseo y me digo: ".Quiero esto, quiero aquello". Y es entonces cuando
surge un segundo impulso y me pregunto: “Pero ¿lo necesito realmente?".
Habitualmente, la respuesta es negativa. Si uno se deja llevar por el
primer deseo, por ese impulso inicial, los bolsillos no tardan en quedar
vacíos. No obstante, el otro, nivel de deseo, basado en las necesidades
esenciales de alimento, vestido y cobijo, es razonable.
»A
veces, que un deseo sea excesivo, negativo, depende de las circunstancias
o de la sociedad en la que se vive. Por ejemplo, si vives en una sociedad
próspera, donde necesitas un coche para desenvolverte en tu vida
cotidiana, es evidente que no hay nada erróneo en desearlo. Pero si
vivieras en un pueblo pobre de la India, donde te las puedes arreglar
bastante bien sin coche, desearlo podría ocasionarte problemas, aunque
tuvieras dinero para comprarlo. Puede crear un sentimiento de incomodidad
entre tus vecinos, etcétera. Si vives en una sociedad más próspera y
tienes un coche pero sigues deseando otros más caros, llegarás a tener la
misma clase de problemas.
-Pero
-argumenté- no comprendo por qué desear o comprar un coche más caro puede
producirle problemas al individuo, siempre y cuando se lo pueda permitir.
Tener un coche más caro que los vecinos puede ser un problema para ellos
si se sienten celosos, pero, al poseedor le proporcionará una sensación
de satisfacción y gozo.
El
Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza y replicó con firmeza:
-No...
La satisfacción, por sí sola, no puede determinar si un deseo o acción es
positivo o negativo. Un asesino puede experimentar una sensación de
satisfacción en el momento de cometer el asesinato, pero eso no justifica
su acto. Todas las acciones no virtuosas, como mentir, robar, cometer
adulterio, etcétera, son realizadas por personas que en ese momento pueden
experimentar satisfacción. La frontera entre lo negativo y lo positivo de
un deseo o acción no viene determinada por la satisfacción inmediata,
sino por los resultados finales, por las consecuencias positivas o
negativas. En el caso de desear posesiones más caras, por ejemplo, si eso
se basa en una actitud mental que sólo desea más y más, llegarás
finalmente al límite de lo que puedes tener, te encontrarás con la
realidad. Y una vez que llegues a ese límite te hundirás en la depresión.
Ese es uno de los peligros inherentes a semejantes deseos.
»Así
pues, creo que estos deseos excesivos conducen a la avaricia, basada en
expectativas desmesuradas. Y al reflexionar sobre los excesos de la
avaricia, descubrirás que conduce al individuo a la frustración y la
desilusión, que le acarrea confusión y numerosos problemas. Cuando se
habla de la avaricia, una cosa bastante característica de ella es que,
aunque se llega por el deseo de obtener algo, no quedas satisfecho al
obtenerlo. En consecuencia, se transforma en algo ilimitado y sin fondo,
por lo que proliferan las dificultades. Lo irónico de la avaricia es que
aun cuando la motivación fundamental es la búsqueda de la satisfacción,
no te sientes satisfecho ni siquiera después de conseguir el objeto de tu
deseo. El verdadero antídoto de la avaricia es el contento. Si vives
contento, la consecución de bienes pierde importancia.
¿Cómo
podemos alcanzar, por tanto, satisfacción interior? Hay dos métodos. Uno
de ellos consiste en obtener todo aquello que deseamos y queremos, el
dinero, las casas, los coches, la pareja y el cuerpo perfectos. El Dalai
Lama ya había señalado la desventaja de este enfoque; si no controlamos
nuestros deseos, tarde o temprano nos encontraremos con algo que deseamos
pero no podemos tener. El segundo método, mucho más fiable, consiste en
querer y apreciar lo que tenemos. La otra noche veía en la televisión una
entrevista con Christopher Reeve, el actor que en 1994 sufrió una caída de
caballo que le produjo una lesión en la espina dorsal y lo dejó
paralítico de la cintura para abajo, lo que le exige incluso utilizar un
método mecánico para respirar. Al preguntársele cómo afrontó la depresión
provocada por su discapacidad, Reeve reveló que había pasado por un breve
período de completa desesperación, mientras se hallaba en la unidad de
cuidados intensivos del hospital. Sin embargo, esa desesperación se disipó
con relativa rapidez, y ahora se considera sinceramente «un tipo
afortunado». Habló de la fortuna que suponía para él tener una esposa y
unos hijos cariñosos, y también agradeció los rápidos progresos de la
medicina moderna (que, en su opinión, encontrará una cura para las
lesiones de la espina dorsal dentro de la próxima década); afirmó que si
hubiese sufrido el accidente unos pocos años antes, probablemente habría
muerto como consecuencia de sus heridas. Mientras describía el proceso de
adaptación a la parálisis, Reeve dijo que a pesar de que su desesperación
desapareció con bastante rapidez, al principio se sintió preocupado por
accesos intermitentes de celos ante comentarios tan inocentes como «Subo
corriendo a la habitación a recoger algo». Al aprender a afrontar estos
sentimientos «me di cuenta de que la única actitud válida en la vida es
apoyarte en tus recursos, ver qué es lo que puedes hacer aún; en mi caso,
afortunadamente, no había sufrido ningún daño cerebral, de modo que aún
podía utilizar mi mente». Al dar valor a sus aptitudes, Reeve ha decidido
utilizar su mente para educar al público acerca de los daños de la médula
espinal y ayudar a los demás; además proyecta escribir y dirigir
películas.
Valor interior
Ya
hemos visto que trabajar en nuestra perspectiva mental es un medio más
efectivo para alcanzar la felicidad que buscarla en fuentes externas, como
la riqueza, la posición y hasta la salud. Otra fuente interna de
felicidad, estrechamente relacionada con un sentimiento de satisfacción,
es la conciencia del propio valor. Al describir la base más fiable para
desarrollar esa conciencia, el Dalai Lama explicó:
-En mi
caso, por ejemplo, Supongamos que no tuviera capacidad para hacer buenos
amigos con facilidad. Sin ella me habría sido muy difícil convertirme en
un refugiado una vez que perdí mi país cuando terminó mi autoridad en el
Tíbet. Mientras estaba allí, en virtud del sistema político, la figura del
Dalai Lama inspiraba cierto respeto y la gente se relacionaba conmigo en
consonancia con ello, al margen de que sintieran verdadero afecto por mí o
no. Pero si ésa hubiera sido la única base de mi relación con la gente,
las cosas me habrían resultado extremadamente difíciles cuando abandoné mi
país. Pero existe otra fuente de valor y dignidad a partir de la cual
puede uno relacionarse con otros seres humanos. Puedes relacionarte con
ellos porque perteneces a la comunidad humana. Compartes ese vínculo con
todos. Y ese vínculo es suficiente para crear una conciencia de valor y
dignidad y puede convertirse en un consuelo en el caso de que pierdas todo
lo demás.
El
Dalai Lama se detuvo un momento para tomar un sorbo de té, y luego sacudió
la cabeza antes de añadir:
-Desgraciadamente, al examinar la historia encontramos casos de
emperadores o reyes del pasado que perdieron su posición debido a un
cataclismo político y se vieron obligados a abandonar el país.
Posteriormente, la vida no fue muy benigna con ellos. Creo que la vida
resulta muy dura sin ese sentimiento de afecto y conexión con los demás
seres humanos.
»En
términos generales encontramos dos clases de individuos poderosos. Por un
lado está la persona enriquecida y de éxito, rodeada de parientes,
etcétera. Si la fuente en la que esa persona alimenta su dignidad y
autoestima es únicamente material, quizá pueda mantener una sensación de
seguridad mientras dure su buena fortuna. Pero cuando se desvanezca ésta,
la persona sufrirá, porque no hay para ella ningún otro refugio. Por otro
lado, tenemos a la persona que disfruta de un bienestar material similar
pero es cálida y afectuosa y abriga sentimientos compasivos. Al tener
otra fuente para su dignidad, otro anclaje, es probable que no se sienta
deprimida si de pronto desaparece su fortuna. Estos ejemplos nos muestran
el valor práctico del calor y el afecto humanos.
Felicidad frente a placer
Varios
meses después del ciclo de conferencias del Dalai Lama en Arizona, lo
visité en su hogar de Dharamsala. Era una tarde de julio particularmente
calurosa y húmeda y llegué a su casa empapado en sudor, después de un
corto desplazamiento desde el pueblo. Al proceder yo de un clima seco, la
humedad de ese día me resultó casi insoportable y mi estado de ánimo no
era el más adecuado para sentarme e iniciar nuestra conversación. Él, por
su parte, parecía sentirse muy animado. Poco después de iniciada la
conversación, abordó el tema del placer. En un momento determinado, hizo
una observación crucial:
-Hay
veces en que la gente confunde felicidad con placer. Hace no mucho tiempo,
por ejemplo, pronuncié una conferencia ante un público indio en Rajpur.
Dije que el propósito de la vida era la felicidad; un miembro del público
señaló que Rajneesch enseña que nuestro momento más feliz se produce
durante la actividad sexual, de modo que uno debe ser más feliz a través
del sexo. -El Dalai Lama se echó a reír cordialmente-. Quería saber qué
pensaba yo de esa idea. Le contesté que, desde mi punto de vista, la
felicidad más alta se produce al llegar a la fase de liberación, en la que
ya no existe más sufrimiento. Eso sí que es felicidad duradera. La
auténtica felicidad se relaciona más con la mente que con el corazón. La
felicidad que depende principalmente del placer físico es inestable; un
día existe y al día siguiente puede haber desaparecido.
Parecía una observación un tanto perogrullesca; claro que la felicidad y
el placer eran dos cosas diferentes. Sin embargo, los seres humanos
tenemos tendencia a confundirlas. Poco después de mi regreso a casa,
durante una sesión de terapia con una paciente, me encontré con una
demostración concreta de lo eficaz que puede llegar a ser esa sencilla
toma de conciencia.
Heather es una joven soltera que trabaja como asesora personal en la zona
de Phoenix. Aunque disfrutaba de su trabajo con jóvenes problemáticos, ya
hacía algún tiempo que se sentía insatisfecha de vivir, en la zona. Se
quejaba a menudo del crecimiento demográfico, el tráfico y el calor
opresivo del verano. Se le había ofrecido un puesto de trabajo en una
hermosa y pequeña ciudad en las montañas. Había visitado la ciudad en
numerosas ocasiones y siempre había soñado en instalarse allí. La oferta
habría sido irresistible de no mediar un inconveniente: su clientela sería
gente adulta. Llevaba ya varias semanas tratando de decidirse. Intentó
hacer una lista de las ventajas e inconvenientes, pero el resultado fue
fastidiosamente equilibrado. -Sé que no disfrutaría del trabajo tanto como
aquí -me dijo-, pero eso podría quedar más que compensado por el placer de
vivir en ese pueblo. Me encanta estar allí, el simple hecho de estar hace
que me sienta bien. Por otro lado, estoy muy harta de este calor.
Simplemente, no sé qué hacer.
La
palabra «placer» me recordó las palabras del Dalai Lama y, a modo de
tanteo, le pregunté: -¿Cree usted que vivir en ese lugar le proporcionaría
mayor felicidad o mayor placer?
Ella
permaneció un momento en silencio.
-No lo
sé -contestó finalmente-. Mire, creo que me produciría más placer que
felicidad... En realidad, no creo que me sintiera realmente feliz
trabajando con esa clientela. Tengo mucha satisfacción al trabajar con
adolescentes.
El
simple hecho de volver a plantear su dilema en términos de felicidad o
placer pareció proporcionarle mucha claridad. De repente, le resultó mucho
más fácil tomar una decisión. Se quedó en Phoenix. Naturalmente, sigue
quejándose del calor del verano. Pero el hecho de haber tomado una
decisión sobre la base de consideraciones más precisas contribuyó a
hacerla más feliz y a que el calor le resultara más soportable.
Todos
los días nos enfrentamos con numerosas alternativas y, por mucho que lo
intentemos, a menudo no elegimos lo que es «bueno para nosotros». Ello
está relacionado en parte con el hecho de que la «elección correcta» a
menudo supone sacrificar nuestro placer.
Los
hombres siempre se han esforzado por tratar de definir el papel del
placer en nuestras vidas, y toda una legión de filósofos, teólogos y
psicólogos han explorado nuestra relación con él. En el siglo III a. de
c., Epicuro basó su sistema ético en la osada afirmación de que «el placer
es el principio y el fin de la vida bienaventurada». Pero incluso él
reconoció la importancia del sentido común y la moderación al admitir que
la entrega desaforada a los placeres sensuales podía conducir a veces al
dolor. En los últimos años del siglo XIX, Sigmund Freud formuló sus
teorías sobre el placer. Según Freud, la fuerza motivadora fundamental de
todo el aparato psíquico era el deseo de aliviar la tensión causada por
los impulsos instintivos insatisfechos; en otras palabras, nuestra
motivación fundamental es la búsqueda de placer. En el siglo XX, muchos
investigadores han preferido soslayar las especulaciones filosóficas y se
han dedicado a hurgar en las regiones cerebrales límbica y del hipotálamo,
mediante el uso de electrodos, a la búsqueda del lugar donde se produce
placer cuando hay estimulación eléctrica.
En
realidad, ninguno de nosotros necesita de filósofos, psicoanalistas o
científicos para que nos ayuden a comprender qué es el placer. Lo sabemos
cuando lo sentimos. Lo reconocemos en el contacto o la sonrisa de un ser
querido, en el lujo de un baño caliente una tarde lluviosa y fría, en la
belleza de una puesta de sol. Pero muchos de nosotros también
experimentamos placer en la frenética rapsodia de la cocaína, en el
éxtasis de un «viaje» de heroína, en la diversión tumultuosa de una juerga
llena de alcohol, en el arrobamiento de los excesos sexuales, en el
entusiasmo de un acierto en el juego. Ésos también son placeres muy
reales, con los que muchos de nosotros aprendemos a convivir.
Aunque
no hay formas fáciles de evitar estos placeres destructivos, disponemos
afortunadamente de una certeza como punto de partida: el simple hecho de
recordar que lo que buscamos en la vida es la felicidad. Tal como señala
el Dalai Lama, ése es un hecho incontestable. Si afrontamos la vida
teniéndolo en cuenta, nos será más fácil renunciar a las cosas que, en
último término, son nocivas, aunque nos proporcionen un placer momentáneo.
La razón por la que suele ser tan difícil decir «no» se encuentra en la
misma palabra «no», asociada a ideas de rechazo, de renuncia, de negación
de nosotros mismos.
Pero
existe un enfoque que puede ayudamos: enmarcar cualquier decisión que
afrontemos preguntándonos: « ¿Me producirá felicidad?». Esa simple
pregunta puede ser una poderosa ayuda en todas las circunstancias: no
sólo en la decisión sobre consumir drogas o tomar esa tercera ración de
pastel de plátanos con crema; contribuye a enfocarlo todo desde un ángulo
distinto. Al afrontar nuestras decisiones cotidianas teniendo esto en
cuenta, desplazamos el centro de atención, de aquello a lo que renunciamos
a la búsqueda de la felicidad definitiva. Una clase de felicidad que,
como definió el Dalai Lama, sea estable y persistente. Un estado de
felicidad que permanezca, a pesar de los altibajos de la vida y de las
fluctuaciones de nuestro estado de ánimo, como parte de la matriz misma
de nuestro ser. Desde esa perspectiva nos resultará más fácil tomar la
«decisión correcta» porque estaremos actuando para dotarnos de algo
permanente, con una actitud que supone moverse hacia algo, en lugar de
alejarse, que significa abrazar la vida en lugar de rechazada. Este
movimiento hacia la felicidad puede tener un efecto muy profundo: puede
hacemos más receptivos, más abiertos a la alegría de vivir.
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3 Entrenar la mente para la felicidad
El
camino hacia la felicidad
El
hecho de señalar el estado mental como el factor fundamental para alcanzar
la felicidad no significa negar que debemos satisfacer nuestras
necesidades físicas básicas de alimentación, vestidlo y cobijo. Pero, una
vez satisfechas esas necesidades, el mensaje es claro: no necesitamos más
dinero, ni más éxito o fama, no necesitamos tener un cuerpo perfecto ni
una pareja perfecta... en este momento tenemos ya una mente con todo lo
imprescindible para alcanzar la completa felicidad.
Al
presentar este enfoque para trabajar con la mente, el Dalai Lama dijo: -Al
referirnos a la «mente» o «conciencia», no debemos olvidar que hay muchas
variedades de ella. Tal como sucede con las condiciones externas o los
objetos, unos son muy útiles, otros nocivos y algunos neutros; al tratar
con la materia exterior solemos identificar primero las sustancias útiles,
para cultivarlas y beneficiarnos, y nos libramos de las nocivas. De modo
similar, hay miles de «mentalidades» diferentes. Entre ellas, algunas son
muy útiles y deberíamos fomentarlas. Otras son negativas, muy nocivas, y
deberíamos intentar desecharlas.
»Así
pues, el primer paso en la búsqueda de la felicidad es aprender. Primero
tenemos que aprender cómo las emociones y los comportamientos negativos
son nocivos y cómo son útiles las emociones positivas. Tenemos que darnos
cuenta de que dichas emociones no sólo son malas para cada uno de
nosotros, personalmente, sino también para la sociedad y el futuro del
mundo. Saberlo fortalece nuestra determinación de afrontarlas y
superarlas. Por otra parte, debemos ser conscientes de los efectos
beneficiosos de las emociones y comportamientos positivos; ello nos
llevará a cultivar, desarrollar y aumentar esas emociones, por difícil
que sea: tenemos una fuerza interior espontánea. A través de este proceso
de aprendizaje, del análisis de pensamientos y emociones, desarrollamos
gradualmente la firme determinación de cambiar, con la certidumbre de que
tenemos en nuestras manos el secreto de nuestra felicidad, de nuestro
futuro, y de que no debemos desperdiciarlo.
»En el
budismo se acepta el principio de causalidad como una ley natural. Al
tratar con la realidad, hay que tener en cuenta esa ley. Así, por ejemplo,
en el campo de las experiencias cotidianas, si se producen ciertos
acontecimientos indeseables, el mejor método para asegurarse de que no
vuelvan a ocurrir es procurar que no se repitan las condiciones que los
producen. De modo similar, si quieres tener una experiencia determinada,
lo más lógico es buscar y acumular aquellas causas y condiciones que la
favorecen.
»Sucede lo mismo con los estados y las experiencias mentales. Si se desea
la felicidad, se deberían buscar las causas que en otras ocasiones la han
producido, y si no se desea el sufrimiento, debería procurarse que no
vuelvan a presentarse las causas y condiciones que dieron lugar al mismo.
Es muy importante aprender a apreciar este principio.
»Hemos
hablado de la importancia suprema del factor mental para alcanzar la
felicidad. Nuestra siguiente tarea, por tanto, consiste en examinar la
variedad de estados mentales que experimentamos. Necesitamos
identificarlos con claridad y clasificarlos en función de que nos
conduzcan o no a la felicidad.
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-¿Podría indicarme algunos ejemplos específicos de diferentes estados
mentales y cómo los clasificaría? -le pregunté. -Por ejemplo, el odio, los
celos, la cólera, son nocivos -explicó el Dalai Lama-. Los consideramos
estados negativos de la mente porque destruyen nuestro bienestar mental;
cuando se abrigan sentimientos de odio o de animadversión hacia alguien,
cuando la persona se siente llena de odio o de emociones negativas, todo
nos parece hostil. La consecuencia es que hay más temor, una mayor
inhibición e indecisión una sensación de inseguridad. Estas cosas, al
igual que la soledad se desarrollan en un mundo que se considera hostil.
Todos estos sentimientos negativos se desarrollan debido al odio. Por otro
lado los estados mentales como la afabilidad y la compasión son
definitivamente muy positivos. Son muy útiles...
-Siento curiosidad -le interrumpí-. Dice que hay miles de estados
mentales diferentes. ¿Cuál sería su definición de una persona
psicológicamente saludable o bien adaptada? Podríamos utilizar esa
definición como guía para determinar qué estados mentales cultivar.
Se
echó a reír y luego respondió con su característica humildad:
-Es
muy probable que, como psiquiatra, tenga usted una definición mejor de la
persona psicológicamente saludable.
-Pero
me interesa su punto de vista.
-Bueno, yo considero saludable a una persona compasiva, cálida y de
corazón bondadoso. «Si tienes sentimientos de compasión y deseas ser
amable, hay algo que abre automáticamente tu puerta interior y puedes
comunicarte mucho más fácilmente con otras personas. Ese sentimiento de
cordialidad ayuda a abrirse a los demás. Se descubre entonces que todos
los seres humanos son como uno mismo, de modo que puedes relacionarte más
fácilmente con ellos.» Eso genera un espíritu de amistad. Entonces hay
menos necesidad de ocultar las cosas y, como resultado, desaparecen los
sentimientos de temor, las dudas sobre uno mismo y la inseguridad. Eso
inspira también confianza en torno a ti. Podría pasar, por ejemplo, que
encontraras a alguien muy competente, y supieras que puedes confiar en sus
aptitudes, pero si esa persona no es amable, surgen en ti algunas
reservas. Piensas:
«Bueno
se que es capaz, pero ¿puedo confiar realmente en él?». El recelo siempre
te distanciará.
»En
cualquier caso, creo que cultivar los estados mentales positivos, como la
amabilidad y la compasión, conduce decididamente a una mejor salud
psicológica y a la felicidad.
Disciplina mental
Mientras él hablaba, encontré algo muy atractivo en su enfoque para
alcanzar la felicidad. Era absolutamente práctico y racional: había que
identificar y cultivar los estados mentales positivos, así como
identificar y eliminar los estados mentales negativos. Aunque
inicialmente me pareció un tanto seca esta sugerencia de analizar
sistemáticamente la variedad de estados mentales que experimentamos
después, me dejé arrastrar por la fuerza lógica de su razonamiento. Me
gustó el hecho de que, en lugar de clasificar estados mentales, emociones
o deseos con arreglo a juicios morales externos como «La avaricia. es un
pecado», o «El odio es maligno», clasificara las emociones simplemente
sobre la base de si conducen o no a la felicidad última.
La
tarde siguiente, al reanudar nuestra conversación, le pregunté: -SI la
felicidad depende simplemente del cultivo de estados mentales positivos,
como por ejemplo la afabilidad, ¿por qué hay tanta gente desdichada?
-Alcanzar la verdadera felicidad exige producir una transformación en las
perspectivas, en la forma de pensar, y eso no es tan sencillo -contestó-.
Para ello es preciso aplicar muchos factores diferentes desde distintas
direcciones. No se debería tener-, por ejemplo, la idea de que sólo existe
una clave, un secreto que, si se llega a desvelar, hará que todo marche
bien. Es como cuidar adecuadamente del propio cuerpo; se necesitan
diversas vitaminas y nutrientes, no sólo uno o dos. Del mismo modo, para
alcanzar la felicidad hay que utilizar una variedad de enfoques y métodos,
superar los variados y complejos estados negativos. Si tratas de superar
ciertas formas negativas de pensar, no podrás conseguirlo practicando una
técnica una o dos veces. El cambio requiere tiempo. Hasta el cambio físico
lo exige. Si te trasladas de un clima a otro, por ejemplo, el cuerpo
necesita tiempo para adaptarse. Hay muchos rasgos mentales negativos, de
modo que afrontarlos y contraatacar no es fácil. Requiere la reiterada
aplicación de diversas técnicas y tomarse el tiempo necesario para
familiarizarse con ellas. Se trata de un proceso de aprendizaje.
»A
medida que pasa el tiempo, se van acumulando los cambios positivos. Cada
día, al levantarte, puedes desarrollar una sincera motivación positiva al
pensar: "Utilizaré este día de una forma más positiva. No desperdiciaré
este día". Luego, por la noche, antes de acostarte, analiza lo que has
hecho y pregúntate: "¿Utilicé este día como lo tenía previsto?". Si todo
se desarrolló tal como lo habías pensado, deberías alegrarte por ello. Si
alguna cosa salió mal, lamenta lo que hiciste y examínalo críticamente.
Gracias a métodos como éste, puedes ir fortaleciendo los aspectos
positivos de la mente.
»En mi
caso, por ejemplo, como monje creo en el budismo y, a través de mi
experiencia, sé que su práctica es muy útil para mí. No obstante, pueden
surgir ciertos sentimientos, como cólera o apego, debido a la costumbre o
a muchas vidas anteriores. Hago entonces lo siguiente: primero aprender el
valor positivo de las prácticas, luego incrementar mi determinación y
finalmente tratar de ponerlas en práctica. Al principio, la utilización
de las prácticas positivas es muy débil, porque las influencias negativas
siguen siendo muy poderosas. Finalmente, sin embargo, a medida que
intensificas las prácticas positivas, disminuyen los comportamientos
negativos. Así que, en realidad, la práctica del Dharma (*) es una batalla
constante dentro de nosotros, en lo que se trata de sustituir el
condicionamiento o la costumbre negativa por un condicionamiento positivo.
Tras
una pausa, continuó:
-No
hay actividad que no se torne más fácil gracias al entrenamiento
constante. Podemos cambiar, transformarnos a través del entrenamiento. En
la práctica budista existen varios métodos para mantener una mente serena
cuando sucede algo perturbador. La práctica repetida de ellos nos permite
llegar a un punto en el que los efectos negativos de una perturbación no
pasen más allá del nivel superficial de nuestra mente, como las olas que
agitan la superficie del océano pero que no tienen gran efecto en sus
profundidades. y aunque mi experiencia sea escasa, he descubierto que eso
es cierto. Por tanto, si recibo una noticia trágica, es posible que
experimente alguna perturbación en la mente, pero ésta desaparece muy
rápidamente. O quizá me sienta irritado y manifieste enfado, pero siempre
se disipa con rapidez. Eso es lo que se logra mediante la práctica
gradual. No olvidemos que no es algo que se consiga de la noche a la
mañana.
Desde
luego que no. El Dalai Lama lleva ejercitando su mente desde que tenía
cuatro años.
La
estructura y la función del cerebro permiten el entrenamiento sistemático
de la mente, el cultivo de la felicidad, la genuina transformación
interna mediante la atención hacia los estados mentales positivos y el
rechazo de los negativos. Hemos nacido con un cerebro que está
genéricamente dotado de ciertas pautas de comportamiento instintivo;
estamos predispuestos mental, emocional y físicamente a responder
adecuadamente para sobrevivir. Este conjunto básico de instrucciones está
codificado en innumerables pautas innatas de activación de las células
nerviosas, en combinaciones específicas de células cerebrales que actúan
en respuesta a cualquier acontecimiento, experiencia o pensamiento dado.
Pero el cableado de nuestro cerebro no es estático, ni está fijado de
modo irrevocable. Nuestros cerebros también son adaptables. Los neurólogos
han documentado el hecho de que el cerebro es capaz de diseñar nuevas
pautas, nuevas combinaciones de células nerviosas y neurotransmisores
(sustancias químicas que transmiten mensajes entre las células nerviosas)
en respuesta a nuevas informaciones. De hecho, nuestros cerebros son
maleables, cambian continuamente, recomponen sus conexiones nerviosas al
compás de nuevos pensamientos y experiencias. Como resultado del
aprendizaje, la función de las neuronas cambia, permitiendo que las
señales eléctricas viajen más fácilmente a través de ellas. A la capacidad
inherente del cerebro para cambiar, los científicos la llaman
«plasticidad». Esta capacidad para modificar el «cableado» del cerebro,
para producir nuevas conexiones neuronales, ha quedado demostrada en
experimentos como el realizado por los doctores Avi Karni y Leslie
Underleider del Instituto Nacional de Salud Mental. Los investigadores
pidieron a los sujetos que realizaran una sencilla tarea motora, un
ejercicio de tecleo, e identificaron las partes del cerebro implicadas en
la tarea tomando un escáner cerebral MRI. A continuación, los sujetos,
practicaron diariamente el ejercicio durante cuatro semanas, de modo que
gradualmente fueron más eficientes y rápidos en su ejecución. Al final del
período de cuatro semanas, el escáner cerebral mostró que la zona que
intervenía en la tarea se había expandido, lo que indicaba que la práctica
regular de la tarea había exigido la utilización de nuevas células
nerviosas y cambiado las conexiones neurona les originarias.
Esta
notable hazaña del cerebro parece constituir la base fisiológica de la
posibilidad de transformar nuestras mentes. Al movilizar nuestros
pensamientos y practicar nuevas formas de pensar, podemos reconfigurar
nuestras células nerviosas y cambiar la forma en que funciona nuestro
cerebro. También constituye la base para la idea de que la transformación
interna se inicia con el aprendizaje (nueva información) e implica la
disciplina de sustituir gradualmente nuestro «condicionamiento negativo»
(que se corresponde con nuestra característica actual de pautas de
activación celular nerviosa) por un «condicionamiento positivo» (formar
nuevos circuitos neuronales). Así pues, la idea de entrenar a la mente
para alcanzar la felicidad se convierte en una posibilidad real.
* El
término Dharma tiene muchas connotaciones; no existe un equivalente exacto
en el léxico español. Se utiliza con frecuencia para referirse a las
enseñanzas y doctrina de Buda, incluido e! cuerpo tradicional de
escrituras, así como el estilo de vida y la conciencia que se derivan de
la aplicación de las enseñanzas. A veces, los budistas utilizan la
palabra en un sentido general, para referirse a prácticas espirituales o
religiosas, a la ley espiritual universal o a la verdadera naturaleza de
los, fenómenos, y el término Buddhadharma, más específico, para los
principios y practicas del camino budista. La palabra sánscrita Dharma
deriva de una raíz que significa "sostener» y, en este sentido, tiene un
significado más amplio, al referirse a cualquier comportamiento o
comprensión que sirva para «sostener» al individuo y protegerlo del
sufrimiento y sus causas.
Disciplina ética
En un
análisis posterior relacionado con el entrenamiento de la mente para la
felicidad, el Dalai Lama señaló:
-Creo
que el comportamiento ético es otra característica de la clase de
disciplina interna que conduce a una existencia más feliz. A eso podríamos
llamarlo disciplina ética. Los grandes maestros espirituales, como Buda,
nos aconsejan realizar acciones sanas y evitar las que no lo sean, lo cual
depende del grado de disciplina mental. Una mente disciplinada conduce a
la felicidad y una mente indisciplinada al sufrimiento; de hecho, imponer
disciplina en la propia mente es la esencia misma de la enseñanza de Buda.
»Al
hablar de disciplina, me estoy refiriendo a autodisciplina, no a la que se
nos impone externamente. También me refiero a la disciplina aplicada para
superar los rasgos negativos. Una banda criminal puede necesitar
disciplina para cometer un atraco con éxito, pero esa disciplina es
inútil.
El
Dalai Lama calló un momento; parecía reflexionar, como si recopilara sus
pensamientos. O quizá estaba buscando simplemente una palabra adecuada en
inglés. No lo sé. Pero durante esa pausa pensé que su énfasis en la
importancia del aprendizaje y la disciplina era tedioso en comparación con
los sublimes objetivos de alcanzar la verdadera felicidad, el crecimiento
espiritual y la completa transformación interna. Me parecía que la
búsqueda de la felicidad tenía que ser un proceso más espontáneo.
Por
tanto, objeté:
-Ha
descrito las emociones y comportamientos negativos como insanos y los
comportamientos positivos como sanos. Además, ha dicho que una mente no
entrenada o indisciplinada suele provocar comportamientos negativos o
insanos, de modo que tenemos que aprender y entrenarnos para aumentar
nuestros comportamientos positivos. Por el momento, todo eso está muy
bien.
»Pero
lo que me preocupa es su definición de comportamiento negativo que
conduce al sufrimiento. Y su premisa de que todos los seres desean,
naturalmente, evitar el sufrimiento y alcanzar la felicidad, que ese deseo
es innato y no tiene que ser aprendido. La cuestión, por lo tanto, es la
siguiente: si es natural que deseemos evitar el sufrimiento, ¿por qué no
sentimos espontánea y naturalmente más repulsión hacia los comportamientos
negativos a medida que nos hacemos mayores? Y si es natural el deseo de
alcanzar la felicidad, ¿por qué no nos sentimos espontánea y naturalmente
atraídos hacia los comportamientos sanos y llegamos así a ser más felices
a medida que progresa nuestra vida? Si estos comportamientos sanos
conducen a la felicidad y lo que deseamos es alcanzarla, ¿no debería ser
ése un proceso natural? ¿Por qué necesitamos tanta educación,
entrenamiento y disciplina para que se produzca?
El
Dalai Lama sacudió la cabeza y contestó:
-Incluso en términos convencionales, en nuestra vida cotidiana,
consideramos la educación como un factor muy importante para procuramos
felicidad y éxito. El conocimiento no es algo que llegue hasta nosotros de
un modo natural. Tenemos que practicar, tenemos que pasar por una especie
de programa sistemático de entrenamiento. y consideramos que esa
educación y entrenamiento convencionales son bastante duros; si no lo
fueran, ¿por qué los estudiantes tienen tantas ganas de que lleguen las
vacaciones? Y, sin embargo, sabemos que la educación es necesaria en
términos generales para alcanzar el éxito y el bienestar.
»Del
mismo modo, es posible que no tengamos una inclinación natural a realizar
actos sanos, que tengamos que ser conscientemente entrenados para
realizarlos. Esto es así, particularmente en la sociedad moderna, porque
hay una tendencia a aceptar que todo lo referido a actos sanos e insanos
(qué debemos y qué no debemos hacer) pertenece al ámbito de la religión.
Tradicionalmente, se ha considerado responsabilidad de la religión el
prescribir qué comportamientos son sanos y cuáles no. En la sociedad
actual, sin embargo, la religión ha perdido mucho de su prestigio e
influencia. Y, al mismo tiempo, no ha surgido algo que pueda sustituida,
algo como por ejemplo una ética laica. Así pues, parece que se presta
menos atención a la necesidad de llevar una vida saludable. Debido a ello,
creo que necesitamos realizar un esfuerzo para tener acceso a esa clase
de conocimiento. Por ejemplo, aunque creo que nuestra naturaleza es
fundamentalmente apacible y compasiva, no es suficiente: tenemos que
desarrollar una aguda conciencia de esa condición. Cambiar nuestra forma
de percibimos, a través del aprendizaje y la comprensión, puede ejercer
una influencia poderosa en nuestra relación con los demás y en la
conducción de nuestras vidas.
Asumiendo el papel de abogado del diablo, contraataqué: -Ha utilizado
usted la analogía de la educación académica y la formación convencional.
Eso es una cosa. Pero si de lo que está hablando es de ciertos
comportamientos que llama «sanos» o positivos, que conducen a la
felicidad, y de otros que conducen al sufrimiento, ¿por qué se necesita
aprender tanto para identificar cuáles son beneficiosos, tanto
entrenamiento para poner en práctica los comportamientos positivos y
eliminar los negativos? Si pone el dedo en el fuego, se quema. Cuando
retira la mano, ha aprendido que ese comportamiento provoca sufrimiento.
No hay necesidad de un proceso tan largo de aprendizaje y entrenamiento
para saber que no debemos volver a tocar el fuego.
»Entonces, ¿por qué no sucede lo mismo con todos los comportamientos y
emociones que conducen al sufrimiento? Afirma que la cólera y el odio son
claramente emociones negativas que; en último término, conducen al
sufrimiento. Pero ¿por qué tiene uno que ser educado acerca de los efectos
nocivos de la cólera y el odio para poder eliminarlos? Puesto que la
cólera provoca inmediatamente un estado emocional incómodo en la persona,
y es fácil percibir esa incomodidad, ¿por qué no la evitamos de un modo
espontáneo?
Mientras el Dalai Lama escuchaba atentamente mis argumentos, sus ojos de
mirada inteligente se abrieron más, como si se sintiera un poco
sorprendido e incluso divertido ante la ingenuidad de mis preguntas.
Entonces, con una risa dura pero llena de buena voluntad, me contestó:
-Cuando se habla de conocimiento que conduce a la libertad o a la
resolución de un problema, hay que entender que existen muchos niveles
diferentes. Por ejemplo, los seres humanos de la Edad de Piedra no sabían
cocinar la carne, a pesar de lo cual tenían necesidad biológica de
comida, de modo que lo hacían como los animales salvajes. A medida que
fueron progresando, aprendieron a cocinar y a emplear diferentes técnicas
para que los alimentos fueran más sabrosos; finalmente inventaron una
considerable variedad de platos. En nuestra época, si padecemos una
enfermedad y, gracias a nuestro conocimiento, sabemos que no es bueno
para nosotros comer determinado alimento, aunque sintamos el deseo de
probarlo procuramos contenernos. Está claro que cuanto más vastos sean
nuestros conocimientos, tanto más aptos seremos para afrontar el mundo
natural.
»También se necesita capacidad para juzgar las consecuencias de nuestros
comportamientos a largo y a corto plazo. Por ejemplo, aunque los animales
puedan experimentar cólera, no pueden comprender que es destructiva. En
el caso de los seres humanos, sin embargo, hay un nivel diferente de
conciencia, que permite advertir que la cólera hace daño. En
consecuencia, puedes llegar a la conclusión de que la cólera es
destructiva. Tienes que ser capaz de hacer esa inferencia. Así que la cosa
no es tan sencilla como poner la mano en el fuego, notar la quemadura y no
volver a hacerla en el futuro. Cuanto más elevado sea tu nivel de
educación y de conocimiento acerca de lo que conduce a la felicidad y lo
que causa el sufrimiento, tanto más efectivo serás para alcanzar aquélla.
Precisamente por ello creo que la educación y el conocimiento son
esenciales.
Supongo que al percibir mi resistencia a la idea de la educación como un
medio de transformación interna, observó:
-Uno
de los problemas de nuestra sociedad es que considera la educación sólo
como un medio para ser más astuto e ingenioso. En ocasiones incluso se
opina que los que no han recibido una educación superior, los que son
menos sutiles en términos de su formación, tienen que ser más inocentes y
más honrados. Aunque nuestra sociedad no lo destaque, el uso más
importante del conocimiento y de la educación consiste en ayudamos a
comprender la importancia de tener más acciones sanas y aportar disciplina
a nuestras mentes. La utilización adecuada de nuestra inteligencia y
conocimientos estriba en efectuar cambios desde dentro para desarrollar
un buen corazón.
4 Recuperar nuestro estado innato de felicidad
Nuestra naturaleza fundamental
-Estamos hechos para buscar la felicidad. Y está claro que los
sentimientos de amor, afecto, intimidad y compasión traen consigo la
felicidad. Estoy convencido de que todos poseemos la base para ser
felices, para acceder a esos estados cálidos y compasivos de la mente que
aportan felicidad -afirmó el Dalai Lama-. De hecho, una de mis
convicciones fundamentales es que no sólo poseemos el potencial necesario
para la compasión, sino que la naturaleza básica o fundamental de los
seres humanos es la benevolencia.
-¿En
qué funda esa convicción?
-La
doctrina de la «naturaleza de Buda» aporta fundamentos para creer que la
naturaleza de todos los seres sensibles es esencialmente benévola y no
agresiva. Pero ese punto de vista también se puede adoptar sin necesidad
de recurrir a la «naturaleza de Buda».
En la
filosofía budista, la «naturaleza de Buda» se refiere a la naturaleza
fundamental, básica y más sutil de la mente. Presente en todos los seres
humanos, no puede alcanzarse cuando hay emociones o pensamientos
negativos.
También baso esta convicción en otros motivos. Creo que la cuestión del
afecto y la compasión no pertenece exclusivamente a la esfera religiosa,
sino que es indispensable en las consideraciones cotidianas.
»Si
analizamos la existencia, vemos que estamos fundamentalmente alentados
por el afecto de los demás. Eso es algo que se inicia ya en el momento de
nacer. Nuestro primer acto después de nacer es mamar de nuestra madre, o
de alguna otra mujer. Hay en ello afecto y compasión. Sin eso no podríamos
sobrevivir, está claro. Y esa acción no puede realizarse a menos que
exista un sentimiento mutuo de afecto. El niño, si no nota sentimientos
de afecto, si no tiene vinculación con la persona que le da la leche, es
posible que rechace el alimento. y si no hay afecto por parte de la madre
o de alguna otra persona, es posible que no se le ofrezca libremente la
leche. Así es la vida. Ésa es la realidad.
»Nuestra propia estructura física parece corresponderse con los
sentimientos de amor y compasión. Un estado mental sereno y afectuoso
tiene efectos beneficiosos para nuestra salud. Y, a la inversa, los
sentimientos de frustración, temor, agitación y cólera pueden ser
destructivos para ella.
»También observamos que nuestro equilibrio emocional se robustece gracias
a los sentimientos de afecto. Para comprenderlo sólo tenemos que pensar
en cómo nos sentimos cuando otros nos manifiestan calor y afecto. También
podemos observar cómo nos afectan nuestros sentimientos. Estas emociones
positivas y los comportamientos que las acompañan conducen a una vida
familiar y social más feliz.
»Creo
que podemos inferir de ello que nuestra naturaleza fundamental es la
bondad y el amor. Por tanto, nada tiene más sentido que intentar vivir en
concordancia con esta naturaleza.
-Si
nuestra naturaleza esencial es amable y compasiva -pregunté-, ¿cómo
explica todos los conflictos y comportamientos agresivos que nos rodean?
El
Dalai Lama asintió, con gesto reflexivo, antes de contestar.
-Naturalmente, no podemos pasar por alto el hecho de que los conflictos y
las tensiones existen, no sólo dentro del individuo, sino también en la
familia, en nuestras relaciones, nuestro país y el mundo. Así pues, al
abordar esta situación, algunas personas llegan a la conclusión de que la
naturaleza humana es básicamente agresiva. Quizá miren la historia humana
y sugieran que, en comparación con otros mamíferos, el comportamiento
humano es mucho más agresivo. O quizá admitan: «Sí, la compasión forma
parte de nosotros, pero la cólera también. Ambas constituyen una parte de
nuestra naturaleza, ambas se encuentran más o menos al mismo nivel». A
pesar de todo -siguió diciendo con firmeza, adelantando la cabeza, tenso y
alerta-, sigo estando convencido de que la naturaleza humana es
esencialmente compasiva y bondadosa. Ésa es la característica
predominante. La cólera, la violencia y la agresividad pueden surgir,
ciertamente, pero creo que se producen en un nivel secundario y más
superficial; en cierto modo brotan cuando nos sentimos frustrados en
nuestros esfuerzos por lograr amor y afecto. No forman parte de nuestra
naturaleza básica.
»Así
pues, aunque puede haber agresividad, estoy convencido de que no proviene
del sustrato humano fundamental, sino que es más bien el resultado del
intelecto, de la inteligencia desequilibrada, del mal uso de ella, o de
nuestra imaginación. Al contemplar la evolución humana, creo que, en
comparación con otros animales, nuestro cuerpo es muy débil. Gracias, sin
embargo, al desarrollo de la inteligencia, fuimos capaces de utilizar
muchos instrumentos y descubrir métodos de afrontar situaciones
ambientales adversas. A medida que la sociedad humana y las condiciones
de vida fueron haciéndose más complejas, el papel de la inteligencia y la
capacidad cognitiva para satisfacer crecientes exigencias cobró mayor
importancia. Por tanto, creo que nuestra naturaleza subyacente o
fundamental es la afable, y que la inteligencia viene de una evolución
posterior. Y si la inteligencia y la capacidad cognitiva se desarrollan de
forma desequilibrada, sin ser adecuadamente contrarrestadas por la
compasión, pueden ser destructivas y conducir al desastre.
»Pero
también es importante reconocer que si bien los conflictos son originados
por el mal uso de la inteligencia, podemos utilizar ésta para descubrir
medios que nos permiten superarlos. Al utilizar conjuntamente la
inteligencia y la bondad, todas las acciones humanas son constructivas. Al
combinar un corazón cálido con el conocimiento y la educación, aprendemos
a respetar los puntos de vista y los derechos de los demás. Eso es el
cimiento de un espíritu de reconciliación que sirva para superar la
agresión y resolver nuestros conflictos.
El
Dalai Lama hizo una pausa y miró su reloj.
-Así
que, por mucha violencia que exista y a pesar de las penalidades por las
que tengamos que pasar, estoy convencido de que la solución definitiva de
nuestros conflictos, tanto internos como externos; consiste en volver a
nuestra naturaleza humana básica, que es bondadosa y compasiva.
Miró
de nuevo su reloj y empezó a reír de un modo afable.
-y
ahora... creo que es mejor que lo dejemos aquí. ¡Ha sido un día muy largo!
Recogió los zapatos que se había quitado durante la conversación y se
retiró a su habitación.
La cuestión de la naturaleza humana
Durante las últimas décadas, la visión del Dalai Lama sobre la naturaleza
compasiva de los seres humanos parece estar ganando terreno en Occidente,
fruto de un gran esfuerzo. En el pensamiento occidental se halla
profundamente arraigada la idea de que el comportamiento humano es
esencialmente egoísta. Nuestra cultura se ha visto dominada durante
siglos por la convicción de que no sólo somos congénitamente egoístas,
sino también agresivos. Claro que asimismo son muchas las personas que han
mantenido el punto de vista opuesto. A mediados del siglo XVIII, por
ejemplo, David Hume escribió mucho sobre la «benevolencia natural» de los
seres humanos. Un siglo más tarde, incluso Charles Darwin atribuyó a
nuestra especie un «instinto de simpatía». Pero, por alguna razón, en
nuestra cultura ha echado raíces el punto de vista más pesimista sobre la
humanidad, al menos desde el siglo XVII, bajo la influencia de filósofos
como Thomas Hobbes, quien tuvo una visión bastante pesimista de la
especie humana, a la que consideraba violenta, competitiva y en conflicto
continuo, únicamente preocupada por el interés propio. Hobbes, que se
hizo famoso por descartar cualquier atisbo de bondad humana básica, fue
descubierto en cierta ocasión dándole dinero a. un mendigo, en la calle.
Al ser interrogado acerca de este impulso de generosidad, afirmó: «No lo
hago para ayudarle, sino para aliviar mi propia angustia al ver su
pobreza».
De
modo similar, en la primera parte de este siglo, el filósofo George
Santayana, de origen español, escribió que los impulsos generosos y de
preocupación por los demás son generalmente débiles, fugaces e inestables,
y «si se escarba un poco por debajo de la superficie se encontrará un
hombre feroz, obstinado y profundamente egoísta». Desgraciadamente, la
ciencia y la psicología occidentales se aferraron a ideas como éstas,
admitiendo e incluso estimulando dicho egoísmo. Durante los primeros
tiempos, la moderna psicología científica persistió en la suposición de
que toda motivación humana es, en último término, egoísta y se basa
puramente en el propio interés.
Después de aceptar implícitamente la premisa de nuestro egoísmo
connatural, destacados científicos han añadido, durante los últimos cien
años, la creencia en la naturaleza esencialmente agresiva de los seres
humanos. Freud afirmó que «la inclinación hacia la agresión es una
disposición original e instintiva que se sustenta a sí misma». En la
segunda mitad de este siglo hubo dos autores en particular, Robert Ardrey
y Konrad Lorenz, que examinaron las pautas del comportamiento de ciertas
especies animales depredadoras y llegaron a la conclusión de que los
seres humanos también eran básicamente depredadores, dotados de una
tendencia innata a luchar por la posesión de territorio.
En los
últimos años, sin embargo, el péndulo parece alejarse de esta visión
profundamente pesimista, para acercarse a la sustentada por el Dalai Lama,
la de la naturaleza bondadosa y compasiva del hombre. Durante las dos o
tres últimas décadas cientos de estudios científicos indican que la
agresividad no es innata y que el comportamiento violento está influido
por factores biológicos, sociales, situacionales y ambientales. La
síntesis de estas recientes investigaciones se refleja en la Declaración
de Sevilla sobre la Violencia, en 1986, redactada por más de veinte
destacados científicos de todo el mundo. En ella, se reconoce,
naturalmente, que el comportamiento violento existe, pero se afirma
categóricamente que es científicamente incorrecto decir que tenemos una
tendencia heredada a hacer la guerra o actuar con violencia. Ese
comportamiento no se encuentra genéticamente en el hombre. Los
científicos dijeron que a pesar de tener un aparato neuronal apto para
actuar con violencia, ese comportamiento no se activa automáticamente. En
nuestra neurofisiología no hay nada que nos impulse a actuar con
violencia. Al examinar el tema de la naturaleza humana básica, la mayoría
de los investigadores de este campo tienen la impresión de que poseemos
potencial para desarrollarnos como personas bondadosas o agresivas, y que
prevalezca uno u otro impulso depende en buena medida de nuestra
formación.
Los
investigadores contemporáneos no sólo han rechazado la tesis de la
agresividad innata, sino también la del egoísmo. Investigadores como C.
Daniel Batson o Nancy Eisenberg, de la Universidad Estatal de Arizona, han
realizado numerosos estudios en los que se demuestra que los seres humanos
tenemos una tendencia hacia el comportamiento altruista y algunos
científicos, como la socióloga Linda Wilson, tratan de descubrir la causa.
La doctora Wilson ha teorizado que el altruismo puede formar parte de
nuestro instinto básico de supervivencia, precisamente lo opuesto a las
ideas de pensadores anteriores, quienes sostuvieron que la hostilidad y
la agresividad eran la característica constitutiva de nuestro instinto de
supervivencia. Al examinar más de cien grandes desastres naturales, la
doctora Wilson encontró una fuerte tendencia altruista entre las víctimas,
lo que parecía formar parte del proceso de recuperación. Descubrió que la
ayuda mutua tendía a evitar problemas psicológicos derivados de
situaciones traumáticas.
La
tendencia a establecer estrechos vínculos con los demás, actuando en
favor del bienestar colectivo, puede estar profundamente enraizada en la
naturaleza humana, por haberse forjado en un remoto pasado, cuando
aquellos que pasaban a formar parte de un grupo tenían mayores
probabilidades de supervivencia. Esta necesidad de estrechos lazos
sociales persiste en la actualidad. En un estudio realizado por el doctor
Larry Scherwitz, que examina los factores de riesgo de enfermedades
coronarias, se ha descubierto que las personas más centradas en sí mismas
(quienes suelen utilizar más los pronombres «yo», «mi» y «mío» en una
entrevista) eran las más propensas a desarrollarlas, a pesar de mantener
refrenados muchos comportamientos amenazadores para la salud. Los
científicos están descubriendo que las personas sin estrechos lazos
sociales tienen una salud deficiente, niveles más elevados de infelicidad
y son más vulnerables al estrés.
Abrirse para ayudar a los demás puede ser tan fundamental para nuestra
naturaleza como la comunicación. Podría establecerse una analogía con el
desarrollo del lenguaje, que, como la capacidad para la compasión y el
altruismo, es una de las magníficas características de la raza humana. Hay
zonas del cerebro específicamente dotadas para el desarrollo del lenguaje.
Si nos vemos expuestos a unas condiciones ambientales correctas, como por
ejemplo una sociedad en la que se habla, esas zonas del cerebro empiezan a
desarrollarse y a madurar y aumenta nuestra capacidad para el lenguaje.
Del mismo modo, todos los seres humanos pueden poseer la «semilla de la
compasión», que florecerá en condiciones adecuadas, en el hogar, en el
conjunto de la sociedad quizá, más tarde, gracias a nuestros propios y
decididos esfuerzos. Animados por esta idea, los investigadores tratan de
descubrir ahora cuáles son las condiciones ambientales óptimas para la
maduración de esa semilla en los niños. Por el momento han identificado
varios factores: tener padres capaces de regular sus propias emociones,
con un comportamiento altruista que los niños puedan imitar, que
establezcan límites apropiados para el comportamiento del niño, que
infundan en él responsabilidad y que utilicen el razonamiento para
dirigir su atención hacia estados afectivos y hacia las consecuencias que
puede tener su comportamiento sobre los demás.
Revisar nuestros presupuestos sobre la naturaleza fundamental de los seres
humanos, pasando de lo hostil a lo cooperativo, abre nuevas posibilidades
ante nosotros. Si empezamos por asumir el modelo del propio interés de
todo comportamiento humano, el niño sirve como un ejemplo perfecto, como
una «prueba» de esa teoría. En el momento de nacer, parece tener una sola
cosa en su mente: la satisfacción de sus necesidades, como la alimentación
y el bienestar físico. Pero si dejamos de lado esa suposición, empieza a
surgir ante nosotros una imagen completamente nueva. Podemos decir
entonces, con la misma facilidad, que el niño nace programado sólo para
aportar placer y alegría a los demás. Al observar a un niño sano, sería
difícil negar la naturaleza bondadosa de los seres humanos. A partir de
esto, podríamos argumentar que el niño tiene una capacidad innata para
aportar placer a otro, a la persona que lo cuida. Un recién nacido, por
ejemplo, sólo tiene desarrollado un cinco por ciento del sentido del
olfato, en comparación con un adulto, mientras que el sentido del gusto es
más débil aún. Pero estos sentidos en el recién nacido están polarizados
en el olor y el sabor de la leche. El acto de mamar no sólo le aporta
nutrientes, sino que también sirve para aliviar la tensión en el pecho de
la madre. Así pues, podríamos decir que el niño nace con la capacidad
innata para producir placer en la madre, al aliviar la tensión en su
pecho.
Un
niño también está biológicamente programado para reconocer y responder, y
son muy pocas las personas que no experimentan un verdadero placer cuando
un bebé las mira inocentemente a los ojos y les sonríe. Algunos etólogos
han sugerido que cuando un niño sonríe a la persona que lo cuida, o la
mira directamente a los ojos, está siguiendo una «pauta biológica»
profundamente enraizada, que «provoca» comportamientos bondadosos,
tiernos y atentos en esa persona, que también son instintivos. Conforme
avanza la investigación de la naturaleza, la noción del niño como un
pequeño manojo de egoísmo, como una máquina de comer y dormir, va dejando
paso a la de un ser que llega al mundo dotado de un mecanismo para
complacer a los demás, y que sólo necesita condiciones ambientales
adecuadas para que germine y crezca en él la «semilla de la compasión»,
fundamental y natural.
Una
vez que llegamos a la conclusión de que la naturaleza básica de la
humanidad es compasiva en lugar de agresiva, nuestra relación con el mundo
que nos rodea cambia inmediatamente. Ver a los demás como básicamente
compasivos en lugar de hostiles y egoístas nos ayuda a relajamos, a
confiar, a sentimos a gusto. Nos hace más felices.
Meditación sobre el propósito de la vida.
Esa
semana, mientras el Dalai Lama estaba en el desierto de Arizona, dedicado
a explorar la naturaleza humana y a examinar la mente con el escrutinio de
un científico, una sencilla verdad pareció iluminar todas las discusiones:
el propósito de nuestra vida es la felicidad. Esa simple afirmación puede
utilizarse como una poderosa herramienta para navegar a través de los
problemas cotidianos. Desde esa perspectiva, nuestra tarea consiste en
descartar las que conducen al sufrimiento y acumular aquellas otras que
conducen a la felicidad. El método, la práctica diaria, supone
incrementar nuestra comprensión de lo que conduce verdaderamente a la
felicidad.
Cuando
la vida se hace demasiado complicada y nos sentimos abrumados, a menudo
resulta muy útil retroceder un poco y recordar cuál es nuestro propósito,
nuestro objetivo esencial. Al afrontar la sensación de estancamiento y
confusión, puede sernos útil tomar una hora, una tarde o incluso varios
días para reflexionar y determinar qué es lo que nos aportará
verdaderamente felicidad, para luego organizar nuestras prioridades. Eso
puede resituar nuestra vida en el contexto adecuado, permitir una nueva
perspectiva y ver el camino correcto.
De vez
en cuando, tenemos que afrontar decisiones fundamentales que pueden
afectar al curso de nuestras vidas. Quizá decidamos, por ejemplo, contraer
matrimonio, tener hijos o estudiar para ser abogados, artistas o
electricistas. Una de dichas decisiones puede ser también la firme
resolución de ser felices, de conocer los factores que conciernen a la
consecución de la felicidad y dar pasos en esa dirección. Volverse hacia
la felicidad como un objetivo alcanzable y tomar la decisión de buscarla
de manera sistemática, puede cambiar profundamente nuestra vida.
El
conocimiento que tiene el Dalai Lama de los factores que, en último
término, conducen a la felicidad, proviene de toda una vida de observación
metódica de su propia mente, de exploración de la condición humana,
dentro del marco establecido por Buda hace veinticinco siglos. Así, el
Dalai Lama ha llegado a algunas conclusiones definitivas sobre qué
actividades y pensamientos son más valiosos. Sintetizó sus convicciones en
las siguientes palabras, sobre las que se debe meditar.
-A
veces, al encontrarme con viejos amigos, recuerdo lo rápidamente que pasa
el tiempo. Y eso hace que me pregunte si lo utilizamos adecuadamente. La
utilización adecuada del tiempo es muy importante. Con este cuerpo y
especialmente con este extraordinario cerebro humano, cada minuto es
precioso. Nuestra existencia cotidiana está llena de esperanza, a pesar
de que nada garantiza nuestro futuro. Nada nos asegura que mañana, a esta
misma hora, estaremos aquí. A pesar de ello, trabajamos esperanzados. Así
pues, necesitamos hacer el mejor uso posible de él. Estoy convencido de
que la utilización adecuada del tiempo consiste en servir a otras
personas, a otros seres sensibles. Si no pudiera ser así, evitemos al
menos causarles daño. Creo que ésa es toda la base de mi filosofía.
»Así
pues, reflexionemos sobre cuál es el verdadero valor en la vida, qué da
significado a nuestras vidas, y establezcamos nuestras prioridades sobre
esa base. El propósito de nuestra vida ha de ser positivo. No nacimos con
el propósito de causar problemas, de hacer daño a los demás. Para que
nuestra vida sea valiosa, tenemos que desarrollar buenas cualidades, como
cordialidad, afabilidad y compasión. Entonces, nuestra vida podrá ser más
significativa y pacífica, más feliz.
Segunda parte
Compasión y calidez humanas
5 Un
nuevo modelo de relación íntima
Soledad y conexión
Entré
en la suite del hotel donde se alojaba el Dalai Lama y él me invitó a
sentarme. Mientras se servía el té, se quitó un par de zapatos Rockports
de color caramelo claro y se instaló cómodamente en un sillón.
-¿ y
bien? -preguntó con su tono indiferente, pero con una inflexión que
indicaba su disposición a abordar cualquier tema.
Me
sonrió y se mantuvo en silencio.
Unos
momentos antes, mientras estaba sentado en el vestíbulo del hotel,
esperando que llegara la hora de nuestra reunión, yo había tomado sin
demasiado interés un ejemplar de un periódico alternativo local que estaba
abierto en la sección de anuncios personales. Pasé rápidamente la mirada
sobre los anuncios densamente agrupados, donde predominaban, página tras
página, los de gente que buscaba con desesperación relacionarse con otro
ser humano. Sin dejar de pensar en aquellos anuncios, me senté para
empezar la sesión con el Dalai Lama; de repente decidí dejar de lado la
lista de preguntas preparadas que llevaba y le pregunté:
-¿Se
siente solo alguna vez? -No -se limitó a contestar. No estaba preparado
para esta respuesta. Imaginé que diría más o menos: «Desde luego... De vez
en cuando, todo el mundo se siente algo solo». Y luego yo le preguntaría
cómo afrontaba la soledad. Yo no esperaba que alguien me contestara que
nunca se sentía solo.
-¿No?
-le pregunté de nuevo, incrédulo.
-No.
-¿A
qué lo atribuye?
Se
quedó un momento pensativo antes de contestar. -Creo que una de las
razones es que suelo mirar a todo ser humano desde un ángulo positivo,
intento buscar sus aspectos positivos. Esa actitud crea inmediatamente una
sensación de afinidad, una especie de conexión.
»Quizá
se deba a que existe por mi parte menos recelo, menos temor a que si
actúo de determinada manera quizá la persona me pierda el respeto o
piense que soy un extraño. Como ese temor no existe provoco una especie de
apertura. Creo que ése es el factor principal. Mientras me esforzaba por
captar el alcance de lo que decía, pregunté:
-Pero
¿cómo se llega a esa actitud, a no temer ser juzgado por los demás, a
despertar su antipatía? ¿Existen métodos específicos al alcance de una
persona corriente para desarrollar esa cualidad?
-Primero hay que darse cuenta de la utilidad de la compasión -me contestó
con un tono de profunda convicción-. Ese es el factor clave. Una vez que
se ha aceptado que la compasión no es algo infantil o sentimental, una
vez que has comprendido su valor más profundo, desarrollas inmediatamente
el deseo de cultivarla.
» y en
cuanto estimulas la actitud compasiva en tu mente, en cuanto se hace
activa, tu actitud hacia los demás cambia automáticamente. Si te acercas
a los demás con disposición compasiva, reducirás tus temores, lo que te
permitirá una mayor apertura. Creas un ambiente positivo y amistoso. Con
esa actitud abres la posibilidad de recibir afecto o de obtener una
respuesta positiva de la otra persona. Y, aunque el otro no se muestre
afable o no responda de una forma positiva, al menos te habrás aproximado
a él con una actitud abierta, que te proporciona flexibilidad y libertad
para cambiar tu enfoque cuando sea necesario. Esa clase de apertura
facilita al menos la posibilidad de tener una conversación significativa
con el otro. Pero sin esa actitud de compasión, si estás cerrado,
irritado o indiferente, te sentirás incómodo aunque seas abordado por tu
mejor amigo.
»Creo
que en muchos casos la gente espera que sean los otros quienes actúen
primero de forma positiva, en lugar de tomar la iniciativa de crear esa
posibilidad. Tengo la impresión de que eso es un error, que provoca
problemas y que puede actuar como una barrera que únicamente sirve para
promover el aislamiento. Así pues, si deseas superar ese sentimiento,
creo que la actitud que se adopte establece una diferencia tremenda. Y la
mejor forma es acercarse a los demás con el pensamiento de la compasión en
la propia mente.
Mi
sorpresa ante la afirmación del Dalai Lama de que nunca se sentía solo era
proporcional a mi convicción de la omnipresencia de la soledad en nuestra
sociedad, que no nacía simplemente de mi propia sensación de soledad, o
del omnipresente paso por ella que revelaba mi práctica psiquiátrica.
Durante los últimos veinte años, los psicólogos han empezado a estudiar la
soledad de una forma científica y han realizado numerosas
investigaciones. Uno de los descubrimientos más notables es que casi
todas las personas manifiestan haber padecido en algún momento soledad.
En una amplia encuesta realizada en Estados Unidos, una cuarta parte de
los adultos dijeron que se habían sentido muy solos al menos una vez
durante las dos semanas anteriores. Aunque a menudo pensamos en la soledad
crónica como un padecimiento particularmente difundido solamente entre los
ancianos, aislados en viviendas vacías o en los patios traseros de las
residencias, la investigación revela que los adolescentes y los adultos
jóvenes se sienten solos con la misma frecuencia que los ancianos.
Debido
al aumento de la soledad, los investigadores han empezado a examinar las
complejas variables que pueden contribuir a fomentarla. Así han
descubierto, por ejemplo, que los individuos solitarios tienen problemas
para abrirse hacia los demás, dificultades para comunicarse y para
escuchar y les faltan ciertas habilidades sociales como saber mantener una
conversación (cuándo asentir con un gesto, cómo responder apropiadamente o
cuándo callarse). Esta investigación sugiere que una estrategia para
superar la soledad sería la de trabajar en la mejora de estas habilidades
sociales. La estrategia del Dalai Lama, sin embargo, parecía soslayar la
cuestión de las habilidades sociales o de los comportamientos externos,
para dirigirse directamente al corazón, al valor de la compasión y el
cultivo de la misma. A pesar de mi sorpresa inicial, mientras le oía
hablar tuve el firme convencimiento de que, efectivamente, nunca se sentía
solo. Había pruebas que apoyaban su afirmación. Yo mismo había sido
testigo con frecuencia de su primera interacción con alguien totalmente
extraño para él, y el resultado era invariablemente positivo. Empezó a
quedar claro que estas interacciones positivas no eran accidentales o
simplemente el resultado de una personalidad afable. Percibí que había
dedicado mucho tiempo a pensar en la importancia de la compasión, a
cultivarla cuidadosamente y a utilizarla para preparar el terreno de su
experiencia cotidiana, haciéndolo fértil para las interacciones positivas
con las demás personas, un método que puede utilizar cualquiera que sufra
de soledad.
Dependencia de los demás frente a independencia
-La
semilla de la perfección está presente en el interior de todos los seres.
No obstante, se necesita compasión para activarla. El Dalai Lama introdujo
con estas palabras el tema de la compasión ante un público silencioso,
compuesto por unas mil quinientas personas, buena parte de las cuales
estaban consagradas al estudio del budismo. A continuación empezó a
hablar de la doctrina budista del campo de mérito.
En el
sentido budista, el mérito son las huellas positivas en la mente, o «continuum
mental», como resultado de acciones positivas. El Dalai Lama explicó que
un campo de mérito es una fuente de la que se puede extraer mérito. Según
la teoría budista, son los méritos acumulados los que determinan las
condiciones de los renacimientos futuros. La doctrina budista especifica
dos campos de mérito: el de los budas y el de otros seres sensibles. Una
forma de acumular mérito consiste en generar respeto, fe y confianza en
los budas, en los seres iluminados. La otra supone practicar la
amabilidad, la generosidad, la tolerancia, y evitar acciones negativas,
como matar, robar y mentir. Esta forma exige interacción con los demás, en
lugar de interacción con los budas. Por eso, señaló el Dalai Lama, los
otros pueden sernos de gran ayuda para acumular mérito.
La
descripción que hace el Dalai Lama de otras personas como un campo de
mérito posee una hermosa calidad lírica, producto de una gran imaginación.
Su lúcido razonamiento y su poder de convicción se combinaron para que la
charla de aquella tarde sobrecogiera a los concurrentes. Al mirar
alrededor pude darme cuenta de que muchos estaban visiblemente conmovidos.
Yo mismo me sentía cautivado. Como resultado de nuestras conversaciones
anteriores sobre la importancia de la compasión, me sentía todavía
fuertemente influido por años de formación y práctica científicas, que me
hacían considerar toda conversación sobre el tema como demasiado
sentimental. Mientras él hablaba, mi mente empezó a distraerse. Miré
furtivamente alrededor, en busca de rostros famosos, interesantes o
familiares. Puesto que había comido demasiado antes de la charla, empecé a
sentir sueño. Mi conciencia captaba a medias lo que el Dalai Lama decía
y, en un momento determinado, mi mente sintonizó de nuevo con la realidad
y le oí decir:
- ...
el otro día hablé sobre los factores necesarios para disfrutar de una vida
feliz y gozosa, como la buena salud, los bienes materiales, los amigos,
etcétera. Y todos ellos dependen de nuestros semejantes. Para mantener
una buena salud se necesitan los medicamentos fabricados por otros y
servicios de atención sanitaria ofrecidos por otros. Si examinan todas las
cosas que les proporcionan bienestar, descubrirán que no existe ningún
objeto que no tenga conexión con otras personas. Si lo piensan
cuidadosamente, verán que en la fabricación de esos objetos intervienen
muchas personas, ya sea directa o indirectamente. No hace falta decir que
cuando hablamos de buenos amigos y compañeros como otro factor necesario
para llevar una vida feliz, hablamos de interacción con otros seres
sensibles, con otros seres humanos.
»Como
pueden ver, todos esos factores se hallan inextricablemente unidos con
los esfuerzos y la cooperación de otras personas. Los otros seres son
indispensables. Así que, a pesar de que el proceso de relacionarse con los
demás suponga a veces momentos difíciles, disputas, debemos intentar
mantener una actitud de amistad y cordialidad, de modo que la interacción
con ellos nos proporcione una vida feliz.
Mientras él hablaba, experimenté una resistencia instintiva. A pesar de
que siempre he valorado y disfrutado de mis amigos y mi familia, siempre
me he considerado una persona independiente. De hecho, me enorgullezco de
esta cualidad. Secretamente, tiendo a considerar con cierto desprecio a
las personas dependientes, lo que no deja de ser una señal de debilidad.
Aquella tarde sin embargo, mientras escuchaba al Dalai Lama, ocurrió algo.
Puesto que «nuestra dependencia de los demás» no era precisamente mi tema
favorito, mi mente empezó a distraerse de nuevo y me quité con actitud
ausente un hilo suelto de la manga de la camisa. Sintonicé por un momento
con la charla, le escuché hablar sobre las numerosas personas que
participan en la creación de todas nuestras posesiones materiales. Al
escuchar sus palabras, empecé a pensar en las muchas personas implicadas
en la confección de mi camisa. Me imaginé al campesino que cultivó el
algodón. A continuación a la persona que le vendió el tractor para arar
el campo. Luego, a los cientos o incluso miles de personas que
participaron en la fabricación de ese tractor, incluidas aquellas que
extrajeron el mineral para elaborar el metal que se había utilizado. Y los
diseñadores del tractor. Luego, naturalmente, las personas que procesaron
el algodón, las que tejieron la tela, las que cortaron, tiñeron y cosieron
esa tela. Los mozos y conductores de camión que transportaron la camisa
hasta la tienda y la dependienta que me vendió la camisa. Se me ocurrió
pensar que prácticamente todos los aspectos de mi vida eran el resultado
de los esfuerzos de los demás. Mi preciosa independencia no era más que
una ilusión, una fantasía. Al darme cuenta de ello, me sentí abrumado por
un profundo sentido de interconexión e interdependencia con todos los
seres humanos. Experimenté algo parecido a un resquebrajamiento. No sé
muy bien qué fue. Pero en aquel momento hubiera deseado echarme a llorar.
Relaciones íntimas
Nuestra necesidad de los demás es paradójica. Al mismo tiempo que en
nuestra cultura exaltamos la más feroz independencia, también anhelamos
la intimidad y la conexión con una persona especial y querida. Centramos
toda nuestra energía en encontrar a esa persona que pueda curar nuestra
soledad y que, sin embargo, intensifique nuestra ilusión de seguir siendo
independientes. Aunque resulta difícil alcanzar esa conexión con una
persona, descubrí que el Dalai Lama mantiene relaciones con tantas
personas como le es posible y que eso es lo que nos recomienda a todos. De
hecho, su objetivo es conectarse con todos.
Una
tarde, al reunirme con él en la suite de su hotel en Arizona, empecé
diciéndole:
-En su
charla de ayer por la tarde habló de la importancia dé los demás,
describiéndolos como un campo de mérito. Pero hay realmente tantas formas
diferentes de relacionamos con los demás...
-Eso
es muy cierto -dijo el Dalai Lama.
-Existe, por ejemplo, una clase de relación que es muy valorada en
Occidente -observé-. Me refiero a la que se caracteriza por una profunda
intimidad entre dos personas, compartiendo los sentimientos más
profundos. La gente cree que si no se mantiene una relación semejante es
como si algo faltara en sus vidas... De hecho, la psicoterapia occidental
trata de ayudar a menudo a las personas a que desarrollen ese tipo de
relación íntima...
-Sí,
creo que esa intimidad puede verse como algo positivo -asintió el Dalai
Lama-. Si alguien se ve privado de esa clase de intimidad, puede sufrir
trastornos.
-Me
preguntaba entonces... -seguí diciendo-. Mientras estaba en el Tíbet usted
no sólo fue considerado un rey, sino también una divinidad. Supongo que
la gente le respetaba e incluso se sentía un poco nerviosa o asustada en
su presencia. ¿No creaba eso una distancia emocional con los demás, una
sensación de aislamiento? El hecho de estar separado de su familia, de
haber sido educado Como monje desde una tierna edad y de no haberse
casado nunca..., ¿no contribuyeron todas estas cosas a crear una
sensación de aislamiento? ¿Ha tenido alguna vez la sensación de haberse
perdido la experiencia de una profunda intimidad personal con los demás, o
con una persona especial, como una esposa?
-No
-me contestó sin vacilación-. Nunca he experimentado falta de intimidad.
Mi padre falleció hace muchos años, pero me sentí muy cerca de mi madre,
de mis maestros, tutores y otras personas. y con muchos de ellos pude
compartir mis sentimientos, temores y preocupaciones más profundas. Cuando
estaba en el Tíbet, en las ceremonias de Estado y en los actos públicos
se observaba una cierta formalidad, un cierto protocolo, pero eso no
siempre era así. En otras ocasiones, por ejemplo, solía pasar bastante
tiempo en la cocina y estuve cerca de algunas personas que trabajaban
allí, y bromeábamos, cuchicheábamos y compartíamos cosas de un modo
bastante relajado, sin formalidad o distancia.
»Así
que ni en el Tíbet ni fuera de él, cuando me he convertido en un
refugiado, me han faltado personas con las que compartir cosas. Creo que
buena parte de esto tiene que ver con mi naturaleza. Me resulta fácil
compartir. ¡Simplemente, no sé guardar secretos! -Se echó a reír-. Claro
que eso puede ser a veces un rasgo negativo, como por ejemplo si después
de una discusión en el Kashag':- acerca de asuntos confidenciales, yo
hablara abiertamente sobre ellos. Pero ser abierto y compartir cosas puede
ser muy útil. Debido precisamente a esta característica de mi naturaleza,
puedo hacer amigos con facilidad; no se trata únicamente de conocer a
alguien y mantener una conversación superficial, sino de compartir
realmente mis más profundos problemas y sufrimientos. Sucede lo mismo
cuando recibo buenas noticias; las comento inmediatamente con los demás.
De ese modo, experimento un sentimiento de intimidad y conexión con mis
amigos. Claro que en general me resulta fácil establecer una conexión
porque mis interlocutores se sienten muy felices de compartir el
sufrimiento o el gozo con el Dalai Lama, con" Su Santidad el Dalai Lama" .
-Se echó a reír de nuevo-. En cualquier caso, disfruto de esa intimidad.
En el pasado, por ejemplo, si me sentía decepcionado por la política del
gobierno tibetano, o si estaba preocupado por otros problemas, incluso
por la amenaza de una invasión china, me retiraba a mis habitaciones y
compartía mis sentimientos con la persona que barría el suelo. Desde
cierto punto de vista, a algunos les puede parecer bastante estúpido que
el Dalai Lama, jefe del estado tibetano, enfrentado con problemas de rango
nacional e internacional, quiera compartir sus preocupaciones con un
barrendero. -Se echó a reír de nuevo-. Pero personalmente me parece que
es muy útil, porque la otra persona participa y entonces podemos afrontar
juntos el problema.
Expandir nuestra definición de intimidad
Prácticamente todos los investigadores de las relaciones humanas están de
acuerdo en que la relación íntima es fundamental para nuestra existencia.
El muy influyente psicoanalista británico John Bowlby escribió que «las
vinculaciones íntimas con otros seres humanos son el centro alrededor del
cual gira la vida de una persona... Estas vinculaciones fortalecen a las
personas y favorecen el disfrute de la vida. Sobre esto la Ciencia actual
y la sabiduría tradicional están de acuerdo». Está claro que la intimidad
promueve tanto el bienestar físico como el psicológico. Al observar los
beneficios de las relaciones íntimas, los investigadores médicos han
descubierto que las personas que tienen amigos íntimos, a los que pueden
dirigirse para buscar seguridad, empatía, afecto, son las que más
probabilidades tienen de sobrevivir a desafíos, como ataques al corazón y
operaciones quirúrgicas, y las menos propensas a padecer enfermedades como
cáncer e infecciones respiratorias. Un estudio de más de mil pacientes
cardíacos del Centro Medico de la Universidad de Duke descubrió que
entre aquellos que no tenían cónyuge o confidente íntimo, se verificaba un
índice de mortalidad, en los cinco años posteriores al diagnóstico de
enfermedad cardiaca, tres veces mayor que el registrado entre aquellos
que estaban casados o tenían un amigo íntimo. Otro estudio efectuado
sobre miles de residentes del condado de Alameda, en California a lo
largo de un período de nueve años, demostró que quienes contaban con
mayor apoyo social y relaciones íntimas tenían índices más bajos de
mortalidad y de cáncer. Y un estudio de la Escuela de Medicina de la
Universidad de Nebraska, sobre ancianos estableció que a quienes mantenían
una relación íntima les funcionaba mejor el sistema inmunológico y tenían
niveles de colesterol más bajos. Durante el transcurso de los últimos
años se han realizado por lo menos media docena de grandes
investigaciones, dirigidas por grupos científicos diferentes, que
examinaron la relación entre intimidad y salud. Después de entrevistar a
miles de personas, todos los investigadores parecen haber llegado a la
misma conclusión: las relaciones íntimas benefician la salud.
La
intimidad es igualmente importante para mantener una buena salud
emocional. El psicoanalista y filósofo social Erich Fromm afirmó que el
temor básico de la humanidad es verse separado de otros seres humanos.
Estaba convencido de que la experiencia de la separación, si se producía
por primera vez en la infancia, constituía la fuente de toda ansiedad.
John Bowlby se mostró de acuerdo y citó una buena cantidad de pruebas
experimentales en apoyo de la idea de que la separación de las personas
que nos cuidan, habitualmente la madre o el padre, durante la última parte
del primer año de vida, crea inevitablemente temor y tristeza en los
bebés. En su opinión, la pérdida de relación interpersonal se encuentra en
las raíces mismas de las experiencias humanas de temor, tristeza y pena.
Así
pues, dada la importancia vital de la intimidad, ¿cómo nos las arreglamos
para alcanzarla en nuestra vida? Siguiendo el enfoque del Dalai Lama,
expuesto en la sección anterior, parecería razonable empezar por el
estudio de la intimidad, buscando una definición funcional y un modelo.
Pero al buscar la respuesta en la ciencia, nos encontramos con que todos
los investigadores están de acuerdo en la importancia de la intimidad, y
que ahí termina la coincidencia. Quizá el resultado más notable de una
revisión incluso rápida de los diversos estudios sobre el tema sea
comprobar que existe una amplia diversidad de opiniones y teorías sobre
qué es exactamente la intimidad. En un extremo del espectro está Desmond
Morris, que escribe desde la perspectiva de un zoólogo con formación en
etología. En su libro Comportamiento íntimo, Morris define así la
relación íntima: «Intimar significa acercarse... La intimidad se produce
cuando dos personas entran en contacto físico». Tras definir la intimidad
en términos de puro contacto físico, pasa a explorar las innumerables
formas de contacto físico entre los seres humanos, desde una simple
palmada en la espalda hasta el abrazo sexual. Considera el tacto, desde un
estrecho abrazo hasta modos indirectos de contacto físico, como la
manicura, una forma de confortar a otros. Llega a decir incluso que los
contactos físicos que mantenemos con los objetos de nuestro entorno, desde
los cigarrillos hasta las joyas o las camas de agua, actúan como
sustitutos de la intimidad.
La
mayoría de los investigadores, sin embargo, no son tan concretos en sus
definiciones de la intimidad y están de acuerdo en que es algo más que
simple cercanía física. Al considerar la raíz de la palabra intimidad, que
procede del latín intima, que significa «interior» o «muy interior»,
admiten a menudo una definición más amplia, como la del doctor Dan McAdams,
autor de varios libros sobre el tema: «El deseo de intimidad es el deseo
de compartir con otro lo más profundo de sí». Pero las definiciones no se
detienen aquí. En el extremo opuesto al de Desmond Morris está el equipo
de psiquiatras formado por Thomas Patrick Malone y su hijo Patrick Thomas
Malone. En su libro El arte de la intimidad, la definen como «la
experiencia de la conectividad». Su estudio se inicia con un meticuloso
examen de nuestra «conectividad» con los demás, a pesar de lo cual no se
limitan a las relaciones humanas. Su definición es tan amplia que incluye
nuestra relación con los objetos inanimados, como árboles, estrellas e
incluso el espacio. Los conceptos de intimidad ideal también varían a lo
largo y ancho del mundo y de la historia. La noción romántica de esa
«única persona especial» con la que mantenemos una apasionada relación
íntima es un producto de nuestro tiempo y cultura. Pero este modelo de
intimidad no es universal. Los japoneses, por ejemplo, parecen encontrar
la intimidad en la amistad, mientras que los estadounidenses la buscan en
apasionadas relaciones románticas. Al observar esto, algunos
investigadores han sugerido que los asiáticos, que tienden a centrarse
menos en sentimientos personales y se preocupan más por los aspectos
prácticos de las relaciones sociales, parecen menos vulnerables a la
desilusión que implica el desmoronamiento de las relaciones.
Los
conceptos de intimidad también han cambiado espectacularmente con el
transcurso del tiempo. En la América colonial, por ejemplo, el grado de
intimidad y proximidad física era generalmente mayor que el actual, ya
que la familia y hasta los extraños compartían espacios exiguos, dormían
juntos en una misma habitación y utilizaban una misma estancia para
bañarse, comer y dormir. Y, sin embargo, la comunicación habitual entre
los cónyuges era bastante formal para las normas hoy vigentes, no muy
diferente al modo en que las personas conocidas y los vecinos se hablan
unos a otros. Apenas un siglo más tarde, el amor y el matrimonio habían
experimentado un intenso proceso de romantización y la exposición de la
interioridad era el ingrediente de cualquier relación amorosa.
Las
ideas sobre el comportamiento privado e íntimo también han cambiado con el
transcurso del tiempo. En la Alemania del siglo XVI, por ejemplo, se
esperaba que la pareja de recién casados consumara su matrimonio en una
cama rodeada de testigos.
También ha cambiado la forma de expresar las emociones. En la Edad Media
se consideraba normal expresar públicamente, con gran intensidad y de
forma muy directa, una amplia gama de sentimientos, como alegría, cólera,
temor, piedad y hasta el placer de torturar y matar a los enemigos. Los
extremos de risa histérica, llanto apasionado y cólera violenta se
expresaban con una intensidad que no se aceptaría en nuestra sociedad.
Pero con la frecuente expresión pública de los sentimientos, en esa
sociedad no tenía relevancia el concepto de intimidad emocional; si uno
manifiesta abierta e indiscriminadamente toda clase de emociones, queda
poco para expresar en los contactos privados.
Está
claro, por lo tanto, que las ideas sobre la intimidad no son universales.
Cambian con el transcurso del tiempo, vinculadas a condicionamientos
económicos, sociales y culturales, y además, en un mismo estadio
histórico, por los comportamientos y las definiciones. Entonces ¿qué
significa esto en nuestra búsqueda del concepto de intimidad? Creo que la
respuesta es evidente..
Hay
una increíble diversidad de vidas humanas, infinitos modos de experimentar
la intimidad. Esta toma de conciencia, por sí sola, nos ofrece una gran
oportunidad. Significa que disponemos de vastos recursos de intimidad. La
intimidad nos rodea por todas partes. .
Muchos
de nosotros nos sentimos oprimidos por la sensación de que algo falta en
nuestras vidas, y sufrimos a causa de la ausencia de una relación íntima.
Esto es particularmente cierto cuando pasamos por los inevitables períodos
en los que no tenemos una relación sentimental, o cuando la pasión se ha
desvanecido. En nuestra cultura se ha difundido la creencia de que la
intimidad se alcanza mejor con una relación romántica y apasionada, al
lado de esa persona que singularizamos entre todas las demás. Éste puede
ser un punto de vista muy limitador, que nos aleja de otras fuentes
potenciales de intimidad y causa mucha desdicha e infelicidad cuando ese
alguien especial no está presente. Pero tenemos a nuestro alcance los
medios para evitarlo; sólo tenemos que expandir valerosamente nuestro
concepto de intimidad para incluir a todas las personas que nos rodean. Al
ampliar nuestra definición de intimidad, descubrimos muchas formas nuevas
e igualmente satisfactorias de conectarnos con los demás. Eso nos conduce
de nuevo a mi discusión sobre la soledad con el Dalai Lama, que se inició
gracias a la sección de anuncios personales de un periódico. La situación
me extrañó. Cuando aquellas personas redactaban sus anuncios,
esforzándose por encontrar las palabras adecuadas para introducir pasión
en sus vidas y desterrar la soledad, ¿cuántas de ellas estaban ya
rodeadas de amigos, familiares o conocidos, con vínculos que podían
cultivarse fácilmente hasta convertirlos en relaciones íntimas, genuinas
y profundamente satisfactorias? Yo diría que muchas. Si lo que buscamos en
la vida es la felicidad, y la relación es un ingrediente importante de
una vida más feliz, está claro que tiene sentido orientarnos con arreglo a
un modelo que incluya tantas formas de conexión con los demás como sea
posible. El modelo del Dalai Lama se basa en la voluntad de abrirnos a
todos nuestros semejantes, a la familia, los amigos y hasta los extraños,
creando así vínculos genuinos y profundos basados en nuestra común
humanidad.
6
Ahondar en nuestra conexión con los demás
UNA
TARDE, después de su conferencia llegué a la suite del hotel del Dalai
Lama para nuestra cita diaria con unos minutos de antelación. Un ayudante
me hizo salir discretamente al pasillo y me dijo que Su Santidad tenía una
audiencia privada. Permanecí en ese lugar con el que ya estaba
familiarizado, frente a la puerta de la suite, y utilicé el tiempo de que
disponía para revisar mis notas para nuestra sesión, al tiempo que
trataba de evitar la mirada recelosa de un guardia de seguridad, la misma
mirada con la que los empleados de las tiendas observan a los estudiantes
de escuela superior que merodean alrededor de las estanterías de las
revistas.
Pocos
momentos más tarde se abrió la puerta y salió una pareja muy bien vestida,
de mediana edad. Me pareció reconocerlos. Recordé entonces que había sido
brevemente presentado a ellos unos días antes. Me habían dicho que la
mujer era una conocida heredera y el marido un abogado de Manhattan,
extremadamente rico y poderoso. Sólo habíamos intercambiado unas pocas
palabras, pero ambos me impresionaron por su increíble arrogancia. Ahora,
al verlos salir de la suite del Dalai Lama, observé un cambio asombroso en
los dos. Habían desaparecido por completo las expresiones de suficiencia
y la actitud arrogante, sustituidas por expresiones de ternura y emoción.
Parecían dos niños. Las lágrimas corrían por las mejillas de ambos.
Aunque el efecto que ejerce el Dalai Lama no siempre es tan espectacular,
he observado que la gente responde invariablemente con algún cambio
emocional. Me había maravillado desde hacía tiempo su capacidad para
forjar vínculos y establecer un intercambio emocional profundo y
significativo.
Establecer empatía
Aunque
durante nuestras conversaciones en Arizona habíamos hablado de la
importancia de la cordialidad y la compasión humanas, no fue hasta unos
meses más tarde, en su hogar de Dharamsala, cuando tuve la oportunidad de
explorar más detalladamente con él el tema de las relaciones humanas. Para
entonces, ansiaba descubrir los principios de sus interacciones con los
demás susceptibles de ser aplicados a mejorar cualquier relación, ya fuese
con extraños o con familiares, amigos y amantes. Ávido por empezar, abordé
el tema de inmediato.
-y
ahora, sobre las relaciones humanas..., ¿cuál diría que es el método o la
técnica más efectiva para conectar con los demás de una forma
significativa y reducir los conflictos?
Me
miró fijamente por un momento. No fue una mirada de enojo, pero hizo que
me sintiera como si acabara de pedirle que me diera la composición química
del polvo lunar.
Tras
una breve pausa, respondió:
-Bueno, el trato con los demás es un tema muy complejo. No hay manera de
encontrar una fórmula con la que se puedan solucionar todos los
problemas. Es un poco como cocinar. Si se prepara una comida deliciosa, el
proceso pasa por diversas fases. Quizá haya que hervir las verduras por
separado, para luego sofreírlas y cocinarlas de forma especial,
mezclándolas con especias, y así sucesivamente; el resultado final es un
producto delicioso. Lo mismo sucede en las relaciones; existen muchos
factores. No se puede decir: «Este es el método» o «Ésta es la técnica».
No era
exactamente la clase de respuesta que yo buscaba. Pensé que se mostraba
evasivo y tuve la impresión de que, seguramente, tendría algo más concreto
que ofrecerme, así que seguí presionándolo.
-Bueno
si no hay un método único para mejorar nuestras relaciones, ¿hay quizá
algunas normas generales que puedan ser útiles.
El
Dalai Lama pensó un momento antes de contestar.,
-Sí.
Antes hablamos de la importancia de acercarse a los demás con actitud
compasiva. Eso es crucial. Claro que no es suficiente con decirle a
alguien: «Es muy importante ser compasivo; hay que tener más amor». Una
receta tan sencilla no sería provechosa. Pero un medio efectivo para
inducir a ser más cálido y compasivo consiste ,en razonar acerca del valor
y los beneficios prácticos de la compasión, así como hacer reflexionar a
las personas sobre sus sentimientos cuando los otros son amables con
ellas. Eso en cierto modo los prepara, de tal manera que se producirá más
de un efecto a medida que sigan realizando esfuerzos por ser más
compasivos.
»Al
considerar los diversos medios para desarrollar mas compasión, creo que
la empatía es un factor importante. La capacidad para apreciar el
sufrimiento del otro. Tradicionalmente una, de las técnicas budistas para
acrecentar la compasión consiste en imaginar una situación en la que sufre
un ser sensible, por ejemplo una oveja a punto de ser sacrificada y luego
tratar de imaginar el sufrimiento de esa oveja. El Dalai Lama se detuvo un
momento para reflexionar, mientras pasaba entre los dedos con expresión
ausente las cuentas de una especie de rosario.
-Pienso -siguió diciendo- que si tratáramos con alguien que se mostrara
muy frío e indiferente, esta técnica de visualización no sería muy
efectiva. Sería como si se lo pidiera al carnicero dispuesto a sacrificar
una oveja; está tan endurecido, tan acostumbrado ,que eso no haría mella
en él. Así que sería muy difícil explicar esa técnica y utilizarla con
algunos occidentales acostumbrados a cazar y pescar por simple diversión,
como una forma de distracción...
-En
ese caso -le sugerí-, quizá no sea una técnica efectiva pedirle a un
cazador que se imagine el sufrimiento de su presa, pero se pueden
despertar sus sentimientos pidiéndole que se imagine a su perro de caza
favorito atrapado en una trampa y gañendo de dolor.
-Sí,
exactamente -asintió el Dalai Lama-. Creo que se podría ajustar esa
técnica a las circunstancias. Por ejemplo, es posible que la persona en
cuestión no experimente fuerte empatía con los animales, pero puede
sentirla con un miembro de su familia o un amigo. En tal caso, podría
visualizar una situación en que la persona querida sufriera o pasara por
una situación trágica para luego imaginar cómo respondería. Así que se
puede intentar acrecentar la compasión tratando de establecer empatía con
el sentimiento o la experiencia de otro.
»Creo
que la empatía es importante, no sólo como medio para aumentar la
compasión, sino que en términos generales, al tratar con los demás cuando
están en dificultades, resulta extremadamente útil para situarse en el
lugar del otro y ver cómo reaccionaría uno ante la situación. Aunque no
se tengan experiencias comunes con la otra persona o su estilo de vida sea
muy diferente, siempre puede intentarse con la imaginación. Quizá haya que
ser algo creativo. Esta técnica supone la capacidad para suspender
temporalmente el propio punto de vista y buscar la perspectiva de la otra
persona, imaginar cuál sería la situación si uno estuviera en su lugar, y
cómo la afrontaría. Eso ayuda a desarrollar una conciencia de los
sentimientos del otro y a respetar dichos sentimientos, algo importante
para reducir los conflictos y problemas con los demás.
Esa
tarde nuestra entrevista fue breve. Se me había incluido con dificultad y
en el último momento en la poblada agenda del Dalai Lama y mantuvimos la
conversación a últimas horas del día, como había sucedido en varias
ocasiones. Fuera, el sol empezaba a ponerse, llenando la estancia de una
luz crepuscular agridulce, convirtiendo el amarillo pálido de las paredes
en un ámbar más profundo y sembrando de ricos matices dorados las imágenes
budistas. El ayudante del Dalai Lama entró silenciosamente en la estancia,
indicando el final de nuestra sesión. Enfrascado en la conversación,
pregunté:
-Sé
que tenemos que terminar, pero ¿tiene otros consejos para ayudar a crear
empatía con los demás?.
Haciéndose eco de las palabras que había pronunciado muchos meses antes en
Arizona, contestó con una afable simplicidad: -Siempre me acerco a los
demás en el terreno básico que nos es común. Todos tenemos una estructura
física, una mente, emociones. Todos hemos nacido del mismo modo y todos
moriremos. Todos deseamos alcanzar la felicidad y no sufrir. Al mirar a
los demás desde esa perspectiva, en lugar de percibir diferencias
secundarias, como el hecho de que yo sea tibetano y tenga una religión y
unos antecedentes culturales diferentes, experimento la sensación de
hallarme ante alguien que es exactamente igual que yo. Creo que
relacionarse con una persona en ese nivel facilita el intercambio y la
comunicación.
Y tras
decir esto se levantó, sonrió, me estrechó la mano y se retiró. A la
mañana siguiente continuamos nuestra discusión en el hogar del Dalai Lama.
-En
Arizona hablamos mucho sobre la importancia de la compasión en las
relaciones humanas y ayer abordamos el papel de la empatía para mejorar
nuestra capacidad para relacionamos...
-Sí
-dijo el Dalai Lama.
-Además de eso, ¿puede sugerir algún método o técnica adicional?
-Bueno, como ya le comenté ayer, no hay una o dos técnicas sencillas
capaces de resolver todos los problemas. Sin embargo, creo que hay algunas
cosas que pueden ayudar. En primer lugar, es útil conocer y valorar los
antecedentes de la persona con la que estamos tratando. Mantener una
actitud mental abierta y honrada también nos ayuda. Esperé, pero él no
añadió nada más.
.
-¿Puede sugerir algún otro método para mejorar nuestras relaciones?
El
Dalai Lama pensó un momento. -No -contestó, echándose a reír. Consideré
que esos consejos eran demasiado simplistas. Sin embargo, y puesto que
eso parecía ser todo lo que él tenía que decir por el momento, abordamos
otros temas.
Aquella tarde fui invitado a cenar en casa de unos amigos tibetanos en
Dharamsala. Organizaron una velada muy animada. La comida fue excelente,
con un deslumbrante despliegue de platos especiales cuya estrella fue el
Mo Mas tibetano, a base de sabrosas albóndigas de carne. A medida que
transcurría la cena, se animó la conversación. Los invitados no tardaron
en contar historias subidas de tono sobre las situaciones embarazosas en
que se habían visto durante una borrachera. Entre los invitados se
encontraba una conocida pareja alemana, ella arquitecta y él autor de una
docena de libros.
Como
estaba interesado en sus libros me acerqué al escritor y entablé
conversación con él. Sus respuestas eran breves y superficiales; su
actitud, abrupta y distante. Convencido de que era un hosco esnob me
resultó inmediatamente antipático. Me consolé pensando que al menos había
intentando conectar con él y entablé conversación con otros invitados más
amistosos.
Al día
siguiente estaba con un amigo en un café del pueblo y, mientras tomábamos
el té, le conté lo ocurrido la noche anterior. -Realmente, disfruté con
todos, excepto con Rolf, ese escritor... Parecía tan arrogante y...,
bueno, poco amistoso.
, -Lo
conozco, desde hace varios años -dijo mi amigo-, y sé que esa es la
impresión que causa, pero sólo porque al principio es un poco tímido y
reservado. En realidad, es una persona maravillosa si se le llega a
conocer un poco... -Yo no me dejaba convencer y mi amigo siguió
diciendo-; A pesar de ser un escritor de éxito, ha tenido en su vida más
dificultades de las que se merecía. Su familia sufrió tremendamente a
manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Rolf tiene dos
hijos, a los que está muy entregado, que han nacido con un extraño
trastorno genético que los discapacita física y mentalmente. En lugar de
amargarse por ello o pasarse el resto de la vida representando el papel de
mártir, afrontó sus problemas con abnegación y dedicó muchos años a
trabajar como voluntario en favor de los discapacitados. Realmente, es una
persona muy especial.
Volví
a encontrarme con Rolf y su esposa al final de esa semana, en el pequeño
aeródromo. Teníamos previsto tomar el mismo vuelo a Delhi, pero fue
cancelado. El siguiente saldría al cabo de unos días, así que decidimos
compartir un taxi hasta la capital, un horrible trayecto de diez horas.
La información de mi amigo había cambiado mis sentimientos hacia Rolf y
durante el largo trayecto me sentí más receptivo. Como consecuencia de
ello, hice un esfuerzo por mantener una conversación. Inicialmente, su
actitud fue la misma. Pero pronto descubrí que, tal como me había
comentado mi amigo, su distanciamiento se debía más a la timidez que al
esnobismo. Mientras traqueteábamos por la sofocante y polvorienta campiña
del norte de la India y nos enfrascábamos cada vez más profundamente en la
conversación, demostró ser una persona cálida y un excelente compañero de
viaje.
Al
llegar a Delhi ya estaba convencido de que el consejo del Dalai Lama de
«conocer los antecedentes» de las personas no era tan superficial como me
había parecido en un principio. Sí, quizá fuera simple, pero no simplista.
En ocasiones, el medio más efectivo para intensificar la comunicación es
precisamente el que tendemos a considerar como ingenuo.
Días
más tarde me encontraba todavía en Delhi, esperando el viaje que me
llevaría a casa. El cambio respecto de la tranquilidad que se respiraba en
Dharamsala era exasperante y me sentía de muy mal humor. Además del
apabullante calor, la contaminación y las multitudes, las aceras estaban
atestadas de toda clase de depredadores urbanos dedicados a la estafa
callejera. Caminar por las abrasadoras calles de Delhi como un occidental,
un extranjero, un objetivo, abordado sin tregua por los pedigüeños, era
como si tuviera tatuada en la frente la palabra «Imbécil». Era
desmoralizador.
Esa
misma mañana fui víctima de una estratagema habitual a cargo de dos
hombres. Uno de ellos me salpicó con pintura roja los zapatos en un
momento en que yo estaba distraído. Un poco más adelante, su compinche,
con aspecto de inocente limpiabotas me señaló la pintura y se ofreció para
limpiarme los zapatos al precio habitual. Efectivamente, me limpió
hábilmente los zapatos en pocos minutos. Una vez que hubo terminado, me
pidió una suma enorme, equivalente a dos meses de salario para muchos de
los habitantes de Delhi. Cuando protesté, afirmó que ése era el precio
que habíamos convenido. Protesté de nuevo, y el muchacho se puso a gritar,
atrayendo la atención de la multitud, que me negaba a pagarle sus
servicios. Ese mismo día, algo más tarde, supe que esta añagaza se
empleaba a diario con los turistas desprevenidos.
Por la
tarde almorcé con una colega en mi hotel. Lo sucedido esa mañana había
quedado rápidamente olvidado y ella me preguntó por mis recientes
entrevistas con el Dalai Lama. Nos enfrascamos en una conversación sobre
las ideas de éste acerca de la empatía y la importancia de adoptar la
perspectiva de la otra persona. Después de almorzar tomamos un taxi y
fuimos a visitar a unos amigos comunes. Cuando el taxi se ponía en
marcha, pensé de nuevo en el limpiabotas y, mientras esas negras imágenes
cruzaban por mi mente, se me ocurrió echar un vistazo al taxímetro.
-¡Pare! -grité de pronto.
. Mi
amiga se sobresaltó. El taxista me miró burlonamente por el espejo
retrovisor, pero siguió conduciendo. -¡Deténgase! -le exigí, con voz ahora
temblorosa, con un atisbo de histeria. Mi amiga parecía conmocionada. El
taxi se detuvo. Señalé furioso el taxímetro, blandiendo el dedo en el
aire-. ¡No puso el taxímetro a cero! ¡Había más de veinte rupias cuando
iniciamos la carrera!
-Lo
siento, señor -dijo el hombre con indiferencia, lo que me enfureció aún
más-. Se me olvidó. Lo volveré a poner en marcha... -¡Usted no va a poner
en marcha nada! -exploté-. Estoy harto de que hinchen los precios, me
lleven en círculo o hagan todo lo que puedan por robar a la gente...
¡Estoy... harto!
Yo
balbuceaba como un mojigato escandalizado, y mi amiga parecía consternada.
El taxista se limitó a mirarme con la misma expresión desafiante de las
vacas sagradas que recorren las ajetreadas calles de Delhi y se detienen
donde les place, con la sediciosa intención de detener el tráfico, como si
yo fuera un quisquilloso incorregible. Arrojé unas pocas rupias sobre el
asiento delantero y sin decir una palabra mi amiga y yo nos apeamos.
Pocos
minutos más tarde paramos otro taxi y reanudamos el camino. Pero no podía
dejar el tema. Mientras recorríamos las calles de Delhi, no paraba de
quejarme de que allí «todo el mundo» se dedicaba a engañar a los turistas
y de que no éramos para ellos más que presas. Mi colega me escuchaba en
silencio mientras yo despotricaba y desvariaba.
-Bueno
-dijo ella finalmente-, veinte rupias no suponen más que un cuarto de
dólar. ¿Por qué enfadarse tanto? -¡Pero los principios son los que
cuentan! -exclamé con piadosa indignación-. No comprendo cómo puedes
seguir tan tranquila cuando esto ocurre continuamente. ¿No te molesta?
-Bueno -me contestó pausadamente-, me molestó por un momento, pero luego
pensé en lo que hablamos durante el almuerzo, lo que dijo el Dalai Lama
acerca de ver las cosas desde la perspectiva del otro. Mientras tú te
enojabas, intentaba ver qué tenía yo en común con el taxista. Ambos
deseamos buenos alimentos, dormir bien, sentirnos a gusto, ser queridos.
Entonces, intenté imaginarme como taxista: todo el día en un taxi
sofocante, sin aire acondicionado, sintiéndome colérica e irritada por los
extranjeros ricos..., así que no se me ocurre nada mejor para que las
cosas sean algo más «justas», para ser un poco más feliz, que sacarles un
poco de dinero. La cuestión es que, a pesar de que consigo obtener unas
pocas rupias de algún que otro turista inocente, no lo considero como una
forma muy satisfactoria de llevar una vida mejor... En cualquier caso,
Cuanto más me imaginaba como taxista, menos enfadada me sentía con él. Su
vida me parecía sencillamente triste... No es que esté de acuerdo con su
comportamiento e hicimos bien al bajarnos del taxi, pero no pude
enfadarme con él tanto como para odiarle.
Guardé
silencio. En realidad, me sentía asombrado ante lo poco que yo había
absorbido del Dalai Lama. Para entonces ya había empezado a apreciar el
valor de «comprender al otro» y sus ejemplos acerca de cómo poner en
práctica los principios. Pensé de nuevo en nuestras conversaciones,
iniciadas en Arizona y continuadas ahora en la India, y me di cuenta de
que, ya desde el principio, habían adquirido un tono clínico, como si yo
le hiciera preguntas sobre anatomía humana sólo que, en este caso, era la
anatomía de la mente y el espíritu humanos. Hasta ese momento, sin
embargo, no se me había ocurrido aplicar plenamente sus ideas a mi propia
vida; siempre había tenido la vaga intención de tratar de ponerlas en
práctica en el futuro, cuando dispusiera de más tiempo.
Examen de la base fundamental de una relación
Mis
conversaciones con el Dalai Lama en Arizona se habían iniciado con un
análisis de las fuentes de la felicidad. A pesar de que él había elegido
vivir como un monje, se ha demostrado que el matrimonio puede traer la
felicidad, al aportar estrechos vínculos que proporcionan satisfacción.
Entre estadounidenses y europeos se han llevado a cabo muchos estudios
que demuestran que en general la gente casada es más feliz y se siente más
satisfecha con la vida que las personas solteras o viudas, por no hablar
de los divorciados o separados. Una encuesta descubrió que seis de cada
diez estadounidenses que califican su matrimonio de «muy feliz» también
consideran su vida, en conjunto, como «muy feliz». Al analizar el tema de
las relaciones humanas, me pareció importante sacar a relucir esa fuente
de felicidad.
Minutos antes de una de las entrevistas programadas con el Dalai Lama, me
encontraba sentado con un amigo en el patio exterior del hotel, en Tucson,
tomando un refresco. Tras mencionar el tema del idilio amoroso y el
matrimonio, que deseaba plantear en mi entrevista, mi amigo y yo no
tardamos en lamentarnos de ser solteros. Mientras hablábamos, una pareja
joven, de aspecto saludable, de vacaciones y quizá golfistas, se sentaron
a una mesa, cerca de nosotros. Ofrecían el aspecto de un matrimonio de
tipo medio; no en luna de miel, pero jóvenes y sin duda enamorados.
«Tiene que ser agradable», pensé.
Apenas
se hubieron sentado empezaron a discutir.
-¡Te
dije que llegaríamos tarde! -acusó con acidez la mujer, con una voz
sorprendentemente ronca, fruto sin duda de años de tabaco y alcohol-.
Ahora apenas si tendremos tiempo para estar un momento sentados. ¡Ni
siquiera puedo disfrutar de la comida!
-Si no
hubieras tardado tanto tiempo en prepararte... -replicó el hombre, can
tono más sereno, pero cargado de hostilidad.
-Ya
estaba preparada hace media hora -refutó ella-. Pero tú tenías que
terminar de leer el periódico...
Y
continuaron de ese modo. La discusión no acababa. Tal como dijo Eurípides:
«Cásate; es posible que salga bien. Pero cuando un matrimonio fracasa, se
vive un verdadero infierno en el hogar.
Aquella discusión, cuya acritud aumentó rápidamente, terminó con nuestros
lamentos de solteros. Mi amigo alzó los ojos y citó una frase de Seinfeld:
-«¡Oh,
sí! ¡Deseo casarme muy pronto!»
Apenas
unos momentos antes tenía la intención de conocer la opinión del Dalai
Lama sobre las alegrías y virtudes del idilio amoroso y el matrimonio. En
lugar de eso, en cuanto entré en la suite de su hotel y casi antes de
sentarme, pregunté:
-¿Por
qué surgen conflictos con tanta frecuencia en los matrimonios?
-Cuando se trata de conflictos, las cosas pueden ser bastante complejas
-explicó el Dalai Lama-. Hay muchos factores implicados. Así que cuando
tratamos de comprender los problemas de relación, es preciso reflexionar
primero sobre la naturaleza fundamental y la base de esa relación.
»Así
que, antes que nada, hay que reconocer que existen diferentes clases de
relación y examinar esas diferencias. Por ejemplo, dejando de lado por el
momento el tema del matrimonio y centrándonos en las amistades corrientes,
observamos que hay diferentes clases de amistad. Algunas se basan en la
riqueza, el poder o la posición. En esos casos, la amistad continúa
mientras tengas poder, riqueza o posición. En cuanto desaparecen, la
amistad se desvanece. Por otro lado, hay una amistad basada no en
consideraciones de riqueza, poder y posición, sino más bien en el
verdadero sentimiento humano, en un sentimiento de proximidad, en el que
existe la sensación de compartir, de estar conectado. Ésa es la amistad
que yo llamaría genuina, porque no la mediatiza la riqueza, la posición o
el poder. Lo fundamental para una amistad genuina es un sentimiento de
afecto. Si falta, no se puede mantener una verdadera amistad. Lo hemos
mencionado antes y es bastante evidente, pero si se tienen problemas de
relación a menudo resulta muy útil retroceder un poco y reflexionar sobre
la base de ella.
»Del
mismo modo, si alguien tiene problemas con su cónyuge, quizá sea útil
examinar la base de la relación. A menudo, por ejemplo, hay relaciones
cimentadas por una atracción sexual inmediata. Cuando una pareja acaba de
conocerse es posible que se sientan locamente enamorados y muy felices.
-Se echó a reír-. Pero cualquier decisión tomada en ese momento sería muy
inestable. Del mismo modo que uno puede enloquecer a causa de una cólera u
odio muy intensos, también es posible que un individuo enloquezca
impulsado por la intensidad de la pasión o el placer. Incluso situaciones
en las que el individuo piensa: "Bueno, mi novio o mi novia no es en
realidad una buena persona, pero a pesar de todo me sigue atrayendo". Así
pues, una relación basada en esa atracción inicial es muy poco fiable, muy
inestable, porque se apoya en algo pasajero. Ese sentimiento dura muy
poco, desaparecerá al cabo de poco tiempo. -Hizo chascar los dedos-. En
consecuencia, no debería sorprender a nadie que la relación empezara a
tener problemas, y todo matrimonio basado en ella tuviera conflictos...
Pero ¿usted qué piensa?
-Sí,
estoy de acuerdo con usted en eso -admití-. Parece ser-que en toda
relación, incluso en las más ardientes, la pasión termina por enfriarse.
Algunas investigaciones han demostrado que quienes consideran la pasión y
el romanticismo esenciales para su relación, suelen desilusionarse y
divorciarse. Ellen Berscheid, psicóloga social de la Universidad de
Minnesota, lo estudió y llegó a la conclusión de que la incapacidad para
percatarse de la limitada vida media del amor apasionado puede acabar con
una relación. Ella y sus colegas creen que el aumento de los índices de
divorcio durante los últimos veinte años se halla en parte relacionado con
la creciente importancia que concede la gente a experiencias emocionales
intensas en sus vidas, como es el caso del amor romántico. Porque es
difícil mantener esas experiencias durante mucho tiempo...
-Eso
parece muy cierto -asintió-. Al abordar esos problemas, se da uno cuenta
de la tremenda importancia que tienen el examen y la comprensión de la
naturaleza fundamental de las relaciones. »Ahora bien, aunque muchas
relaciones se basan en la atracción sexual inmediata, en otras la persona
juzga con serenidad que desde el punto de vista físico el otro no es
demasiado atractivo, pero es una persona buena y amable. Una relación como
ésta es mucho más duradera, porque genera una verdadera comunicación entre
los dos...
El
Dalai Lama se detuvo un momento, como si meditara, antes de añadir:.
-Conviene dejar claro que también se puede tener una relación buena y
saludable que incluya la atracción sexual. Parece ser, por tanto, que
existen dos clases de relación basadas en la atracción sexual. Una de
ellas obedece al puro deseo sexual. En ese caso, la motivación o el
impulso que hay tras el vínculo es realmente la satisfacción temporal, la
gratificación inmediata. Los individuos se relacionan entre si no tanto
como personas, sino más bien como objetos. Ese vínculo no es muy sano,
porque sin ningún componente de respeto mutuo termina por convertirse
casi en prostitución, como una casa construida sobre cimientos de hielo:
el edificio se desploma en cuanto se funde el hielo.
»No
obstante, hay relaciones en que la atracción sexual, si bien es poderosa,
no es fundamental. Existe un aprecio de valores relacionados con la
cordialidad. Estas relaciones son, por lo general, más duraderas y
fiables. y para establecer una relación semejante es preciso dedicar
tiempo suficiente a conocer las características del otro.
»En
consecuencia, cuando mis amigos me preguntan sobre el matrimonio, suelo
preguntarles desde cuándo conocen a su pareja. Si me contestan que desde
hace sólo unos meses, suelo decirles: "Oh, eso es demasiado poco". Si me
hablan de unos años, ya me parece mejor porque sé que entonces no sólo
conocen el aspecto físico del otro, sino también su naturaleza más
profunda...
-Eso
me recuerda la afirmación de Mark Twain: «Ningún hombre o mujer sabe
realmente qué es el amor perfecto hasta que no lleva casado un cuarto de
siglo».
El
Dalai Lama asintió con un gesto y continuó:
-Sí...
Creo que muchos problemas aparecen sencillamente porque las personas no se
conceden tiempo suficiente para conocerse unas a otras. En cualquier caso,
creo que si alguien trata de construir una relación verdaderamente
satisfactoria, la mejor forma de conseguirlo es conociendo la naturaleza
profunda del otro, y relacionándose con él en ese nivel, en lugar de
hacerlo simplemente a través de las características superficiales. Y en
esas relaciones también juega un papel la verdadera compasión.
»He
oído decir a muchas personas que su matrimonio tiene un sentido más
profundo que la simple relación sexual, que el matrimonio implica a dos
personas que tratan de enlazar sus vidas, compartir sus vicisitudes y la
intimidad. Si esa afirmación es honesta, la relación es sana. Toda
relación sana implica responsabilidad y compromiso. Claro que el contacto
físico, la relación sexual de la pareja, puede tener un efecto calmante
sobre la mente. Pero, después de todo, desde el punto de vista biológico,
el propósito principal de la relación sexual es la reproducción. Y para
realizado con éxito, hay que tener una actitud de compromiso hacia la
descendencia, para que ésta pueda sobrevivir y desarrollarse. Por eso es
tan importante potenciar la capacidad para la responsabilidad y el
compromiso. Sin ella, la relación únicamente ofrece una satisfacción
temporal. Es simple diversión. Se echó a reír, con una risa que parecía
maravillada por el comportamiento humano.
Relaciones basadas en el romanticismo
Me
resultaba extraño estar hablando de sexo y matrimonio con un hombre de más
de sesenta años y célibe. No parecía reacio a hablar de estos temas,
aunque sí pude observar un cierto distanciamiento en sus comentarios.
Esa
misma noche, algo más tarde, al pensar en nuestra conversación, se me
ocurrió que aún quedaba un componente importante de las relaciones del que
no habíamos hablado, y sentía curiosidad por saber cuál era su postura. Se
lo planteé al día siguiente.
-Ayer
hablamos de las relaciones y de la importancia de basar una relación
íntima o matrimonial en algo más que en el sexo -empecé a decir-. Pero,
en la cultura occidental, lo que se considera muy deseable no es
únicamente el acto sexual físico, sino el clima de romanticismo, estar
profundamente enamorado del otro. En las películas, la literatura y la
cultura popular encontramos una exaltación de este amor romántico. ¿Cuál
es su punto de vista?
El
Dalai Lama me contestó sin vacilación.
-Creo
que, dejando aparte hasta qué punto la búsqueda continua del amor
romántico puede afectar a nuestro desarrollo espiritual más profundo,
incluso desde la perspectiva de un estilo de vida convencional habría que
considerar la idealización de ese amor romántico como un caso extremo. A
diferencia de las relaciones en que hay atención hacia el otro y afecto
genuino, no puede verse como algo positivo -afirmó con decisión-. Se
trata de algo basado en la fantasía, inalcanzable; por lo tanto, puede
ser una fuente de frustración. Así pues, no debería ser considerado como
algo positivo.
El
tono taxativo del Dalai Lama parecía indicar que no tenía nada más que
decir al respecto. A la vista del tremendo énfasis que pone nuestra
sociedad en el romanticismo, tuve la impresión de que él desechaba
demasiado a la ligera su atractivo. Dada la educación monástica del Dalai
Lama, imaginé que no lo comprendía y que preguntarle sobre temas
relacionados con el amor romántico era como pedirle que acudiera al
aparcamiento para echarle un vistazo a mi coche por un problema que tenía
con la transmisión. Ligeramente decepcionado, me apresuré a consultar mis
notas y me dispuse a plantear otros temas.
¿Qué
hace que el amor romántico sea tan atractivo? Al examinar esta cuestión se
descubre que eros, el amor romántico, sexual, apasionado, el
éxtasis definitivo, es un potente cóctel de ingredientes culturales,
biológicos y psicológicos. En la cultura occidental, la idea ha florecido
durante los últimos doscientos años bajo la influencia del romanticismo,
un movimiento que ha contribuido mucho a configurar nuestra percepción
del mundo y que surgió como un rechazo del período anterior, la
Ilustración, con su énfasis en la razón humana.
El
nuevo movimiento exaltaba la intuición, la emoción, el sentimiento, la
pasión. Subrayaba la importancia del mundo sensorial, de la experiencia
subjetiva del individuo, y tendía hacia el mundo de la imaginación, de la
fantasía, de la búsqueda de un ámbito que no existe, de un pasado
idealizado o de un futuro utópico. Esta idea ha ejercido una profunda
influencia no sólo en el arte y la literatura, sino también en la política
y en todos los aspectos de la cultura occidental moderna. El impulso
romántico persigue el enamoramiento. En nosotros funcionan poderosas
fuerzas que nos llevan a buscar este sentimiento; aquí no se trata
simplemente de la glorificación del amor romántico, que hemos recogido de
nuestra cultura. Muchos investigadores creen que estas fuerzas se hallan
en nuestros genes. El enamoramiento, invariablemente mezclado con la
atracción sexual, quizá sea un componente genéticamente determinado del
instinto de apareamiento. Desde una perspectiva evolutiva, la tarea
principal del organismo es la de sobrevivir, reproducirse y asegurar la
supervivencia de la especie. Redunda por tanto en interés de las especies
el que estemos programados para enamorarnos; eso aumenta, ciertamente,
las probabilidades de apareamiento y reproducción. Disponemos por lo
tanto de mecanismos innatos que nos ayudan a que eso suceda; así, en
respuesta a ciertos estímulos, nuestros cerebros fabrican y bombean
sustancias químicas capaces de crear una sensación eufórica, el
«entusiasmo» asociado con el enamoramiento que a veces nos abruma y
bloquea otros sentimientos.
Las
fuerzas psicológicas que nos impulsan a buscar el enamoramiento son tan
compulsivas como las fuerzas biológicas. En el Simposium de Platón,
Sócrates cuenta la historia del mito de Aristófanes sobre el origen del
amor sexual. Según este mito, los habitantes originales de la Tierra eran
criaturas de tronco esférico, cuatro manos y Cuatro pies. Estos seres
asexuados y autosuficientes eran muy arrogantes y atacaron repetidamente
a los dioses. Para castigarlos, Zeus los dividió con sus rayos. Cada
criatura quedó entonces convertida en dos, y las mitades anhelaban volver
a unirse.
Eros,
el impulso hacia el amor apasionado y romántico, puede verse como este
antiguo deseo de fusión con la otra mitad. Parece ser una necesidad
humana, universal e inconsciente; fundirse con el otro, derribar las
fronteras, llegar a ser uno solo con el ser querido. Los psicólogos
llaman a esto el hundimiento de las fronteras del ego. Algunos creen que
este proceso tiene sus raíces en nuestras primeras experiencias, las que
tenemos en un estado primigenio en el que el niño se funde por completo
con el progenitor o con la persona que lo cuida.
Las
pruebas sugieren que los recién nacidos no distinguen entre sí y el resto
del universo. No poseen sentido de la identidad personal o, al menos, su
identidad incluye a la madre, a otras personas y a todos los objetos de su
entorno. No saben dónde terminan ellos mismos y empieza lo «otro». Les
falta lo que se conoce como permanencia del objeto: los objetos no tienen
existencia independiente; si los niños no interactúan con un objeto, éste
no existe. Si, por ejemplo, un niño sostiene un sonajero en la mano, lo
reconoce como parte de sí mismo, pero en cuanto se lo quitan y lo esconden
a su vista, el sonajero deja de existir.
En el
momento de nacer, el cerebro todavía no está plenamente «conectado». A
medida que el bebé crece y el cerebro madura, su interacción con el mundo
que le rodea se hace más compleja y el pequeño va adquiriendo
gradualmente sentido de la identidad personal, del «yo», en contraposición
con el «otro». Al mismo tiempo, se desarrolla una sensación de
aislamiento y una conciencia de las propias limitaciones. Naturalmente,
la formación de la identidad continúa durante la infancia y la
adolescencia, a medida que el individuo entra en contacto con el mundo.
Somos el resultado del desarrollo de representaciones internas, formadas
en buena parte por reflejos de las primeras interacciones con las personas
importantes de nuestra historia personal y por reflejos del papel que
tenemos en el conjunto de la sociedad. Poco a poco, la identidad personal
y la estructura intrapsíquica se hacen más complejas.
Pero es muy probable que una parte de nosotros siga tratando de regresar a
un estado anterior, un estado bienaventurado en el que no existía
sentimiento de aislamiento o separación. Muchos psicólogos contemporáneos
creen que la primera experiencia de «unicidad» queda incorporada a nuestra
mente subconsciente Y en la edad adulta impregna nuestro inconsciente Y
nuestras fantasías íntimas. "Están convencidos de que la fusión con la
persona amada cuando se está enamorado es como un eco de la que hubo con
la madre en la infancia. Recrea esa sensación mágica, un sentimiento de
omnipotencia, como si todo fuera posible y resulta muy difícil soslayar un
sentimiento semejante.
No es
nada extraño, por tanto, que la búsqueda del amor romántico sea algo tan
poderoso. ¿Cuál es entonces el problema y por qué el Dalai Lama afirma sin
vacilar que la búsqueda del romanticismo es algo negativo?
Reflexioné sobre el problema de basar una relación en el amor romántico,
de refugiamos en el romanticismo como una fuente de felicidad. Pensé
entonces en David, un antiguo paciente mío. David, un arquitecto
paisajista de treinta y cuatro años, se presentó en mi consulta con los
síntomas típicos de una grave depresión. Dijo que su depresión podía
haber sido desencadenada por algunas tensiones, relacionadas con el
trabajo, pero que «en realidad, parecía haber surgido de la nada».
Analizamos la opción de administrar un psicofármaco, que él aceptó. La
medicación fue muy efectiva y los síntomas agudos desaparecieron al cabo
de tres semanas, de modo que él pudo regresar a su vida normal. Al
explorar su historial, sin embargo, no tardé en darme cuenta de que,
además de la depresión aguda, también sufría de distimia, una insidiosa
depresión crónica de baja intensidad, presente desde hacía muchos años.
Una vez que se hubo recuperado de la depresión aguda, empezamos a
explorar su historia personal, dando por supuesto que nos ayudaría a
comprender cómo se habría producido la distimia.
Después de unas cuantas sesiones, un día David llegó a la consulta
jubiloso.
-¡Me
siento maravillosamente bien! -declaró-. ¡No me había sentido tan bien
desde hacía años! Mi reacción ante esa noticia fue preguntarme si no había
entrado en una fase de perturbación. Pero no se trataba de eso. -¡Estoy
enamorado! -me dijo-. La conocí la semana pasada en una subasta. Es la
mujer más hermosa que he visto jamás. Esta semana hemos salido juntos
casi todas las noches, y tengo la impresión de que somos compañeros de
toda la vida, nacidos el uno para el otro. ¡Simplemente, no me lo puedo
creer! No había salido con nadie desde hacía dos o tres años y empezaba a
creer que ya no podría hacerlo cuando, de pronto, aparece ella.
David
se pasó la mayor parte de la sesión catalogando las notables virtudes de
su nueva amiga.
-Creo
que estamos hechos el uno para el otro en todos los sentidos. No se trata
únicamente de una cuestión sexual; nos interesamos por las mismas cosas y
hasta nos asusta damos cuenta de que pensamos lo mismo. Naturalmente, soy
realista y me doy cuenta de que nadie es perfecto... Como por ejemplo la
otra noche, en que me sentí un tanto molesto porque pensé que flirteaba
con unos hombres en el club donde estábamos..., pero los dos habíamos
bebido demasiado y ella no hacía sino divertirse. Más tarde hablamos de
ello y lo aclaramos. David regresó a la semana siguiente para anunciarme
que había decidido dejar la terapia.
-Todo
está funcionando maravillosamente bien en mi vida. Sencillamente, no veo
de qué podemos hablar en la terapia -me explicó-. Mi depresión ha
desaparecido. Duermo como un bebé. He recuperado mi ritmo de trabajo y
mantengo una magnífica relación que no hace sino mejorar cada vez más.
Creo que nuestras sesiones me han ayudado, pero en estos momentos no veo
razón alguna para seguir gastando dinero en ellas.
Le
dije que me alegraba de que todo le fuera tan bien, pero le recordé
algunos de los conflictos que habíamos empezado a identificar y que
podrían haberlo conducido a su distimia. Por mi mente pasaron todos los
términos psiquiátricos habituales, como «resistencia» y «defensas».
David, sin embargo, no se dejó convencer.
-Bueno, quizá algún día examine esas cosas -me dijo-, pero creo que todo
lo ocurrido ha tenido mucho que ver con la soledad, con la sensación de
que me faltaba alguien, una persona especial con la que compartir mis
cosas, y ahora ya la he encontrado.
Se
mostró inflexible en cuanto a dar por terminada la terapia ese mismo día.
Tomamos medidas para que su médico de cabecera mantuviera un seguimiento
del régimen de medicación, dedicamos la sesión a una revisión y terminé
asegurándole que podía venir a verme siempre que lo deseara.
Varios
meses más tarde, David regresó a la consulta.
-Lo he
pasado muy mal -dijo con tono abatido-. La última vez que le vi las cosas
funcionaban magníficamente. Creí haber encontrado realmente a la pareja
ideal. Le planteé incluso el matrimonio. Pero cuanto más cerca quería
estar de ella, tanto más se alejaba de mí. finalmente, rompió conmigo, y
durante un par de semanas volví a estar realmente deprimido. Empecé
incluso a llamarla sin decir nada, sólo para escuchar su voz, y a
acercarme a su lugar de trabajo sólo para ver si su coche estaba allí.
Después de aproximadamente un mes sentí náuseas ante lo que estaba
haciendo; me parecía ridículo. Entonces, al menos, la depresión mejoró un
poco. Ahora como y duermo bien, me va bien en el trabajo y tengo mucha
energía, pero sigo con la sensación de que me falta algo. Es como si
hubiera retrocedido, me siento exactamente como me he sentido durante
tantos años...
Reanudamos la terapia.
Parece
claro que, como fuente de felicidad, el amor romántico deja mucho que
desear. Y quizá el Dalai Lama no andaba tan descaminado al rechazar el
amor romántico como base para una relación y al describirlo como una
simple «fantasía... inalcanzable», algo que no merecía nuestros esfuerzos.
Considerándolo más atentamente, tal vez él hacía una descripción objetiva
de la naturaleza del amor romántico y no, como yo creía, un juicio
negativo, promovido por sus muchos años de formación monacal. Hasta los
diccionarios, que ofrecen numerosas definiciones de «idilio» y
«romántico», emplean profusamente expresiones como «historia ficticia»,
«exageración», «falsedad», «fantasioso o imaginativo», «no práctico», «sin
base en los hechos», «característico o preocupado por el acto amoroso o el
cortejo idealizado», «obsesionado por hechos amatorios idealizados»,
etcétera. Es evidente que en algún momento de la civilización occidental
se ha producido un cambio. El concepto antiguo de eros, Con su componente
de fusión con el otro, ha adquirido un nuevo significado. El idilio
romántico adopta así una cualidad artificial, con matices de fraude y
engaño, lo que indujo a Oscar Wilde a observar crudamente: «Cuando uno
está enamorado, empieza siempre por engañarse a sí mismo y acaba siempre
engañando a los demás. Eso es lo que el mundo considera un idilio
romántico».
Antes
exploramos el papel de la proximidad y la intimidad en la felicidad
humana. No cabe la menor duda de que es importante. Pero si buscamos una
satisfacción duradera en una relación, el fundamento de la misma tiene que
ser sólido. Por esa razón el Dalai Lama nos anima a examinar la base de
nuestros vínculos. La atracción sexual, e incluso la intensa sensación de
enamoramiento, pueden tener un papel en la creación del vínculo inicial
entre dos personas, pero lo mismo que sucede con el pegamento, este factor
tiene que mezclarse con otros ingredientes para formar una unión duradera.
Al tratar de identificarlos, nos volvemos una vez más hacia lo que
aconseja el Dalai Lama para construir una relación sólida: afecto,
compasión y respeto mutuo. Esas cualidades nos permiten alcanzar una
vinculación más profunda y significativa, no sólo con nuestro amante o
cónyuge, sino también con amigos, conocidos e incluso personas totalmente
extrañas; es decir, virtualmente con todos los seres humanos. Nos abre
posibilidades y oportunidades ilimitadas para la conexión.
7 El
valor y los beneficios de la compasión
Definición de la compasión
A
medida que avanzaban nuestras conversaciones, descubrí que la compasión en
la vida del Dalai Lama es mucho más que el mero cultivo de la
benevolencia para mejorar la relación con los demás: como budista
practicante, la compasión era indispensable para su desarrollo
espiritual.
-Dada
la importancia que le concede el budismo, como parte esencial del
desarrollo espiritual-pregunté-, ¿podría definirme con mayor claridad qué
quiere decir al hablar de «compasión»?
El
Dalai Lama contestó:
-La
compasión puede definirse como un estado mental que no es violento, no
causa daño y no es agresivo. Se trata de una actitud mental basada en el
deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento, y está asociada con
un sentido del compromiso, la responsabilidad y el respeto a los demás.
»En la definición de compasión, la palabra tibetana Tse-wa denota también
un estado mental que implica el deseo de cosas buenas para uno mismo. Para
desarrollar el sentimiento de compasión, puede empezarse por el deseo de
liberarse uno mismo del sufrimiento, para luego cultivarlo, incrementarlo
y dirigirlo hacia los demás.
»Ahora
bien, cuando la gente habla de compasión, creo que la confunde a menudo
con el apego. Así que tenemos que establecer primero una distinción entre
dos clases de amor o compasión. La primera se halla matizada por el
apego, se ama a otro esperando que el otro nos ame a su vez. Esta
compasión es bastante parcial y sesgada, y una relación basada
exclusivamente en ella es inestable. Una relación apoyada en la
percepción e identificación de la persona como un amigo puede conducir a
un cierto apego emocional y a una sensación de proximidad. Pero si se
produce un cambio en la situación, un desacuerdo quizá, o que el otro haga
algo que nos enoje, cambia la perspectiva y desaparece el otro como
"amigo". El apego emocional se evapora entonces y, en lugar de amor y
preocupación, quizá se experimente odio. Así pues, ese amor basado en el
apego puede hallarse estrechamente vinculado con el odio.
»Pero
existe una compasión libre de tal apego. Ésa es la verdadera compasión. No
obedece tanto a que tal o cual persona me sea querida como al
reconocimiento de que todos los seres humanos desean, como yo, ser felices
y superar el sufrimiento. y también, como me sucede a mí, tienen el
derecho natural de satisfacer esta aspiración fundamental. Sobre la base
del reconocimiento de esta igualdad, se desarrolla un sentido de
afinidad. Tomando eso como fundamento, se puede sentir compasión por el
otro, al margen de considerarlo amigo o enemigo. Tal compasión se basa en
los derechos fundamentales del otro y no en nuestra proyección mental. De
ese modo, se genera amor y compasión, la verdadera compasión.
»Vemos
entonces que establecer la distinción entre estas dos clases de compasión
y cultivar la verdadera puede ser algo muy importante en nuestra vida
cotidiana. En el matrimonio, por ejemplo, existe generalmente un
componente de apego emocional. Pero si interviene también la verdadera
compasión, basada en el respeto mutuo como seres humanos, el matrimonio
tiende a durar mucho tiempo. En el caso del apego emocional sin compasión,
en cambio, el matrimonio es más inestable, con tendencia a fracasar.
Esa
compasión universal, divorciada del sentimiento personal me parecía una
exigencia excesiva.
-Pero
el amor o la compasión es un sentimiento subjetivo. Creo que el tono del
sentimiento sería el mismo, tanto si se «matiza con apego» como si es
«verdadero». ¿Por qué es importante hacer una distinción?
El
Dalai Lama me contestó con firmeza.
-En
primer lugar, creo que hay diferencias entre el amor genuino, o compasión,
y el amor basado en el apego. No es el mismo sentimiento. La verdadera
compasión es mucho más fuerte, amplia y profunda. El amor y la compasión
verdaderos también son más estables, más fiables. Por ejemplo, ves a un
animal sufriendo intensamente, como un pez que se debate con el anzuelo en
la boca, y no puedes soportar su dolor. No se debe a ninguna conexión
especial con ese animal un sentimiento que se expresaría con: «Ese animal
es mi amigo». En este caso, tu compasión surge simplemente del
reconocimiento de que ese otro ser también tiene sentimientos, también
experimenta dolor y tiene derecho a no sufrir. Así pues, esa compasión,
no mezclada con el deseo o el apego, es mucho más sana y perdurable.
Seguí
ahondando un poco más en el tema.
-En su
ejemplo de ver sufrir intensamente a un pez, plantea una cuestión vital,
asociada Con la incapacidad de soportar su dolor. -Sí -contestó el Dalai
Lama-. En cierto sentido, podría definirse la compasión como el
sentimiento de no poder soportar el sufrimiento de otros seres sensibles.
y para generar ese sentimiento se tiene que haber apreciado antes la
gravedad o la intensidad del sufrimiento del otro. Así pues, creo que
cuanto más plenamente comprendamos el sufrimiento, tanto más profunda
será nuestra capacidad de compasión.
-Bien
-dije, dispuesto a abordar lo esencial-, sin duda una mayor conciencia del
sufrimiento del otro puede intensificar nuestra capacidad para la
compasión. De hecho, la compasión supone, por definición, abrirse al
sufrimiento del otro, compartirlo. Pero hay una cuestión más básica: ¿por
qué deseamos asumir el sufrimiento del otro cuando ni siquiera queremos
soportar el propio? La mayoría de nosotros hace todo lo posible para
evitar el dolor, hasta el punto de tomar drogas, por ejemplo. Entonces,
¿por qué asumir deliberadamente el sufrimiento de otro?
El
Dalai Lama me contestó sin vacilación.
-Creo
que hay una diferencia cualitativa. -Hizo una pausa y luego, como si se
hubiera percatado sin esfuerzo de mis sentimientos, continuó-: Al pensar
en nuestro sufrimiento, nos sentimos abrumados, como si soportáramos una
pesada carga, e impotentes. Hay un cierto desánimo, como si nuestras
facultades se debilitaran.
»Al
generar compasión, en cambio, al asumir el sufrimiento de otro, también se
puede experimentar inicialmente un cierto grado de incomodidad, una
sensación de que aquello es insoportable. Pero, el sentimiento es muy
diferente porque, por debajo de la incomodidad, hay un grado muy alto de
alerta y determinación, ya que se asume voluntaria y deliberadamente el
sufrimiento del otro con un propósito elevado. Aparece un sentimiento de
conexión y compromiso, la voluntad de abrirse a los demás, una sensación
de frescura en lugar de desánimo. Recuerda la situación de un atleta.
Mientras se halla sometido a un entrenamiento riguroso, el atleta sufre
mucho, trabaja, suda, se esfuerza. Puede ser una experiencia dolorosa y
agotadora. Pero él no la ve como tal, sino que la asume como una
experiencia asociada con un sentido: el goce. Si esa persona, sin embargo,
se viera sometida a cualquier otro trabajo físico que no formara parte de
su entrenamiento - pensaría: "¿Por qué tengo que someterme a este
suplicio?". Así pues, en la actitud mental radica la gran diferencia.
Estas
palabras, pronunciadas con tanta convicción, me elevaron desde un
sentimiento de agobio hasta otro relacionado con la posibilidad de la
resolución del sufrimiento o de su trascendencia.
-Ha
dicho que el primer paso para generar esa clase de compasión era la
apreciación del sufrimiento. Pero ¿no existe alguna otra técnica budista
para aumentar la compasión?
-Sí.
En la tradición del budismo Mahayana, por ejemplo, encontramos dos. Se
las conoce como el «método de los siete puntos de causa-efecto» y el
«intercambio e igualdad de uno mismo con los demás». Esta última se
encuentra en el octavo capítulo de Guía del estilo de vida del
Bodhisattva, de Shantideva. -Miró el reloj, dándose cuenta de que se nos
acababa el tiempo-. A finales de esta semana, durante las charlas,
practicaremos algunos ejercicios o meditaciones sobre la compasión.
El
verdadero valor de la vida humana
-Hemos
estado hablando sobre la importancia de la compasión -empecé a decir-,
acerca de su convicción de que el afecto y la cordialidad son
absolutamente necesarios para la felicidad. Pero supongamos que un rico
hombre de negocios se le acerca y le dice: «Su Santidad, decís que la
benevolencia y la compasión son actitudes decisivas en la búsqueda de la
felicidad. Pero resulta que no soy por naturaleza una persona muy cálida o
afectuosa. Para ser francos, no me siento particularmente compasivo o
altruista. Tiendo a ser más bien racional, práctico y quizá intelectual,
no experimento emociones de aquella clase. No obstante, me siento a gusto
y feliz con mi vida. Tengo un negocio de mucho éxito, buenos amigos, me
ocupo de mi esposa y de mis hijos y creo mantener buenas relaciones con
ellos. No tengo la impresión de que me falte nada. Desarrollar compasión
y altruismo me parece muy bien, pero ¿de qué me sirve? Todo eso me parece
demasiado sentimental».
-En
primer lugar -replicó el Dalai Lama-, si una persona me dijera eso dudaría
que fuera realmente feliz en lo más profundo de sí. Estoy convencido de
que la compasión constituye la base de la supervivencia humana, el
verdadero valor de la vida humana y que, sin ella, nos falta una pieza
fundamental. Una fuerte sensibilidad ante los sentimientos de los demás
es producto del amor y la compasión, y sin ella el hombre de su ejemplo
tendría problemas para relacionarse con su esposa. Si mantuviera realmente
esa actitud de indiferencia ante el sufrimiento y los sentimientos de los
demás, aunque fuera multimillonario, tuviera una buena educación, una
familia y se hallara rodeado de amigos ricos y poderosos, lo positivo en
su vida sería sólo superficial.
»Pero
si continuara ajeno a la compasión, y creyendo que no le falta nada...,
resultaría un tanto difícil ayudarle a comprender la importancia de
ella...
El
Dalai Lama se interrumpió para reflexionar. Sus pausas a lo largo de
nuestra conversación no creaban un silencio incómodo entre nosotros, pues
parecían dar más peso y significado a sus palabras cuando se reanudaba la
conversación.
-Volviendo a su ejemplo, puedo señalar varias cosas. En primer lugar, le
sugeriría a ese hombre que reflexionara sobre su propia experiencia. Se
daría cuenta de que si alguien lo trata con compasión y afecto le hace
feliz. Así pues, y sobre la base de esa experiencia, podría darse cuenta
de que los demás también se sienten felices cuando se les demuestra afecto
y compasión. En consecuencia, reconocer este hecho contribuiría a que
fuera más respetuoso con la sensibilidad de los demás y a inclinarlo hacia
la compasión. Al mismo tiempo, descubriría que cuanto más afecto se
ofrece a los demás, tanto más afecto se recibe. No creo que tardara mucho
en darse cuenta de eso. Y, como consecuencia, en su vida la confianza
mutua y la amistad tendrían bases sólidas.
»Supongamos ahora que ese hombre tuviera toda clase de posesiones
materiales, se viera rodeado de amigos, se sintiera seguro y su familia
estuviera satisfecha de disfrutar de una vida cómoda. Es concebible que,
hasta cierto punto e incluso sin recibir afecto, el hombre no
experimentara la sensación de que le falta algo. Pero si creyera que todo
está bien, que no hay verdadera necesidad de desarrollar compasión, le
diría que ese punto de vista se debe a la ignorancia y a la estrechez de
miras. Aunque pareciera que los demás se relacionan con él plenamente, en
realidad podrían verse influidos por su riqueza y su poder. Así que, en
cierto modo, aunque no recibieran afecto de él, quizá se sintieran
satisfechos y no esperaran más. Pero si la fortuna de este hombre
declinara, la relación se debilitaría. Entonces él empezaría a valorar el
calor humano y sufriría.
»No
obstante la compasión es algo con lo que se puede contar, y aunque se
tengan problemas económicos o la buena fortuna disminuya, se seguiría
teniendo algo que compartir con los semejantes. Las economías mundiales
son siempre poco sólidas, y estamos expuestos a muchas pérdidas en la
vida, pero la actitud compasiva es algo que siempre podemos llevar con
nosotros. Entró un asistente vestido con una túnica marrón y sirvió
silenciosamente el té, mientras el Dalai Lama seguía hablando. -Claro que
al intentar explicarle a alguien la importancia de la compasión podemos
encontrarnos con una persona muy endurecida, individualista y egoísta,
alguien preocupado únicamente por sus intereses. Y hasta es posible que
haya personas incapaces de experimentar empatía. No obstante, incluso a
esas personas es posible señalarles la importancia de la compasión y el
amor, argumentando que es la mejor forma de satisfacer sus propios
intereses. Esas personas desean disfrutar de buena salud, vivir mucho
tiempo y tener paz mental, felicidad y alegría. Y tengo entendido que hay
pruebas científicas de que se pueden alcanzar mediante el amor y la
compasión... Pero, como médico, como psiquiatra, quizá sepa usted más que
yo sobre eso.
-Sí
-asentí-. Creo que hay pruebas científicas que apoyan las afirmaciones
sobre los beneficios físicos y emocionales de los estados mentales
compasivos.
-En
tal caso, creo que eso animaría ciertamente a algunas personas a cultivar
dicho estado mental-comentó el Dalai Lama-. Pero dejando al margen esos
estudios científicos, hay argumentos que la gente podría extraer de sus
experiencias cotidianas. Se podría seña lar, por ejemplo, que la falta de
compasión conduce a una cierta crueldad. Muchos ejemplos revelan que en
el fondo las personas crueles son infelices, como Stalin y Hitler. Sufren
una angustiosa sensación de inseguridad y temor, incluso mientras
duermen... Les falta algo que sí puede encontrarse en una persona
compasiva, como la sensación de libertad, de abandono, que les permite
relajarse cuando duermen. La gente cruel no tiene nunca esa experiencia.
Están siempre agobiadas por algo, no pueden dejarse llevar, no se sienten
libres.
»Aunque no hago sino especular -siguió diciendo-, yo diría que si se le
preguntara a esas personas crueles: "¿ Cuándo se sintió más feliz, durante
la infancia, mientras su madre le cuidaba, y estaba íntimamente unido a
su familia, o ahora que tiene más poder, influencia y posición?",
contestarían que su infancia fue más agradable. Creo que hasta Stalin fue
querido por su madre durante su infancia.
-Stalin
-observé- ha sido un ejemplo perfecto de las consecuencias de vivir sin
compasión. Es sabido que los dos rasgos principales que caracterizaron su
personalidad fueron la crueldad y el recelo. El consideraba la crueldad
una virtud y se puso el apodo de Stalin, que significa «hombre de acero».
Con los años se tornó cada vez más cruel. Su actitud recelosa llegó a ser
legendaria. Ordenó purgas masivas y campañas contra diversos grupos, con
el resultado de millones de personas recluidas en campos de concentración.
A pesar de todo, él seguía viendo enemigos por todas partes. Poco antes de
su muerte le dijo a Nikita Jruschev: «No confío en nadie, ni siquiera en
mí mismo». Al final, se revolvió incluso contra su personal más fiel. y
está claro que cuanto más cruel y poderoso era, más desdichado se sentía.
Un amigo dijo que al final el único rasgo humano que le quedaba era la
infelicidad. y su hija Svetlana describió cómo se veía agobiado por la
soledad y el vacío interior, hasta el punto de que ya no creía que los
demás fueran capaces de ser sinceros o de tener un corazón cálido.
»En
cualquier caso, sé que sería muy difícil comprender a personas como Stalin
y por qué hicieron cosas terribles. Pero vemos que incluso estas personas
extremadamente crueles miran hacia atrás con nostalgia, al recordar los
aspectos más agradables de su infancia, como el amor que recibieron de sus
madres. Y, sin embargo, ¿dónde deja eso a las personas que no vivieron
infancias agradables ni tuvieron madres cariñosas? ¿Qué decir entonces de
las personas que fueron maltratadas? Estamos hablando de la compasión,
así que para que la gente desarrolle capacidad para ella, ¿no le parece
necesario que hayan sido criados por personas que les demostraran calor y
afecto?
-Sí,
creo que eso es importante -convino el Dalai Lama. Hizo girar el rosario
entre los dedos, con movimientos ágiles-. Hay algunas personas que, ya
desde el principio, han sufrido mucho y les ha faltado el afecto de los
demás, y más tarde parecen no tener capacidad para la compasión y el
afecto; son personas cuyo corazón se ha endurecido y son brutales...
El
Dalai Lama se detuvo de nuevo y, durante un rato, pareció reflexionar
profundamente sobre el tema. Al inclinarse sobre el té, los contornos de
sus hombros sugirieron que se hallaba profundamente sumido en sus
pensamientos. Tomó el té en silencio. Finalmente, se encogió de hombros,
como si reconociera que no había encontrado la solución.
-¿Cree
entonces que las técnicas para aumentar la empatía y desarrollar la
compasión no serían útiles en personas con tales antecedentes? -le
pregunté.
-En
general esas técnicas siempre han tenido efectos beneficiosos, pero es
posible que en algunos casos sean ineficaces... -¿ Y las técnicas
específicas que aumentan la compasión, a las que antes se refería? -le
interrumpí, tratando de clarificar las cosas. -Precisamente de eso es de
lo que estábamos hablando. En primer lugar, el aprendizaje y la
comprensión clara del valor de la compasión permiten alcanzar sentimientos
de estar convencidos y decididos a practicarla. A continuación se emplean
los métodos para aumentar la empatía, como la imaginación, la creatividad,
imaginarse en la situación del otro. Esta semana, en las charlas,
hablaremos de ciertas prácticas, como el Tong-Len, que sirven para
fortalecer la compasión. Pero creo que es importante recordar que nunca se
esperó que estas técnicas pudieran ayudar a todos sin excepción.
»Lo
que importa es que la gente realice un esfuerzo sincero por desarrollar su
capacidad de compasión. El grado de desarrollo que alcancen depende, desde
luego, de muchas variables. Pero si se esfuerzan por ser amables, por
cultivar la compasión y conseguir que el mundo sea un lugar mejor, al
final del día podrán decirse: "¡Al menos he hecho lo que he podido!".
Los
beneficios de la compasión
En
años recientes muchos estudios apoyan la conclusión de que el desarrollo
de la compasión y el altruismo tienen un efecto positivo sobre nuestra
salud física y emocional. En un conocido experimento, David McClelland,
psicólogo de la Universidad de Harvard, mostró a un grupo de estudiantes
una película sobre la Madre Teresa trabajando entre los enfermos y los
pobres de Calcuta. Los estudiantes declararon que la película había
estimulado sus sentimientos de compasión. Más tarde, se analizó la saliva
de los estudiantes y se descubrió un incremento en el nivel de
inmunoglobulina A, un anticuerpo que ayuda a combatir las infecciones
respiratorias. En otro estudio realizado por ]ames House en el Centro de
Investigación de la Universidad de Michigan, los investigadores
descubrieron que realizar trabajos de voluntariado con regularidad,
interactuar con los demás en términos de benevolencia y compasión,
aumentaba espectacularmente las expectativas de vida y, probablemente,
también la vitalidad general. Muchos investigadores del nuevo campo de la
medicina mente-cuerpo han realizado descubrimientos similares y concluido
que los estados mentales positivos pueden mejorar nuestra salud física.
Además
de los efectos beneficiosos que tiene sobre la salud física, hay pruebas
de que la compasión y el cuidado de los demás Contribuyen a mantener una
buena salud emocional. Abrirse para ayudar a los demás induce una
sensación de felicidad y serenidad. En un estudio realizado a lo largo de
treinta años con un grupo de graduados de Harvard, el investigador George
Vaillant llegó a la conclusión de que un estilo de vida altruista
constituye un componente básico de una buena salud mental. En una encuesta
de Allan Luks, realizada entre varios miles de personas que participaban
regularmente en actividades de voluntariado, declaró tener más del 90 por
ciento, una sensación de «entusiasmo» asociado con la actividad,
caracterizado por un incremento de energía y autoestima y una especie de
euforia. El voluntariado no sólo proporcionaba una interacción que era
emocionalmente nutritiva, sino también esa «serenidad del que ayuda»,
vinculada con el alivio de perturbaciones derivadas del estrés.
Aunque
las pruebas científicas apoyan claramente la postura del Dalai Lama acerca
del valor de la compasión, no hay necesidad de acudir a experimentos y
encuestas para confirmar la corrección de su punto de vista. Podemos
descubrir los estrechos vínculos que existen entre compasión y felicidad
en nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean. Joseph, un
contratista de la construcción de sesenta años, a quien conocí hace unos
años, es un buen ejemplo de ello. Durante treinta años, Joseph se
aprovechó de las ventajas de la expansión aparentemente ilimitada que se
produjo en Arizona, y se convirtió en multimillonario. A finales de la
década de 1980, sin embargo, se produjo la crisis inmobiliaria más grande
de la historia del estado. Joseph estaba fuertemente endeudado y lo perdió
todo. Sus problemas financieros crearon fuertes tensiones entre él y su
esposa, que finalmente llevaron al divorcio después de veinticinco años
de matrimonio. Joseph empezó a beber en exceso. Afortunadamente, pudo
dejarlo con la ayuda de Alcohólicos Anónimos. Como parte de su programa,
ayudó a otros alcohólicos a rehabilitarse. Descubrió entonces que
disfrutaba con la actividad de voluntario. Dedicó sus conocimientos
empresariales a ayudar a los económicamente deprimidos. Al hablar de la
vida que llevaba, Joseph señaló:
-Ahora
soy propietario de un pequeño negocio de albañilería con unos ingresos
modestos, y ya no volveré a ser tan rico como antes. Lo más extraño de
todo, sin embargo, es que no añoro aquella prosperidad. Dedico mi tiempo a
actividades de voluntariado para diferentes grupos, a trabajar
directamente con la gente, a ayudarlas lo mejor que puedo. Actualmente,
disfruto más en un solo día que antes en un mes, cuando ganaba mucho
dinero. Nunca he sido tan feliz.
Meditación sobre la compasión
Fiel a
su palabra, el Dalai Lama terminó su ciclo de conferencias en Arizona con
una meditación sobre la compasión. Fue un sencillo ejercicio. No obstante,
pareció sintetizar poderosa y elegantemente su análisis previo.
-Al
generar compasión, se empieza por reconocer que no se desea el
sufrimiento y que se tiene el derecho a alcanzar la felicidad. Eso es algo
que puede verificarse con facilidad. Se reconoce luego que las demás
personas, como uno mismo, no desean sufrir y tienen derecho a alcanzar la
felicidad. Eso se convierte en la base para empezar a generar compasión.
»Así
pues, meditemos hoy sobre la compasión. Empecemos por visualizar a una
persona que está sufriendo, a alguien que se encuentra en una situación
dolorosa, muy infortunada. Durante los tres primeros minutos de la
meditación, reflexionemos sobre el sufrimiento de ese individuo de forma
analítica, pensemos en su intenso sufrimiento y lo infeliz de su
existencia. Después tratemos de relacionarlo con nosotros mismos,
pensando; "Ese individuo tiene la misma capacidad que yo para experimentar
dolor, alegría, felicidad y sufrimiento". A continuación, tratemos de que
surja en nosotros un sentimiento natural de compasión hacia esa persona.
Intentemos llegar a una conclusión, pensemos en lo fuerte que es nuestro
deseo de que esa persona se vea libre de su sufrimiento. Tomemos la
decisión de ayudarla a sentirse aliviada. Finalmente, concentrémonos en
esa resolución y durante los últimos minutos de la meditación, tratemos de
generar un estado de compasión y de amor en nuestra mente.
Tras
decir esto, el Dalai Lama adoptó una postura de meditación, con las
piernas cruzadas, y permaneció completamente inmóvil. Se produjo un
intenso silencio. Era emocionante estar sentado entre la multitud aquella
mañana. Imagino que ni siquiera el individuo más endurecido pudo evitar
sentirse conmovido al verse rodeado por mil quinientas personas que
concentraban su pensamiento en la compasión. Al cabo de unos pocos
minutos, el Dalai Lama inició un cántico tibetano en tono bajo, con una
voz profunda y melódica, que se rompía, descendía suavemente y consolaba.
Tercera parte
Transformación
del
sufrimiento
8
Afrontar el sufrimiento
EN
TIEMPOS DE BUDA, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami.
Incapaz de aceptar aquello, la mujer corrió de una persona a otra en busca
de una medicina que devolviera la vida a su hijo. Le dijeron que Buda la
tenía.
Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y preguntó: -¿Puedes
preparar una medicina que resucite a mi hijo? -Conozco esa medicina
-contestó Buda-. Pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.
-¿Qué
ingredientes? -preguntó la mujer, aliviada.
-
Tráeme un puñado de semillas de mostaza -le dijo Buda. La mujer le
prometió que se las procuraría, pero antes de que se marchase, Buda
añadió: -Necesito que las semillas de mostaza procedan de un hogar donde
no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente. La mujer asintió y
empezó a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las casas
que visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas, pero al
preguntar ella si en la casa había muerto alguien, se encontró con que
todas las casas habían sido visitadas por la muerte; en una había muerto
una hija, en otra un sirviente, en otras el marido, o uno de los padres.
Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el
sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su
dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver
a Buda, quien le dijo con gran compasión:
-Creíste que sólo tú habías perdido un hijo; la ley de la muerte es que no
hay permanencia entre las criaturas vivas.
La
búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la
pérdida. Ella no era una excepción. Esa comprensión no eliminó el
sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el que
deriva de luchar contra ese triste hecho.
Aunque
el dolor y el sufrimiento son fenómenos humanos universales, eso no hace
que sea fácil aceptarlos. Los seres humanos han diseñado un vasto
repertorio de estrategias para evitarlos. A veces utilizamos medios
externos, como sustancias químicas, eliminando o reduciendo nuestro dolor
con drogas y alcohol. También disponemos de mecanismos internos, de
defensas psicológicas, a menudo inconscientes, que nos protegen de
dolores y angustias excesivos. En ocasiones, esos mecanismos de defensa
pueden ser bastante primitivos, como negarnos a reconocer que existe un
problema. En otras ocasiones, lo reconocemos vagamente, sumergidos en
distracciones o entretenimientos. O incapaces de aceptar que tenemos un
problema, lo proyectamos inconscientemente sobre los demás y los acusamos
de ocasionarnos sufrimiento. «Sí, me siento muy desdichado. Pero me
sentiría bien si no fuera por ese jefe desquiciado que me persigue.»
El
sufrimiento sólo se puede evitar temporalmente. Pero, al igual que una
enfermedad que se deja sin tratar (o que se trata superficialmente con
una medicación que se limita a enmascarar los síntomas), invariablemente
se encona y empeora. Las drogas o el alcohol alivian nuestro dolor durante
un tiempo, pero con su uso continuado el daño físico a nuestros cuerpos y
el daño social a nuestras vidas puede provocar mucho más sufrimiento que
la difusa insatisfacción o el agudo dolor emocional que nos indujeron a
consumir esas sustancias. Las defensas psicológicas, como la negación o
la represión, pueden aliviar el dolor, pero el sufrimiento no desaparece
por ello.
Randa
perdió a su padre hace poco más de un año, a causa del cáncer. Estaba muy
compenetrado con él, y todos se sorprendieron al observar lo bien que
sobrellevaba su desaparición.
-Pues
claro que me siento triste -explicaba con un tono estoico-. Pero me
encuentro bien. Lo echo de menos, pero la vida sigue y de todos modos no
puedo pensar en su pérdida. Tengo que ocuparme del funeral, de mi madre y
de las propiedades... Pero me irá bien -le decía tranquilizadoramente a
todos.
Un año
más tarde, sin embargo, poco después del primer aniversario de la muerte
de su padre, Randall empezó a experimentar una grave depresión. Acudió a
verme y explicó:
-No
comprendo qué me está causando esta depresión. Todo parece ir bien en
estos momentos. No puede ser por la muerte de mi padre, porque eso ocurrió
hace más de un año y ya lo tengo asumido.
Sin
embargo, con muy pocas sesiones de terapia quedó claro que los esfuerzos
que realizaba por dominar sus emociones, para «ser fuerte», le habían
impedido afrontar plenamente sus sentimientos de dolor y pérdida, que
siguieron creciendo hasta manifestarse en una depresión abrumadora que sí
se vio obligado a afrontar.
En el
caso de Randall, su depresión desapareció con bastante rapidez en cuanto
enfocamos la atención sobre su dolor y sentimientos de pérdida y pudo
asumirlos. En ocasiones, sin embargo, nuestras estrategias inconscientes
para soslayar conflictos se hallan mucho más profundamente enraizadas y es
difícil sacarlas a la luz. Casi todos conocemos a alguien que evita los
problemas proyectándolos sobre los demás, atribuyendo a los otros sus
propios defectos. Ciertamente, no es un método adecuado para eliminar los
problemas, y por lo general condena a una vida de infelicidad.
El
Dalai Lama habló del sufrimiento humanó y la necesidad de aceptado como un
hecho natural de la existencia humana.
-En
nuestras vidas abundan los problemas. Los mayores son los que no podremos
evitar, como el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. No pensar en
ellos puede aliviamos temporalmente, pero creo que existe un enfoque
mejor. Si se afronta directamente el sufrimiento, se estará en mejor
posición para apreciar la profundidad y la naturaleza del problema. Si en
una batalla se desconocen las características del enemigo y su capacidad
de combate, nos veremos paralizados por el temor.
Este
enfoque era claramente razonable pero, con el deseo de ahondar un poco
más en el tema, pregunté: -Sí, pero ¿y si se afronta directamente un
problema y se descubre que no hay solución? Eso es bastante duro de
aceptar. -Sigo creyendo que es mucho mejor -contestó él con espíritu
marcial-. Por ejemplo, pueden considerarse negativos e indeseables el
envejecimiento y la muerte, y tratar de olvidarlos. Pero terminarán por
llegar, inevitablemente. y si has evitado pensar en ello, cuando estén
ahí, se producirá una conmoción que causará una insoportable inquietud
mental. No obstante, si dedicas algún tiempo a pensar en la vejez, la
muerte y otras cosas infortunadas, tu mente tendrá más estabilidad cuando
esas cosas acontezcan, puesto que ya te habrás familiarizado con su
naturaleza.
ȃsa
es la razón por la que creo que puede ser útil prepararse, familiarizarse
con el sufrimiento. Por utilizar de nuevo la analogía de la batalla,
reflexionar sobre el sufrimiento puede verse como un ejercicio militar. La
gente que nunca ha oído hablar de la guerra, de cañones y bombardeos,
podría llegar a desmayarse si tuviera que entrar en combate. Pero, por
medio de los ejercicios militares, se familiariza con lo que puede
suceder, de modo que, en el caso de que estalle una guerra, las cosas no
le serán tan duras.
-Bueno, no creo que familiarizarnos con el sufrimiento que puede
sobrevenir tenga algún valor para reducir el temor y el recelo; sigo
pensando que, a veces, ciertos dilemas no nos presentan ninguna otra
opción que el sufrimiento. ¿Cómo podemos evitar preocupamos en tales
circunstancias?
-¿ Un
dilema? Por ejemplo, ¿cuál? Pensé un momento.
-Bueno, digamos, por ejemplo, que una mujer está embarazada y le practican
una amniocentesis o un sonograma y descubren que el niño tendrá un grave
defecto de nacimiento, como una disfunción mental o física extremadamente
grave. La mujer se angustia, porque no sabe qué hacer. Puede abortar y
salvar así al bebé de una vida de sufrimiento, pero entonces ella se
enfrentará al dolor de la pérdida y quizá a sentimientos de culpabilidad.
También puede dejar que la naturaleza siga su curso y tener el bebé. Pero
entonces quizá tenga que enfrentarse a una vida llena de sufrimientos por
la enfermedad del niño.
El
Dalai Lama me escuchó atentamente mientras hablaba. Luego me contestó con
un tono un tanto melancólico.
-Esa
clase de problemas son realmente muy difíciles, tanto si los abordamos
desde una perspectiva occidental como budista. Por lo que se refiere a su
ejemplo, nadie sabe realmente qué será lo mejor a largo plazo. Aunque un
niño nazca con un defecto, es posible que a largo plazo sea mejor para la
madre, la familia o incluso el propio niño. Pero también existe la
posibilidad de que, teniendo en cuenta las consecuencias a largo plazo,
sea mejor abortar. Pero ¿quién decide una cosa así? Es muy difícil
decirlo. Incluso desde el punto de vista budista, esa clase de juicio se
encuentra fuera del alcance de nuestra capacidad racional. -Hizo una
pausa, antes de añadir-: En esas situaciones las convicciones juegan un
papel determinante.
Permanecimos en silencio. Luego, tras sacudir la cabeza, dijo finalmente:
-Podemos preparamos para el sufrimiento, al menos hasta cierto punto,
recordando que a veces nos encontraremos con situaciones muy complicadas.
Uno puede prepararse mentalmente. Pero tampoco habría que olvidar el
hecho de que eso no resuelve el problema. Es posible que te ayude
mentalmente a afrontarlo, que reduzca el temor pero el problema sigue ahí.
Su ejemplo lo ilustra muy bien.
Percibí una nota de tristeza en su voz, pero la melodía fundamental no
era la desesperanza. Durante un minuto largo, el Dalai Lama guardó
silencio: sin dejar de mirar por la ventana, como si buscara algo en el
mundo. Finalmente, continuó:
-El
sufrimiento forma parte de la vida. Tenemos una tendencia natural a odiar
nuestro sufrimiento y nuestros problemas. Pero creo que, habitualmente,
las personas no ven la naturaleza de nuestra existencia como caracterizada
por el sufrimiento... -De repente, el Dalai Lama se echó a reír-. En los
cumpleaños, la gente suele decir: «Feliz cumpleaños! », cuando, en
realidad, el día en que naciste fue el día en que empezaste a sufrir. Pero
nadie dice: «¡Feliz aniversario del comienzo del sufrimiento!» -bromeó.
»Al aceptar que el sufrimiento forma parte de nuestra existencia se pueden
empezar a examinar los factores que normalmente dan lugar a sentimientos
de insatisfacción e infelicidad. En términos generales, por ejemplo, te
Sientes feliz si tú o personas cercanas a ti reciben alabanzas, consiguen
fama, fortuna y otras cosas agradables. Y uno se siente desdichado y
descontento si no se tienen esas cosas o si las alcanza un enemigo. Sin
embargo, al considerar tu vida cotidiana, descubres a menudo que son
muchos los factores que causan dolor sufrimiento y sentimientos de
insatisfacción, mientras que las situaciones que dan lugar a la alegría y
la felicidad son comparativamente raras. Eso es algo por lo que tenemos
que pasar, tanto si nos gusta como si no. y puesto que ésta es la realidad
de nuestra existencia, es posible que haya que modificar nuestra actitud
hacia el sufrimiento. Esa actitud es muy importante porque determinará
nuestra forma de afrontar el sufrimiento cuando llegue. Ahora bien, la
actitud habitual consiste en una aversión e intolerancia intensas hacia
nuestro dolor. Sin embargo, si pudiéramos adoptar una actitud que nos
permitiera una mayor tolerancia, eso contribuiría mucho a contrarrestar
los sentimientos de infelicidad, de insatisfacción y de descontento.
"Para
mí, personalmente, la práctica más efectiva para tolerar el sufrimiento
consiste en ver y comprender que el sufrimiento es la naturaleza
fundamental del Samsara, (' Samsara (sánscrito) es un estado de la
existencia caracterizado por interminables ciclos de vida, muerte y
renacimiento. Este término también se refiere a nuestro estado ordinario
de existencia, caracterizado por el sufrimiento. Todos los seres
permanecen en este estado, a consecuencia de las impronta s kármicas de
acciones pasadas y de estados «engañosos» de la mente, hasta que se
eliminan todas las tendencias negativas de la mente y se alcanza un estado
de liberación.) ':. de la existencia no iluminada. Cuando se experimenta
un dolor surge un sentimiento de rechazo. Pero si en ese momento puedes
contemplar la situación desde otro ángulo y darte cuenta de que este
cuerpo... -se palmeó un brazo como demostración- es la base misma del
sufrimiento, eso reduce el rechazo, ese sentimiento de que, de algún
modo, no mereces sufrir, de que eres una víctima. Una vez que comprendes y
aceptas esta realidad, llegas a experimentar el sufrimiento como algo
bastante natural.
»Así,
por ejemplo, al recordar el sufrimiento por el que ha tenido que pasar el
pueblo tibetano, podría uno sentirse abrumado, preguntándose: "¿ Cómo ha
podido ocurrir esto?" . Pero, desde otro ángulo, se puede reflexionar
sobre el hecho de que el Tíbet también se encuentra en pleno Samsara,
como el planeta y toda la galaxia.
Se
echó a reír.
-En
cualquier caso, creo que percibir la vida como un todo tiene un papel
importante en la actitud que se asuma ante el sufrimiento. Si tu
perspectiva básica, por ejemplo, es que el sufrimiento es negativo y tiene
que ser evitado a toda costa y que, en cierto sentido, es una señal de
fracaso, padecerás ansiedad e intolerancia y cuando te encuentres en
circunstancias difíciles, te sentirás abrumado. Por otro lado, si tu
perspectiva acepta que el sufrimiento es una parte natural de la
existencia, serás indudablemente más tolerante ante las adversidades de
la vida. Sin un cierto grado de tolerancia hacia el propio sufrimiento, la
vida se convierte en algo miserable, como una mala noche eterna.
-Me
parece que cuando dice que la naturaleza fundamental de la existencia es
el sufrimiento, algo básicamente insatisfactorio, expresa un punto de
vista bastante pesimista, realmente descorazonador. El Dalai Lama se
apresuró a replicar:
-Al
hablar de la naturaleza insatisfactoria de la existencia, hay que
comprender que lo hago en el contexto del camino budista general. Estas
reflexiones tienen que comprenderse en su verdadero contexto; si no se
hace, estoy de acuerdo en que puede ser interpretado erróneamente y
considerado bastante pesimista y negativo. En consecuencia, es importante
comprender la postura budista respecto al sufrimiento. Lo primero que Buda
enseñó fue el principio de las cuatro nobles verdades, la primera de las
cuales es la verdad del sufrimiento. Y aquí se hace hincapié en la toma
de conciencia de la naturaleza humana.
»Lo
que hay que tener en cuenta es que la importancia de la reflexión sobre
el sufrimiento deriva de la posibilidad de abandonado, porque hay otra
opción. Existe la posibilidad de liberarnos del sufrimiento. Al eliminar
sus causas, es posible liberarse de él. Según el pensamiento budista, las
causas profundas del sufrimiento son la ignorancia, el anhelo y el odio,
a las que se llama "los tres venenos de la mente". Estos términos tienen
connotaciones específicas utilizados en un contexto budista. "Ignorancia",
por ejemplo, no se refiere a la falta de información, sino más bien a una
falsa percepción de la verdadera naturaleza del ser y de todos los
fenómenos. Al generar una percepción de la verdadera naturaleza de la
realidad y eliminar los estados negativos de la mente como el anhelo y el
odio, se puede alcanzar un estado completamente purificado de la mente,
libre del sufrimiento. En un contexto budista, al reflexionar sobre el
hecho de que el sufrimiento caracteriza la existencia cotidiana, nos
estimulamos a realizar prácticas que eliminarán sus causas profundas. De
otro modo, si no hubiera esperanza o posibilidad de liberarnos del
sufrimiento, la simple reflexión sobre el mismo sería enfermiza y, por
tanto, bastante negativa.
Mientras hablaba, empecé a percatarme de que reflexionar sobre nuestra
«naturaleza sufriente» podía ayudarnos a aceptar las inevitables penas de
la vida, que podía ser incluso un método valioso para situar nuestros
problemas cotidianos en la debida perspectiva. Empecé así a ver el
sufrimiento dentro de un contexto más amplio, como parte de un camino
espiritual más grande, sobre todo si se tiene en cuenta la doctrina
budista, que reconoce la posibilidad de purificar la mente y, en último
término, alcanzar un estado en el que no hay más sufrimiento. Pero,
alejándome de estas grandiosas especulaciones filosóficas, sentí gran
curiosidad por saber cómo afrontaba el Dalai Lama el sufrimiento, cómo
abordaba la perdida de un ser querido, por ejemplo.
La
primera vez que visité Dharamsala, hace muchos años, pude conocer al
hermano mayor del Dalai Lama, Lobsang Samden. Le llegué a tomar cariño y
me entristeció mucho su muerte. Sabedor de que él y el Dalai Lama habían
estado muy unidos, comenté:
-Imagino que la muerte de su hermano Lobsang debió de ser muy dura para
usted...
-Sí.
-Me
preguntaba cómo la afrontó.
-Naturalmente, me sentí muy triste al enterarme de su muerte -contestó con
serenidad. -¿Y cómo asumió ese sentimiento de tristeza? ¿Hubo algo en
particular que le ayudara a superarlo? -No lo sé -contestó, pensativo-.
Experimenté ese sentimiento de tristeza durante algunas semanas, pero
luego, gradualmente, fue desapareciendo. Había, sin embargo, un
sentimiento de pesar.
-¿De
pesar?
-Sí.
Yo no estaba presente cuando murió y creo que si hubiera estado allí,
quizá podría haber hecho algo para ayudar. De ahí procede ese sentimiento
de pesar.
Toda
una vida dedicada a contemplar la inevitabilidad del sufrimiento humano
pudo haber ayudado al Dalai Lama a aceptar Su pérdida, pero no le
convirtió en un individuo frío y sin emociones, dotado de una inexorable
resignación ante el sufrimiento; la tristeza de su voz revelaba profundos
sentimientos. Al mismo tiempo, sin embargo, su candor y franqueza,
totalmente desprovistos de autoconmiseración o remordimiento, mostraban a
un hombre que había aceptado plenamente su pérdida.
Ese
mismo día, nuestra conversación se prolongó hasta bien entrada la tarde.
Cuchilladas de luz dorada atravesaban la semipenumbra. Un ambiente de
melancolía inundaba la habitación y me hizo saber que nuestra conversación
se acercaba a su término. Confiaba, sin embargo, en obtener algún consejo
adicional para asumir la muerte de un ser querido, aparte de limitarse a
aceptar la inevitabilidad del sufrimiento.
No
obstante, cuando ya me disponía a hablar, me pareció que estaba un tanto
distraído y observé una sombra de cansancio alrededor de sus ojos. Poco
después, su secretario entró silenciosamente y me dirigió aquella mirada
afilada por los años que indicaba que había llegado el momento de
marcharse.
-Si...
-dijo el Dalai Lama como si pidiera disculpas-, quizá debiéramos dejarlo
por hoy... Me siento un poco cansado.
Al día
siguiente, antes de que yo tuviera la oportunidad de volver a plantear el
tema en nuestras conversaciones privadas, él lo abordó en una de sus
charlas públicas. Uno de los presentes, claramente sumido en el
sufrimiento, preguntó al Dalai Lama:
-¿Tiene alguna sugerencia sobre cómo afrontar una gran pérdida personal,
como la de un hijo?
El
Dalai Lama contestó, con un suave tono de compasión:
-Eso
depende, hasta cierto punto, de las creencias personales. Si se cree en la
reencarnación, eso puede mitigar la pena o la preocupación. Cabe
consolarse con el hecho de que el ser querido renacerá algún día.
»Las
personas que no creen en la reencarnación, han de tener presente en
primer lugar, que si se preocupan en exceso y se dejan abrumar por la
pena ya perdida, actuaran de forma nociva para con ellos y además no
beneficiarán a la persona que ha fallecido.
»En mi
propio caso, por ejemplo, he perdido a mi más querido y respetado tutor, a
mi madre y también a uno de mis hermanos. Cuando fallecieron,
naturalmente me sentí muy triste. Pero no dejaba de pensar que no servía
de nada preocuparme demasiado y que, si quería realmente a esas personas,
debería cumplir sus deseos con una mente serena. Así que hice todo lo que
pude para que fuese así. Creo que ésa es la forma adecuada de afrontado,
procurar que se cumplan los deseos de los desaparecidos.
»Inicialmente, claro está, los sentimientos de dolor y ansiedad
constituyen una respuesta natural ante una pérdida. Pero si se le permite
que esos sentimientos persistan, pueden conducirnos al ensimismamiento, a
la soledad del sufrimiento. Es entonces cuando aparece la depresión. Por
otra parte, la experiencia de la pérdida alcanza a la mayoría de los
seres humanos; es útil reflexionar sobre ello, porque así ya no nos
sentiremos aislados. Eso puede ayudar.
Aunque
el dolor y el sufrimiento sean fenómenos humanos universales, he tenido a
menudo la impresión de que las personas educadas en las culturas
orientales parecen tener una mayor capacidad para aceptarlos y tolerarlos.
Ello se debe en parte a sus creencias, pero quizá también a que el
sufrimiento es más visible en las naciones más pobres, como la India. El
hambre, la pobreza, la enfermedad y la muerte están a la vista de todos.
Cuando una persona envejece o enferma, no es marginada ni enviada a una
residencia, sino que permanece en la comunidad y es atendida por la
familia. Quienes viven en contacto directo con la realidad no pueden
negar fácilmente que el sufrimiento forma parte de la existencia.
A
medida que la sociedad occidental adquirió capacidad para limitar el
sufrimiento causado por las duras condiciones de vida, parece que perdió
la habilidad para afrontarlo. Los estudios de los sociólogos ponen de
manifiesto que la mayoría de la sociedad occidental moderna tiende a pasar
por la vida convencida de que el mundo es básicamente un lugar agradable,
que en general impera la justicia y que todos son buenas personas que
merecen cosas buenas. Estas convicciones ayudan a llevar una vida más
feliz y sana. Pero la aparición inevitable del sufrimiento mina esas
creencias y provoca graves crisis. Dentro de este contexto, un trauma
relativamente menor puede tener un enorme impacto psicológico, que
intensifica, el sufrimiento. No cabe la menor duda de que, con la actual
tecnología, en la sociedad occidental ha mejorado el nivel general de
bienestar, y esto ha aparejado un cambio en la percepción del mundo: a
medida que el sufrimiento se hace menos visible, deja de verse como
connatural a los seres humanos, se lo considera una anomalía, una señal de
que algo ha salido terriblemente mal, como una señal de «fracaso» de algún
sistema, incluso una violación de nuestro derecho a la felicidad.
Estos
pensamientos conllevan muchos peligros. Si pensamos en el sufrimiento como
algo antinatural, algo que no debiéramos experimentar, muy pronto
buscaremos un culpable. Si me siento desgraciado, tengo que ser una
«víctima», una idea demasiado común en Occidente. El que nos castiga con
el sufrimiento puede ser el gobierno, el sistema educativo, unos padres
abusivos, una «familia disfuncional», el sexo opuesto o nuestro
despreocupado cónyuge. O quizá el mal esté dentro de nosotros: unos genes
defectuosos. El riesgo de asignar culpas y mantener una postura de
víctima es precisamente la perpetuación de nuestro sufrimiento, con
sentimientos persistentes de cólera, frustración y resentimiento.
Naturalmente, el deseo de librarse del sufrimiento es un objetivo Iegítimo
de todo ser humano. Es el corolario de nuestro deseo de ser felices. Es
por tanto apropiado analizar las causas de nuestra infelicidad y hacer lo
que esté a nuestro alcance para aliviar nuestros problemas que busquemos
soluciones en todos los planos: global, social, familiar e individual.
Pero mientras veamos el sufrimiento como un estado antinatural, como una
condición anormal que tememos y rechazamos, nunca lograremos desarraigar
sus causas y llevar una vida feliz.
9
Sufrimiento autoinfligido
EN SU
VISITA INICIAL, el caballero de mediana edad, elegantemente vestido con
un austero traje negro, se sentó con una actitud amable pero reservada y
empezó a relatar lo que le había traído a mi consulta. Habló con bastante
suavidad, con voz controlada y medida. Le hice las preguntas habituales:
motivo de la consulta, edad, antecedentes, estado civil...
-¡Esa
bruja! -gritó de repente, con la voz alterada por la cólera-. ¡Mi maldita
esposa! Mi ex, ahora. ¡Mantenía relaciones extramatrimoniales a mis
espaldas! Después de todo lo que había hecho por ella. ¡Esa... esa puta!
Su voz
se hizo más fuerte, más colérica y venenosa mientras, durante los veinte
minutos siguientes, fue narrando agravio tras agravio. La hora se acercaba
a su final. Al darme cuenta de que él no había hecho sino empezar y que
aquello podía durar fácilmente varias horas, intenté corregir la
situación.
-Bueno, la mayoría de la gente tiene dificultades para adaptarse después
de un divorcio; por tanto abordaremos ese problema en las próximas
sesiones. -Luego, le pregunté con voz tranquilizadora-: Y a propósito,
¿cuánto tiempo hace que se ha divorciado?
-Diecisiete años en el pasado mes de mayo.
En el
capítulo anterior vimos la importancia de aceptar el sufrimiento como un
hecho natural de la existencia humana. Muchos sufrimientos son
inevitables, pero otros tienen su causa en nosotros mismos. Hemos visto
que la negativa a aceptar el sufrimiento como algo natural puede
conducimos a consideramos víctimas y a echar a los demás la culpa de
nuestros problemas, una receta segura para llevar una vida desdichada.
Pero
también aumentamos nuestro sufrimiento de otras formas. Sucede con
demasiada frecuencia que perpetuamos nuestro dolor, lo mantenemos vivo
cuando repasamos mentalmente una y otra vez nuestras heridas, al tiempo
que exageramos las injusticias. Volvemos una y otra vez sobre los
recuerdos dolorosos, quizá con el deseo inconsciente de que cambie la
situación; pero no cambia. Claro que a veces este interminable repaso de
nuestros infortunios puede servir para exagerar el drama y proporcionar
cierto romanticismo a nuestras vidas, o para despertar la atención y la
simpatía de los demás. Pero esas supuestas «ventajas» son demasiado
pobres frente a la infelicidad que soportamos.
Sobre
ello, dijo el Dalai Lama:
-Hay
muchas formas de contribuir activamente a experimentar inquietud mental y
sufrimiento. Aunque en general las aflicciones mentales y emocionales
tienen causas externas somos nosotros quienes las empeoramos. Por ejemplo,
cuando sentimos cólera u odio hacia una persona, es poco probable que el
sentimiento se exacerbe si no lo alimentamos. No obstante, si pensamos en
las presuntas injusticias de que hemos sido objeto y seguimos pensando en
ellas una y otra vez, avivamos el odio, convirtiéndolo en algo muy
intenso. Lo mismo puede decirse cuando sentimos apego por alguien;
podemos alimentar el sentimiento pensando continuamente en lo hermosa o
atractiva que es esa persona, y así el apego se hace más y más fuerte. Eso
demuestra que podemos cultivar nuestras emociones.
»A
menudo también incrementamos nuestro dolor con una sensibilidad excesiva,
al reaccionar con exageración ante cosas nimias. Tendemos a tomarnos las
cosas pequeñas demasiado seriamente, a sacarlas de quicio mientras por
otro lado seguimos indiferentes a cosas realmente importantes, a aquellas
que tienen efectos profundas sobre nuestras vidas y consecuencias sobre
ellas a largo plazo. »Así pues, creo que en buena medida el sufrimiento
depende de cómo se responda ante una situación dada. Por ejemplo,
descubrimos que alguien habla mal de nosotros a nuestras espaldas. Si se
reacciona ante este conocimiento, ante esta negatividad, con un
sentimiento de cólera o de dolor, es uno mismo el que destruye su propia
paz mental. El dolor no es sino una creación personal. Por otro lado, si
uno se contiene y evita reaccionar de manera negativa y deja pasar la
difamación como un viento silencioso al que no se hace caso, se está
protegiendo de sentirse herido, de esa sensación de agonía. Así pues, y
aunque no siempre se puedan evitar las situaciones difíciles, sí se puede
modificar la extensión del propio sufrimiento.
A
veces, los terapeutas decimos de este proceso que es una
«personalización» de nuestro dolor, es decir, la tendencia a estrechar
nuestro campo de visión psicológico mediante la interpretación, acertada o
errónea, de todo aquello que nos afecta.
Una
noche cené con un colega en un restaurante. El servicio era muy lento y mi
colega empezó a quejarse: -¡Fíjate en eso! ¡Ese camarero es condenadamente
lento! ¿Dónde se ha metido? Creo que pasa de nosotros. A pesar de que
ninguno de los dos tenía un compromiso urgente, las quejas de mi colega
sobre el servicio siguieron durante toda la cena y terminaron por
convertirse en una letanía sobre la comida, la vajilla y todo lo que no
fuera de su agrado. Al final el camarero nos obsequió con dos postres
gratuitos.
-Les
ruego que disculpen la lentitud del servicio de esta noche -dijo-, pero
tenemos poco personal. Ha muerto un familiar de uno de los cocineros y un
camarero está enfermo. Espero no haberles causado muchas molestias...
--A
pesar de todo, no volveré nunca aquí -murmuró amargamente mi colega una
vez el camarero se hubo alejado.
Esto
no es más que un pequeño ejemplo de cómo contribuimos a nuestro propio
sufrimiento al afrontar una situación molesta como si obedeciera a un
deliberado propósito de perjudicarnos. En este caso, el resultado fue una
cena desagradable. Cuando esta actitud impregna toda relación con el
mundo, puede convertirse en una fuente inagotable de desdichas.
Al
describir las implicaciones de esta mentalidad estrecha, Jacques Lusseyran
hizo un comentario muy penetrante. Lusseyran, ciego desde los ocho años
de edad, fue el fundador de un grupo de la Resistencia durante la Segunda
Guerra Mundial. Finalmente, fue detenido por los alemanes y enviado al
campo de concentración de Buchenwald. Más tarde, al contar sus
experiencias en los campos de concentración, Lusseyran afirmó: «Comprendí
entonces que la infelicidad sobreviene porque creemos ser el centro del
mundo, porque tenemos la mezquina convicción de que únicamente nosotros
sufrimos, y con una intensidad insoportable. La infelicidad consiste en
sentimos siempre aprisionados en nuestra piel, en nuestro cerebro».
«¡Pero eso no es justo!.».
Los
problemas surgen a menudo en nuestra vida. Pero los problemas, por sí
solos, no provocan automáticamente el sufrimiento. Si logramos abordar
con decisión nuestros problemas y centrar nuestras energías en encontrar
una solución, el problema puede transformarse en un desafío. No obstante,
si consideramos «injusto» ese contratiempo, añadimos un ingrediente que
puede crear inquietud mental y sufrimiento. Entonces no sólo tenemos dos
problemas, en lugar de uno, sino que ese sentimiento de «injusticia» nos
distrae, nos consume, nos priva de la energía necesaria para solucionar
el problema original.
Una
mañana, al plantearle este tema al Dalai Lama, le pregunté: -¿Como podemos
afrontar el sentimiento de injusticia que con tanta frecuencia nos tortura
cuando surgen los problemas?
-Hay
muchas maneras de encararlo -contestó el Dalai Lama
Ya he
hablado de la importancia de aceptar el sufrimiento como un hecho natural
de la existencia humana. Creo que, en cierto modo, los tibetanos están más
capacitados para aceptar estas situaciones difíciles, ya que dicen:
«Quizá se deba a mi karma en el pasado». Lo atribuirán a las acciones
negativas cometidas en esta vida o en una vida anterior, de modo que hay
mayor grado de aceptación. He visto a algunas familias, en nuestros
asentamientos en la India, en situaciones muy difíciles, viviendo en
condiciones muy pobres y, además de eso, con hijos ciegos o con alguna
deficiencia. De algún modo, esas pobres mujeres se las arreglan,
limitándose a decir: «Esto se debe a su karma; es su destino».
»A
propósito del karma es importante señalar que, debido a una mala
interpretación de la doctrina, hay una tendencia a echarle la culpa de
todo lo que sucede al karma, en un intento por sacudirse la
responsabilidad o la necesidad de tomar iniciativas. Resulta muy fácil
decir: "Esto se debe a mi karma pasado, a mi karma negativo anterior, así
que ¿qué puedo hacer? Soy impotente". Esa es una interpretación errónea
del karma, pues aunque las experiencias son una consecuencia de los hechos
del pasado, eso no quiere decir que los individuos no tengamos
alternativas o que no haya posibilidad de producir un cambio positivo. Uno
no debe ser pasivo y tratar de excusarse para no tomar la iniciativa
atribuyéndolo todo al karma, porque si uno comprende correctamente el
concepto de karma, sabrá que karma significa "acción". El karma es un
proceso muy activo, y el futuro que nos está reservado viene determinado
en buena medida por lo que hacemos en el presente, por las iniciativas que
tomemos ahora.
»Así
pues, no debería entenderse el karma en términos de una fuerza pasiva y
estática, sino de un proceso activo. Eso indica que el agente individual
tiene un papel importante en la determinación del proceso kármico. Por
ejemplo, hasta el sencillo propósito de satisfacer nuestras necesidades
de alimentación... Para alcanzar ese objetivo necesitamos actuar. Tenemos
que buscar alimento y luego comerlo; eso demuestra que hasta el objetivo
más simple se alcanza por medio de la acción....,..
-Está
bien -asentí-, reducir el sentimiento de injusticia aceptando que es
resultado del karma puede ser efectivo para los budistas, pero ¿qué me
dice de quienes no creen en la doctrina del karma? En Occidente, por
ejemplo, son muchos los que...
-Muchas de las personas que creen en un creador, en Dios, pueden aceptar
las circunstancias difíciles con mayor facilidad, al considerarlas parte
de la creación o el plan de Dios. Aunque la situación parezca muy
negativa, Dios es todopoderoso y misericordioso, de modo que tiene que
haber algún significado en la situación que ellas desconocen. Creo que esa
clase de fe puede ayudarlas en sus momentos de sufrimiento.
-¿ y
qué me dice de los que no creen ni en el karma ni en un Dios creador?
-Para
quien no sea creyente... -El Dalai Lama reflexionó un momento antes de
responder-. Quizá pudiera ayudarle un enfoque práctico y científico. Los
científicos consideran muy importante examinar un problema objetivamente,
estudiado sin mucha implicación emocional. Con esa actitud puedes decirte:
«Si se puede luchar contra el problema, lucha, ¡aunque tengas que llegar
a los tribunales!». -Se echó a reír-. Luego, si descubres que no hay forma
de ganar, puedes limitarte a olvidarlo.
»Un
análisis objetivo de situaciones difíciles o problemáticas puede ser
bastante importante, porque se descubre a menudo que detrás de las
apariencias hay otros factores. Por ejemplo, si el jefe le ha tratado a
uno injustamente en el trabajo, es posible que esté detrás, por ejemplo
una discusión con su esposa por la mañana. Naturalmente, uno tiene que
seguir afrontando las cosas según están, pero al menos con ese enfoque no
se experimentará la ansiedad adicional que provoca.
-¿Es
posible que el análisis objetivo de la situación nos ayude a descubrir que
estamos contribuyendo a crear el problema y debilite el sentimiento de
injusticia?
-¡Sí!
-respondió con entusiasmo-. Ahí está la gran diferencia. En general, si
examinamos cualquier situación de una forma imparcial y honesta, nos
daremos cuenta de hasta qué punto somos también responsables de los
acontecimientos.
»Por
ejemplo, muchas personas echaron la culpa de la guerra del Golfo a Saddam
Hussein. En varias ocasiones dije que eso no era justo. Teniendo en
cuenta las circunstancias, sentí verdadera pena por Saddam Hussein. Claro
que es un dictador, responsable de muchas barbaridades. Si se examina
superficialmente la situación, resulta fácil echarle toda la culpa: es un
dictador, un totalitario, ¡incluso su mirada parece siniestra! -exclamó,
echándose a reír-. Pero su capacidad para causar daño sería muy limitada
si no contara con su ejército, y ese poderoso ejército no puede funcionar
sin equipo militar. Todo ese equipo militar no ha sido producido por él,
ni ha llovido del cielo. Considerando las cosas de ese modo nos damos
cuenta de que son muchas las naciones implicadas.
»Así
pues -siguió diciendo el Dalai Lama-, nuestra tendencia normal consiste en
achacar nuestros problemas a los demás o bien a factores externos. Además,
solemos buscar una sola causa, para luego tratar de exoneramos de toda
responsabilidad. Parece que cada vez que hay implicadas emociones
intensas, tiende a producirse una disparidad entre apariencia y la
realidad. En mi ejemplo, si se analiza la situación muy cuidadosamente, se
verá que Saddam Hussein no es la única causa del conflicto.
»Esta
práctica supone mirar las cosas de una forma holística, darte cuenta de
que son muchos los factores que intervienen en un hecho. Tomemos, por
ejemplo, nuestro problema con los chinos; también nosotros hemos
contribuido a originarlo, sobre todo por la negligencia de las
generaciones que nos precedieron. Así pues, creo que nosotros, los
tibetanos, hemos contribuido a esta trágica situación. No es justo echarle
toda la culpa a China. Pero también hay perspectivas. Es preciso señalar
que los tibetanos, por ejemplo, nunca se han sometido por completo a la
opresión china, siempre ha habido una resistencia. Debido a ello, los
chinos desarrollaron una nueva política y trasladaron grandes masas de
chinos al Tíbet, de modo que la población autóctona acabara siendo
demográficamente insignificante, quedara marginada y el movimiento de
liberación perdiera fuerza. Pero tampoco podemos decir que la resistencia
tibetana sea la única culpable de la política China.
-Pero
¿qué me dice de esas situaciones en las que está claro que lo ocurrido no
es en absoluto culpa de uno, con las que uno no tiene nada que ver,
incluso las relativamente insignificantes, como cuando alguien nos miente
intencionadamente?
-Naturalmente, al principio siento desilusión cuando alguien no dice la
verdad, pero incluso en tal caso, si examino la situación, puedo
descubrir que su motivación para ocultarme algo puede haber sido cierta
falta de confianza en mí. Así que, a veces, hay que considerar estos
hechos desde otro ángulo; por ejemplo, que quizá la persona en cuestión no
confió del todo en mí porque no sé guardar un secreto. En otras palabras,
no soy digno de la plena confianza de esa persona debido a mi naturaleza.
Examinando la situación de ese modo, podría concluir que la causa reside
en mí.
Esta
justificación racional, incluso procediendo del Dalai Lama, me parecía un
tanto forzada: descubrir «la propia contribución» a la falta de honestidad
del otro. Pero la sinceridad de su voz sugería que había puesto en
práctica esta conducta en su vida personal como ayuda frente a la
adversidad. Claro que es probable que no siempre podamos descubrir
nuestra contribución, pero intentarlo nos permite desplazar el centro de
atención, lo que nos ayuda a romper las estrechas pautas de pensamiento
que conducen al sentimiento destructivo de injusticia, que es la fuente
de tanto descontento.
Culpabilidad
Como
productos de un mundo imperfecto, todos somos imperfectos. Reconocer
nuestros errores con genuino remordimiento nos sirve para mantenemos en
el camino correcto en la vida, nos anima a rectificar nuestros errores si
ello fuera posible. Pero si permitimos que nuestro pesar degenere hasta
una culpabilidad excesiva y nos aferramos a nuestros errores del pasado,
culpándonos y odiándonos por ellos, lo único que conseguiremos es
flagelamos inútilmente.
Durante una conversación anterior en la que hablamos brevemente de la
muerte de su hermano, el Dalai Lama había expresado cierto pesar
relacionado con ella. Era interesante ver cómo afrontaba aquellos
sentimientos de pesar y quizá de culpabilidad, por lo que en una
conversación posterior le pregunté:.
-Cuando hablamos de la muerte de Lobsang mencionó usted su pesar. ¿Ha
habido alguna otra situación en su vida en que se haya arrepentido de
algo?
-Oh,
sí. Un anciano monje que vivía como un ermitaño solía ir a verme para
recibir enseñanzas, aunque creo que era más versado que yo y aquellas
visitas no eran más que una formalidad. En cualquier caso, vino a verme un
día y me preguntó acerca de una complicada práctica esotérica que quería
realizar. Le comenté que era una práctica muy difícil y que quizá fuera
mejor que la emprendiera alguien más joven, ya que tradicionalmente se
inicia en la adolescencia. Más tarde me enteré de que el monje se había
suicidado para renacer en un cuerpo más joven y poder entregarse a esos
ejercicios...
-¡Eso
es terrible! -exclamé, sorprendido por esta historia-. Tuvo que haber sido
muy duro para usted cuando se enteró... -El Dalai Lama asintió con una
expresión de tristeza-. ¿Cómo afrontó ese sentimiento de pesar? ¿Cómo se
libró finalmente de él?
Permaneció en silencio durante un rato antes de contestar.
--No
me libré de él. Sigue ahí, presente. -Hizo una nueva pausa, antes de
añadir-: Pero ya no se halla asociado con una opresión. No sería útil para
nadie que yo permitiera que ese sentimiento me abrumara, fuera una fuente
de desánimo y depresión.
En ese
momento y de un modo muy visceral, quedé asombrado una vez más ante el ser
humano que afronta plenamente las tragedias de la vida y responde, incluso
con profundo pesar, pero sin permitirse caer en una culpa excesiva o en el
autodesprecio; que se acepta plenamente a sí mismo, con sus limitaciones,
debilidades y errores de juicio. El Dalai Lama experimentaba un sincero
pesar por los hechos que acababa de relatarme, pero llevaba su pesar con
dignidad y elegancia. Y no permitía que ese sentimiento lo hundiera,
prefería seguir adelante y dedicar sus facultades a la ayuda a los
demás...
A
veces me pregunto si la capacidad para vivir sin caer en la culpabilidad
destructiva no será parcialmente cultural. Al contarle a un erudito amigo
tibetano mi conversación con el Dalai Lama sobre el pesar, éste me dijo
que la lengua tibetana no tiene siquiera una palabra equivalente a
«culpa», aunque tiene otras que equivalen a «remordimiento» o
«arrepentimiento» o «lamentación», con el sentido de «rectificar las
cosas en el futuro». Sea cual fuere el componente cultural, estoy
convencido de que al cuestionar nuestras formas habituales de pensar y
cultivar una perspectiva mental diferente, basada en los principios
descritos por el Dalai Lama, cualquiera de nosotros puede aprender a vivir
sin la marca de la culpabilidad, que no hace otra cosa que causarnos un
sufrimiento innecesario.
Resistencia al cambio
La
culpabilidad surge cuando nos convencemos de que hemos cometido un error
irreparable. La tortura del que se culpa reside en pensar que cualquier
problema es permanente. Pero, puesto que no hay nada que no cambie, el
dolor también disminuye, ya que ningún problema es perpetuo. Éste es el
aspecto positivo del cambio. Pero por lo general nos resistimos a él en
casi todos los ámbitos de la vida. El primer paso para liberamos del
sufrimiento es conocer su causa fundamental: la resistencia al cambio.
Al
describir la naturaleza siempre cambiante de la vida, el Dalai Lama
explicó:
-Es
extremadamente importante investigar los orígenes del sufrimiento, saber
cómo surge. Para iniciar ese proceso se ha de ser consciente de la
naturaleza cambiante de nuestra existencia. Todas las cosas,
acontecimientos y fenómenos son dinámicos, cambian a cada momento; nada
permanece estático. Meditar sobre la circulación sanguínea puede servimos
para reforzar esta idea: la sangre está fluyendo constantemente, nunca se
está quieta. Y puesto que es propio de la naturaleza de todos los
fenómenos el cambiar continuamente, concluimos que a las cosas les falta
capacidad para perdurar, para seguir siendo lo mismo. Y si todas las cosas
se hallan sujetas al cambio, nada existe en un estado permanente, nada es
capaz de programarse para permanecer. Por tanto, todas las cosas se
encuentran bajo el poder o la influencia de otros factores. Nada durará,
al margen de lo agradable o placentera que pueda ser la experiencia. Esto
se convierte en la base de una categoría de sufrimiento conocida en el
budismo como el «sufrimiento del cambio».
El
concepto de transitoriedad tiene un papel central en el pensamiento
budista y su consideración es una práctica clave. La contemplación de la
no permanencia tiene dos funciones vitales en el camino budista. En un
plano convencional, en un sentido cotidiano, el practicante budista
contempla su propia transitoriedad, el hecho de que la vida es tenue y de
que nunca sabemos cuándo moriremos. Al combinar esta reflexión con la
singularidad de la existencia humana y la posibilidad de alcanzar un
estado de liberación espiritual, de liberación del sufrimiento y de
interminables ciclos de reencarnaciones esta contemplación sirve para
fortalecer la resolución de sacarle el mejor partido posible a la
existencia, participando en las prácticas espirituales que producirán la
liberación en un nivel más profundo, la contemplación de los aspectos mas
sutiles de la transitoriedad es el primer paso para comprender la
verdadera naturaleza de la realidad y disipar la ignorancia, que es la
fuente última de nuestro sufrimiento. Así pues, aunque la contemplación de
la transitoriedad tiene una tremenda importancia dentro de un contexto
budista, surge la pregunta: ¿tiene también alguna aplicación práctica en
las vidas cotidianas de los no budistas? Si vemos el concepto de
«transitoriedad» desde el punto de vista del «cambio», entonces la
respuesta es afirmativa. Después de todo, tanto si se contempla la vida
desde una perspectiva budista como desde una perspectiva occidental,
queda el hecho de que la vida es cambio. En la medida en que nos neguemos
a aceptar este hecho y nos resistamos a los cambios de la existencia,
seguiremos perpetuando nuestro sufrimiento.
La
aceptación del cambio puede ser un factor importante para reducir en
buena medida nuestro sufrimiento. A menudo nos causamos sufrimiento al
negarnos a renunciar al pasado. Si definimos nuestra imagen por el aspecto
que teníamos o por lo que solíamos hacer y no podemos hacer ahora, es muy
probable que nos sintamos más infelices a medida que envejecemos. En
ocasiones, cuanto más tratamos de aferrarnos a algo, tanto más grotesca y
distorsionada se hace la vida. La aceptación de la inevitabilidad del
cambio como principio general nos ayuda a afrontar muchos problemas y a
asumir un papel más activo; conocer y comprender los cambios puede
evitarnos la ansiedad, que es la causa de muchos de nuestros problemas.
Una mujer que acababa de ser madre me habló de una visita que había hecho
con su bebé a la sala de urgencias del hospital a las dos de la madrugada.
-¿Qué le ocurre? -le preguntó el pediatra.
-¡Mi
bebé! ¡Le pasa algo! -gritó ella frenéticamente-. ¡Creo que se ahoga! No
hace más que sacar la lengua una y otra y otra vez, como si tratara de
quitarse algo de ella, pero no tiene nada en la boca...
Después de unas pocas preguntas y un breve examen, el médico la
tranquilizó.
-No
hay por qué preocuparse. A medida que se hace mayor, el bebé cobra una
mayor conciencia de su cuerpo y de lo que es capaz de hacer. Su bebé acaba
de descubrirse la lengua.
Margaret, una periodista de treinta y un años, ilustra la importancia de
comprender y aceptar el cambio en el contexto de una relación personal.
Acudió a mi consulta por una ansiedad que atribuyó a la dificultad para
adaptarse a un divorcio reciente.
-Pensé
que me vendrían bien unas cuantas sesiones de psicoterapia, aunque sólo
fuese para hablar con alguien -me explicó-, para que me ayude a dejar en
paz el pasado y efectuar la transición a una vida de soltera. Si quiere
que le sea sincera, la verdad es que me siento un poco nerviosa por todo
esto...
Le
pedí que me describiera las circunstancias de su divorcio. -Supongo que
tendría que describirlo como amistoso. No hubo peleas ni nada de eso. Mi
ex y yo tenemos buenos trabajos, de modo que tampoco hubo grandes
problemas con los acuerdos económicos. Tenemos un hijo, pero parece
haberse adaptado bien al divorcio, y mi ex y yo hemos acordado una
custodia conjunta que parece funcionar. -¿Puede explicarme qué condujo al
divorcio?
-Hmm,
supongo que, simplemente, dejamos de amarnos -contestó ella con un
suspiro-. Parece que el amor fue desapareciendo gradualmente; ya no
existía la intimidad de que disfrutábamos cuando nos casamos. Ambos
estábamos muy ocupados con nuestros trabajos y nuestro hijo y parece que
nos fuimos alejando. Asistimos a unas sesiones de asesoramiento
matrimonial, pero no sacamos nada de ellas. Era más bien como si fuésemos
hermanos. Aquello no parecía amor, no era un verdadero matrimonio. El
caso es que finalmente decidimos que sería mejor divorciamos; nos faltaba
algo que había antes.
Después de dedicar dos sesiones a delimitar el problema, iniciamos una
psicoterapia, centrándonos específicamente en reducir la ansiedad y
promover la adaptación a los recientes cambios. Era una persona
inteligente y emocionalmente bien adaptada. Respondió bien a la terapia y
efectuó con facilidad la transición a la vida de soltera.
A
pesar de que evidentemente se preocupaban el uno por el otro, estaba claro
que Margaret y su marido habían interpretado el cambio cualitativo de su
afecto como una señal de que debían dar por terminado su matrimonio.
Sucede con demasiada frecuencia que interpretamos una disminución de la
pasión como una señal de que existe un problema irresoluble en la
relación. Los primeros indicios de cambio en una relación suelen provocar
pánico: quizá, después de todo, no hemos elegido la pareja correcta, el
otro no nos parece la persona de la que nos enamoramos. Surgen los
desacuerdos: quizá tengamos deseos de sexo y el otro está cansado, o
queramos ver una película que al otro no le interesa. Descubrimos entonces
diferencias que no habíamos observado antes. Así pues, llegamos a la
conclusión de que todo ha terminado; al fin y al cabo, no podemos soslayar
el hecho de que cada uno está cambiando por su lado. Las cosas ya no son
como antes, quizá haya llegado el momento del divorcio.
¿Qué
hacemos entonces? Los expertos en relaciones han escrito docenas de libros
sobre lo que debemos hacer cuando se apaga la llama del amor romántico.
Nos ofrecen muchas sugerencias para encender de nuevo esa pasión:
reestructure su programa para dar prioridad a momentos románticos en su
relación, planifique cenas o salidas de fin de semana, procure halagar a
su pareja, aprenda a mantener una conversación interesante. En ocasiones,
estas cosas ayudan. Otras veces, no.
Pero
antes de dar por muerta la relación, una de las cosas más beneficiosas
que podemos hacer al notar un cambio consiste simplemente en retroceder
un poco, valorar la situación y armarnos con todo el conocimiento que
podamos acerca de los cambios.
A
medida que se despliegan nuestras vidas, pasamos desde la infancia a la
adolescencia, la edad adulta y la vejez. Aceptamos estos cambios como una
progresión natural. Pero una relación es también un sistema vital
dinámico, compuesto por dos organismos que interactúan en un ambiente
igualmente vital. y por tanto es natural que la relación pase por
diferentes fases. En toda relación hay diferentes dimensiones de
intimidad: física, emocional e intelectual. El Contacto físico, el
compartir las emociones, los pensamientos e intercambiar ideas son formas
legítimas de conectar con aquellas personas a las que amamos. Es normal
que el equilibrio experimente flujos y reflujos; en ocasiones, la
intimidad física disminuye pero aumenta la emocional; en otras ocasiones
no sentimos deseos de compartir nuestros pensamientos, y sólo queremos
que el otro nos abrace. Si la pasión se enfría, en lugar de experimentar
preocupación o cólera podemos buscar nuevas formas de intimidad que pueden
ser igualmente satisfactorias o quizá más. Podemos encantar a nuestra
pareja como compañero, disfrutar de un amor más firme, de un vínculo más
profundo.
En su
libro Comportamiento íntimo [trad. casto RBA, Barcelona, 1994], Desmond
Morris describe los cambios normales que se producen en la necesidad de
intimidad del ser humano. Sugiere que pasamos repetidamente por tres
fases: «Abrázame fuerte», «Suéltame» y «Déjame solo». El ciclo se pone de
manifiesto ya durante los primeros años de vida, cuando los niños pasan
del «abrázame fuerte», tan característico de la infancia, al «suéltame»,
cuando empiezan a explorar el mundo, a gatear, caminar y adquirir algo de
independencia y autonomía con respecto de la madre. Esto forma parte del
desarrollo y el crecimiento normal. Estas fases no se mueven, sin
embargo, de forma lineal sino que el niño puede experimentar ansiedad
cuando el sentimiento de separación se hace demasiado intenso; entonces
regresa junto a la madre en busca de consuelo y proximidad. En la
adolescencia, cuando el individuo se esfuerza por formarse una identidad,
el «suéltame» se convierte en la fase predominante. Aunque pueda ser
difícil o doloroso para los padres, la mayoría de los expertos lo
consideran normal y necesario en la transición de la infancia a la edad
adulta. Mientras que en casa el adolescente grita a los padres « ¡Dejadme
solo!», sus necesidades de «abrázame fuerte» pueden quedar satisfechas
mediante una fuerte identificación con el grupo de sus iguales..'. “
En las
relaciones adultas se da la misma oscilación. Periodos de estrecha
intimidad alternan con otros de distanciamiento. Esto también forma parte
del ciclo normal de crecimiento y desarrollo. Para alcanzar nuestro pleno
potencial como seres humanos, necesitamos equilibrar nuestras necesidades
de intimidad y unión con las de autonomía. Si comprendemos esto, no
experimentamos temor cuando observamos por primera vez que nos estamos
«distanciando» de nuestra pareja, del mismo modo que no sentimos pánico
cuando observamos que la marea se retira de la costa. Claro que, en
ocasiones, una creciente distancia emocional (como una corriente
soterrada de cólera), puede indicar graves problemas en una relación que
pueden conducir incluso a la ruptura. En esos casos, medidas como la
psicoterapia pueden ser muy útiles. Pero lo principal es que una
creciente distancia no anuncia necesariamente un desastre. Puede formar
parte de un ciclo que redefinirá la relación e incluso puede llevar a una
intimidad mayor que la del pasado..'.
Así
pues, la aceptación, el reconocimiento de que el cambio es inherente a
las relaciones humanas, puede jugar un papel decisivo. Quizá descubramos
que precisamente en el momento en que nos sentimos más desilusionados, en
el que tenemos la sensación de que algo se ha resquebrajado en nuestra
relación, es cuando puede producirse una transformación profunda. Estos
períodos de transición pueden convertirse en momentos trascendentales
para la maduración del verdadero amor. Quizá nuestra relación ya no se
base en una pasión intensa, ni veamos al otro como la personificación de
la perfección, ni tengamos la sensación de estar fusionados. En lugar de
eso, empezamos a conocer verdaderamente al otro, lo vemos tal cual es,
como un individuo distinto, quizá con defectos y debilidades, pero tan
humano como nosotros mismos. Sólo entonces podemos establecer un
compromiso con el crecimiento de otro ser humano, lo que supone un acto
de verdadero amor.
Quizá
el matrimonio de Margaret se hubiera salvado si hubiese aceptado el cambio
en la relación y ambos hubiesen establecido un nuevo vínculo, basado en
factores distintos de la pasión romántica. Afortunadamente, sin embargo,
la historia no terminó ahí. Dos años después de mi última sesión con
Margaret, me la encontré en unos grandes almacenes. (Encontrarme con un ex
paciente fuera de la consulta me resulta un tanto incómodo, como nos
sucede a la mayoría de los psicólogos.)
-¿Cómo
le van las cosas? -le pregunté.
-¡No
podrían ir mejor! -exclamó-. Mi ex marido y yo volvimos a casarnos el mes
pasado.
-¿De
veras?
-Sí, y
todo marcha magníficamente. Después de la separación seguimos viéndonos,
claro, por la custodia de nuestro hijo. Nos resultó difícil al
principio..., pero después parecía como si nos hubiésemos librado de la
presión... Ya no teníamos expectativas comunes. Entonces descubrimos que
realmente nos gustábamos y nos amábamos. Ahora no es como cuando nos
casamos la primera vez, pero eso ya no nos importa; ahora somos realmente
felices juntos.
10 Cambio de perspectiva
HABÍA
UNA VEZ UN DISCÍPULO de un filósofo griego al que el maestro le ordenó
entregar dinero durante tres años a todo aquel que le insultara. Una vez
superado ese período de prueba, el maestro le dijo: «Ahora puedes ir a
Atenas y aprender sabiduría». Cuando el discípulo llegó a Atenas vio a un
sabio sentado a las puertas de entrada de la ciudad que se dedicaba a
insultar a todo el que entraba y salía. También insultó al discípulo, que
se echó a reír. «¿Por qué te ríes cuando te insulto?», le preguntó el
sabio. «Porque durante tres años he tenido que pagar por esto mismo y
ahora tú me lo ofreces gratuitamente», contestó el discípulo. «Entra en
la ciudad -le dijo el sabio- Es toda tuya...»
En el
siglo IV, los padres del desierto, un grupo de personas excéntricos que
se retiraron al desierto, en los alrededores de Scete, para llevar una
vida de sacrificio y oración, contaban esta historia para ilustrar el
valor del sufrimiento y la resistencia. Sin embargo, no fue ésta la que
abrió la «ciudad de la sabiduría» al discípulo. Lo que le permitió
afrontar de un modo tan efectivo una situación difícil fue su capacidad
para cambiar de perspectiva, para ver su situación desde una atalaya
diferente.
La
capacidad para cambiar de perspectiva puede ser una de las herramientas
más efectivas de que disponemos para afrontar los problemas de la vida
cotidiana. El Dalai Lama explicó:
-La
capacidad de ver los acontecimientos desde perspectivas diferentes puede
ser muy útil. Al practicarla, podemos utilizar ciertas experiencias,
tragedias próximas para desarrollar la serenidad de la mente. Tenemos que
damos cuenta de que cada fenómeno, cada acontecimiento, tiene aspectos
diferentes. Todo tiene una naturaleza relativa. En mi caso, por ejemplo,
he perdido mi país. Desde ese punto de vista, es muy trágico... y todavía
hay cosas peores. En nuestro país se ha producido mucha destrucción. Eso
es algo muy negativo. Pero cuando abordo el mismo acontecimiento desde
otro ángulo, me doy cuenta de que, como refugiado, hay otra perspectiva.
Como refugiado no tengo necesidad de formalidades, ceremonia, protocolo.
Si todo fuera como antes habría multitud de ocasiones en las que
únicamente haríamos los movimientos, fingiríamos. Pero cuando se pasa por
situaciones desesperadas, no hay tiempo para fingir. Así que, desde ese
ángulo, esta trágica experiencia ha sido muy útil para mí. El hecho de ser
un refugiado también crea numerosas oportunidades para encontrarme con
mucha gente. Gente de otras confesiones diferentes, de distintos ámbitos
de la vida, a las que muy probablemente no habría conocido si hubiera
permanecido en mi país. Así que, en ese sentido, todo esto ha sido muy,
muy útil.
»A
menudo, cuando surgen los problemas, nuestra perspectiva se estrecha.
Quizá tengamos concentrada toda nuestra atención en preocuparnos por el
problema y abriguemos la sensación de que únicamente nosotros pasamos por
tales dificultades. Eso puede conducir a una especie de ensimismamiento
que hace que el problema parezca muy grave. Cuando sucede eso, creo que
puede ayudar mucho el ver las cosas desde una perspectiva más amplia,
dándonos cuenta, por ejemplo, de que hay muchas personas que han pasado
por experiencias similares e incluso peores. Este cambio de perspectiva
puede ser muy útil incluso en ciertas enfermedades o cuando se sufre.
Claro que cuando aparece el dolor resulta muy difícil practicar la
meditación para serenar la mente. Pero si se hacen comparaciones, si se
ve la situación desde una perspectiva diferente, algo ocurre. Si sólo se
observa el acontecimiento, en cambio, éste parece cada vez más y más
importante. Si se fija la atención intensamente en un problema, éste
termina por parecer incontrolable. Pero si se compara con otro de mayor
envergadura, entonces parece más pequeño y menos abrumador.
Poco
antes de una de las sesiones con el Dalai Lama, me encontré con el
administrador de una clínica en la que trabajé durante algún tiempo y
donde tuvimos una serie de encontronazos porque yo estaba convencido de
que él desviaba nuestra atención de los pacientes a las consideraciones
financieras. No le había visto desde hacía tiempo, y en cuanto estuve
frente a él pasaron por mi mente todas las discusiones que habíamos
mantenido y sentí crecer en mi interior la cólera y el odio. Cuando me
permitieron entrar en la suite del Dalai Lama, ya me había calmado
bastante, a pesar de que aún me sentía algo inquieto. -La respuesta
natural e inmediata cuando alguien nos hace daño -dije- es enojarse;
incluso mucho después, cada vez que pensamos en ello, volvemos a
enfadamos. ¿Cómo se puede afrontar esta situación? El Dalai Lama me miró
con expresión reflexiva. Me pregunté si percibiría que planteaba el tema
no sólo por razones puramente académicas.
-Si
examina la situación desde un ángulo diferente -contestó-, seguramente se
dará cuenta de que la persona que provocó esa cólera tiene también
cualidades positivas. Si observa cuidadosamente descubrirá también que
aquello que le había molestado le proporcionó ciertas oportunidades que,
de otro modo, no habría tenido. Así que podrá ver desde un ángulo
diferente el acontecimiento. Eso ayuda.
-Pero
¿qué hacer si se buscan los aspectos positivos de una persona o
acontecimiento y no se puede encontrar ninguno?
-En
tal caso, la situación requeriría un esfuerzo. Dedique algún tiempo a
buscar seriamente una perspectiva diferente. Necesitará utilizar toda su
capacidad de razonamiento y examinar la situación del modo más objetivo
posible. Por ejemplo, puede reflexionar sobre el hecho de que cuando está
realmente enojado con alguien, tiende a percibir en el otro sólo
cualidades negativas, del mismo modo que al sentirse fuertemente atraído
por alguien, suele ver únicamente sus cualidades positivas. Si su amigo,
al que considera una persona excelente, le causara deliberadamente daño,
de repente usted se percataría de que no sólo tiene buenas cualidades. De
modo similar, si su enemigo, al que detesta, le pidiera sinceramente
perdón y se mostrara amable, es poco probable que siguiera considerándolo
totalmente malo. Así pues, aunque esté enojado con alguien y crea que esa
persona no posee cualidades positivas, recuerde que nadie es totalmente
malo. Si busca lo suficiente, seguro que encontrará algunas cualidades
positivas. En consecuencia, su visión de un individuo como absolutamente
negativo se debe a su propia proyección mental, más que a la verdadera
naturaleza de ese individuo.
»Asimismo, una situación inicialmente percibida como totalmente negativa
puede tener algunos aspectos positivos. Pero creo que este descubrimiento
no es suficiente. Es necesario recordar esos aspectos positivos en muchas
ocasiones, para que gradualmente cambie el sentimiento negativo. En
resumen, se debe pasar por un proceso de aprendizaje, de formación, para
familiarizarse con los nuevos puntos de vista que permiten afrontar esas
situaciones.
Después de reflexionar un momento, con su habitual pragmatismo, añadió:
-Sin
embargo, si a pesar de sus esfuerzos no encontrara aspectos positivos, lo
mejor que puede hacer es, sencillamente, tratar de olvidar el asunto por
el momento.
Inspirado por las palabras del Dalai Lama, esa misma noche intenté
descubrir algunos «aspectos positivos» del administrador que mencioné. No
me resultó tan difícil. Sabía, por ejemplo, que era un padre cariñoso, que
trataba de educar a sus hijos lo mejor que podía. y tuve que admitir que
mis encontronazos con él al fin y a la postre me habían beneficiado,
puesto que me impulsaron a dejar aquella clínica, lo que me permitió
realizar un trabajo más satisfactorio. Aunque estas reflexiones no
tuvieron como resultado inmediato que el hombre me cayera simpático, no
cabe duda de que contribuyeron mucho a disminuir mis sentimientos de
aversión, al precio de un esfuerzo sorprendentemente pequeño. El Dalai
Lama no tardaría en darme una lección todavía más profunda: cómo
transformar por completo la actitud hacia los enemigos y empezar a
apreciarlos.
Una
nueva perspectiva del enemigo
El
método fundamental utilizado por el Dalai Lama para transformar la
actitud ante los enemigos supone llevar a cabo Un análisis sistemático y
racional de nuestra respuesta habitual cuando nos causan daño.
-Empecemos por examinar la actitud característica hacia nuestros enemigos
-explicó-. En términos generales, es evidente que no les deseamos lo
mejor. Pero aunque nuestro adversario se hunda a consecuencia de nuestras
acciones, ¿a qué viene alegrarse por ello? ¿Puede haber algo más
lamentable que esos sentimientos de animadversión? ¿Desea uno ser
realmente tan mezquino?
»
Vengarse no hace sino crear un círculo vicioso. La otra persona no lo va a
aceptar y, entonces, la cadena de venganzas es interminable. En ciertas
sociedades, esa dinámica, puede transmitirse de una generación a otra. El
resultado es que ambas partes sufren y la vida se envenena; puede
comprobarse en los campos de refugiados, donde se cultiva el odio hacia el
enemigo desde la infancia. Es muy triste. La cólera o el odio son como el
anzuelo de un pescador. Es de vital importancia no morder ese anzuelo.
»Algunas personas consideran que el odio es bueno para el interés
nacional, lo cual me parece muy negativo y de miras muy estrechas.
Contrarrestar esta forma de pensar constituye la base del espíritu de la
no violencia y la comprensión.
Tras
haber rechazado nuestra actitud característica frente al enemigo, el
Dalai Lama ofreció otra opción, una nueva perspectiva que podría
revolucionar nuestra vida.
-En el
budismo -explicó- se presta mucha atención a las actitudes que adoptamos
ante nuestros enemigos. Ello se debe a que el odio puede ser nuestro mayor
obstáculo para el desarrollo de la compasión y la felicidad. Si se
aprende a ser paciente y tolerante con los enemigos, todo lo demás resulta
mucho más fácil, y la compasión fluye con naturalidad.
»Así
pues, para alguien que practica la espiritualidad, los enemigos juegan un
papel crucial. Tal como veo las cosas, la compasión es la esencia de la
vida espiritual y para alcanzar una práctica cabal del amor y la
compasión, es indispensable la práctica de la paciencia y la tolerancia.
No hay fortaleza similar a la paciencia, no hay peor aflicción que el
odio. En consecuencia, no debemos ahorrar esfuerzos en la erradicación del
odio al enemigo, y aprovechar el enfrentamiento como una oportunidad para
intensificar la práctica de la paciencia y la tolerancia.
»De hecho, el enemigo es el elemento necesario para practicar la
paciencia. Sin su oposición no pueden surgir la paciencia o la
tolerancia. Normalmente, nuestros amigos no nos ponen a prueba ni nos
ofrecen la oportunidad de cultivar la paciencia; eso es algo que sólo
hacen nuestros enemigos. Así que, desde este punto de vista, podemos
considerar a nuestro enemigo un gran maestro, y reverenciado incluso por
habernos proporcionado esa preciosa oportunidad.
»En el
mundo son relativamente pocas las personas con las que interactuamos, y
todavía menos las que nos causan problemas. Por tanto, encontrarse ante
la oportunidad de practicar la paciencia y la tolerancia debería suscitar
nuestra gratitud, porque se da raras veces. Del mismo modo que si
hubiéramos tropezado con un tesoro en nuestra propia casa, deberíamos
sentirnos felices y agradecidos al enemigo por proporcionarnos esa
preciosa oportunidad. Porque para alcanzar éxito en la práctica de la
paciencia y la tolerancia, que son factores esenciales para contrarrestar
las emociones negativas, además de nuestros esfuerzos hemos de tener la
oportunidad aportada por un enemigo. .
»Mucho, argumentarán, "¿Por qué debo venerar a mi enemigo, reconocer sus
aportaciones, si él no tuvo intención de ofrecerme esa oportunidad para
practicar la paciencia, ni tampoco de ayudarme? Y no sólo no tuvo
intención ,alguna de ayudarme, sino que tuvo el propósito deliberado y
malicioso de causarme daño. Es apropiado detestarlo, porque no merece mi
respeto". En realidad, es precisamente esta animosidad del enemigo, su
intención de causarnos daño, lo específico: si sólo se trata del daño,
deberíamos odiar a todos los médicos Y considerarlos enemigos, porque a
veces adoptan métodos que pueden ser dolorosos. Sin embargo, no juzgamos
esos actos dañinos ni propios de un enemigo, porque, la intención del
médico ha sido la de ayudarnos. En consecuencia, es precisamente la
intención de causarnos daño lo que singulariza al enemigo; y nos ofrece
una preciosa oportunidad de practicar la paciencia.
Al
principio me resultó un tanto difícil aceptar la sugerencia del Dalai Lama
de venerar al enemigo por las oportunidades de crecimiento que nos depara.
Pero la situación es análoga a la persona que trata de tonificar y
fortalecer el propio cuerpo mediante el levantamiento de pesas. Claro que,
al principio, la actividad de levantar las pesas resulta incómoda. Uno se
esfuerza y suda. Y, sin embargo, es el acto mismo de esforzarse por
superar la resistencia lo que en último termino nos fortalece. Se aprecia
el buen equipo de pesas no por el placer inmediato que nos aporta, sino
por el beneficio último que se deriva de él.
Quizá
hasta las expresiones del Dalai Lama sobre la «rareza» y «valor precioso»
del enemigo sean algo más que simples racionalizaciones de algo
imaginario. Mientras escucho a mis pacientes describir sus dificultades
con los demás, eso queda bastante claro; en el fondo, la mayoría de la
gente no tiene legiones de enemigos y antagonistas a los que enfrentarse,
al menos personalmente. Habitualmente, eso queda limitado a unas pocas
personas. Quizá un jefe o un colaborador, una ex esposa, un hermano. Desde
ese punto de vista, el enemigo es realmente «raro», de modo que nuestro
«suministro de enemigos» es limitado. y es la lucha, el proceso de
resolver el conflicto con el enemigo, a través del aprendizaje, el
examen, el descubrimiento de formas alternativas de afrontar los
conflictos, lo que en último término da como resultado el verdadero
crecimiento como una terapia acertada. Imaginemos cómo serían las cosas si
pasáramos por la vida sin encontrarnos jamás con un enemigo u otros
obstáculos, si desde la cuna hasta la tumba todo el mundo nos halagara y
mimara, nos abrazara y alimentara (con comida suave y blanda, fácil de
digerir), si nos divirtiera con carantoñas y ocasionales arrullos. Si nos
llevaran desde la infancia en un cestillo (más tarde, quizá en una silla
de manos), si no tuviéramos que enfrentamos nunca a ningún desafío, si
nunca nos viéramos sometidos a prueba, en resumen, si todos continuaran
tratándonos como a bebés. Quizá eso parezca conveniente al principio.
Sería incluso apropiado durante los primeros meses de vida. Pero si la
situación persistiera tendría como resultado convertimos en una masa
gelatinosa, en una verdadera monstruosidad, con el desarrollo mental y
emocional de una ternera. Es la lucha misma la que nos hace ser lo que
somos. y son nuestros enemigos los que nos ponen a prueba, los que nos
oponen la resistencia necesaria para el crecimiento.
¿Es
práctica esta actitud?
Ciertamente, me pareció que valía la pena enfocar nuestros problemas
racionalmente y aprender a considerarlos, al igual que a nuestros
enemigos, desde perspectivas distintas, aunque me preguntaba hasta qué
punto podría suponer eso una transformación fundamental de actitudes.
Recordé entonces haber leído en una entrevista que una de las prácticas
espirituales diarias del Dalai Lama era recitar una oración, Ocho
versículos sobre la educación de la mente, escrita en el siglo XI por el
santo tibetano Langri Thangpa. He aquí un fragmento,
Cuando
me acerque a alguien, en el fondo de mi corazón me consideraré el más
bajo de todos y al otro el más alto... Cuando vea a seres de naturaleza
malvada, oprimidos por el pecado de la violencia y por la aflicción, los
consideraré tan raros como un precioso tesoro...
Cuando
otros, por envidia, me traten mal, abusen de mí, me difamen o me causen
daños similares, aceptaré la derrota y a ellos ofreceré la victoria...
Aquel
que tras haberle otorgado yo toda mi confianza me cause un grave daño,
será mi supremo maestro.
En suma, que pueda yo dispensar beneficio y felicidad,
directa e indirectamente a todos los seres, que pueda asumir en secreto
el daño y el sufrimiento de todos los seres...
Después de leer esto, le pregunté al Dalai Lama:
-Sé
que ha reflexionado mucho sobre esta oración, pero ¿cree que es realmente
aplicable en estos tiempos que corren? Fue escrita por un monje que vivió
en un monasterio, un lugar donde lo peor que podía suceder era que alguien
chismorreara o dijera mentiras sobre uno o quizá le propinara un golpe o
una bofetada. En un caso así podría ser fácil “ofrecerles la victoria”,
pero en la sociedad actual el “daño” que se recibe de los demás puede ser
la violación, la tortura o el asesinato.
Desde
ese punto de vista, la actitud que muestra la oración no parece realmente
adecuada.
Me
sentí muy pagado de mí después de esta observación, que me parecía muy
aguda.
El
Dalai Lama guardó silencio, con el ceño fruncido, sumido en profundos
pensamientos.
-Es
posible que haya algo de cierto en lo que dice -admitió luego.
A
continuación habló de casos en los que quizá fuera necesario modificar esa
actitud, precaverse contra las agresiones.
Más
tarde, esa misma noche, pensé en nuestra conversación. Dos puntos
destacaron vivamente. Primero, la extraordinaria facilidad con que el
Dalai Lama adoptaba una nueva perspectiva acerca de sus propias creencias
y prácticas, como por ejemplo su disposición a volver a evaluar una
oración que sin duda formaba parte de el después de acompañarle durante
tantos años en sus prácticas espirituales. El segundo punto era ingrato.
Me sentí abrumado por la arrogancia. Le había sugerido que la oración
podría no ser apropiada porque no se adaptaba a las duras realidades del
mundo actual. Hasta mas tarde no me di cuenta de que me había dirigido a
un hombre que habla perdido su país como resultado de una de las más
brutales invasiones de la historia. Un hombre que había vivido en el
exilio durante casi cuatro décadas mientras toda una nación depositaba en
él sus esperanzas y sueños de libertad. Un hombre dotado de un profundo
sentido de la responsabilidad, que había escuchado con compasión a una
continua corriente de refugiados que contaban sus experiencias sobre
asesinatos, violaciones, torturas, sobre los sufrimientos del pueblo
tibetano a manos de los chinos. Más de una vez había observado la
expresión de infinita preocupación y tristeza en su rostro mientras
escuchaba todas aquellas narraciones, contadas a menudo por gentes que
había cruzado el Himalaya a pie (en un viaje de dos años) simplemente para
poder verlo..., ..
Aquellas historias no hablaban sólo de violencia física, sino también del
intento de destruir el espíritu del pueblo tibetano. En cierta ocasión, un
refugiado tibetano me habló de la «escuela» china a la que se le obligó a
asistir como adolescente en el Tíbet. Las mañanas se dedicaban al
adoctrinamiento y el estudio del Libro rojo del presidente Mao, y las
tardes a informar sobre los diversos deberes que había que realizar en
casa. Por lo general, los «deberes» estaban diseñados para erradicar el
espíritu del budismo, profundamente enraizado en el pueblo tibetano. Por
ejemplo, conocedor de la prohibición budista de matar y de la convicción
de que toda criatura viva es un precioso «ser sensible», un maestro de
escuela encargó a sus estudiantes la tarea de matar algo y llevarlo a la
escuela al día siguiente. Para calificar a los estudiantes se asignaron
puntos a los animales muertos; una mosca, por ejemplo, valía un punto, un
gusano dos, un ratón cinco, un gato diez... (Recientemente, al contarle
esta historia a un amigo, sacudió pesaroso la cabeza, con una expresión
de asco, y musitó: «Me pregunto cuántos puntos recibiría el alumno por
asesinar a su condenado maestro».)
A
través de prácticas espirituales como el recitado de Ocho versículos
sobre la educación de la mente, el Dalai Lama ha podido reconciliarse con
esta situación y, a pesar de todo, continuar una campaña activa por la
liberación y por los derechos humanos en el Tíbet desde hace cuarenta
años. Al mismo tiempo, ha mantenido una actitud de humildad y compasión
con respecto a los chinos, lo que ha inspirado a millones de personas en
todo el mundo. Y allí estaba yo, diciéndole que esa oración quizá no fuera
relevante para las «realidades» del mundo actual. Todavía me sonrojo
cuando recuerdo aquella conversación.
Descubrimiento de nuevas perspectivas
Al
tratar de poner en práctica el cambio de perspectiva con respecto al
«enemigo» preconizado por el Dalai Lama, me encontré una tarde con otra
técnica. Mientras preparaba este libro, asistí a unos
seminarios del Dalai Lama en la costa este. Para regresar a casa tomé un
vuelo sin escalas a Phoenix. Había reservado un asiento junto al pasillo,
como siempre. A pesar de que acababa de recibir enseñanzas espirituales,
me sentía bastante malhumorado cuando subí al atestado avión. Descubrí
entonces que me habían asignado erróneamente un asiento en el centro,
embutido entre un hombre de generosas proporciones, cuyo grueso antebrazo
invadía mi asiento, y una mujer de mediana edad que me resultó
inmediatamente antipática porque, a mi juicio, había usurpado el asiento
junto al pasillo que me correspondía. Había algo en aquella mujer que me
molestaba: quizá su voz chillona, o su actitud un tanto imperiosa.
Después del despegue, la mujer empezó a hablar sin parar con un hombre
sentado al otro lado del pasillo, que resultó ser su marido, y yo le
ofrecí «gentilmente» cambiar de asiento. Pero no quisieron aceptado; por
lo visto los dos querían asientos de pasillo. Eso me molestó más aún. La
perspectiva de pasar cinco horas sentado junto a aquella mujer me parecía
insoportable. Al darme cuenta de la intensidad de mi reacción ante una
mujer a la que ni siquiera conocía, decidí que tenía que tratarse de una
«transferencia» (seguramente me recordaba, subconscientemente, a alguien
de mi infancia), un viejo sentimiento de odio no resuelto hacia mi madre
u otra mujer. Me estrujé el cerebro, pero aquella mujer no me recordaba a
nadie de mi pasado.
Se me
ocurrió pensar entonces que era una excelente oportunidad para practicar
el desarrollo de la paciencia. Así pues, imaginé a mi vecina como una
querida benefactora, situada a mi lado para enseñarme paciencia y
tolerancia. Al cabo de unos veinte minutos de esfuerzos imaginativos,
abandoné el intento. ¡La mujer seguía fastidiándome! Me resigné a
continuar irritado durante todo el resto del vuelo. Mohíno, miré una de
sus manos, con la que se aferraba furtivamente al brazo de su butaca.
Detestaba todo lo que tuviera que ver con esa mujer. Miraba con expresión
ausente la uña de su pulgar cuando de repente me pregunté: ¿odio acaso
esa uña? No, en realidad no. Era una uña corriente, sin ninguna
característica peculiar. A continuación, fijé la mirada en uno de sus ojos
y me pregunté: ¿odio realmente ese ojo? Sí, lo odio (y sin ninguna buena
razón, que es la forma más pura del odio). Miré más atentamente. ¿Odio esa
pupila? No. ¿Odio esa córnea, ese iris, esa esclerótica? No, de modo que
¿odio realmente ese ojo? Tuve que admitir que no lo odiaba. Tuve la
impresión de que estaba haciendo progresos. Pasé a uno de los nudillos, a
un dedo, a la mandíbula, a un codo. Con sorpresa, me di cuenta de que
había partes de esa mujer que no odiaba. Al centrar la atención en los
detalles, en lo concreto, en lugar de la imagen global, permitía que se
produjera un cambio interno sutil, un ablandamiento. Este cambio de
perspectiva producía un desgarro en mi prejuicio, lo bastante amplio como
para percibir la humanidad básica de la mujer. Mientras me percataba de
todo esto, ella se volvió hacia mí e inició una conversación. No recuerdo
de qué hablamos, algo superficial, pero mi cólera había desaparecido
cuando terminó el vuelo. Aquella mujer, por supuesto, no se había
transformado en la mejor de mis amigas, pero tampoco era ya la maldita
usurpadora de mi asiento junto al pasillo; simplemente un humano como yo,
que llevaba su vida lo mejor que podía.
Una
mente flexible
La
capacidad para cambiar de perspectiva, para ver los problemas «desde
ángulos diferentes», guarda relación con la flexibilidad de la mente. El
beneficio fundamental de esta flexibilidad es que nos permite abarcar
toda la existencia, sentimos plenamente vivos, experimentar toda la
dimensión de nuestra humanidad. Una tarde, después de una larga jornada de
charlas en Tucson, cuando el Dalai Lama regresaba andando a su hotel, un
banco de nubes de color magenta se extendió sobre el cielo, absorbiendo la
luz de últimas horas de la tarde y realzando el relieve de las montañas
Catalina, convirtiendo el paisaje en una sinfonía de matices purpúreos. El
aire era cálido, cargado con la fragancia de las plantas del desierto, de
la salvia, y lleno de humedad; una inquieta brisa prometía tormenta. El
Dalai Lama se detuvo. Durante unos momentos, contempló en silencio el
horizonte, y finalmente hizo un comentario sobre la belleza del paisaje.
Siguió caminando pero, tras unos pasos, se detuvo de nuevo, se inclinó
para examinar un diminuto ramillete de espliego. Lo tocó con suavidad,
observó su delicada forma y se preguntó en voz alta cuál sería el nombre
de aquella planta. Me sentí impresionado por la agilidad de su mente.
Pareció pasar del paisaje a la pequeña planta con una percepción
simultánea de la totalidad y de los detalles, con una asombrosa capacidad
para abarcar todas las facetas del espectro de la vida.
Todos
podemos desarrollar esa misma flexibilidad mental. Surge, al menos en
parte, de nuestros esfuerzos por extender nuestra perspectiva y probar
nuevos puntos de vista. El resultado es la conciencia simultánea del
macrocosmos y el microcosmos, que nos ayuda a separar lo que es
importante de aquello que no lo es.
En mi
caso, necesité la suave presión del Dalai Lama, durante el transcurso de
nuestras conversaciones, para salir de mi limitada perspectiva. Tanto por
naturaleza como por formación, siempre he tenido tendencia a abordar los
problemas desde el punto de vista de la dinámica individual, con sus
procesos psicológicos. Las perspectivas sociológicas o políticas nunca han
tenido mucho interés para mí. Durante una conversación con el Dalai Lama,
hablamos sobre la ampliación y multiplicación de las perspectivas. Como
había tomado varias tazas de café, mi conversación era muy animada y hablé
de la capacidad para cambiar de perspectiva como un proceso interno, como
una búsqueda individual, basada exclusivamente en la decisión consciente
del individuo de adoptar un punto de vista diferente.
El
Dalai Lama finalmente me interrumpió y me recordó: -Adoptar una
perspectiva más amplia supone trabajar solidariamente con otras personas.
Cuando se producen catástrofes gigantescas, medio ambientales o
económicas, por ejemplo, se necesita un esfuerzo coordinado de mucha
gente, con un sentido de la responsabilidad y del compromiso globales, no
meramente individuales.
Me
sentí molesto por el hecho de que él introdujera el mundo cuando yo
trataba de concentrarme en el individuo.
-Pero
esta misma semana -insistí-, en nuestras conversaciones y en sus charlas
ante el público, ha hablado mucho sobre la importancia del cambio
personal desde dentro, de la transformación interna. Ha hablado, por
ejemplo, de la importancia de desarrollar compasión, de superar la cólera
y el odio, de cultivar la paciencia y la tolerancia...
-Sí.
Naturalmente, el cambio debe proceder de dentro del individuo. Pero
cuando se buscan soluciones a los problemas globales, se necesita abordar
esos problemas desde los puntos de vista del individuo y del conjunto de
la sociedad. Ser flexible, tener una perspectiva más amplia, exige
capacidad para abordar los problemas desde varios niveles: el individual,
el de la comunidad y el global.
»En la
charla que di en la universidad la otra tarde hablé sobre la necesidad de
reducir la cólera y el odio mediante el cultivo de la paciencia y la
tolerancia. Reducir el odio al mínimo es como un desarme interno. Pero,
como también señalé, el desarme interno tiene que producirse al mismo
tiempo que el desarme externo. Y esto es muy importante. Afortunadamente,
después del derrumbe del imperio soviético y al menos por el momento, no
hay amenazas de holocaustos nucleares. Por ello creo que es un buen
momento y que no deberíamos desaprovechar esta oportunidad. Es ahora
cuando deberíamos fortalecer la paz. La verdadera paz, no sólo la simple
ausencia de guerra. Porque una simple ausencia de guerra no es una
verdadera paz mundial. La paz tiene que basarse en la confianza mutua. Y
puesto que las armas constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo de
la confianza mutua, creo que ha llegado el momento de pensar cómo
podríamos librarnos de ellas. Es muy importante. Claro que no se puede
Conseguir de la noche a la mañana. Lo más realista sería avanzar paso a
paso. Pero, en todo caso, deberíamos tener muy claro cuál es nuestro
objetivo final: que todo el mundo quede desmilitarizado. Por tanto
debemos trabajar para desarrollar paz interior y al mismo tiempo trabajar
por el desarme externo y la paz tanto como podamos. Ésa es nuestra
responsabilidad.
La importancia del pensamiento flexible
Hay
una relación estrecha entre una mente flexible y la capacidad para cambiar
de perspectiva. La mente flexible nos ayuda a abordar nuestros problemas
desde varias perspectivas; por tanto, tratar de examinar los problemas con
objetividad multiplicando las perspectivas puede considerarse una manera
de formar la mente en la flexibilidad. En el mundo actual, el intento de
desarrollar un pensamiento flexible no es un simple ejercicio para
intelectuales ociosos, sino una cuestión de supervivencia. Desde un punto
de vista evolutivo, son las especies más flexibles las que se han adaptado
mejor a los cambios ambientales, las que han sobrevivido y prosperado.
Hoy en día, la vida se caracteriza por el cambio repentino, inesperado y,
en ocasiones, violento. Una mente flexible puede ayudar a reconciliamos
con los cambios externos, y también a amortiguar nuestros conflictos
internos, inconsistencias y ambivalencias. Si no cultivamos una mente
adaptable, nuestra mirada se enturbia y nuestra relación con el mundo se
guía por el temor. Al adoptar un enfoque flexible y dúctil ante la vida
podemos mantener nuestra compostura incluso en las situaciones más
turbulentas. Es gracias a nuestros esfuerzos por alcanzar una mente
flexible como podemos reforzar la capacidad de resistencia del espíritu
humano.
A
medida que iba conociendo al Dalai Lama, más me asombraba ante su
flexibilidad, su capacidad para adoptar numerosos puntos de vista. Cabría
esperar que en su condición de jefe religioso se erigiera en defensor de
la fe, así que le pregunté:
-¿ Se
ha considerado alguna vez demasiado rígido, demasiado estrecho de miras?
-Hmm...
-murmuró reflexivo durante un momento, antes de contestar con decisión-:
No, no lo creo. De hecho, sucede precisamente lo contrario. En ocasiones
soy tan flexible que se me acusa incluso de no seguir una línea
coherente. -Se echó a reír sonoramente-. Alguien se me acerca y me
presenta determinada idea; examino las razones que aduce y exclamo: «¡Eso
es magnífico!». Después se me acerca otra persona con un punto de vista
opuesto y también encuentro acertadas sus razones. Me han criticado por
eso; me recuerdan: «Nos hemos comprometido a seguir este camino, así que,
por el momento, sigámoslo».
Si
tuviéramos que juzgado sólo por esta declaración, podríamos creer que el
Dalai Lama es indeciso, sin principios que lo guíen. En realidad, nada más
alejado de la verdad. El Dalai Lama tiene unas convicciones básicas que
guían todas sus acciones: la bondad fundamental de todos los seres
humanos, el valor de la compasión, la benevolencia y la generosidad,
atributos comunes a todas las criaturas vivas. -Al hablar de la
importancia de ser flexible, dúctil y adaptable no pretendo sugerir que
seamos como camaleones, y que absorbamos cualquier nuevo sistema de
creencias con el que nos encontremos, que cambiemos de identidad, que
adoptemos pasivamente cualquier idea. Las fases superiores del crecimiento
y el desarrollo dependen del conjunto de valores que nos guían. Un
sistema de valores capaz de proporcionar continuidad y coherencia a
nuestras vidas, mediante el que podamos medir nuestras experiencias. Un
sistema de valores que nos ayude a decidir qué objetivos merecen realmente
perseguirse y cuáles son irrelevantes.
La
cuestión es: ¿cómo podemos mantener de un modo coherente y firme este
conjunto de valores fundamentales y ser flexibles al mismo tiempo? El
Dalai Lama parece haberlo conseguido al reducir su sistema de creencias a
unas cuantas verdades fundamentales: 1) Soy un ser humano; 2) deseo ser
feliz y no quiero sufrir; 3) otros seres humanos como yo también desean
ser felices y no quieren sufrir. Al destacar el terreno que comparte con
los demás, en lugar de fijarse en las diferencias, genera un sentimiento
de unión que conduce a la convicción profunda del valor de la compasión y
el altruismo. Utilizando este enfoque, puede ser muy gratificante el
simple hecho de dedicar un poco de tiempo a reflexionar sobre nuestro
propio sistema de valores y reducido a sus principios fundamentales, lo
que nos proporcionará mayor libertad y flexibilidad para afrontar los
problemas.
Encontrar el equilibrio
El
enfoque flexible de la vida no es sólo un instrumento para abordar
conflictos, sino también para alcanzar el estado indispensable para una
vida feliz: el equilibrio.
Una
mañana, cómodamente instalado en su silla, el Dalai Lama aclaró el valor
de llevar una vida equilibrada.
-Asumir equilibradamente la vida, evitando los extremos, es de capital
importancia en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, con una planta
hay que ser muy habilidoso y delicado cuando se encuentra en sus primeras
fases de crecimiento. Demasiada o poca humedad o luz solar la destruirá.
Lo que se necesita por tanto es un medio muy equilibrado, para que pueda
disfrutar de un crecimiento saludable. Por lo que se refiere a la salud
física de una persona, el exceso o la escasez de algunos elementos pueden
tener efectos destructivos.
»Esto
se aplica también al desarrollo mental y emocional. Si observamos que
somos arrogantes, por ejemplo, que nos hinchamos dándonos importancia,
basándonos en supuestos o reales logros o cualidades, el antídoto consiste
en pensar un poco más en nuestros problemas y padecimientos, en contemplar
los aspectos insatisfactorios de la existencia. Eso nos ayuda a rebajar
nuestra soberbia y a ponernos más en contacto con la realidad. Por el
contrario, si uno se da cuenta de que reflexiona sobre la naturaleza
insatisfactoria de la existencia hasta el punto de sentirse abrumado e
impotente, es aconsejable reflexionar sobre el progreso que se ha hecho
hasta el momento y sobre las cualidades positivas que se posean, lo que
nos ayudará a abandonar ese estado mental de desánimo. Es preciso buscar
el equilibrio.
»Este
enfoque no sólo es útil para la salud física y emocional de la persona,
sino también para el desarrollo espiritual. La tradición budista ofrece
muchas prácticas para él, pero es muy importante ser muy habilidoso en su
ejecución y no excederse. También aquí se necesita un enfoque equilibrado
y sagaz, combinar el estudio y el aprendizaje con la contemplación y la
meditación. Esto es importante para que no se produzca ningún
desequilibrio entre el aprendizaje académico o intelectual y su puesta en
práctica. Si no, se correría el riesgo de que una excesiva
intelectualización perjudicara las prácticas contemplativas. Pero si
pusiéramos un énfasis excesivo en la contemplación, sin que ésta vaya
acompañada por el estudio, limitaríamos la comprensión. Así pues, tiene
que haber un equilibrio...
Tras
una pausa, añadió:
-En
otras palabras, la práctica del Dharma, la verdadera práctica espiritual,
es en cierto sentido como un estabilizador de voltaje. La función del
estabilizador consiste en impedir los altibajos de la potencia eléctrica,
que transforma en un flujo estable y constante.
-Aconsejo evitar los extremos -comenté-, pero ¿acaso no son los extremos
los que aportan entusiasmo y gusto por la vida? Evitados, elegir siempre
el «camino medio», ¿no conduce a una existencia blanda e incolora?
Negó
con la cabeza antes de contestar.
-Creo
que necesita usted comprender el origen del comportamiento extremado.
Tomemos, por ejemplo, la obtención de bienes materiales: cobijo, muebles,
vestido... Por un lado cabría ver la pobreza como una situación extrema, y
tenemos todo el derecho de esforzarnos en superada y asegurar nuestro
bienestar material. Por el otro, demasiados lujos, la búsqueda de una
riqueza excesiva. Nuestro objetivo último al buscar más riqueza es la
satisfacción, la felicidad. Pero buscar más es no tener suficiente, o sea,
tener un sentimiento de descontento, el cual no surge de la presunta
utilidad de los objetos que buscamos, sino más bien de nuestro estado
mental.
»Creo
por tanto que nuestra tendencia a dejamos llevar hacia los extremos se ve
alimentada a menudo por un sentimiento subyacente de descontento. Sin duda
también hay otros móviles para la desmesura, pero es importante reconocer
que si bien los extremos pueden parecer atractivos o «apasionantes», en
el fondo son nocivos. Hay muchos ejemplos sobre los peligros del
comportamiento extremado. Imaginemos, por ejemplo, una actividad pesquera
intensiva a escala planetaria, sin tener en cuenta las consecuencias a
largo plazo, sin sentido de la responsabilidad, con lo que provocamos un
agotamiento de los mares... Lo mismo puede suceder con el comportamiento
sexual. Existe un impulso biológico para la reproducción y se obtiene
satisfacción de la actividad sexual, pero si el comportamiento sexual se
hace extremado, sin verdadera responsabilidad, provoca numerosos problemas
y abusos..., como el maltrato o el incesto.
-Ha
dicho que, además del descontento, puede haber otros motivos para la
desmesura...
-Sí,
ciertamente.
-¿Puede darme un ejemplo?
-La
estrechez de miras.
-La
estrechez de miras..., ¿en qué sentido?
-El
ejemplo de la pesca excesiva es un caso de estrechez de miras,
puesto
que sólo se tiene en cuenta lo inmediato. La educación y el conocimiento
amplían la perspectiva.
El
Dalai Lama tomó su rosario de una mesita y deslizó sus cuentas entre las
manos mientras reflexionaba en silencio. De repente, miró el rosario y
dijo:
-Creo
que la visión limitada conduce al pensamiento extremista. Yeso crea
problemas. El Tíbet, por ejemplo, fue una nación budista durante muchos
siglos. Naturalmente, eso produjo un sentimiento de
que el
budismo era la mejor religión, una tendencia a considerar que sería bueno
que toda la humanidad se hiciera budista. La idea de que todo el mundo
debiera ser budista es un caso de extremismo. Y esa actitud causa
problemas. Pero ahora que no estamos en el Tíbet, hemos tenido la
oportunidad de entrar en contacto con otras tradiciones religiosas de las
que hemos aprendido. Eso nos ha acercado más a la realidad, nos hemos
percatado de que en la humanidad hay muchas creencias y actitudes
diferentes. Que todo el mundo fuera budista sería muy poco práctico. A
través de un contacto más estrecho con otras confesiones se da uno cuenta
de las cosas positivas que poseen. Ahora, al encontramos con otra
religión, surge un sentimiento positivo, un sentimiento de comodidad. Nos
parece bien que haya personas que se adhieran a confesiones diferentes. Es
como en un restaurante: todos podemos sentamos y pedir platos diferentes,
según nuestras preferencias. Podemos comer platos diferentes sin que
nadie discuta por ello. »Así pues, creo que al ampliar deliberadamente
nuestra perspectiva podemos superar los extremismos y sus consecuencias
negativas. Tras esto, el Dalai Lama deslizó el rosario alrededor de la
muñeca, me dio una afable palmadita en la mano y se levantó, dando por
terminada la entrevista.
Cuarta
parte
Superar los
obstáculos
11
Encontrar significado en el sufrimiento
VÍCTOR
FRANKL, un psiquiatra judío detenido por los nazis durante la Segunda
Guerra Mundial, dijo en cierta ocasión: «El hombre está dispuesto y
preparado para soportar cualquier sufrimiento siempre y cuando pueda
encontrarle un significado». Frankl utilizó su brutal e inhumana
experiencia en los campos de concentración para tratar de comprender cómo
pudieron sobrevivir algunos a tantas atrocidades, y determinó que la
supervivencia no se apoyaba en la juventud o en la fortaleza física, sino
en la fortaleza derivada de hallar un significado a esa experiencia.
Descubrir el significado del sufrimiento constituye una poderosa ayuda
para afrontar las situaciones, incluso las más difíciles. Pero no resulta
tarea fácil encontrar significado en nuestro sufrimiento. A menudo, el
sufrimiento parece fortuito, sin significado. Y, aunque nos encontramos en
medio de nuestro dolor y sufrimiento, toda nuestra energía se centra en
alejamos del mismo. Durante los períodos de crisis aguda parece imposible
reflexionar sobre cualquier significado que pueda esconder nuestro
sufrimiento. A menudo, lo único que podemos hacer es soportarlo. Y es
natural considerarlo una injusticia y preguntarnos: «¿Por qué a mí?».
Afortunadamente, sin embargo, en los momentos de alivio o en los períodos
posteriores a experiencias de sufrimiento agudo, podemos reflexionar sobre
él y buscar su significado. El tiempo y el esfuerzo dedicados a buscar
significado al sufrimiento aportará muchos beneficios cuando ocurran las
desgracias. Pero para ello tenemos que iniciar nuestra búsqueda cuando las
cosas nos van bien. Un árbol con raíces fuertes puede resistir la tormenta
más violenta, pero no puede desarrollar sus raíces cuando la tormenta
aparece ya en el horizonte.
Así
pues, ¿por dónde empezar nuestra búsqueda del significado del sufrimiento?
Para muchas personas, esa búsqueda se inicia con su fe religiosa. Aunque
las religiones difieren sobre el significado que dan al sufrimiento, todas
ofrecen estrategias para responder a él, basadas en sus creencias
fundamentales. Para el budismo y el hinduismo, por ejemplo, es el
resultado de nuestras acciones negativas y se le considera un catalizador
para la búsqueda de la liberación espiritual.
En la
tradición judeocristiana, el universo fue creado por un Dios bueno y justo
y aunque su plan sea misterioso e indescifrable a veces, nuestra fe y
confianza en sus designios nos permiten tolerar más fácilmente nuestro
sufrimiento, confiar, como dice el Talmud, en que «todo lo que hace Dios,
lo hace para bien». La vida seguirá siendo sin duda dolorosa, pero como el
dolor que experimenta la mujer al dar a luz, confiamos en que será
superado por el bien que trae. El reto en estas confesiones religiosas
estriba en que, con frecuencia, no se nos revela el bien último. No
obstante, aquellos que tienen una fe firme se ven apoyados por la
convicción de que en el sufrimiento se expresa un propósito divino, como
aconseja un sabio hasídico: «Cuando un hombre sufre, no debería decir:
"¡Esto es muy malo!", ya que nada de lo que Dios le impone al hombre es
malo. Pero es correcto exclamar: "j Esto es amargo!", pues entre las
medicinas hay algunas que están hechas con hierbas amargas». Así pues,
desde una perspectiva judeocristiana, el sufrimiento puede servir para
muchos propósitos: ponernos a prueba y fortalecer nuestra fe, acercarnos
íntimamente a Dios debilitar los lazos con el mundo material e inducirnos
a acudir a Dios como nuestro refugio.
Aunque
la fe puede ofrecer una valiosa ayuda para encontrar significado,
aquellos que no poseen creencias religiosas también pueden encontrado en
su sufrimiento después de una cuidadosa reflexión. A pesar del universal
rechazo del sufrimiento, caben pocas dudas de que fortalece y ahonda la
comprensión de la vida. En cierta ocasión, el doctor Martin Luther King,
Jr., dijo: «Aquello que no me destruye, me hace más fuerte». Y aunque es
natural encogerse ante el sufrimiento, éste puede contribuir a sacar lo
mejor de nosotros. En El tercer hombre, de Graham Greene, se lee: «Los
treinta años bajo los Borgia trajeron a Italia guerras, terror,
asesinatos, pero también a Miguel Ángel, a Leonardo da Vinci, el
Renacimiento. Suiza, donde predominaba el amor fraternal, ¿qué ha
producido durante quinientos años de democracia y paz? El reloj de cuco».
Aunque
el sufrimiento sirva a veces para endurecernos, para fortalecernos, en
otras ocasiones llega a ser valioso por lo contrario, por ablandarnos
haciéndonos más sensibles. La vulnerabilidad que experimentamos en nuestro
sufrimiento suele producir una apertura y profundiza nuestra conexión con
los demás. El poeta William Wordsworth exclamó: «Una profunda angustia ha
humanizado mi alma». Al ilustrar este efecto humanizador del sufrimiento,
se me ocurre pensar en Robert, un conocido mío. Era presidente ejecutivo
de una gran empresa de mucho éxito. Varios años antes había sufrido un
grave revés financiero que le provocó una profunda depresión. Nos
conocimos cuando se encontraba sumido en lo más profundo de ella.
Siempre había considerado a Robert un modelo de confianza en sí mismo y
de entusiasmo, y me alarmé al vedo tan abatido. Con una intensa angustia
en la voz, Robert me dijo:
-Esto
es lo peor que he experimentado en toda mi vida. No puedo sacármelo de
encima. No sabía que fuera posible sentirse tan abrumado, desesperanzado
e impotente.
Después de conversar un rato sobre sus dificultades, le aconsejé que
acudiera a un colega para tratar la depresión. Varias semanas más tarde me
encontré con Karen, la esposa de Robert, y le pregunté cómo estaba su
marido. -Ha mejorado mucho. El psiquiatra que le recomendaste le recetó
una medicación antidepresiva que ha ayudado mucho. Claro que todavía
tardaremos un tiempo en solucionar todos los problemas con el negocio pero
ahora se siente mejor y creo que todo marchará bien...
-Me
alegro.
Karen
vaciló un momento antes de confiarme algo.
-¿Sabes? Me apenaba mucho vedo tan deprimido. Pero, en cierto modo, creo
que eso ha sido una bendición. Una noche, empezó a llorar
desconsoladamente. Era incapaz de detenerse. Lo tuve entre mis brazos
durante horas, mientras él lloraba, hasta que finalmente se quedó dormido.
En veintitrés años de matrimonio fue la primera vez que sucedió algo
semejante... si quieres que te sea honrada, nunca me había sentido tan
cerca de él en toda mi vida de casada. Ahora, las cosas son de algún modo
diferentes. Como si algo se hubiera roto y abierto... y ese sentimiento de
proximidad sigue estando ahí. El hecho de que compartiera su dolor, cambió
nuestra relación, nos acercó.
El
Dalai Lama ha hablado sobre la utilización del sufrimiento en el camino
budista.
-En la
práctica budista se puede utilizar el sufrimiento personal para
intensificar la compasión, como una oportunidad para el Tong-len. Se
trata de una práctica Mahayana en la que se asume mentalmente el dolor y
el sufrimiento de otro, ofreciéndole todos tus recursos, buena salud,
fortuna, etcétera. Más adelante daré instrucciones detalladas sobre esta
práctica, fundada en este pensamiento: «Que mi sufrimiento sea un
sustituto del sufrimiento de otros seres. Que este sufrimiento pueda
salvar a todos los seres que experimentan un dolor similar». De ese modo,
se utiliza el sufrimiento como una oportunidad para asumir el sufrimiento
de los otros.
»Aquí
debería señalar una cosa. Si, por ejemplo, caigo enfermo y empleo esta
técnica, pensando: "Que mi enfermedad libere a otros de una enfermedad
similar", y me visualizo aceptando el sufrimiento ajeno y transmitiendo
buena salud, no pretendo decir con ello que haya de olvidarme de mi propia
salud. Al pensar en la enfermedad, lo primero que hay que hacer es tomar
medidas para no sufrir a causa de ella. Luego, si a pesar de todo) se cae
enfermo, es importante no pasar por alto la necesidad de tomar los
medicamentos apropiados.
»No
obstante, una vez que se ha enfermado, prácticas como la del Tong-len
suponen una diferencia significativa en la actitud con que se afronta la
situación. En lugar de lamentarse, de sentir pena por uno mismo y de verse
abrumado por la ansiedad y la preocupación, puede uno salvarse del
sufrimiento mental adicional al adoptar la actitud correcta. Practicar la
meditación Tong-len, o «dar y recibir», quizá no consiga aliviar el dolor
físico o conducir a una cura en términos físicos, pero nos protege de un
dolor psicológico innecesario. Se puede pensar: "Que al experimentar este
sufrimiento pueda salvar a otros que pasen por la misma experiencia";
entonces el propio sufrimiento adquiere un nuevo significado, al ser
utilizado como el fundamento de una práctica religiosa o espiritual.
Además es posible llegar a ver la situación como un privilegio, como una
oportunidad de enriquecimiento.
-Ha
dicho que el sufrimiento puede utilizarse en la práctica del Tong-len.
Antes ha señalado que la contemplación de la naturaleza del sufrimiento
puede ser muy útil para no abrumamos cuando lo padezcamos, en el sentido
de desarrollar una mayor aceptación del sufrimiento como inherente a la
vida...
-Ciertamente.
-¿Hay
otras formas de ver nuestro sufrimiento como algo significativo, o al
menos con un valor práctico?
-Sí,
desde luego -contestó-. Creo que antes subrayé que en el camino budista
reflexionar sobre el sufrimiento tiene una tremenda importancia porque al
aprehender su naturaleza desarrollamos una mayor resolución de eliminar
tanto las causas que lo producen como los actos insanos que conducen al
mismo. Eso aumentará a su vez el entusiasmo por las acciones sanas que
conducen a la felicidad y la alegría,
-¿ y
ve algún beneficio en que los no budista s reflexionen sobre el
sufrimiento?
-Sí,
creo que puede tener valor práctico en algunas situaciones. Por ejemplo,
reflexionar sobre el sufrimiento contribuye a reducir la arrogancia. Claro
que eso quizá no se perciba como un beneficio -señaló echándose a reír-
por alguien que no considere la arrogancia o el orgullo como un defecto.
Tras
un momento de silencio, el Dalai Lama añadió:
-En
cualquier caso, creo que hay un aspecto de nuestra experiencia del
sufrimiento que es de vital importancia: nos ayuda a desarrollar empatía,
lo que nos permite acercamos a los sentimientos y el sufrimiento de los
demás, aumenta nuestra capacidad para la compasión, y nos ayuda por tanto
a conectar con los demás. En ese sentido, se puede considerar que tiene un
valor. Así pues -concluyó-, es probable que cambiemos de actitud y
nuestro sufrimiento ya no nos parezca tan terrible.
Cómo afrontar el dolor físico
Al
reflexionar sobre el sufrimiento durante los momentos de bienestar,
descubrimos a menudo un valor y un significado profundo en él. En
ocasiones, sin embargo, nos vemos enfrentados a padecimientos que no
parecen tener ninguna cualidad redentora. El dolor físico pertenece a esa
categoría. Pero hay una diferencia entre el dolor físico, que es un
proceso fisiológico, y el sufrimiento, que es nuestra respuesta mental y
emocional al mismo. Así pues, se nos plantea la pregunta: ¿podemos
encontrar una finalidad detrás de nuestro dolor, capaz de modificar
nuestra actitud hacia el mismo? Y si cambiamos de actitud, ¿disminuiría el
grado de sufrimiento?
En su
libro Dolor: el dolor que nadie quiere, el doctor Paul Brand explora el
valor del dolor físico. Brand, un cirujano de prestigio mundial y
especialista en lepra, pasó los primeros años de su vida en la India,
donde, como hijo de misioneros, se vio rodeado de personas que vivían en
condiciones de extremada pobreza y sufrimiento. Al observar en ellos una
mayor tolerancia al dolor físico que en Occidente, se interesó por el
fenómeno del dolor y efectuó un notable descubrimiento: la putrefacción
de la carne se debía a la pérdida de la sensación de dolor en las
extremidades. Al no contar con la protección del dolor, los pacientes de
lepra no disponían de un sistema que les advirtiera del daño en los
tejidos. El doctor Brand vio a pacientes que caminaban o corrían sobre
extremidades cuya piel estaba desgarrada o incluso con los huesos al
descubierto, lo que causaba su rápida destrucción. A veces incluso
introducían la mano en el fuego para retirar algo sin sentir dolor.
Observó también en ellos una actitud de lo más indiferente hacia la
autodestrucción. En su libro, Brand presenta muchos ejemplos de los
efectos destructivo s de vivir sin sensación de dolor, las heridas
recurrentes, las ratas que roían los dedos de manos y pies mientras el
paciente dormía tranquilamente.
Después de una larga experiencia con pacientes que sufrían dolores agudos
y con otros insensibles, Brand llegó a considerar el dolor no como el
enemigo que es en Occidente, sino como un sistema biológico complejo que
nos advierte para protegemos. Pero ¿por qué entonces la experiencia del
dolor tiene que ser tan desagradable? Brand afirma que precisamente en eso
reside su efectividad, pues obliga al organismo a afrontar el problema.
Aunque el cuerpo cuenta con movimientos reflejos de protección, es la
sensación de dolor la que impulsa a todo el organismo a prestar atención y
actuar. También graba la experiencia en la memoria y nos sirve para
protegemos en el futuro.
Así
como encontrar significado a nuestro sufrimiento nos ayuda a afrontar los
problemas, para Brand la comprensión de la finalidad del dolor físico
contribuye a disminuir el sufrimiento. Si nos preparamos para el dolor, si
comprendemos su naturaleza y reflexionamos sobre lo que sería la vida sin
esa sensación, invertiremos en lo que Brand llama un «seguro para el
dolor». No obstante, y como quiera que el dolor agudo es capaz de acabar
con toda objetividad, tenemos que reflexionar sobre él antes de que
aparezca. Si somos capaces de pensar en el dolor como «un discurso que
pronuncia nuestro cuerpo sobre un tema de importancia vital, de una
intensidad tal que llama inevitablemente nuestra atención», entonces
empezará a cambiar nuestra actitud, y en consecuencia disminuirá nuestro
sufrimiento. «Estoy convencido -afirma Brand- de que la actitud que
hayamos cultivado puede determinar el grado de sufrimiento cuando el dolor
nos llegue.» Incluso cree que podemos desarrollar un sentimiento de
gratitud ante el dolor.
No
cabe la menor duda de que nuestra, actitud y perspectiva mentales
determinan el grado de sufrimiento. Supongamos que dos individuos, un
trabajador de la construcción y un pianista, sufren la misma herida en un
dedo. Aunque el dolor sea el mismo para ambos, el obrero de la
construcción sufre menos y hasta se alegra si la herida le procura ese mes
de vacaciones pagadas que tanto necesitaba, mientras que esa misma lesión
causa un intenso sufrimiento en el otro al impedirle tocar el piano,
fuente fundamental de alegría en su vida.
Esto
ha sido demostrado por numerosos estudios y experimentos científicos. Los
investigadores han explorado las vías mediante las que se percibe el
dolor: se inicia con una señal sensorial, una. alarma que se dispara en
cuanto las terminaciones nerviosas son estimuladas. Millones de señales
viajan por la médula espinal hasta la base del cerebro, que las clasifica
y envía un mensaje a las zonas superiores, donde se elabora una respuesta.
Es en esta fase en la que se le asigna valor al dolor; es decir, es en la
mente donde convertimos el dolor en sufrimiento. Para disminuir éste,
tenemos que efectuar una distinción entre el dolor que percibimos y el que
creamos mediante nuestros pensamientos. El temor, la cólera, la
culpabilidad, la soledad y la impotencia son respuestas capaces de
intensificar el dolor. Así que, al afrontar el dolor, debemos trabajar en
los niveles más bajos de percepción del mismo, utilizar las herramientas
de la medicina moderna, como los medicamentos por ejemplo, pero también
podemos trabajar en los niveles superiores mediante la modificación de
nuestra perspectiva y nuestra actitud.
Muchos
investigadores han examinado el papel de la mente en la percepción del
dolor. Pavlov entrenó incluso. a perros para que superaran el dolor al
asociar una descarga eléctrica con una recompensa en forma de alimento.
Ronald Melzak fue más lejos. Crió cachorros de terrier escocés en un
ambiente protegido, sin los problemas propios del crecimiento. Estos
perros no consiguieron aprender las respuestas básicas al dolor; no
reaccionaban, por ejemplo, cuando se les pinchaba las patas con un
alfiler, en contraposición con sus compañeros de camada, que gañían de
dolor cuando se los pinchaba. Sobre la base de experimentos como éstos,
Melzak llegó a la conclusión de que buena parte de lo que llamamos dolor,
incluida la respuesta emocional de displacer, era algo aprendido, no
instintivo. Otros experimentos realizados con seres humanos, en los que
se aplicó la hipnosis y se utilizaron placebos, han demostrado también
que, en muchos casos, las funciones superiores del cerebro pueden aceptar
o descartar las señales de dolor que reciben. Esto indica que la mente
puede determinar a menudo cómo percibimos el dolor y ayuda a explicar los
interesantes descubrimientos de investigadores como Richard Sternback y
Bernard Tursky, de la Escuela de Medicina de Harvard (más tarde
confirmados por un estudio de Maryann Bates y colaboradores), quienes
observaron diferencias significativas entre los diferentes grupos étnico s
en cuanto a capacidad para percibir y resistir el dolor.
Parece, por tanto, que la afirmación de que nuestra actitud puede influir
en el grado de sufrimiento no es una especulación, sino que está apoyada
en pruebas científicas. En sus investigaciones, Brand hace otra
observación fundamental. Sus pacientes de lepra declaran: «Claro que
puedo verme las manos y los pies, pero no los percibo como si fueran parte
de mí. Es como si fueran simples herramientas». Así Pues, el dolor no sólo
nos advierte y nos protege, sino que unifica nuestro cuerpo. Sin la
sensación de dolor en manos o pies, estos miembros parecen no pertenecer
a él y así como el dolor físico unifica nuestro cuerpo, la experiencia
general del sufrimiento nos conecta a los demás. Quizá sea ése el
significado principal del sufrimiento, una condición que compartimos con
los demás, que une a todas las criaturas vivas.
Concluimos nuestro análisis del sufrimiento humano con la enseñanza por
parte del Dalai Lama de la práctica del Tong-len, a la que se refirió en
nuestra conversación anterior. Según explicaría él mismo, el propósito de
esta meditación es fortalecer la compasión. Pero también podemos veda
como una potente herramienta para transmutar nuestro sufrimiento. Podemos
utilizar estas prácticas para aumentar nuestra compasión, al visualizar a
otros que pasan por un sufrimiento similar, al absorber y disolver su
sufrimiento en el propio, como un sufrimiento por delegación.
El
Dalai Lama impartió esta enseñanza ante un numeroso público en una tarde
particularmente calurosa de septiembre, en Tucson. El aire acondicionado
del local, que luchaba contra la alta temperatura del desierto, se vio
finalmente superado por el calor generado por mil seiscientos cuerpos. El
calor reinante fue particularmente apropiado para una meditación sobre el
sufrimiento.
La práctica del Tong-len
-Esta
tarde meditaremos sobre el Tong-len, el «dar y recibir». Esta práctica
está destinada a entrenar la mente, a fortalecer el poder natural y la
fuerza de la compasión, porque la meditación Tong-len ayuda a
contrarrestar nuestro egoísmo. Aumenta el poder y la fortaleza de nuestra
mente al intensificar nuestra capacidad para abrimos al sufrimiento de
otros.
»Para
empezar este ejercicio primero hay que visualizar a nuestro lado a un
grupo de personas que necesitan ayuda, sumidas en el sufrimiento y en un
estado de extrema pobreza. Visualicen a este grupo de personas con
claridad. Luego, al lado de ellas, visualícense a sí mismos como
egocéntricos, con una arraigada actitud egoísta, indiferentes a las
necesidades de los demás. Entre este grupo de personas que sufren y esta
representación egoísta de sí mismos, véanse en el centro, como un
observador neutral.
»A
continuación, observen hacia cuál de los dos lados se inclinan ustedes de
modo natural. ¿ Se inclinan más hacia ese individuo singular, la
personificación del egoísmo? ¿O sus sentimientos naturales de empatía
fluyen hacia el grupo de personas necesitadas? Si piensan con objetividad,
concluirán que el bienestar de un grupo es más importante que el de un
individuo.
»Después, dirijan su atención a las personas necesitadas y desesperadas.
Dirijan toda su energía positiva hacia ellas. Ofrézcanles mentalmente sus
éxitos, sus recursos, sus virtudes. Una vez hecho eso, asuman el
sufrimiento de esas personas, sus problemas y todas sus dificultades.
»Se
puede imaginar, por ejemplo, a un niño hambriento de Somaha. En este
caso, el profundo sentimiento de empatía no se basa en consideraciones
como "Es mi pariente" o "Es mi amigo". Ni siquiera conoce usted a esa
persona. Pero el hecho de que usted y el otro sean seres humanos permite
que surja su capacidad natural para la empatía y que pueda usted abrirse
al otro. Piense entonces: "Este niño no tiene capacidad para aliviar su
infortunio". Entonces, mentalmente, asuma sobre sí mismo todo el
sufrimiento de la pobreza, el hambre y la privación de este niño y
ofrézcale mentalmente sus posesiones, riqueza y éxitos. Así puede
entrenar su mente, mediante esta clase de visualización de "dar y
recibir".
»A
veces resulta útil empezar esta práctica imaginándose en el futuro como
una persona que sufre y, con una actitud de compasión, asumir ese
sufrimiento en el presente, con el sincero deseo de liberarse de todo
sufrimiento futuro. Una vez haya adquirido algo de práctica para generar
un estado mental de compasión hacia sí mismo, puede ampliar su compasión
para incluir a los demás.
»Al
"asumir sobre sí", es útil visualizar los infortunios bajo aspecto de
sustancias venenosas, armas peligrosas o animales terroríficos, cosas
ante las que normalmente se estremecería. Visualice el sufrimiento como
si hubiera adquirido estas formas y luego absórbalas directamente en su
corazón.
»El
propósito de visualizar estas formas negativas y aterradoras, que se
disuelven en nuestros corazones, es el de destruir las habituales
actitudes egoístas que residen en ellos. No obstante, para aquellas
personas que puedan tener problemas con su imagen, con un bajo nivel de
autoestima, es importante considerar si esta práctica es apropiada.
»El
Tong-len es muy poderoso si se combina el "dar y recibir" con la
respiración; es decir, imaginen "recibir" en el momento de inspirar y
"dar" en el momento de espirar. Durante estas visualizaciones,
probablemente experimentarán una ligera incomodidad. Eso indica que se ha
alcanzado el objetivo: la actitud egocéntrica. y ahora, meditemos.
Al
terminar la enseñanza del Tong-len, el Dalai Lama señaló que ningún
ejercicio en particular es atractivo o apropiado para todo el mundo. En
nuestro viaje espiritual, es importante decidir si una práctica es
adecuada para nosotros después de comprender su esencia. Eso fue lo que me
sucedió a mí cuando intenté seguir las instrucciones del Dalai Lama sobre
el Tong-len aquella misma tarde. Descubrí que tenía dificultades, un
sentimiento de resistencia, aunque no logré descubrir de qué se trataba.
La misma noche, sin embargo, al pensar en las instrucciones del Dalai
Lama, me di cuenta de que mi resistencia se había desarrollado ya desde el
principio, cuando el Dalai Lama señaló que el grupo era más importante
que el individuo. Se trataba de algo que ya había escuchado con
anterioridad; el axioma de Vulcan propuesto por Spock en Star Trek: las
necesidades de la mayoría deben anteponerse a las de la minoría. En esa
afirmación había sin embargo algo que me molestaba. Antes de planteárselo
al Dalai Lama, sondeé a un amigo que había estudiado el budismo durante
mucho tiempo, quizá porque yo no deseaba aparecer como el que «sólo
quiere ser el número uno».
-Hay
una cosa que me molesta... -le dije-. Eso de que las necesidades del
grupo son más importantes que las del individuo tiene sentido en la
teoría, pero en la vida cotidiana no interactuamos con la gente en masa,
sino con individuos. En ese nivel de uno a uno, ¿por qué deberían valer
más las necesidades del otro que las mías? Yo también soy un individuo...
Somos iguales...
Mi
amigo quedó pensativo un momento.
-Bueno, eso que dices es cierto. Pero si realmente consideras a cualquier
individuo como un igual, ya es suficiente para empezar. No necesité acudir
al Dalai Lama.
12
Producir un cambio
El proceso de cambio
-Hemos
analizado la posibilidad de alcanzar la felicidad eliminando nuestros
comportamientos y estados mentales negativos. En general, ¿cómo se
consigue superar los comportamientos negativos e introducir cambios
positivos? -pregunté.
-El
primer paso es el aprendizaje, la educación -contestó el Dalai Lama-.
Creo que ya he mencionado con anterioridad la importancia del
aprendizaje...
-¿Cuando habló de la importancia de comprender por qué son nocivas las
emociones negativas?
-Sí.
Pero para producir cambios positivos, el aprendizaje sólo es el primer
paso. También hay otros factores, como la convicción, la determinación,
la acción y el esfuerzo. Así pues, el siguiente paso consiste en
desarrollar nuestra convicción. El aprendizaje y la educación son
importantes porque nos ayudan a desarrollar el convencimiento de que
necesitamos cambiar, y aumentan nuestro compromiso. Y la convicción ha de
cultivarse para convertirla en determinación. A continuación, la
determinación se transforma en acción; una determinación firme nos
permite realizar un esfuerzo continuado para poner en marcha los
verdaderos cambios. Este factor es decisivo.
»Así,
por ejemplo, si se quiere dejar de fumar, lo primero es ser consciente de
que fumar es nocivo para el cuerpo. Por tanto, tienes que educarte. Tengo
entendido, por ejemplo, que la información sobre los efectos nocivos del
tabaco ha permitido modificar el comportamiento de mucha gente; ahora se
fuma menos en los países occidentales que en un país comunista como China,
debido precisamente a la disponibilidad de información. Pero, a menudo,
ese aprendizaje por sí solo no es suficiente. Tienes que incrementar esa
conciencia hasta que te lleve a una firme convicción sobre los efectos
nocivos del tabaco. Eso fortalece a su vez tu determinación de cambiar.
Finalmente, tienes que realizar un esfuerzo para establecer nuevos
hábitos. Ése es el proceso de cambio, cualquiera que sea su objetivo.
»Ahora
bien, al margen del comportamiento que intentes cambiar, del objetivo
hacia el que dirijas tus esfuerzos, necesitas desarrollar una fuerte
voluntad o deseo de hacerlo. Necesitas gran entusiasmo. En este aspecto
el sentido de la urgencia es un factor clave que ayuda a superar los
problemas. Por ejemplo, el conocimiento que se posee sobre los graves
efectos del sida ha creado en muchas personas la necesidad perentoria de
modificar el comportamiento sexual. Con frecuencia, una vez que se ha
obtenido la información adecuada, surge la seriedad y el compromiso.
»Así
pues, la urgencia puede impulsar enérgicamente el cambio. En un movimiento
político, la desesperación puede originarla hasta el punto de que la gente
llega a olvidar incluso su hambre y su cansancio en la busca de sus
objetivos.
»El
sentido de lo perentorio no sólo ayuda a superar los problemas personales,
sino también los comunitarios. Cuando estuve en St. Louis, por ejemplo,
hablé con el gobernador. Allí habían sufrido recientemente unas graves
inundaciones. El gobernador me dijo que cuando Se produjeron temió que,
dada la naturaleza individualista de la sociedad, la gente no cooperara,
no se comprometiera.
»Pero
hubo tanta cooperación que quedó muy impresionado. Para mí, eso demuestra
que para alcanzar objetivos importantes necesitamos desarrollar el
sentido de lo perentorio. "Desgraciadamente -añadió con tristeza-, sucede
a menudo que no percibimos que una situación requiere una solución con
urgencia."
Me
sorprendió oírle subrayar esto porque en Occidente creemos que una actitud
característica de los asiáticos es dejar que las cosas sigan su curso,
derivada de su creencia de que se viven muchas vidas, de modo que si algo
no sucede ahora, ya sucederá la próxima vez... -Pero ¿cómo se desarrolla
en la vida cotidiana ese entusiasmo y esa decisión de cambiar? -pregunté.
-Para
un budista practicante hay varias técnicas para generar entusiasmo. Buda
habló sobre lo preciosa que es la existencia humana. Nosotros discutimos
acerca del potencial que hay dentro de nuestro cuerpo, de los buenos
propósitos a los que puede servir, de los beneficios y ventajas de tener
una forma humana, etcétera. Esas discusiones nos instilan confianza, nos
incitan a utilizar nuestro cuerpo de forma positiva.
»Después, para dar conciencia de la urgencia, que impulse a prácticas
espirituales, recordamos nuestra transitoriedad, es decir, la muerte,
interpretada en términos muy convencionales y no en los aspectos más
sutiles del concepto de transitoriedad. En otras palabras, se nos recuerda
que algún día ya no estaremos aquí. Se estimula esa conciencia, de modo
que cuando se conjunta con la comprensión del enorme potencial de nuestra
existencia surge en nosotros la urgente necesidad de utilizar
provechosamente todos los preciosos momentos de nuestra vida.
-Esa
contemplación de nuestra transitoriedad parece una gran ayuda para
desarrollar la urgencia de cambios positivos -comenté-. ¿No podrían
utilizada también los no budistas?
-Creo
que los no budistas deberían tener cuidado con algunas técnicas -contestó
reflexivamente-. Porque -añadió echándose a reír- cabría utilizar la misma
contemplación para el propósito opuesto Y decirse: «No hay garantía de que
vaya a estar vivo mañana, así que será mejor que hoy me divierta».
-¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo podrían desarrollar ese sentido
de la urgencia los que no son budistas?
-Bueno, como ya he señalado, aquí es donde intervienen la educación y la
información. Antes de conocer a ciertos expertos, por ejemplo, yo sabía
muy poco sobre la crisis del medio ambiente. Pero ellos me explicaron el
problema al que nos enfrentamos, y fui consciente de la gravedad de la
situación. Eso mismo puede aplicarse a otros problemas que afrontamos.
-Pero,
en ocasiones, incluso disponiendo de información, quizá no tengamos
energía para efectuar el cambio. ¿Cómo podemos superar eso? -le pregunté.
El
Dalai Lama reflexionó antes de contestar.
-Creo
que tenemos que establecer una distinción. La apatía obedece en ocasiones
a factores biológicos, y entonces hay que trabajar para cambiar el estilo
de vida. Así, por ejemplo, dormir lo suficiente, seguir una dieta
saludable, abstenerse de tomar alcohol, etcétera, ayuda a mantener la
mente más alerta. En algunos casos quizá haya que recurrir incluso a
medicamentos u otros remedios si la causa es una enfermedad. Pero también
hay otra clase de apatía o pereza, la que Surge de la debilidad de la
mente...
-Sí, a
eso me estaba refiriendo.
-Para
superar esta apatía y generar compromiso y entusiasmo que permitan cambiar
comportamientos o estados mentales negativos, creo que el método más
efectivo y quizá la única solución es ser siempre conscientes de los
efectos destructivo s del comportamiento negativo. Quizá haya que
recordar repetidas veces dichos efectos.
Las
observaciones del Dalai Lama me parecían acertadas. Como psiquiatra, sin
embargo, sabía que algunos comportamientos negativos y formas de pensar
están fuertemente arraigados, así como lo difícil que le resulta cambiar
a la gente. Me he pasado muchas horas examinando y diseccionando la
resistencia de los pacientes al cambio cuando hay en juego complejos
factores psicodinámicos; así que pregunté:
-A
menudo, la gente desea introducir cambios positivos en su vida, tener
comportamientos más sanos..., pero en ocasiones parece producirse una
especie de inercia o resistencia... ¿Cómo lo explicaría? -Es bastante
fácil-dijo con naturalidad.
-¿Fácil?
-Eso
ocurre porque nos habituamos a hacer las cosas de cierta manera. Nos
malcriamos y repetimos conductas que nos son familiares. -Pero ¿cómo
podemos superar eso?
-Utilizando el hábito en beneficio propio. Al familiarizamos
constantemente con nuevas pautas de comportamiento, podemos
establecerlas de modo definitivo. Le vaya dar un ejemplo: en Dharamsala
solía iniciar la jornada a las tres y media de la mañana, aunque aquí, en
Arizona, me estoy levantando a las cuatro y media. Duermo una hora más
-dijo, sonriente-. Al principio se necesita un poco de esfuerzo para
acostumbrarse, pero al cabo de unos meses se convierte en una rutina y ya
no hay necesidad de ningún esfuerzo. Así, si uno se acostara un poco más
tarde, se podría tener una tendencia a querer unos minutos más de sueño,
pero uno se seguiría levantando a las tres y media sin esforzarse. Ello se
debe al poder de la costumbre.
»Del
mismo modo, podemos superar cualquier condicionamiento negativo y efectuar
cambios positivos en nuestra vida. Pero hay que tener en cuenta que el
cambio genuino no se produce de la noche a la mañana. En mi caso, por
ejemplo, si comparo mi estado mental actual con el de, por ejemplo, hace
veinte o treinta años, observo una gran diferencia. Pero a eso he llegado
paso a paso. Empecé a estudiar el budismo aproximadamente a la edad de
cinco o seis años, pero en aquella época no estaba interesado en los
estudios -se echó a reír-, a pesar de que me llamaban la más alta
reencarnación. Creo que hasta que no tuve unos dieciséis años no empecé a
pensar seriamente en el budismo. Fue entonces cuando inicié prácticas
serias. Luego, con el transcurso de los años, desarrollé un profundo
aprecio por los principios y prácticas budistas, que al comienzo me habían
parecido casi antinaturales. Todo me vino a través de la familiarización
gradual. Claro que el proceso duró más de cuarenta años.
»Como
ve, en lo más profundo, el desarrollo mental requiere tiempo. Si alguien
dice: "Las cosas han mejorado después de pasar por muchos años de
dificultades", me tomo esa afirmación muy seriamente y es muy probable
que los cambios sean genuinos y duraderos. Pero si alguien dice: "En muy
poco tiempo he tenido un gran cambio", dudo mucho de esa afirmación.
Aunque
el análisis del Dalai Lama era irreprochable, había una cuestión que
parecía quedar pendiente. -Ha mencionado la necesidad de un alto nivel de
entusiasmo y determinación para transformar la mente, para efectuar
cambios positivos. Al mismo tiempo, sin embargo, reconocemos que el
verdadero cambio sólo se produce con lentitud y puede exigir mucho tiempo
-continué-. En consecuencia, es fácil desanimarse. ¿No se ha sentido
nunca desanimado por el lento progreso en su práctica espiritual o por
algún otro aspecto de su vida?
-Sí,
desde luego -contestó. -¿Cómo afronta eso?
-Por
lo que se refiere a mi práctica espiritual, si encuentro obstáculos o
problemas, me resulta útil detenerme y echar una mirada a largo plazo.
Existen unos versos que en esas circunstancias me transmiten valor y me
ayudan a mantener mi determinación. Son éstos:
Mientras el espacio perdure, mientras queden seres sensibles, viva también
yo
para
disipar las miserias del mundo.
»Ahora
bien, por lo que se refiere a la lucha por la libertad del Tíbet, si con
la convicción expresada en esos versos estuviera dispuesto a esperar eones
y eones... mientras el espacio perdure... bueno, creo que tendría una
actitud estúpida. Hemos de implicamos activa e inmediatamente. Claro que,
en esta lucha por la libertad, al pensar en los catorce o quince años de
esfuerzos negociadores, sin resultados, al pensar en casi quince años de
fracasos, se despierta en mí un sentimiento de impaciencia o frustración.
Pero ese sentimiento no me desanima hasta el punto de perder la
esperanza.
Insistí:
-Pero
¿qué es exactamente lo que le impide perder la esperanza?
-Creo
que me ayuda la amplitud de mi perspectiva. Por ejemplo, si observamos la
situación del Tíbet desde una perspectiva estrecha, nos sentiremos
impotentes. No obstante, si lo hacemos desde una perspectiva más amplia,
vemos una situación internacional en la que se están derrumbando los
sistemas comunistas y totalitarios, en la que incluso existe en China un
movimiento favorable a la democracia, en la que el ánimo de los tibetanos
sigue siendo alto. Así que no abandono.
Llama
la atención que un hombre con la formación filosófica y la práctica
meditativa del Dalai Lama prescriba la educación como primer paso para
producir la transformación interna, en lugar de prácticas espirituales
más trascendentales o místicas. Aunque casi todo el mundo reconoce la
importancia de la educación, solemos pasar por alto su papel como factor
vital para alcanzar la felicidad. Las investigaciones han demostrado que
hasta la educación puramente académica contribuye a la felicidad.
Numerosas encuestas han puesto de manifiesto, de forma concluyente, que
los niveles superiores de educación tienen ecos beneficiosos en la salud
y hasta protegen de la depresión. Al tratar de determinar las razones de
estos efectos, los científicos han sugerido que las personas mejor
educadas son más conscientes de los factores de riesgo para la salud,
están más capacitadas para adoptar medidas que la favorezcan e
incrementen la autoestima, tienen mayores habilidades para solucionar
problemas y también disponen de estrategias más efectivas para afrontar
las situaciones. Así pues, si la simple educación académica aparece
asociada con una vida más feliz, ¿cómo no va a ser más importante el
aprendizaje del que habla el Dalai Lama, que consiste en comprender y
utilizar todo aquello que conduce a una felicidad duradera?
El
siguiente paso en el camino del Dalai Lama hacia el cambio supone generar
"decisión y entusiasmo». Estas actitudes también son señaladas por la
ciencia occidental contemporánea como factores importantes para alcanzar
los objetivos. El psicólogo educativo Benjamin Bloom estudió la vida de
algunos de los artistas, atletas y científicos estadounidenses más
destacados y descubrió que el impulso y la decisión, y no el talento
natural, fue lo que les permitió triunfar. Por tanto, cabe concluir que
también son factores determinantes en el arte de alcanzar la felicidad.
Los
estudiosos del comportamiento han investigado ampliamente los mecanismos
que inician, mantienen y dirigen nuestras actividades, lo que se ha
denominado «motivación humana». Los psicólogos han identificado tres
clases principales de motivación. La primera es la motivación primaria,
impulso basado en las necesidades biológicas para sobrevivir. Incluye, por
ejemplo, las necesidades de alimento, agua y aire. La segunda agrupa las
necesidades de estímulo e información, que para algunos investigadores
son innatas e intervienen en la maduración y el funcionamiento del sistema
nervioso. Por último, tenemos las motivaciones secundarias, derivadas de
necesidades e impulsos adquiridos. Muchas de ellas están relacionadas con
la necesidad de éxito y poder, influidas por fuerzas sociales y
configuradas por el aprendizaje. Es aquí donde las teorías de la
psicología moderna se encuentran con el concepto del Dalai Lama de
desarrollar "decisión v entusiasmo». En el sistema del Dalai Lama, sin
embargo, el impulso y la decisión no se utilizan únicamente para buscar el
éxito mundano, sino que se desarrollan a medida que se obtiene una
comprensión más clara de los factores que conducen a la verdadera
felicidad y se utilizan en la búsqueda de objetivos superiores, como la
compasión y el crecimiento espiritual.
El
«esfuerzo» es el último factor del cambio. El Dalai Lama lo caracteriza
como un factor necesario para establecer un nuevo condicionamiento. La
idea de que podemos cambiar nuestros comportamientos y pensamientos
negativos mediante un nuevo condicionamiento no sólo es compartida por
muchos psicólogos occidentales, SInO que constituye el fundamento de la
psicología conductista: las personas han aprendido a ser como son, de modo
que adoptando nuevos condicionamientos se puede resolver una amplia gama
de problemas.
Aunque
la ciencia ha revelado recientemente que la predisposición genética de la
persona tiene un papel muy claro en las respuestas del individuo ante el
mundo, muchos psicólogos creen que buena parte de nuestra forma de
comportamos, de pensar y de sentir viene determinada por el aprendizaje y
el condicionamiento, es decir, por la educación y las fuerzas sociales y
culturales. Y puesto que los comportamientos son reforzados por el
hábito, se nos abre la posibilidad, tal como afirma el Dalai Lama, de
erradicar el condicionamiento nocivo y sustituirlo por uno útil, la vida..
Realizar un esfuerzo continuado para cambiar el comportamiento no sólo es
útil para superar los malos hábitos, sino también para cambiar nuestros
sentimientos fundamentales. Los experimentos han demostrado que así como
nuestras actitudes determinan .nuestro comportamiento, idea comúnmente
aceptada, el comportamiento también puede cambiar nuestras actitudes. Los
investigadores han descubierto que gestos inducidos experimentalmente,
.como fruncir el entrecejo o sonreír, tienden a producir las
correspondientes emociones de cólera o felicidad, lo que sugiere que el
simple hecho de «hacer como SI», sobre todo si se practica con frecuencia,
puede producir finalmente un verdadero cambio interno. Esto avala las
prácticas propugnadas por el Dalai Lama. Con el simple acto de ayudar
regularmente a los demás, por ejemplo, aunque no nos sintamos
particularmente altruistas, podemos desarrollar genuinos sentimientos de
compasión.
Expectativas realistas
Para una verdadera transformación interna -afirma el Dalai Lama es
preciso realizar un esfuerzo continuado. Se trata de un proceso gradual.
Esto contrasta agudamente con la proliferación de técnicas y terapias de
autoayuda para «soluciones rápidas» que tanto se han popularizado en las
últimas décadas en la cultura occidental, técnicas que van desde las
«afirmaciones positivas» hasta el «descubrimiento del niño interior».
El
Dalai Lama está convencido del tremendo y acaso ilimitado poder de la
mente, pero de una mente que haya sido sistemáticamente entrenada y
atemperada por años de experiencia y de sano razonamiento. Se necesita
mucho tiempo para desarrollar el comportamiento y los hábitos mentales
capaces de contribuir a solucionar nuestros problemas, así como para
establecer los nuevos hábitos que trae consigo la felicidad. No hay forma
de soslayar estos factores esenciales: determinación, esfuerzo y tiempo
son las auténticas claves de la felicidad.
Al
emprender el camino del cambio, es importante establecer expectativas
razonables. Si fueran demasiado elevadas, nos estaríamos encaminando a una
desilusión. Si son demasiado bajas pueden desalentar nuestra voluntad de
enfrentamos a las limitaciones y desarrollar todo nuestro potencial.
Después de nuestra conversación sobre el proceso de cambio, el Dalai Lama
añadió:
-No
debería perderse nunca de vista la importancia de mantener una actitud
realista, de ser sensible y respetuoso ante la realidad de la situación a
medida que se avanza por el camino de la transformación. Se deben
reconocer las dificultades que se encuentren y que quizá se necesite
tiempo y un esfuerzo coherente para superarlas. Es importante establecer
una clara distinción entre los propios ideales y los métodos mediante los
que se juzga el progreso. Para un budista, por ejemplo, el fin último es
muy elevado: la plena iluminación. Pero esperar alcanzarla con rapidez es
una expectativa desmesurada, que te lleva al desánimo y la desesperanza.
Así pues, necesitas 'un enfoque realista. Por otro lado, si dices «Me voy
a concentrar en el aquí y el ahora; esto es lo práctico, debo olvidarme
del futuro y la iluminación», estás en otra actitud extremada.
Necesitamos una actitud intermedia. Necesitamos encontrar equilibrio.
»El
tema de las expectativas es complicado. Las excesivas, sin fundamentos
adecuados, acarrean problemas. Por otro lado, si no tienes expectativas y
esperanza, si no tienes aspiraciones, no puede haber progreso. Por tanto,
no resulta fácil encontrar el equilibrio adecuado, Yo seguía abrigando
dudas; aunque pudiéramos modificar algunos comportamientos y actitudes
negativos con suficiente tiempo y esfuerzo, ¿hasta qué punto era realmente
posible erradicar las emociones negativas? Decidí abordar el tema con el
Dalai Lama.
-Para
acercamos a una felicidad duradera, ha dicho usted, debemos eliminar
nuestros comportamientos y estados mentales negativos, como la cólera, el
odio, la avaricia... -El Dalai Lama asintió con un gesto-. Pero esas
emociones son inherentes a nuestra constitución psíquica. Al parecer,
todos los seres humanos experimentamos en mayor o menor grado esas
oscuras emociones. Si eso es así, ¿es razonable detestar, negar y combatir
a una parte de nosotros mismos? ¿Es correcto tratar de erradicar alguna
parte de nuestra naturaleza?
-Sí,
algunas personas sugieren que la cólera, el odio y otras emociones
negativas son naturales e inamovibles. Pero eso es erróneo. Todos
nosotros nacemos en un estado de ignorancia. La ignorancia, por lo tanto,
también es natural. Pero, a medida que crecemos, adquirimos conocimientos
a través de la educación y el aprendizaje, disipamos la ignorancia. Sin
embargo, si permaneciéramos en un estado de ignorancia, sin desarrollar
nuestro aprendizaje, no seríamos capaces de disipar la ignorancia. Del
mismo modo, mediante una formación adecuada podemos reducir gradualmente
nuestras emociones negativas y ampliar nuestros estados mentales
positivos, como el amor, la compasión y el perdón.
-Pero
si esas emociones forman parte de la psique, ¿cómo podemos tener éxito a
la hora de luchar contra ellas?
-Para
ello es útil saber cómo funciona la mente humana -contestó el Dalai
Lama-. La mente es muy compleja y muy habilidosa. Es capaz de encontrar
muchas formas de afrontar una gran -variedad de situaciones. Para empezar,
tiene capacidad de adoptar diferentes perspectivas.
»En la
práctica budista se utiliza esta capacidad en meditaciones en las que se
aíslan mentalmente diferentes aspectos de uno mismo, para luego establecer
un diálogo entre ellos. Tenemos, por ejemplo, la meditación para
intensificar el altruismo, en la que se establece un diálogo entre la
actitud egocéntrica y la actitud de progreso espiritual. Por tanto, y a
pesar de que rasgos negativos como el odio y la cólera forman parte de la
mente, podemos embarcamos en la tarea de tomados como objetos externos y
combatirlos.
»A
menudo nos encontramos en situaciones en las que nos censuramos, y nos
decimos: "Me he defraudado a mí mismo", y nos enfadamos. Así que también
en esas ocasiones entablamos un diálogo con nosotros mismos, aunque en
realidad seamos siempre un solo individuo. A pesar de ello, tiene sentido
criticarse, enojarse con uno mismo, como todos sabemos por experiencia
propia.
»Pues
bien, aunque en realidad sólo hay un único ser individual, se pueden
adoptar dos perspectivas diferentes. ¿Qué es lo que ocurre cuando uno se
critica? El "yo" que critica lo hace desde una perspectiva totalizadora
de la persona, mientras que el "yo" criticado es uno mismo en una
experiencia concreta. Así es posible esta relación del SI mismo con el sí
mismo".
,»Cabe
añadir que es útil reflexionar sobre los diversos aspectos de la Identidad
personal. Tomemos como ejemplo un monje tibetano. Ese individuo puede
construir su identidad desde la perspectiva de ser monje: "yo mismo como
monje". Y también puede experimentar su Identidad basándose en su origen
étnico, como tibetano, de modo que Puede decir: "Soy tibetano". y puede
tener otra identidad en la que la condición monacal y el origen étnico no
jueguen un papel importante. Puede pensar: "Soy un ser humano". Tenemos
por tanto perspectivas diferentes de la identidad personal.
»Esto
indica que cuando nos relacionamos conceptualmente con algo, podemos
observar un mismo fenómeno desde muchos ángulos diferentes, y que esta
capacidad es bastante selectiva; podemos enfocar la atención en un
aspecto de ese fenómeno y adoptar una perspectiva determinada. Esta
facultad es muy importante cuando queremos identificar y eliminar ciertos
aspectos negativos en nosotros o intensificar los rasgos positivos: con
ella podemos aislar las partes que tratamos de eliminar o contra las que
queremos luchar.
»Pero
entonces, surge una cuestión muy importante: aunque podemos enfrentarnos a
la cólera, el odio y los demás estados negativos de la mente, ¿qué
garantía tenemos de que es posible vencerlos?
»Al
hablar de estos estados negativos de la mente, debería señalar que me
refiero a lo que nosotros llamamos Nyon Mong en tibetano, o Klesha en
sánscrito. Este término significa literalmente "aquello que aflige desde
dentro". A menudo se traduce como "ilusiones". La etimología de la
palabra tibetana Nyon Mong nos indica que se trata de algo emocional y
cognitivo que aflige a nuestra mente, destruye nuestra paz mental o nos
produce una perturbación psíquica. Si observamos atentamente, será fácil
reconocer la naturaleza de estas "ilusiones" por su tendencia a destruir
nuestra calma. Pero en cambio es mucho más difícil descubrir si podemos
superarlas. Esto se relaciona directamente con la posibilidad de activar
todo nuestro potencial espiritual, que es un tema muy serio y de arduo
tratamiento.
»Así
pues, ¿qué argumentos tenemos para creer que estas emociones destructivas
o "ilusiones" pueden ser eliminadas de nuestra mente? En el pensamiento
budista, tenemos tres premisa s sobre ello.
»La
primera afirma que todos los estados "ilusorios" de la mente,
todas
las emociones y pensamientos destructivo s son distorsiones, porque se
apoyan en percepciones erróneas de la realidad. Por muy poderosas que
sean, esas emociones carecen de fundamento válido.
Se
basan en la ignorancia. Por otro lado, todas las emociones o estados
positivos de la mente, como el amor y la compasión, tienen una base muy
sólida. Cuando la mente experimenta estos estados positivos, no hay
distorsión, ya que están fundados en la realidad, pueden ser verificados
por nuestra experiencia. Pero no ocurre lo mismo en el caso de las
emociones destructivas, como la cólera y el odio. Además, los estados
positivos pueden ser potenciados continuamente, siempre Y cuando
realicemos prácticas regulares.
-¿Puede explicarme a qué se refiere al decir que los estados positivos de
la mente tienen una «base sólida» mientras que los estados negativos
carecen de ella? -le interrumpí.
-Tomemos la compasión, por ejemplo. Se empieza por reconocer que no se
desea sufrir y que se tiene derecho a alcanzar la felicidad. Eso se puede
verificar. Se reconoce a continuación que las demás personas, como uno
mismo, tampoco desean sufrir y también tienen derecho a alcanzar la
felicidad. Ya se tiene la base para generar compasión.
»Esencialmente, hay dos clases de emociones o estados de la mente: las
positivas y negativas. Una forma de clasificar estas emociones sería
considerar si pueden ser justificadas. Antes por ejemplo, al analizar el
deseo, vimos que hay algunos negativos. El deseo de satisfacer las
necesidades básicas es positivo. Es justificable. Se basa en el hecho de
que todos existimos y tenemos derecho a sobrevivir. Así pues, ese deseo.
tiene un fundamento sólido. Los deseos negativos, como por ejemplo la
avaricia, no poseen bases sólidas, y a menudo no hacen sino crear
problemas y complicamos la vida. La avaricia obedece al descontento, a
pesar de que las cosas que se desean no son realmente necesarias.
El
Dalai Lama continuó su examen de la mente humana con la misma
escrupulosidad que pudiera emplear un botánico para clasificar especies
raras.
-Eso
nos lleva a la segunda premisa sobre la que se basa la afirmación de que
podemos erradicar las emociones negativas. Establece que los estados
positivos de la mente pueden actuar como antídoto
contra
!as tendencias negativas y los estados ilusorios. Por consiguiente
utilizando y potenciando los estados positivo:>, los antídotos,
reduciremos la presencia de los estados negativos.
»En la
práctica budista, ciertas cualidades mentales positivas como la paciencia,
la tolerancia y la amabilidad, pueden actuar coro; antídotos especificas
contra la cólera, el odio y el apego. Antídotos como el amor y la
compasión reducen de modo significativo las aflicciones mentales, pero su
especificidad los convierte en medidas parciales. Las emociones
destructivas se encuentran en último término enraizadas en la ignorancia,
es decir, en la concepción errónea de la naturaleza de la realidad. En
consecuencia, todas las confesiones budistas parecen coincidir en que,
para superar plenamente todas las tendencias negativas, tenemos que
aplicar el antídoto contra la ignorancia, es decir, el "factor sabiduría".
Eso es indispensable. Ese "factor sabiduría" supone crear percepción de
la verdadera naturaleza de la realidad.
»En
resumen, en la tradición budista no sólo tenemos antídotos específicos,
como por ejemplo la paciencia y la tolerancia, que actúan como antídotos
específicos contra la cólera y el odio, sino que también disponemos de un
antídoto general, el conocimiento de la naturaleza de la realidad. Esto
es algo similar a librarse de una planta venenosa: puedes eliminar los
efectos nocivos cortando ramas y hojas o bien arrancando la planta de
cuajo.
El
Dalai Lama continuó con su exposición de las premisas: -La tercera premisa
asevera que la naturaleza esencial de la mente es pura, que la conciencia
básica no está manchada por emociones negativas. Su naturaleza es pura, un
estado denominado <da mente de luz clara» y también la «naturaleza de
Buda». Puesto que las emociones negativas no forman parte de la naturaleza
de Buda, existe la' posibilidad de eliminadas y purificar la mente.
»De
acuerdo con estas tres premisas, el budismo sostiene que las aflicciones
mentales y emocionales pueden ser eliminadas mediante el cultivo de
fuerzas que actúan como antídotos, como el amor, la compasión, la
tolerancia y el perdón, así como con prácticas como la meditación.
Ya
había oído hablar al Dalai Lama de la naturaleza fundamental de la mente y
de su capacidad para eliminar nuestras pautas negativas de pensamiento.
Había comparado la mente con un vaso de agua sucia; los estados mentales
aflictivo s eran las «impurezas», que podían ser eliminadas para revelar
la fundamental naturaleza «pura»del agua. Esto parecía un tanto abstracto,
así que le interrumpí, impulsado por preocupaciones prácticas.
-Supongamos que uno acepta la posibilidad de eliminar las emociones
negativas y empieza a dar pasos en esa dirección. A partir de nuestras
conversaciones, sin embargo, me doy cuenta de que sería preciso un
tremendo esfuerzo para erradicar ese lado oscuro: estudio, contemplación,
aplicación constante de antídotos, intensas prácticas de meditación,
etcétera. Eso puede ser apropiado para un monje o para alguien capaz de
dedicar mucho tiempo y atención a esas actividades. Pero ¿qué sucede con
la persona corriente, que tiene una familia y un trabajo, que quizá no
disponga de suficiente tiempo? ¿No sería más adecuado para esas personas
tratar de vivir con sus emociones manejándolas adecuadamente, en lugar de
intentar erradicarlas por completo? Sucede aquí lo mismo que con los
enfermos de diabetes. Quizá no dispongan de los medios para alcanzar una
cura completa, pero si vigilan su dieta, toman insulina, etcétera, pueden
controlar la enfermedad y evitar las secuelas negativas.
-¡Sí,
precisamente de eso se trata! -me respondió con entusiasmo-. Estoy de
acuerdo con usted. Lo que podamos hacer para reducir la influencia de las
emociones negativas, por poco que sea, siempre será muy útil, puede
ayudar a llevar una vida más satisfactoria.
Mire,
un laico cargado de obligaciones familiares y laborales puede alcanzar, no
obstante, un alto grado de realización espiritual. Ha habido personas que
no iniciaron una práctica seria hasta un período avanzado de su vida,
cuando ya tenían cincuenta o incluso ochenta años, a pesar de lo cual
pudieron convertirse en grandes maestros.
-¿Ha
conocido personas que hayan alcanzado esa condición?
-le
pregunté. -Es difícil reconocerlos. Los verdaderos practicantes nunca
alardean -contestó riéndose.
En
Occidente son muchas las personas que consideran las convicciones
religiosas como una fuente de felicidad; el enfoque del Dalai Lama, sin
embargo, es fundamentalmente distinto al de muchas religiones
occidentales, ya que depende mucho más del razonamiento y la formación de
la mente que de la fe. En algunos aspectos, el budismo del Dalai Lama se
parece a una ciencia de la mente, un sistema cuya aplicación se asemeja a
la psicoterapia. Pero lo que el Dalai Lama sugiere va mucho más allá.
Aunque estamos acostumbrados a utilizar técnicas psicoterapéuticas para
modelar el comportamiento, para eliminar malos hábitos como fumar o beber
y para combatir conductas impulsivas, no estamos tan acostumbrados a
cultivar los atributos positivos, el amor, la compasión, la paciencia y
la generosidad, como armas purificadoras de los estados mentales
negativos. El método del Dalai Lama para alcanzar la felicidad se basa en
la idea revolucionaria de que los estados mentales negativos no
constituyen una parte intrínseca de nuestra mente, sino que son
obstáculos transitorios en la expresión de nuestro estado fundamental de
alegría y felicidad.
Las
escuelas más tradicionales de la psicoterapia occidental concentran su
acción en la neurosis del individuo; exploran su historia personal, sus
relaciones, sus experiencias cotidianas (incluidos los sueños y las
fantasías) y hasta la relación con el terapeuta, en un intento por
resolver los conflictos internos del paciente, sus motivos inconscientes
y la dinámica psicológica que pueda encontrarse en el origen de sus
problemas. Es decir, se centran en encontrar estrategias más sanas para
afrontar las situaciones, un mejor ajuste, una mejora de los síntomas,
antes que una formación de la mente para ser más feliz.
El
rasgo más característico del método de formación de la mente, expuesto por
el Dalai Lama, es la idea de que los estados positivos de la mente pueden
actuar como antídotos contra los estados negativos. Al buscar paralelismos
en la ciencia moderna del comportamiento, la terapia cognitiva es quizá la
que más se le acerca. Esta psicoterapia se ha hecho cada vez más popular
en las últimas décadas y ha demostrado ser muy efectiva en una amplia
variedad de problemas, particularmente los trastornos del estado de
ánimo, como la depresión y la ansiedad. La terapia cognitiva moderna,
desarrollada por psicoterapeutas como Albert Ellis y Aaron Beck, se basa
en la tesis de que las perturbaciones emocionales y los comportamientos
inadaptados tienen su causa en distorsiones del juicio y en convicciones
irracionales. La terapia consiste en ayudar al paciente a identificar,
examinar y corregir sistemáticamente tales distorsiones. Los pensamientos
correctores son, en cierto modo, antídotos Contra las pautas
distorsionadas que son el origen del sufrimiento del paciente.
Una
persona rechazada por otra, por ejemplo, responde con excesivo dolor. El
terapeuta cognitivo ayuda a la persona a identificar la convicción
irracional subyacente, que puede ser ésta: «Tengo que ser amado y aprobado
por todas las personas significativas que haya en mi vida en todo momento;
de no ser así, no valdré nada y la vida será horrible». El terapeuta le
presenta pruebas que refutan esa convicción. Aunque este enfoque pueda
parecer superficial, muchos estudios han demostrado que la terapia
cognitiva obtiene buenos resultados. En el tratamiento de la depresión,
por ejemplo, parte del principio que está originada por los pensamientos
autopunitivos. De un modo similar a los budistas, que ven todas las
emociones negativas como distorsiones, el terapeuta cognitivo considera
los pensamientos generadores de depresión como «esencialmente
distorsionados». En la depresión, el pensamiento considera los
acontecimientos como una cuestión de todo o nada: o generaliza en exceso
(si se pierde un trabajo, se piensa automáticamente: «Soy un fracasado»)
o se piensa selectivamente (si en Un día ocurren tres cosas buenas y dos
malas, el deprimido deja de lado las buenas y sólo se fija en las malas).
Así, al tratar la depresión, el terapeuta ayuda al paciente a neutralizar
la aparición automática de pensamientos negativos (como por ejemplo: «No
tengo absolutamente ningún valor») mediante la acumulación de información
y pruebas que los contradigan (por ejemplo: «He trabajado duramente para
educar a dos hijos», «Tengo talento para el canto», «He sido un buen
amigo», «He mantenido un puesto de trabajo difícil»). Los investigadores
han demostrado que al sustituir los modos de pensamientos distorsionados
por información veraz, podemos producir un cambio en los sentimientos y
mejorar así nuestro estado de ánimo.
El
hecho mismo de que podamos cambiar nuestras emociones y contrarrestar los
pensamientos negativos mediante la aplicación de otros pensamientos apoya
la tesis del Dalai Lama, según la cual podemos superar nuestros estados
mentales negativos mediante la aplicación de «antídotos», es decir,
estados mentales positivos. Después de las recientes pruebas científicas
de que se puede transformar la estructura y el funcionamiento del cerebro
mediante el cultivo de nuevos pensamientos, la observación de que podemos
alcanzar la felicidad mediante el entrenamiento de la mente es
completamente plausible.
13 Cómo afrontar la cólera y el odio
Si uno
se encuentra con una persona a la que le han disparado una flecha, no
dedica el tiempo a preguntarse de dónde ha venido la flecha, o la casta
del individuo que la disparó, o a analizar de qué tipo de madera está
hecho el astil o la manera en que está hecha la punta de la flecha, sino
que se centra en extraer inmediatamente ésta.
(Shakiyamuni,
el Buda)
DIRIGIMOS AHORA NUESTRA atención a algunas de las «flechas», los estados
negativos de la mente que pueden destruir nuestra así como; sus
correspondientes antídotos, Todos los estados mentales negativos, actúan
como obstáculos a nuestra felicidad, pero empezaremos por !la cólera, que
parece producir uno de los bloqueos grandes. El filósofo estoico Séneca la
describió como »la más horrible y frenética de todas las emociones». Los
efectos destructivos la cólera y el odio, han sido bien documentados en
recientes estudios científicos. Naturalmente, no necesitamos pruebas
científicas para darnos cuenta de cómo estas emociones pueden nublar
nuestro juicio, causar sentimientos de extrema incomodidad o provocar
estragos en nuestras relaciones personales. Eso lo sabemos por experiencia
personal. En los últimos años, sin embargo, se han logrado grandes
progresos en la descripción de los efectos físicos nocivos de la cólera y
la hostilidad. Docenas de estudios han demostrado que estas emociones son
una causa significativa de enfermedad y muerte prematura. Investigadores
como el doctor Redford Williams, de la Universidad de Duke, o el doctor
Robert Sapolsky, de la Universidad de Stanford, han realizado estudios que
demuestran que la cólera, el enojo y la hostilidad son particularmente
nocivos para el sistema cardiovascular. De hecho, se han acumulado tantas
pruebas acerca de los efectos nocivos de la hostilidad que se la considera
ahora un gran factor de riesgo en las enfermedades cardíacas, a la misma
altura o quizá mayor que otros factores tradicionalmente reconocidos, como
el colesterol o la presión sanguínea elevadas.
Una
vez aceptamos los efectos nocivos de la cólera y el odio, la siguiente
pregunta es: ¿cómo superarlos?
El
primer día de mi trabajo como asesor psiquiátrico de una clínica, un
miembro del personal me mostraba mi nueva consulta cuando escuché que por
la sala reverberaban unos gritos capaces de helarle la sangre a
cualquiera.
-Estoy
enfadada... -Más fuerte.
-¡Estoy enfadada!
-¡Mas
fuerte! ¡Demuéstremelo! ¡Que yo lo vea!
-¡Estoy enfadada! ¡¡Estoy enfadada!!
¡Le
odio! ¡ ¡Le odio!!
Fue
algo verdaderamente terrorífico. Le comenté al miembro del personal que
aquello parecía una crisis necesitada de tratamiento urgente.
-No se
preocupe -me dijo, echándose a reír-. En estos momentos tienen una sesión
de terapia de grupo en el vestíbulo. Ese método ayuda a la paciente a
entrar en contacto con su cólera.
Más
tarde, ese mismo día, tuve oportunidad de reunirme con la paciente en
cuestión, en privado. Parecía agotada.
-Me
siento muy relajada -dijo-. Esa sesión de terapia realmente ha
funcionado. Tengo la sensación de haberme desprendido de toda mi cólera.
En
nuestra siguiente sesión, sin embargo, la paciente me informó: -Bueno,
Supongo que, después de todo, no me desprendí de toda mi cólera. Ayer,
justo después de marcharme, cuando salía del aparcamiento, un imbécil
estuvo a punto de arrollarme... ¡Me puse furiosa! Y durante todo el
trayecto de regreso a casa no hice sino maldecir por lo bajo a aquel
imbécil. Supongo que aún necesito unas pocas sesiones más de expresión de
la cólera para quitármela del todo.
Al
prepararse para conquistar la cólera y el odio, el Dalai Lama empieza por
investigar la naturaleza de estas emociones destructivas. -En términos
generales -explicó-, hay muchas clases diferentes de emociones perversas
o negativas, como el engreimiento, la arrogancia, los celos, el deseo, la
lascivia, la estrechez de miras, etcétera.
Pero,
de entre todas ellas, el odio y la cólera se consideran los mayores males
debido a que son los principales obstáculos que impiden el desarrollo de
la compasión y el altruismo y porque destruyen la virtud y la serenidad
mental.
»Hablo
de cólera, pero puede haberla de dos tipos. Uno de ellos puede ser
positivo, dependiendo principalmente de la propia motivación. Es posible
que haya una cólera motivada por la compasión o por el sentido de la
responsabilidad. En los casos en que la cólera está motivada por la
compasión, puede ser utilizada como un impulso o catalizador para una
acción positiva. Bajo tales circunstancias, Una emoción humana como la
cólera actúa como una fuerza capaz de provocar una acción rápida. Se crea
así una energía que permite al individuo actuar con rapidez y decisión.
Puede ser un potente factor motivador. De modo que esa clase de cólera
puede ser positiva a veces. Sucede con demasiada frecuencia, sin embargo,
que la energía también es ciega, aunque esa clase de cólera actúe como una
especie de protector, de modo que no se puede estar seguro de que al final
sea constructiva o destructiva.
»De
modo que, aunque bajo ciertas circunstancias algunas clases de cólera
pueden ser positivas, esta pasión conduce, en términos generales, a
sentimientos negativos y al odio. Y, por lo que se refiere al odio, nunca
es positivo. No proporciona ningún beneficio. Siempre es totalmente
negativo.
»No
podemos Superar la cólera y el odio simplemente suprimiéndolos.
Necesitamos cultivar activamente los antídotos Contra ellos: la paciencia
y la tolerancia. Siguiendo el modelo del que hemos hablado antes, para
cultivar con éxito la paciencia y la tolerancia se necesita generar
entusiasmo, tener un intenso deseo de él. Cuanto más grande sea su
entusiasmo, tanto mayor será su posibilidad de resistir las dificultades
que encuentre en el proceso. Proponiéndose la práctica de la paciencia y
la tolerancia, lo que sucede en realidad es que se participa en un combate
Contra el odio y la cólera. Puesto que se trata de un combate, lo que se
busca es la victoria, pero también se ha de estar preparado para una
posible derrota. Así pues, mientras se combate, no debería perderse de
vista el hecho de que a lo largo de él habrá que afrontar numerosos
problemas. Se debe tener habilidad para resistir esas dificultades.
Alguien que alcanza la victoria sobre el odio y la cólera a través de un
proceso tan arduo, es un verdadero héroe. »El intenso entusiasmo del que
hablamos se genera teniendo esto en cuenta. El entusiasmo es el resultado
de aprender y reflexionar sobre los efectos beneficiosos de la tolerancia
y la paciencia y sobre los efectos destructivos y negativos de la cólera y
el odio. Ese mismo acto, esa misma realización creará por sí misma una
inclinación hacia los sentimientos de tolerancia y paciencia, hará que se
sienta más prudente y esté más atento a los pensamientos de cólera y
odio. Habitualmente, no nos preocupamos mucho por la cólera y el odio, de
modo que estas emociones simplemente aparecen. Pero una vez que
desarrollamos una actitud prudente frente a ellas, el mismo cuidado puede
actuar por sí mismo como una prevención.
»Los
efectos destructivos del odio son muy visibles, muy evidentes e
inmediatos. Por ejemplo: en su interior surge un pensamiento de odio muy
fuerte o enérgico; en ese mismo instante le abruma por completo y
destruye su paz mental, su presencia de ánimo desaparece completamente.
Cuando surge una cólera y un odio tan intensos, se obnubila la mejor parte
de su cerebro, la capacidad para juzgar lo que es correcto y lo
equivocado, así como la visión de las consecuencias a largo y a corto
plazo de sus acciones. Su capacidad de juicio se atasca, ya no es capaz
de funcionar. Es casi como si se hubiera vuelto loco. Así pues, esta
cólera y este odio tienden a producir un estado de confusión que no sirve
sino para empeorar sus problemas y dificultades.
»Incluso a nivel físico, el odio produce una transformación del individuo
muy antipática y desagradable. En el instante mismo en que surgen fuertes
sentimientos de cólera u odio, el rostro de la persona se contorsiona y
afea, por mucho que ésta intente fingir o adoptar una actitud digna. La
expresión se hace muy desagradable y la persona transmite una vibración
hostil. Otras personas pueden percibirlo. Es casi como si pudieran notar
vapor brotando del cuerpo de esa persona, hasta el punto de que ya no son
únicamente los seres humanos los capaces de percibirlo, sino hasta los
animales de compañía, que tratarán de evitar a la persona. Cuando alguien
abriga pensamientos de odio, éstos tienden a acumularse en su interior, lo
cual puede provocar incluso pérdida del apetito o sueño, o hacer que la
persona se sienta más tensa y alterada.
»Por
estas razones, la cólera ha sido comparada a un enemigo. Un enemigo
interno que no tiene otra función que causarnos daño. Es nuestro verdadero
enemigo, nuestro enemigo más definitivo. No tiene otra función que la de
destruirnos, tanto en términos inmediatos como a largo plazo.
»El
odio actúa de un modo muy distinto a un enemigo corriente, porque éste, es
decir, una persona a la que consideremos enemiga nuestra, puede maniobrar
para perjudicamos, pero también se ve obligada a hacer otras cosas: tiene
que comer, tiene que dormir y, por lo tanto, no puede dedicar las
veinticuatro horas del día, es decir, toda su existencia, a su propósito
de hacernos daño. Por otro lado, el odio no tiene ninguna otra función,
ningún otro propósito que destruirnos. Si fuéramos consciente de ello,
deberíamos resolver que nunca daremos a este enemigo la oportunidad de
surgir dentro de nosotros.
-Al
afrontar la cólera, ¿qué le parecen algunos de los métodos de la
psicoterapia occidental que animan a su expresión?
-Creo
que tenemos que comprender que pueden darse situaciones diferentes
-explicó el Dalai Lama-. En algunos casos, la gente abriga fuertes
sentimientos de cólera y dolor basados en algo que se les hizo en el
pasado, un maltrato o lo que fuera, y ese sentimiento se mantiene
reprimido. Según una expresión tibetana, si existe algún mal en la concha
de un caracol puedes eliminarlo soplando. En otras palabras, si algo
bloquea la concha, sólo hay que soplar y ésta quedará despejada. De modo
similar, cabe concebir una situación en la que, debido a la dificultad de
reprimir ciertas emociones o sentimientos de cólera, sea mejor dejarse
arrastrar y expresarlos.
»No
obstante, creo que, en términos generales, la cólera y el odio son el tipo
de emociones que, si no se las controla y vigila, tienden a agravarse,
paulatinamente se intensifican. Si uno se acostumbra a dejarlas aflorar y
a expresarlas, el resultado suele ser su aumento, no su reducción. Tengo
por tanto la impresión de que lo mejor es adoptar una actitud prudente y
tratar de reducir activamente su intensidad.
-Si
tiene la impresión de que expresar o liberar la cólera no es la respuesta,
¿cuál será ésta? -le pregunté.
-En
primer lugar, los sentimientos de cólera y odio surgen de una mente
torturada por la insatisfacción y el descontento. Uno puede prepararse con
antelación trabajando sistemáticamente para crear satisfacción interior y
para cultivar la amabilidad y la compasión. Eso produce una tranquilidad
de espíritu que por sí misma contribuye a impedir que surja la cólera.
Cuando aparezca una situación que le enoje, debe afrontarse directamente
la cólera y analizarla, ver si es una respuesta apropiada y si es
constructiva o destructiva. Se hace entonces un esfuerzo por ejercer una
cierta disciplina y contención interna, combatiéndola activamente
mediante la aplicación de antídotos que contrarresten estas emociones
negativas, como pensamientos de paciencia y tolerancia.
El
Dalai Lama hizo una pausa, antes de añadir, con su acostumbrado
pragmatismo:
-Naturalmente, cuando se trabaja para superar la cólera y el odio es
posible que en la fase inicial se sigan experimentando estas emociones
negativas. Pero hay niveles diferentes de cólera; cuando son ligeros, se
puede intentar afrontarla y combatirla en el mismo momento. No obstante,
si se desarrolla una emoción negativa muy fuerte, será muy difícil
afrontarla inmediatamente. En tal caso, quizá sea mejor tratar de
olvidarla momentáneamente. Pensar en alguna otra cosa. Una vez que la
mente se haya calmado un poco, se puede analizar y razonar.
En
otras palabras, estaba diciendo: «Cuenta hasta diez antes de explotar».
Siguió diciendo:
-Para
tratar de eliminar la cólera y el odio es indispensable el cultivo
deliberado de la paciencia y la tolerancia. El valor y la importancia de
tales virtudes podrían concebirse en los siguientes términos: por lo que
se refiere a los efectos destructivos de los pensamientos coléricos y de
odio, la riqueza no puede protegernos contra ellos. Aunque uno sea
millonario, sigue estando sujeto a efectos destructivos. La educación por
sí sola tampoco nos garantiza que estemos protegidos contra ellos.
Asimismo, la ley tampoco nos proporciona dicha garantía o protección. Son
como las armas nucleares: por muy sutiles que sean los sistemas de
defensa, no pueden ofrecemos protección o defensa contra ellas...
El
Dalai Lama hizo una pausa para tomar impulso, antes de concluir con un
tono de voz claro y firme: -Lo único que puede proporcionarnos refugio o
protección contra los efectos destructivos de la cólera y el odio es la
práctica de la tolerancia y la paciencia.
Una
vez más, la sabiduría tradicional del Dalai Lama es complemente coherente
con los datos científicos de que disponemos. El doctor Dolf Zillmann, de
la Universidad de Alabama, ha llevado a cabo experimentos que demuestran
que los pensamientos coléricos tienden a provocar una estimulación
fisiológica que nos hace todavía más proclives a dejamos arrastrar por la
cólera. Podría decirse que la cólera se retroalimenta y que, al
intensificarse nuestro estado de nerviosismo, somos más proclives a
dejarnos arrastrar por los estímulos ambientales que la provocan.
Si no
se controla, la cólera tiende a experimentar una escalada.
'Qué
podemos hacer, entonces, para desactivarla? Tal como sugiere el Dalai
Lama, dar rienda suelta a la cólera y la rabia tiene beneficios muy
limitados. La expresión terapéutica de la cólera como método de catarsis
parece que tuvo su origen en las teorías de Freud sobre las emociones,
cuyo funcionamiento explicaba a partir de un ejemplo de la hidrodinámica:
al aumentar la presión, ésta tiene que escapar por algún lado. La idea de
librarnos de nuestra cólera dándole rienda suelta tiene cierto atractivo
dramático y, de algún modo, puede parecer incluso divertida, pero el
problema es que no funciona. Muchos estudios realizados durante las
cuatro últimas décadas han demostrado de un modo sistemático que la
expresión verbal y física de nuestra cólera no contribuyen a disiparla y
lo único que consiguen es empeorar las cosas. El doctor Aaron Siegman,
psicólogo e investigador de los sentimientos de la Universidad de
Maryland, está convencido, por ejemplo, de que es precisamente esta
expresión repetida de la cólera y la rabia la que pone en marcha los
sistemas internos de estimulación y las respuestas bioquímicas que más
probablemente causarán daño en nuestras arterias.
Aunque
está claro que dar rienda suelta a nuestra cólera no es la respuesta
adecuada, tampoco lo es el desdeñarla o fingir que no existe. Tal como
hemos visto en la tercera parte, soslayar los problemas no los hace
desaparecer. Así pues, ¿cuál es el mejor enfoque? Resulta interesante
observar que entre los modernos investigadores de la cólera, como el
doctor Zillmann y el doctor Williams, existe el consenso de que lo más
efectivo parecen ser los métodos preconizados por el Dalai Lama. Puesto
que el nivel de estrés disminuye la capacidad para frenar el acceso de
cólera, el primer paso preventivo consiste en cultivar estados mentales
de una mayor satisfacción y serenidad, tal como recomienda el Dalai Lama.
Cuando, a pesar de todo, se presenta la cólera, la investigación ha
demostrado que el enfrentamiento activo, el análisis lógico y la nueva
valoración de los pensamientos que la ponen en marcha contribuyen a
disiparla. También hay pruebas experimentales que sugieren que también
pueden ser muy efectivas las técnicas que hemos analizado antes, como el
cambio de perspectiva o el buscar diferentes ángulos para abordar una
situación. Claro que, a menudo, estas cosas son mucho más fáciles de hacer
con niveles bajos o moderados de cólera, de modo que es importante
practicar la intervención precoz, antes de que los pensamientos de cólera
y odio puede experimentar una escalada.
Debido
a su enorme importancia para superar la cólera y el odio, el Dalai Lama
habló con cierto detalle sobre el significado y el valor de la paciencia y
la tolerancia...
-En
nuestra experiencia cotidiana, la tolerancia y la paciencia producen
grandes beneficios. Desarrollarlas nos permitirá, por ejemplo mantener
nuestra presencia de ánimo. Si un individuo posee esta capacidad de
tolerancia y paciencia, no verá perturbada su serenidad la paz mental,
incluso a pesar de vivir en un ambiente muy tenso, frenético y
estresante.-'
»Otro
beneficio de responder a las situaciones difíciles con paciencia en lugar
de dejarse llevar por la cólera, es que la persona se protege de las
consecuencias indeseables que pueden producirse si se reacciona con
cólera. Si se responde a las situaciones con cólera y odio, no sólo no se
protege del dolor o el daño que ya se le ha causado, puesto que estos ya
han ocurrido, sino que, además, se crea una causa adicional de
sufrimiento en el futuro. No obstante, al responder al daño experimentado
con paciencia y tolerancia, se podrán evitar efectos peligrosos a largo
plazo. Al sacrificar las pequeñas cosas, al soportar los pequeños
problemas y dificultades, se podrán evitar en el futuro experiencias o
sufrimientos que quizá sean mucho más grandes. Un ejemplo para ilustrar
este punto: si un reo pudiera salvar su vida sacrificando su brazo, ¿no
se sentiría agradecido ante esa oportunidad? Al soportar el dolor y el
sufrimiento de que le corten el brazo, la persona evitaría la muerte, que
es un sufrimiento mucho mayor.
-En la
mentalidad occidental-observé-, la paciencia y la tolerancia se
consideran ciertamente virtudes, pero cuando uno se ve acosado
directamente por los demás, cuando alguien nos causa un daño, responder
con «paciencia y tolerancia» parece transmitir una impresión de
debilidad, de pasividad.
El
Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza.
-Puesto que la paciencia y la tolerancia surgen de la capacidad para
mantenerse firmes y no dejarse abrumar por las situaciones o condiciones
adversas a las que uno tenga que enfrentarse, no deberíamos ver tales
virtudes como una señal de debilidad o de aceptación de la situación, sino
más bien como una señal de fortaleza, que procede de una profunda
capacidad para mantenernos firmes. Responder a una situación difícil con
paciencia y tolerancia en lugar de reaccionar con cólera y odio, supone
ejercer una contención activa, la cual procede de una mente fuerte y
disciplinada.
»Claro
que al hablar de paciencia puede haber, como en la mayoría de las cosas,
tipos positivos o negativos de paciencia. La impaciencia no siempre es
mala. Puede ayudarnos, por ejemplo, a decidirnos a emprender una acción.
Incluso en las tareas cotidianas, como limpiar la habitación, si se tiene
demasiada paciencia, es posible que uno actúe demasiado lentamente y
limpie poco. O la impaciencia por alcanzar la paz mundial, que puede ser
ciertamente positiva. Pero en situaciones difíciles y agresivas, la
paciencia ayuda a mantener la fuerza de voluntad y contribuye a
sostenemos.
Cada
vez más animado, a medida que ahondaba en su análisis de la paciencia, el
Dalai Lama añadió:
-Creo
que hay una muy estrecha conexión entre humildad y paciencia. La humildad
supone que, teniendo capacidad para adoptar una postura de mayor
enfrentamiento, de tomar represalias si se desea, se decida
deliberadamente no hacerlo. Eso es lo que consideraría verdadera humildad.
Creo que la verdadera tolerancia o paciencia tiene un componente de
autodisciplina y control; darse cuenta de que se podría haber actuado de
otro modo, de que se podría haber adoptado una actitud más agresiva, pero
se decidió no hacerlo. Por otro lado, verse obligado a una respuesta
pasiva porque se tiene un sentimiento de impotencia o incapacidad, no
puede ser considerado una verdadera humildad; en todo caso, una cierta
mansedumbre, pero no es verdadera tolerancia.
»Al
decir que debemos aprender tolerancia hacia quienes nos hacen daño, no
hay que malinterpretarlo como que deberíamos aceptar mansamente lo que
hayan hecho contra nosotros. -El Dalai Lama hizo una pausa y se echó a
reír-. Quizá, si fuera necesario, la mejor respuesta, la más prudente,
sería echar a correr y poner muchos kilómetros por medio.
-Echar
a correr no siempre evita que nos causen daño.
-Sí,
eso es cierto -asintió-. En ocasiones, podemos encontrarnos con
situaciones que exijan contramedidas firmes. Creo, sin embargo, que se
puede adoptar una postura fuerte, e incluso tomar contramedidas enérgicas
a partir de un sentimiento de compasión o de un sentido de la preocupación
por el otro, antes que por cólera. Una de las razones por las que hay que
adoptar una actitud enérgica contra alguien es que si se deja pasar lo
sucedido, sea cual fuere el daño o el delito que se haya cometido, se
corre el peligro de dejar que esa persona se habitúe de un modo muy
negativo, algo que, en realidad, provocará el deterioro de esa persona y
a largo plazo será muy destructivo para ella. En consecuencia, a veces es
necesario tomar contramedidas muy firmes, pero sin dejar de pensar que se
hace a partir de la compasión y la preocupación por esa persona. Por
ejemplo, en nuestras relaciones con China, aunque existen probabilidades
de que surjan sentimientos de odio, nos probamos deliberadamente a
nosotros mismos y tratamos de reducirlos, al tiempo que intentamos
desarrollar un sentimiento de compasión hacia los chinos. Creo que, en
último término, las contramedidas pueden ser más efectivas sin
sentimientos de cólera y odio.
»Hemos
explorado formas de desarrollar paciencia y tolerancia para desprendemos
de la cólera y el odio; se trata de métodos como utilizar el razonamiento
para analizar la situación, adoptar una perspectiva más amplia y buscar
otros ángulos desde los que considerarla. Un resultado final, un producto
de la paciencia y la tolerancia, es el perdón. Cuando se es realmente
paciente y tolerante, el perdón se produce de modo natural.
»Aunque quizá haya experimentado muchos episodios negativos en el pasado,
con el desarrollo de la paciencia y la tolerancia es posible desprenderse
de su cólera y resentimiento. Si se analiza la situación, se da uno cuenta
de que el pasado es el pasado, de modo que no sirve de nada sentir cólera
y odio, ya que eso no cambiará la situación, sino que Únicamente provocará
una perturbación dentro de la propia mente y causará una continuada
desdicha. Claro que se puede recordar lo ocurrido. Olvidar y perdonar son
dos cosas muy distintas. No hay nada erróneo en recordar esos
acontecimientos negativos; si se tiene una mente aguda, siempre se
recuerda. -Se echó a reír-. Creo que Buda lo recordaba todo. Pero con el
desarrollo de la paciencia y la tolerancia, es posible desprendernos de
los sentimientos negativos asociados a los acontecimientos.
Meditaciones sobre la cólera
En
muchas de estas entrevistas, el principal método del Dalai Lama para
superar la cólera y el odio suponía el uso del razonamiento y el análisis
para investigar sus causas, así como la comprensión para combatir estos
estados mentales nocivos. En cierto sentido, este enfoque puede
considerarse como el uso de la lógica para neutralizar la cólera y el odio
por un lado y para cultivar los antídotos de la paciencia y la tolerancia
por el otro. Pero ésta no es su única técnica. En sus charlas públicas
complementó su análisis ofreciendo instrucciones sobre cómo realizar las
dos meditaciones siguientes, sencillas pero que resultan efectivas como
ayuda.
Meditación sobre la cólera: ejercicio 1
-Imaginemos una situación en la que alguien a quien se conoce muy bien,
alguien que está cerca de nosotros o nos es muy querido, pierde el control
de sí mismo. Supongamos también que ocurre durante una relación muy
enojosa o en una situación en la que sucede algo que nos altera
personalmente. La persona está tan enfadada que pierde la compostura,
emite vibraciones muy negativas y hasta llega a golpearse a sí misma o a
romper objetos.
»Reflexionemos sobre los efectos inmediatos de la cólera sobre dicha
persona. Se observará que se produce una transformación física. Esa
persona a la que usted se siente próximo, que le gusta, la misma que le
proporcionó placer en el pasado, se transforma ahora en alguien feo,
incluso físicamente hablando. La razón por la que creo que se debe
visualizar esta situación con alguna otra persona es por que resulta más
fácil ver los defectos de los demás que los propios. Así pues, utilizando
su imaginación, efectúese esta visualización durante unos minutos.
»Al
final de ella, analice la situación y enumere sus aplicaciones a su propia
experiencia. Comprenda que en muchas ocasiones usted también se ha
encontrado en esta misma situación. Tome la resolución de no permitirse
jamás caer en un estado tan intenso de cólera y odio porque, si lo hace,
se encontrará en la misma situación. También sufrirá las consecuencias:
perderá la paz mental y la compostura, adoptará ese aspecto físico tan
feo, etcétera. Así que, una vez que haya tomado la decisión, y durante los
últimos minutos de la meditación, concentre la atención de la mente sobre
esa conclusión; entonces, sin analizar nada más, deje que su mente
mantenga la resolución de no caer nunca bajo la influencia de la cólera y
el odio.
Meditación sobre la cólera: ejercicio 2
-Realicemos otra meditación utilizando la visualización. Empiece por
visualizar a alguien a quien deteste, alguien que le moleste, que le cause
multitud de problemas o que le ponga los nervios de punta. A continuación,
imagínese una situación en la que la persona le irrite, haga algo que le
ofenda o le moleste. En su imaginación, al visualizarlo, permitirá que
surja su respuesta natural; limítese a dejarla fluir con naturalidad.
Perciba entonces cómo se siente, observe si eso acelera los latidos de su
corazón, etcétera. Examine si se siente cómodo o incómodo; vea si puede
sentirse inmediatamente más pacífico o si desarrolla una actitud mental
de incomodidad. Juzgue por sí mismo, investigue. Así, durante unos
minutos, tres o cuatro quizá, juzgue y experimente. Y luego, al final de
su investigación, si descubre que «Sí, no sirve de nada permitir que se
desarrolle la irritación, porque pierdo inmediatamente mi paz mental»,
dígase a sí mismo: «Nunca volveré a hacerlo en el futuro». Consolide esa
determinación. Finalmente, y durante los últimos minutos del ejercicio,
centre por completo la mente en esa conclusión o determinación. Esa es la
meditación.
El
Dalai Lama se detuvo por un momento y observó al público que llenaba la
sala, compuesto por sinceros estudiantes que se preparaban para practicar
esta meditación. Entonces, se echó a reír y añadió:
-Creo
que si tuviera la facultad cognitiva, la habilidad o la clara conciencia
necesaria para leer las mentes de las personas, se produciría aquí un
gran espectáculo.
Hubo
una oleada de risas que se extendieron por la sala y que se apagaron con
rapidez, mientras los presentes iniciábamos la meditación, empezando por
el serio asunto de batallar contra la cólera.
14 Cómo afrontar la ansiedad y aumentar la autoestima
SE HA
CALCULADO QUE, durante el transcurso de una vida, al menos uno de cada
cuatro estadounidenses padecerán un grado de ansiedad o preocupación lo
bastante grave como para confirmar los diagnósticos sobre trastornos de
este tipo. Pero incluso aquellos que no sufran nunca un estado patológico
o incapacitador de ansiedad, experimentarán en uno u otro momento niveles
excesivos de preocupación que no sirven a ningún propósito útil y que no
hacen sino resquebrajar su felicidad e interferir en su capacidad para
alcanzar objetivos.
El
cerebro humano está equipado con un complicado sistema de registro de
emociones como temor y preocupación. Este sistema cumple una función
importante: nos moviliza para responder al peligro, poniendo en movimiento
una compleja secuencia de acontecimientos bioquímicos y fisiológicos. La
faceta adaptativa de la preocupación es que nos permite anticiparnos al
peligro y tomar medidas. Por tanto, algunos tipos de temor y un razonable
nivel de preocupación pueden ser saludables. No obstante, estos
sentimientos pueden persistir y hasta experimentar una escalada sin que
haya una auténtica amenaza; cuando llegan a ser desproporcionadamente
intensos respecto a cualquier peligro real, terminan por perder su
cualidad. Lo mismo que la cólera y el odio, la ansiedad y la preocupación
excesivas pueden tener efectos devastadores sobre la mente y el cuerpo,
convertirse en fuente de mucho sufrimiento psicológico e incluso de
enfermedades físicas. Al llegar a cierto nivel, la ansiedad crónica puede
dificultar el juicio, aumentar la irritabilidad y obstaculizar la
eficacia. También puede conducir a problemas físicos, incluido el
debilitamiento del sistema inmunológico ante enfermedades cardíacas,
trastornos gastrointestinales, fatiga, tensión y dolor muscular. Se ha
demostrado, por ejemplo que los trastornos de ansiedad provocaban atrofia
del crecimiento en las niñas adolescentes.
Al
buscar estrategias para afrontar la ansiedad debemos considerar que, como
señala el Dalai Lama, hay muchos factores que contribuyen a ella. En
algunos casos puede tener un fuerte componente biológico. Algunas personas
parecen sufrir una cierta vulnerabilidad neurológica que les inclina a
este estado. Recientemente, los científicos han descubierto un gen
vinculado a personas con tendencia a la ansiedad y el pensamiento
negativo, aunque no todos los casos de preocupación enfermiza son de
origen genético, y hay pocas dudas de que el aprendizaje y el
condicionamiento tienen un papel importante en su etiología.
Pero,
al margen de que nuestra ansiedad sea predominantemente de origen físico o
psicológico, lo cierto es que podemos hacer algo. En los casos más graves
de ansiedad, la medicación suele ser una parte del tratamiento eficaz.
Pero la mayoría de nosotros, acuciados por preocupaciones y ansiedades
cotidianas, no necesitamos medicación. Generalmente, los expertos en el
campo del control de la ansiedad tienen la sensación ,de que lo mejor es
un enfoque multidimensional. Eso incluiría, en primer lugar, descartar una
patología subyacente como causa de nuestra ansiedad. También resulta útil
mejorar nuestra salud física, mediante dieta y ejercicio adecuados. Tal
como ha resaltado el Dalai Lama, cultivar la compasión y profundizar
nuestra conexión con los demás puede promover una buena higiene mental y
ayudar a combatir los estados de ansiedad.
No
obstante, en la búsqueda de estrategias para superar la ansiedad, hay una
técnica que destaca como particularmente efectiva: la intervención
cognitiva. Se trata de uno de los principales métodos utilizados por el
Dalai Lama para superar las preocupaciones y ansiedades diarias. Esta
técnica, en la que se aplica el mismo procedimiento utilizado para la
cólera y el odio, supone enfrentarse activamente a los pensamientos
generadores de ansiedad y sustituidos con pensamientos y actitudes
positivas y bien razonadas.
Debido
a la omnipresencia de la ansiedad en nuestra cultura, sentía verdaderas
ganas de plantearle el tema al Dalai Lama para saber cómo lo afrontaba.
Precisamente aquel día tuvo un programa particularmente apretado y noté
cómo aumentaba mi propio nivel de ansiedad cuando, momentos antes de
nuestra entrevista, fui informado por su secretario de que nuestra
conversación tendría que ser breve. Presionado por el tiempo y preocupado
por no poder abordar todos los temas que deseaba discutir, me senté
rápidamente y empecé a preguntar, volviendo a mi tendencia de tratar de
obtener respuestas sencillas por su parte.
-Como
sabe, el temor y la ansiedad pueden ser un obstáculo para alcanzar
nuestros objetivos, tanto si son externos como si son de mejora interior.
En psiquiatría tenemos varios métodos para abordar estos problemas, pero
siento curiosidad por saber cuál es, desde su punto de vista, la mejor
forma de superarlos.
Resistiéndose a mi invitación de simplificar en exceso la cuestión, el
Dalai Lama contestó con su característico enfoque meticuloso.
-Al
enfrentarnos al miedo, creo que lo primero que tenemos que hacer es
reconocer que hay muchos tipos distintos de él. Algunas clases de temor
son muy genuinas y se basan en razones sólidas, como el temor a la
violencia o al derramamiento de sangre. Es evidente que esas cosas son
temibles. También existe el temor a las consecuencias a largo plazo de
nuestras acciones negativas, el temor al sufrimiento, a nuestras emociones
negativas, como el odio. Creo que estas son clases correctas de temor, ya
que contribuyen a situamos en el camino correcto y nos ayudan a
convertirnos en personas de corazón cálido. -Se detuvo un momento para
reflexionar y musitó-; Aunque en cierto sentido estas son clases de temor,
creo que quizá haya alguna diferencia entre temer estas cosas y el hecho
de que la mente perciba la naturaleza destructiva de ellas...
De
nuevo calló un momento, como si deliberase algo consigo mismo, mientras
yo lanzaba miradas furtivas hacia mi reloj. Estaba claro que él no se
sentía presionado por el tiempo como yo. Finalmente, siguió hablando con
una actitud pausada.
-Por
otro lado, algunas clases de temor son subjetivas; se basan principalmente
en proyecciones mentales; por ejemplo, los temores infantiles -se echó a
reír-; cuando yo era joven y pasaba por un lugar oscuro, especialmente
por algunos de los salones oscuros del Potala, sentía miedo; éste era
consecuencia de una proyección mental. O como cuando era joven y los
barrenderos y las personas que me cuidaban me advertían siempre que había
un búho que atrapaba a los niños pequeños y se los comía -el Dalai Lama se
echó a reír todavía más-. ¡Y yo me lo creía!
»Hay
otros tipos de temor basados en la subjetividad -siguió diciendo-.
Cuando, por ejemplo, se tienen sentimientos negativos debido a la propia
situación psicológica, se pueden proyectar tales sentimientos sobre otro,
que entonces se nos muestra como negativo y hostil. Como consecuencia de
ello, se experimenta miedo. Creo que esa clase de temor está relacionada
con el odio y surge como creación mental. Así que, al tratar con el temor,
hay que utilizar primero la facultad de razonar y tratar de descubrir si
tiene una base lógica.
-Bueno
-le dije-, en lugar de un temor intenso o concentrado en un individuo o
situación específica, muchos de nosotros nos sentimos agobiados por una
preocupación más difusa acerca de una amplia variedad de problemas
cotidianos. ¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo tratar eso?
El
Dalai Lama asintió con la cabeza, antes de responder.
-Uno
de los métodos que personalmente me parecen útiles para reducir esa clase
de preocupación consiste en cultivar el siguiente pensamiento: si la
situación o problema puede remediarse, no hay necesidad de preocuparse.
En otras palabras, si existe una solución o una forma de salir de la
dificultad, no habría necesidad de sentirse abrumado por ella. La acción
apropiada, por tanto, es la de buscar su solución. Es más sensato dedicar
la energía a concentrarse en la solución que preocuparse por el problema.
Por otro lado, si no hay forma de encontrar una solución, si no hay
posibilidad de resolverla, tampoco sirve de nada preocuparnos por ella,
puesto que, de todos modos, tampoco podemos hacer nada. En tal caso,
cuanto antes se acepte ese hecho, tanto más fáciles serán las cosas. Esta
fórmula, claro está, supone abordar directamente el problema. De otro
modo, no podremos descubrir si hay una solución o no.
-¿Y si
el pensar así no contribuye a aliviar la ansiedad? -Bueno, entonces quizá
haya necesidad de reflexionar un poco más sobre estos pensamientos y
reforzar estas ideas, para recordarlas. En cualquier caso, creo que este
enfoque puede ayudar a reducir la ansiedad y la preocupación, lo que no
significa que vaya a funcionar siempre. Si uno se enfrenta con una
ansiedad, creo que hay que considerar la situación específica que plantea.
Hay diferentes tipos de ansiedad y diferentes causas. Algunos tipos de
ansiedad o de nerviosismo podrían tener causas biológicas; a algunas
personas, por ejemplo, les sudan las palmas de las manos, lo que, según el
sistema médico tibetano, indicaría la existencia de un desequilibrio en
los niveles de la energía sutil. Algunos tipos de ansiedad pueden tener
raíces biológicas, lo mismo que algunos tipos de depresión, para los que
quizá sea útil el tratamiento médico. Así que, para afrontar la ansiedad
con eficacia, hay que ver de qué clase es y cual es su causa.
»Lo
mismo que sucede con, el temor, puede haber diferentes tipos de ansiedad.
Uno de ellos, que me parece común, sería el temor al ridículo, o el temor
a que los demás piensen mal de uno...
-¿Ha
experimentado alguna vez esa clase de ansiedad o nerviosismo? -le
interrumpí.
El
Dalai Lama lanzó una sonora risotada y respondió sin vacilar: -¡Oh, sí!
-¿Puede darme un ejemplo?
Pensó
un momento, antes de contestar.
-En
1954, por ejemplo, en China, el primer día de mi entrevista con el
presidente Mao Zedong, y también en otra ocasión en que me reuní con Zhou
Enlai. En aquellos tiempos yo no conocía el protocolo y los
convencionalismos adecuados. Entre los chinos, el procedimiento habitual
durante una reunión es iniciarla con alguna conversación de
circunstancias para luego pasar a discutir el asunto que nos ocupa. Pero
en aquella ocasión estaba tan nervioso que apenas me senté abordé el
asunto. -El Dalai Lama se echó a reír al recordarlo-. Recuerdo que mi
traductor, un comunista tibetano que era muy fiable y muy buen amigo mío,
me miró, se echó a reír y más tarde bromeó conmigo sobre ello.
»Creo
que incluso ahora, poco antes de iniciar una charla o una enseñanza ante
el público, siempre experimento un poco de ansiedad, por lo que alguno de
mis ayudantes me pregunta: "Si es así, ¿por qué habéis aceptado la
invitación para esta conferencia?".
Se
echó a reír de nuevo.
--¿Cómo afronta personalmente esta clase de ansiedad? -le pregunté. Me
contestó con serenidad, con un tono quejumbroso y nada afectado en su voz.
-No lo
sé... -Hizo una pausa y permanecimos en silencio durante largo rato,
mientras él parecía reflexionar cuidadosamente. Finalmente, dijo-: Creo
que la honradez y una motivación adecuada son las claves para superar esa
clase de temor y ansiedad. Si me siento ansioso antes de dar una charla,
procuro recordar cuál es la razón principal de ella y me digo que el
objetivo de la conferencia es beneficiar al menos a algunas personas, no
demostrar mis conocimientos.
En
consecuencia, explico únicamente aquellas cosas que sé; las cosas que no
comprendo suficientemente, no importan, porque me limito a decir: «Para
mí, este tema es muy difícil». No hay razón alguna para ocultar nada o
para fingir. Desde ese punto de vista, con esa motivación, no tengo que
preocuparme por hacer el ridículo o por lo que piensen los otros de mí.
Así pues, he descubierto que la motivación sincera actúa como un antídoto
capaz de reducir el temor y la ansiedad. -Bueno, a veces la ansiedad
supone algo más que simplemente hacer el ridículo. Es más el temor al
fracaso, una sensación de incompetencia...
Reflexioné un momento, considerando hasta qué punto podía revelar
información personal.
El
Dalai Lama me escuchó con atención, asintiendo en silencio mientras yo
hablaba. No estoy seguro de lo que sucedió. Quizá fue su actitud de amable
comprensión, pero lo cierto es que, antes de que me diera cuenta, había
pasado de hablar de los temas generales a solicitarle su consejo acerca
de cómo afrontar mis propios temores y ansiedades.
-No
sé..., a veces, con mis pacientes, por ejemplo... Algunos son muy
difíciles; son casos en los que no hay un diagnóstico claro como depresión
o alguna otra enfermedad que se remedia fácilmente. Hay algunos pacientes
con graves trastornos de personalidad; por ejemplo, que no responden a la
medicación y que no han conseguido realizar progresos en la psicoterapia
a pesar de mis esfuerzos. En ocasiones no sé qué hacer con estas
personas, cómo ayudarlas. Parece como si no fuera capaz de captar lo que
sucede en ellas. Y eso hace que me sienta perplejo, casi como un inútil-me
quejé-. Me siento incompetente y eso crea cierto temor, ansiedad.
Él me
escuchó solemnemente y luego me preguntó con voz amable: -¿Diría que es
capaz de ayudar al setenta por ciento de sus pacientes?
-Eso
por lo menos -contesté.
Me dio
unas suaves palmaditas en la mano al tiempo que decía:
-Entonces creo que no hay ningún problema. Si sólo fuera capaz de ayudar
al treinta por ciento de sus pacientes, le sugeriría que se buscara otra
profesión. Pero creo que lo está haciendo bien. También a mí acude la
gente en busca de consejo. Muchos buscan milagros, curas milagrosas y
todo eso y, naturalmente, no puedo ayudarles. Pero creo que lo principal
es la motivación, tener una sincera inclinación a ayudar. Entonces uno se
limita a hacer las cosas lo mejor que puede y no hay que preocuparse por
nada más.
»En mi
caso, por ejemplo, a veces se producen situaciones tremendamente
delicadas, lo que supone una pesada responsabilidad. Creo que lo peor es
cuando la gente deposita demasiada confianza en mí, en circunstancias en
las que algunas cosas están fuera de mi alcance. En esos casos se
desarrolla a veces algo de ansiedad, claro, pero vuelvo una vez más a la
motivación: procuro recordarme a mí mismo que, por lo que se refiere a la
mía propia, soy sincero y he hecho las cosas lo mejor que he podido.
Entonces, mi fracaso significa que la situación no estaba al alcance de
mis esfuerzos. La motivación sincera elimina por lo tanto el temor y
proporciona confianza en uno mismo. Por otro lado, si la motivación
fundamental de alguien es la de engañar a otro, se siente realmente
nervioso si fracasa. Pero si se cultiva una motivación compasiva no hay
por qué lamentarse si se falla.
»Así
que, una y otra vez, creo que la motivación adecuada es una especie de
protectora contra estos sentimientos de temor y ansiedad. Por eso es tan
importante la motivación. De hecho, todas las acciones humanas pueden
verse en términos de movimiento y lo que se mueve por detrás de todas las
acciones es lo que las impulsa. Si se desarrolla una motivación pura y
sincera, si se está motivado por el deseo de ayudar, sobre la base de la
amabilidad, la compasión y el respeto, se puede desarrollar cualquier
trabajo en cualquier ámbito y funcionar con mayor efectividad, con menor
miedo o preocupación, sin temor a lo que digan los demás o si al final se
tiene éxito y se puede alcanzar el objetivo. Aunque no logres alcanzar tu
objetivo, puedes sentirte bien con el simple hecho de haber realizado el
esfuerzo.
Pero
si tienes una mala motivación, aunque la gente te alabe o alcances los
objetivos que te habías propuesto, no te sentirás feliz.
Al
analizar los antídotos contra la ansiedad, el Dalai Lama ofrece dos
remedios, cada uno de los cuales funciona en un plano diferente. El
primero implica combatir activamente la preocupación y dar
sistemáticamente la vuelta a las cosas mediante la aplicación de un
pensamiento dicotómico: recordar que si el problema tiene una solución no
hay necesidad de preocuparse y si no la tiene, tampoco.
El
segundo antídoto es un remedio de más amplio espectro. Supone la
transformación de la propia motivación fundamental. Existe un contraste
interesante entre el enfoque del Dalai Lama sobre la motivación humana y
el de la ciencia y la psicología occidentales. Según hemos visto
previamente, los estudiosos de la motivación han investigado los motivos
normales, examinando las necesidades e impulsos, tanto instintivos como
aprendidos. En este nivel, sin embargo, el Dalai Lama ha centrado su
atención en desarrollar y utilizar los impulsos aprendidos para
intensificar el propio «entusiasmo y determinación». En algunos aspectos,
esto es similar al punto de vista de muchos expertos occidentales; la
diferencia estriba en que el Dalai Lama trata de crear determinación y
entusiasmo para que la persona adopte comportamientos sanos y elimine los
rasgos negativos, en lugar de resaltar el éxito mundano, lograr dinero o
poder. Pero quizá la diferencia más notable sea que mientras que los
«especialistas en motivación» se ocupan de promover las motivaciones ya
existentes para alcanzar el éxito mundano, el principal interés del Dalai
Lama por la motivación humana radica en reconfigurarla y cambiarla, de
modo que se base en la compasión y la amabilidad.
En el
sistema del Dalai Lama para entrenar la mente y alcanzar la felicidad,
cuanto más cerca esté uno de sentirse motivado por el altruismo, tanto
menor será el temor que experimentará ante circunstancias que provoquen
incluso una ansiedad extrema. Pero ese mismo principio puede aplicarse
también a cosas más pequeñas, incluso cuando la propia motivación no es
del todo altruista. Retroceder un paso para asegurarse de que uno no tiene
intención de causar daño y de que la propia motivación es sincera,
contribuye a reducir la ansiedad en situaciones corrientes.
No
mucho después de la conversación anterior con el Dalai Lama, almorcé con
un grupo de personas entre las que había un joven a quien no conocía,
estudiante de una universidad local. Durante el almuerzo, alguien preguntó
cómo iba mi serie de entrevistas con el Dalai Lama. Después de escuchar
con atención mi descripción de la idea de la «motivación sincera como
antídoto frente a la ansiedad», el estudiante declaró que siempre se
había sentido tímido y muy nervioso en las relaciones sociales. Al pensar
en cómo podía aplicar esta técnica para superar su ansiedad, el estudiante
murmuró:
-Bueno, todo eso es muy interesante, pero me imagino que la parte difícil
es la de tener esa elevada motivación de compasión y amabilidad.
-Supongo que eso es cierto -tuve que admitir.
La
conversación se desvió hacia otros temas y terminamos de almorzar. A la
semana siguiente me encontré por casualidad con el mismo estudiante
universitario, en el mismo restaurante. Se me acercó alegremente y me
dijo:
-¿Recuerda que el otro día hablamos sobre motivación y ansiedad? Pues
bien, lo probé y realmente funciona. Conozco a una joven que trabaja en
unos grandes almacenes, a la que he visto muchas veces. Siempre he querido
invitarla a salir, pero la chica agravaba mi timidez, así que no me
atrevía a hablar con ella. El otro día fui a los grandes almacenes, pero
esta vez empecé a pensar en mi motivación para pedirle que saliera
conmigo. El motivo, claro está, era que quería salir con ella. Pero
detrás estaba el deseo de encontrar a alguien a quien amar y que me amara.
Al pensar en ello, me di cuenta de que no había nada de malo en ello, de
que mi motivación era sincera; no deseaba causarle ningún daño, ni a ella
ni a mí mismo, sino sólo que nos sucedieran cosas buenas. El simple hecho
de tener eso en cuenta y de recordármelo unas cuantas veces pareció
ayudarme; me proporcionó el valor para entablar una conversación con ella.
El corazón me latía con fuerza, pero yo me sentía estupendamente al ver
que por fin había encontrado valor para hablar con ella.
-Me
alegro mucho de saberlo -le dije-. ¿Y qué ocurrió? -Bueno, resulta que ya
tiene novio formal. Me sentí un tanto desilusionado, pero está bien. Me
sentí estupendamente por el simple hecho de haber podido superar mi
timidez. Eso me permitió comprender que si me aseguro de que no hay nada
malo en mi motivación y lo recuerdo, eso me puede ayudar la próxima vez
que me encuentre en la misma situación.
La honradez como antídoto contra el bajo nivel de autoestima o la
exagerada seguridad en sí mismo
Una
saludable seguridad en uno mismo es un factor esencial para alcanzar
nuestros objetivos. Esto se aplica tanto si nuestro objetivo consiste en
lograr un título universitario como si se trata de crear un negocio con
éxito, disfrutar de una relación satisfactoria o disponer la mente para
ser más feliz. Un bajo nivel de confianza en nosotros mismos inhibe
nuestros esfuerzos para seguir adelante, afrontar los desafíos y hasta
para asumir algunos riesgos cuando sea necesario para la consecución de
nuestros objetivos. La seguridad exagerada en uno mismo también es
igualmente peligrosa. Quienes tienen un sentido desmesurado de sus propias
capacidades y logros se hallan sometidos continuamente a la frustración,
la desilusión y la rabia cuando la realidad se entromete y el mundo no
avala la visión idealizada que tienen de sí mismos. Estas personas siempre
se encuentran a un paso de hundirse en la depresión cuando no logran
estar a la altura de su imagen idealizada. Además, su megalomanía les
conduce a menudo a experimentar una sensación de tener derecho a todo y a
una especie de arrogancia que les distancia de los demás y les impide
establecer relaciones emocionalmente satisfactorias. Finalmente, el hecho
de sobrestimar sus capacidades puede conducirles a correr riesgos
peligrosos. Según nos dice el inspector Callahan, en vena filosófica en
la película Harry el sucio, mientras observa cómo el malo de la película,
exageradamente seguro de sí mismo, termina por volarse la tapa de los
sesos: «Un hombre tiene que conocer sus limitaciones».
En la
tradición psicoterapéutica occidental, los teóricos han relacionado tanto
el bajo como el alto nivel de seguridad en uno mismo con perturbaciones en
la imagen propia y han investigado para descubrir las raíces de estas
perturbaciones en la educación que se recibe durante la infancia. Muchos
teóricos consideran la imagen, tanto deficiente como exagerada, como una
moneda de dos caras, de las que la exagerada, por ejemplo, es una defensa
inconsciente contra las inseguridades y sentimientos negativos sobre uno
mismo. Los psicoterapeutas de orientación psicoanalítica han formulado
complejas teorías acerca de cómo se producen las distorsiones de la
imagen. Explican cómo se forma a medida que la persona interioriza la
información que recibe de su ambiente. Describen cómo las personas
desarrollan sus conceptos sobre ellas mismas al incorporar mensajes
explícitos e implícitos de sus padres, y cómo pueden ocurrir distorsiones
cuando las primeras interacciones con quienes las cuidan no son ni
saludables ni formativas.
Cuando
las perturbaciones en la propia imagen son lo bastante graves como para
causar problemas significativos en su vida, muchas de esas personas
recurren a la psicoterapia. Los psicoterapeutas orientados hacia la
percepción interior se concentran en ayudar a los pacientes a comprender
las disfunciones de sus relaciones infantiles en las que se encuentra el
origen del problema, y en proporcionar información apropiada y un
ambiente terapéutico en el que los pacientes reestructuren y reparen
paulatinamente su imagen negativa. Por otro lado, el Dalai Lama centra la
atención en «extraer la flecha», más que en dedicar tiempo a preguntarse
quién la disparó. En lugar de plantearse por qué la gente tiene un nivel
de auto estima bajo o elevado, nos plantea un método para combatir
directamente estos estados negativos de la mente.
En las
décadas recientes, la naturaleza del «yo mismo» ha sido uno de los temas
más investigados en el campo de la psicología. En la «década del yo», la
de los años ochenta, por ejemplo, se publicaban cada año miles de
artículos en los que se exploraban temas relacionados con la autoestima y
la seguridad en uno mismo. Pensando en ello, abordé el tema con el Dalai
Lama:
-En
una de nuestras conversaciones, habló usted de la humildad como un rasgo
positivo y explicó cómo estaba vinculada con el cultivo de la paciencia y
la tolerancia. En la psicología occidental, y en nuestra cultura en
general, suele pasarse por alto el ser humildes en favor del desarrollo
de cualidades como altos niveles de auto estima y de seguridad en nosotros
mismos. De hecho, en Occidente se da mucha importancia a estos atributos.
Me preguntaba si usted tiene la sensación de que los occidentales
tendemos a veces a dar demasiado valor a la seguridad en nosotros mismos,
a ser excesivamente indulgentes o estar demasiado centrados en nuestras
vidas.
-No
necesariamente -contestó el Dalai Lama-, aunque el tema puede ser bastante
complicado. Los grandes maestros espirituales, por ejemplo, son aquellos
que han hecho un voto o que han asumido la determinación de anular sus
estados mentales negativos para promover y producir la felicidad
definitiva en todos los seres sensibles. Tienen esa visión y esa
aspiración, que requiere un tremendo sentido de la seguridad en sí mismos;
la cual puede ser muy importante porque transmite una cierta osadía que
ayuda a alcanzar grandes objetivos. En cierto modo, parecen arrogantes,
aunque no de una forma negativa. Se basan en razones sanas. Así pues, yo
los consideraría personas muy valientes, casi héroes.
-Lo que en un gran maestro espiritual puede parecer superficialmente una
arrogancia, quizá sea una expresión de seguridad en sí mismo y de
valentía -admití-. Pero, para la gente normal, en circunstancias
cotidianas, lo más probable es que suceda lo contrario, que alguien que
parezca tener mucha seguridad en sí mismo y un alto nivel de autoestima,
no sea en realidad más que simplemente un arrogante. Tengo entendido que,
según el budismo, la arrogancia se define como una de las «emociones
básicas del sufrimiento». De hecho, he leído que, según un sistema, hay
siete tipos diferentes de arrogancia. Se considera por tanto muy
importante evitar o superar la arrogancia. Pero también lo es el tener un
fuerte sentido de seguridad en uno mismo. Existe una línea muy tenue entre
ambas. ¿Cómo saber la diferencia entre ellas y cultivar la una al tiempo
que se elimina la otra?
-A
veces es bastante difícil distinguir entre seguridad en sí mismo y
arrogancia -admitió el Dalai Lama-. Quizá una forma sea ver si el
sentimiento es sano o no. Se puede tener una idea de superioridad muy
sana en la relación con otros, que puede estar muy justificada y ser
válida. Y también puede tenerse una seguridad exagerada en uno mismo,
totalmente infundada. Eso sería arrogancia. Así pues, en términos de su
estado fenomenológico, pueden ser similares...
-Pero
una persona arrogante siempre tiene la sensación de poseer una base válida
para...
-Es
cierto, es cierto -admitió el Dalai Lama.
-¿Cómo
distinguir, entonces, entre las dos? -insistí.
-Creo
que, a veces, es algo que sólo puede juzgarse retrospectivamente, ya sea
desde la perspectiva del propio individuo o desde la de una tercera
persona. -El Dalai Lama hizo una pausa y bromeó-: Quizá la persona en
cuestión tuviera que presentarse ante los tribunales para descubrir si es
un ejemplo de orgullo exagerado o de arrogancia -exclamó riendo.
»Al
establecer la distinción entre engreimiento y seguridad en uno mismo
-siguió diciendo-, cabría pensar en términos de las consecuencias de la
propia actitud; generalmente, el engreimiento y la arrogancia tienen
consecuencias negativas, mientras que una sana seguridad en uno mismo
tiene consecuencias positivas. Así pues, cuando hablamos de "seguridad en
sí mismo", tenemos que examinar el sentido subyacente del "sí mismo".
Creo que se pueden establecer dos tipos. Un sentido del yo mismo o "ego"
se preocupa únicamente por la realización del propio interés, de los
deseos egoístas, con un completo desinterés hacia el bienestar de los
demás. El otro tipo de ego o sentido de uno mismo se basa en una verdadera
preocupación por los demás y el deseo de rendirles un servicio. Para
realizar ese deseo de servir hay que tener un fuerte sentido y una gran
seguridad en uno mismo. Esa clase de seguridad es la que tiene
consecuencias positivas.
-Creo
que antes mencionó que una forma de ayudar a reducir la arrogancia o el
orgullo, si una persona reconociera el orgullo como un defecto y deseara
superarlo -comenté-, sería considerar el propio sufrimiento, reflexionar
sobre todas las formas en las que nos hallamos sometidos o somos
proclives a él. Además de considerar el propio sufrimiento, ¿existe
alguna otra técnica o antídoto para trabajar contra el orgullo?
-Un
antídoto consiste en reflexionar sobre la diversidad de las disciplinas
sobre las que quizá no se tengan conocimientos -contestó-. Por ejemplo,
en el sistema educativo moderno hay multitud de disciplinas. Pensar en
tantos campos de los que uno es ignorante, puede ayudamos a superar el
orgullo.
El
Dalai Lama dejó de hablar y, convencido de que eso era todo lo que tenía
que decir al respecto, empecé a rebuscar en mis notas para pasar al
siguiente tema. De repente, volvió a hablar con un tono reflexivo.
-Mire,
hemos hablado de desarrollar una saludable seguridad en uno mismo... Creo
que quizá honradez y seguridad en uno mismo están estrechamente
relacionadas.
-¿ Se
refiere a ser honrado con uno mismo acerca de cuáles son las propias
capacidades, etcétera? ¿O se refiere a ser honrado con los demás?
-pregunté.
-Ambas
cosas -contestó-. Cuanto más honrado sea uno, cuanto más abierto, menos
temor tendrá, porque no hay ansiedad ante el hecho de verse expuesto o
revelarse ante los demás. Así pues, creo que cuanto más honrado sea uno,
mayor seguridad en sí mismo tendrá... -Me interesa explorar un poco más
cómo afronta personalmente el tema de la seguridad en sí mismo -le dije-.
Ha mencionado que la gente parece acudir a usted y espera que realice
milagros. Lo someten a demasiada presión y tienen elevadas expectativas
sobre usted. Aunque tenga una motivación adecuada, ¿no hace eso que sienta
una cierta falta de confianza en sus capacidades?
-Creo
que aquí hay que tener en cuenta lo que quiere decir al hablar de «falta
de confianza» o de «poseer seguridad en uno mismo», en relación con un
acto en concreto o con lo que sea. Para que alguien experimente falta de
confianza en algo, es necesario que primero tenga la convicción de poder
hacerla, es decir, que está a su alcance; si algo está a su alcance y no
puede hacerla, se empieza a pensar: «Quizá yo no sea lo bastante bueno o
competente, o no esté a la altura o algo parecido». En mi caso, sin
embargo, darme cuenta de que no puedo realizar milagros no me produce
ninguna pérdida de seguridad en mí mismo porque nunca pensé que tuviera
esa capacidad. No espero poder actuar como los Budas plenamente
iluminados, ser capaz de saberlo todo, de percibirlo todo o de hacer lo
más correcto en todas las ocasiones. Así que cuando la gente se me acerca
y me pide que la cure, que realice un milagro o algo así, en lugar de
sentir falta de seguridad en mí mismo, sólo me siento bastante incómodo.
»Creo
que, en general, ser honrado con uno mismo y con los demás sobre lo que
se es y no se es capaz de hacer puede contrarrestar ese sentimiento de
falta de seguridad.
»Sin
embargo, hay ocasiones, como por ejemplo en las relaciones con China, en
que me siento inseguro. Habitualmente, consulto estas situaciones con
funcionarios y, en algunos casos, con personas que no lo son. Pregunto a
mis amigos, y luego discuto la cuestión. Puesto que muchas de las
decisiones se toman a partir de discusiones con varias personas, y no se
adoptan precipitadamente, suelo sentirme bastante seguro de mí mismo y no
hay razón para que lamente haberlas tomado.
La
valoración honrada y sin temor alguno puede ser un arma poderosa contra
las dudas o el bajo nivel de seguridad. La convicción del Dalai Lama de
que esta clase de honradez actúa como un antídoto contra estados
negativos de la mente ha sido efectivamente confirmada por una serie de
recientes estudios en los que se demuestra con claridad que quienes tienen
una visión realista y exacta de sí mismos tienden a gustarse más y a ser
más seguros que los que tienen un conocimiento de sí deficiente o quizá
inexacto.
Con el
transcurso de los años, he visto a menudo al Dalai Lama ilustrar hasta qué
punto la seguridad en sí mismo procede del hecho de ser honrado y claro
con las propias capacidades. Me causó una gran sorpresa la primera vez que
le oí decir, delante de una gran audiencia «No lo sé», en respuesta a una
pregunta. A diferencia de lo que estaba acostumbrado a escuchar a los
conferenciantes académicos o a los que se presentaban como autoridades,
admitió su falta de conocimiento sin ambages, declaraciones
justificativas o intentos por parecer que sabía algo soslayando el tema.
De
hecho, pareció complacerse ligeramente al verse confrontado con una
pregunta difícil para la que no tenía respuesta, y a menudo incluso
bromeaba al respecto. Por ejemplo, una tarde, en Tucson, había hecho un
comentario sobre un verso de lógica particularmente compleja perteneciente
a la Guía de la forma de vida del Bodhisattva, de Shantideva. Se esforzó
por recordado correctamente, se confundió y finalmente se echó a reír y
dijo:
-¡Estoy confundido! Creo que es mejor dejado como está. Ahora bien, en el
siguiente verso... En respuesta a las risas apreciativas del público, aún
se rió más y comentó:
--Hay
una expresión para referirse a este enfoque; hace referencia a la comida
de un anciano, una persona muy vieja, con los dientes muy deteriorados; se
comen las cosas blandas; en cuanto a las duras, se dejan. -Sin dejar de
reír, añadió-: Así que lo dejaremos como está por hoy.
En
ningún instante se conmovió su suprema seguridad en sí mismo.
Reflexión sobre nuestro potencial como antídoto contra el odio hacia uno
mismo
Durante un viaje que hice a la India en 1991, dos años antes de la visita
del Dalai Lama a Arizona, me reuní brevemente con él en su casa de
Dharamsala. Aquella semana él había mantenido reuniones diarias con un
distinguido grupo de científicos occidentales, físicos, psicólogos y
maestros de meditación, en un intento por explorar la conexión entre la
mente y el cuerpo, por comprender la relación entre la experiencia
emocional y la salud física. Me reuní con el Dalai Lama a última hora de
la tarde, después de una de sus sesiones con los científicos. Hacia el
final de nuestra entrevista, el Dalai Lama preguntó: -¿Sabe que durante
esta semana he tenido varias reuniones con esos científicos?
-Sí.
-A lo
largo de ellas ha surgido algo que me ha parecido muy sorprendente. Me
refiero al concepto de odio hacia uno mismo. ¿Está usted familiarizado
con ese concepto? -Desde luego que sí. Lo sufre una proporción bastante
alta de mis pacientes. -Cuando los científicos empezaron a hablar del
tema, al principio no estuve seguro de comprender correctamente el
concepto. -Se echó a reír-. Pensé: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos
queremos! ¿Cómo puede una persona odiarse a sí misma?». A pesar de que
creía tener cierto conocimiento sobre cómo funciona la mente humana, esa
idea del odio dirigido contra uno mismo me resultó completamente nueva.
La razón por la que me pareció totalmente inconcebible es porque los
budistas practicantes trabajamos mucho para superar nuestra actitud
egocéntrica, nuestros pensamientos y motivaciones egoístas. Desde este
punto de vista creo que nos queremos y apreciamos demasiado. Así que
pensar en la posibilidad de que alguien no se apreciara e incluso se
odiara a sí mismo, era bastante inconcebible. Como psiquiatra, ¿puede
explicarme ese concepto y por qué ocurre?
Le
describí brevemente mi visión profesional del origen del odio contra uno
mismo. Le expliqué cómo la imagen que tenemos de nosotros está
configurada por nuestros padres y nuestra educación, cómo captamos de
ellos mensajes implícitos sobre nosotros a medida que crecemos y nos
desarrollamos, y le perfilé las condiciones específicas en las que se
desarrolla una imagen negativa. Entré en detalles sobre los factores que
exacerban el odio contra uno mismo, como cuando nuestro comportamiento no
logra estar a la altura de la imagen idealizada que tenemos de nosotros, y
le describí algunas de las formas mediante las que el odio contra sí
puede verse reforzado culturalmente, sobre todo entre algunas mujeres y
las minorías. Mientras le explicaba estas cosas, el Dalai Lama siguió
asintiendo reflexivamente, con una expresión burlona en el rostro, como
si tuviera alguna dificultad para captar este concepto extraño para él.
Groucho Marx dijo humorísticamente en cierta ocasión: «Nunca ingresaría en
un club que aceptara a tipos como yo». Respecto a esta visión negativa de
sí hasta convertirla en una observación sobre la naturaleza humana, Mark
Twain había dicho: «En lo más profundo de la intimidad de su propio
corazón, ningún hombre tiene un respeto considerable por sí mismo».
Tomando esta visión pesimista de la humanidad e incorporándola a las
teorías psicológicas, el psicólogo humanista Carl Rogers afirmó: «La
mayoría de la gente sé desprecia a sí misma, se considera inútil y poco
digna de ser querida».
Existe
en nuestra sociedad una noción popular, compartida por la mayoría de
psicoterapeutas contemporáneos, de que el odio contra uno mismo abunda en
la cultura occidental. Aunque eso es cierto, afortunadamente no se halla
tan extendido como creen muchos. Se trata, desde luego, de un problema
común entre quienes acuden al psicoterapeuta; pero los psicoterapeutas
tienen a veces una visión un tanto sesgada de las cosas, una tendencia a
basar su concepción de la naturaleza humana en los individuos que acuden
a sus consultas. La mayoría de los datos basados en pruebas experimentales
han establecido, sin embargo, que la gente tiende a menudo (o al menos
desearía tender) a verse bajo una luz favorable, a calificarse como «mejor
que la media» cuando se le pregunta sobre las cualidades subjetivas y
socialmente deseables.
Con
todo, aunque el odio contra uno mismo no sea tan general como se cree
comúnmente, puede seguir siendo un tremendo lastre para muchas personas.
Me quedé tan sorprendido por la reacción del Dalai Lama como él ante el
concepto. Su respuesta inicial puede ser muy reveladora y curativa.
Hay
dos puntos relacionados con su notable reacción que merecen un examen más
atento. El primero es, simplemente, que no estuviera familiarizado con la
existencia del odio contra sí. La suposición subyacente de que este tipo
de odio es un problema muy difundido ha generado la sensación de que se
trata de un rasgo profundamente arraigado en la psique humana. Pero el
hecho de que sea algo virtualmente desconocido en ciertas culturas, como
en la cultura tibetana, nos recuerda que se trata de un estado mental
problemático, como los otros estados mentales negativos que hemos
analizado, y que no forma parte intrínseca de la mente humana. No se
trata de algo con lo que hayamos nacido, que nos veamos obligados a
arrastrar irrevocablemente, ni es una característica indeleble de nuestra
naturaleza. Es algo que se puede eliminar. Darse cuenta de ello puede
servir, por sí solo, para debilitar su poder, dándonos esperanza y
reforzando nuestro compromiso de eliminado.
El
segundo punto relacionado con la reacción inicial del Dalai Lama fue su
respuesta: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos queremos!». Para aquellos
que sufrimos este tipo de odio o que conocemos a alguien que lo sufre,
esta respuesta puede parecer increíblemente ingenua. Pero si la
examinamos más de cerca, encontramos verdades en ella. Hay muchas formas
de sentir amor, y quizá la más pura y exaltada es el deseo total,
absoluto e ilimitado de felicidad para otro; un deseo, sentido con el
corazón, de que el otro sea feliz, al margen de que haga algo para
causarnos daño o incluso de que nos guste o no. Ahora bien, en lo más
profundo de nuestros corazones no cabe la menor duda de que todos y cada
uno de nosotros queremos ser felices. En consecuencia, si nuestra
definición de amor se basa en un verdadero deseo de que alguien sea
feliz, cada uno de nosotros se ama efectivamente a sí mismo, cada uno de
nosotros desea sinceramente la propia felicidad. En mi consulta me he
encontrado a veces con casos extremos de odio hacia sí, hasta el punto de
abrigar pensamientos recurrentes de suicidio. Pero incluso en estos
casos, la voluntad de morir se basa en último término en el deseo del
individuo (por distorsionado y equivocado que esté) de liberarse del
sufrimiento, no de causarlo.
Así
pues, quizá el Dalai Lama no se hallaba tan lejos de la verdad al expresar
su convicción de que todos experimentamos un amor fundamental por
nosotros mismos, lo cual sugiere la existencia de un poderoso antídoto
contra este mal, ya que podemos contrarrestar los sentimientos de
desprecio recordando que, por mucho que nos disgusten algunas de nuestras
características, deseamos ser felices; ese es un tipo profundo de amor.
Durante una visita posterior a Dharamsala, volví a plantear al Dalai Lama
el tema del odio contra uno mismo. Para entonces ya se había familiarizado
con el concepto y había empezado a pensar métodos para combatirlo.
-Desde
el punto de vista budista -le expliqué-, estar en un estado depresivo, en
un estado de desánimo, es una situación extrema que constituye claramente
un obstáculo para alcanzar los propios objetivos. Este estado de odio
contra uno mismo es incluso mucho más grave que el sentirse simplemente
desanimado, y puede llegar a ser muy peligroso. Para los que practican el
budismo, el antídoto contra el odio hacia sí sería reflexionar sobre el
hecho de que todos los seres humanos, incluido uno mismo, tienen la
naturaleza del Buda, la semilla o el potencial para alcanzar la
perfección, la plena iluminación, sin que importe lo débil, pobre o llena
de privaciones que pueda ser nuestra situación actual. Por tanto, los
budistas que sufren de odio contra sí mismos, o que se detestan deberían
evitar considerar lo doloroso o insatisfactorio de la existencia y
centrarse en sus aspectos positivos, como el tremendo potencial que hay
dentro de uno mismo. Al reflexionar sobre estas oportunidades y
potencialidades, podrán aumentar la sensación del propio valor y alcanzar
mayor seguridad en sí mismos.
Le
planteé la habitual pregunta desde la perspectiva de un no budista:
-¿Cuál sería entonces el antídoto para alguien que no hubiera oído hablar
del concepto de la naturaleza del Buda o que no sea budista? -Una de las
cosas que podríamos señalarles a esas personas es que hemos sido dotados,
como seres humanos, de una maravillosa inteligencia. Además, todos los
seres humanos tienen capacidad de decisión, y de orientar ésta hacia sus
fines. De eso no cabe la menor duda. Así pues, si se tiene conciencia de
estos potenciales y se interiorizan hasta convertirlos en parte de nuestra
percepción de los seres humanos, incluido uno mismo, quizá reduciríamos
los sentimientos de desánimo, impotencia y autodesprecio.
El
Dalai Lama se detuvo un momento y luego continuó con una inflexión
pensativa, lo que sugería que aún seguía explorando activamente,
enfrascado en un proceso de descubrimiento.
-Creo
que existe algún paralelismo con la forma en que tratamos la enfermedad
física. Cuando los médicos tratan a alguien de una enfermedad específica
no sólo le administran antibióticos para combatirla, sino que también se
aseguran de que el estado físico permita al paciente tomar antibióticos y
tolerarlos. Para asegurarse de ello, los médicos comprueban que la persona
está bien alimentada, y a menudo también le recetan vitaminas o lo que
sea necesario para fortalecer el cuerpo. Mientras la persona posea
fortaleza, su cuerpo dispone del potencial o la capacidad para curarse con
ayuda de la medicación. De modo similar, mientras conozcamos y tengamos
conciencia de que poseemos este maravilloso don que es la inteligencia,
así como capacidad de decidir utilizarla de forma positiva, tendremos esa
salud mental fundamental, esa fortaleza subyacente que procede de
sabernos poseedores de un gran potencial humano. Darnos cuenta de ello
puede actuar como una especie de mecanismo innato que nos permite
afrontar cualquier dificultad, sin que importe la situación a la que nos
enfrentemos, sin perder la esperanza ni hundirnos en el odio hacia
nosotros mismos.
»Recordar las grandes cualidades que compartimos con todos los seres
humanos neutraliza el impulso de pensar que somos malos o indignos.
Muchos tibetanos lo analizan en su meditación diaria. Quizá sea esa la
razón por la que el odio contra uno mismo nunca llegó a arraigar en la
cultura tibetana.
Quinta
parte
Reflexiones finales para vivir una vida espiritual
15
Valores espirituales básicos
EL ARTE DE LA FELICIDAD tiene muchos componentes. Como hemos visto,
empieza con la comprensión de cuáles son las verdaderas fuentes de ella,
así como por establecer nuestras prioridades en la vida, que han de
basarse en el cultivo de dichas fuentes. Supone aplicar una disciplina
interna, un proceso gradual de desarraigo de nuestros estados mentales
destructivos para sustituirlos por los positivos y constructivos, como la
amabilidad, la tolerancia y el perdón. Al identificar los factores que
conducen a una vida plena y satisfactoria, concluimos con un análisis del
componente final: la espiritualidad.
Hay
una tendencia natural a asociar espiritualidad con religión. El enfoque
del Dalai Lama sobre el logro de la felicidad está condicionado por sus
años de formación de monje budista. Por otra parte, se le considera un
erudito respetado. Para muchos, sin embargo, no es la comprensión de los
complejos problemas filosóficos su mayor atractivo, sino su calor
personal, humor y enfoque práctico de la vida. Durante nuestras
conversaciones, su humanidad básica pareció desbordar incluso su
condición de monje. A pesar de llevar la cabeza rapada y de su llamativa
túnica marrón, a pesar de ser una de las figuras religiosas más
destacadas del mundo, el tono de nuestras conversaciones fue simplemente
el de un ser humano con otro, ambos dedicados a discutir sobre los
problemas que compartíamos.
Para
ayudamos a comprender el verdadero significado de la espiritualidad, el
Dalai Lama empezó por distinguir entre ésta y la religión.
-Estoy
convencido de que es esencial apreciar nuestro potencial como seres
humanos y reconocer la importancia de la transformación interior. Esto
debería conseguirse a través de lo que llamo un proceso de desarrollo
mental. En ocasiones, digo que es como tener una dimensión espiritual en
nuestra vida.
»Puede
haber dos niveles de espiritualidad. Uno tiene que ver con nuestras
convicciones religiosas. En este mundo hay muchas personas diferentes,
muchas actitudes diferentes. Somos cinco mil millones de seres humanos y,
en cierto modo, creo que necesitamos cinco mil millones de religiones,
tanta es la variedad de actitudes que encontramos. Estoy convencido de que
cada individuo debería embarcarse en el camino espiritual más adecuado a
su disposición mental, su inclinación natural, temperamento, convicciones
o antecedentes familiares y culturales.
»Por
mis convicciones, el budismo me parece lo más adecuado. Así que, por lo
que a mí se refiere, he descubierto que el budismo es lo mejor. Pero eso
no significa que lo sea para todo el mundo. Esto está claro y es
definitivo. Estar convencido de que el budismo es lo mejor para todo el
mundo sería una estupidez, porque las distintas personas tienen diferentes
disposiciones mentales. La variedad de gentes exige una variedad de
religiones. El propósito de éstas es beneficiar a los seres humanos y
creo que si sólo tuviéramos una religión, al cabo de un tiempo ésta
dejaría de ser beneficiosa. Si sólo hubiera un restaurante, por ejemplo, y
allí sólo se sirviera un plato día tras día, serían muchísimos los
clientes que dejarían de ir a él. La gente necesita y aprecia la
diversidad en la comida porque hay gustos diferentes. Del mismo modo, las
religiones tienen la intención de nutrir el espíritu humano. Creo que
podemos celebrar esa diversidad de religiones y desarrollar un aprecio
profundo por ella. Ciertas personas están convencidas de que el judaísmo,
la fe cristiana o la fe islámica son las más efectivas para ellas. En
consecuencia, tenemos que respetar y apreciar el valor de todas las
confesiones religiosas del mundo.
»Todas
las religiones pueden aportar una contribución efectiva al beneficio de la
humanidad. Todas han sido diseñadas para que la persona sea más feliz y
para que el mundo sea un lugar mejor. No obstante, para que la religión
pueda ejercer un efecto que contribuya a hacer del mundo un lugar mejor,
creo que es importante que la persona practique con sinceridad sus
enseñanzas. Uno tiene que integrar las enseñanzas religiosas en su propia
vida, esté donde esté, para poder utilizarlas como una fuente de fuerza
interior. Hay que lograr una comprensión más profunda de las ideas
religiosas, no sólo a nivel intelectual, sino también sentimental, para
poder convertirlas en parte de la propia experiencia interior.
»Estoy
convencido de que se puede cultivar un profundo respeto por todas las
confesiones religiosas. Una de las razones es que todas ellas aportan una
estructura ética capaz de guiar el comportamiento y producir efectos
positivos. En las confesiones cristianas, por ejemplo, la fe en Dios puede
proporcionar un enfoque muy eficaz, porque hay una cierta intimidad en la
relación de la persona con Él y la forma de demostrar el amor a Dios, al
Dios que te ha creado, es mostrar amor y compasión hacia nuestros
semejantes. Creo que hay muchas razones similares para respetar a las
otras confesiones religiosas. Todas las grandes religiones han aportado
tremendos beneficios a millones de seres humanos a lo largo de los
tiempos. Incluso en este momento, millones de personas siguen
obteniéndolos. Y, en el futuro, también aportarán inspiración a millones
de seres de las generaciones venideras.
»Creo
que una forma de fortalecer el respeto mutuo es a través de un estrecho
contacto personal entre esas confesiones religiosas. Durante los últimos
años he realizado esfuerzos por reunirme y mantener diálogos con, por
ejemplo, la comunidad cristiana y la comunidad judía, y creo que de ello
se han derivado algunos resultados realmente positivos. Gracias a esta
clase de contactos, podemos aprender a utilizar las aportaciones que las
religiones han hecho a la humanidad, encontrar aspectos de ellas de los
que podemos aprender. Hasta es posible que descubramos métodos y técnicas
adaptables a nuestra práctica.
»Así
pues, es esencial que desarrollemos lazos más estrechos entre las diversas
religiones; de ese modo podremos realizar un esfuerzo común para beneficio
de la humanidad. Hay tantas cosas que dividen a la humanidad, tantos
problemas en el mundo... La religión debería ser un medio para reducir el
sufrimiento en el mundo, y no otra fuente de conflicto.
»A
menudo hemos oído que todos los seres humanos somos iguales. Queremos
decir con ello que todo el mundo tiene el evidente deseo de alcanzar la
felicidad. Toda persona tiene derecho a ser feliz. y toda persona tiene
derecho a superar el sufrimiento. Por lo tanto, si alguien saca felicidad
o beneficio de una confesión religiosa, es necesario respetar sus
derechos; tenemos que aprender, pues, a respetar todas esas grandes
tradiciones religiosas.
Durante las semanas de conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en
Tucson, el espíritu de respeto mutuo fue algo más que un deseo. Entre el
público se encontraban muchos que seguían diferentes tradiciones
religiosas, incluida una abundante representación del clero cristiano. A
pesar de las diferencias, el local siempre estuvo impregnado de un
ambiente pacífico y armonioso. Era algo incluso palpable. Reinaba también
un espíritu de intercambio y de curiosidad entre los no budistas, acerca
de la práctica espiritual cotidiana del Dalai Lama. Esa curiosidad impulsó
a uno de los asistentes a preguntar:
-Tanto
si se es budista como si no, en todas partes parece crecer la práctica de
la oración. ¿Por qué es tan importante la oración para la vida espiritual?
El
Dalai Lama contestó:
-Creo
que, en su mayor parte, la oración es un simple recordatorio cotidiano de
nuestros principios y convicciones. Yo mismo repito cada mañana ciertos
versos budistas. Los versos pueden parecer oraciones pero en realidad son
recordatorios. Recordatorios de cómo hablar con los demás, de cómo
relacionarse con los demás, de cómo afrontar los problemas en la vida
cotidiana y cosas así. Así que, en su mayor parte, mi práctica religiosa
se compone de recordatorios, en los que reviso la importancia de la
compasión, del perdón, de todas estas cosas. Y, naturalmente, también
incluyo ciertas meditaciones sobre la naturaleza de la realidad y ciertas
prácticas de visualización. Así pues, en mi propia práctica diaria, en mis
oraciones cotidianas si las realizo pausadamente, puedo tardar unas cuatro
horas. Es bastante tiempo. La idea de dedicar cuatro horas al día a la
oración impulsó a otra oyente a preguntar:
-Soy
una madre que trabaja, tengo niños pequeños y muy poco tiempo libre.
Alguien que está tan ocupado como yo, ¿cómo puede encontrar el tiempo
necesario para realizar esas oraciones y prácticas de meditación?
-Incluso en mi caso, si deseara quejarme por la falta de tiempo siempre
podría hacerlo -comentó el Dalai Lama-. Siempre estoy muy ocupado. No
obstante, si se hace un esfuerzo, siempre se encuentra tiempo, por
ejemplo a primeras horas de la mañana. Hay también otros momentos, como en
los fines de semana. Se puede sacrificar algo del tiempo de diversión. -Se
echó a reír-. Así, por lo menos, puede encontrar media hora diaria. O si
se esfuerza aún más, quizá treinta minutos por la mañana y otros tantos
por la noche. Si lo planifica, le será posible encontrar tiempo.
»No
obstante, si piensa seriamente en el verdadero significado de las
prácticas espirituales, verá que están relacionadas con el desarrollo y
el entrenamiento de su mente, de sus actitudes, estado psicológico y
emocional y bienestar. No debería limitar su práctica espiritual a ciertas
actividades físicas o verbales, como recitar oraciones y cantar. Si su
práctica espiritual se limitara únicamente a estas actividades
necesitaría, naturalmente, disponer de un tiempo específico, de un tiempo
especialmente asignado para ello, porque no puede pasarse el día
realizando sus actividades habituales mientras recita mantras. Eso sería
bastante molesto para la gente que la rodea. No obstante, si comprende la
práctica espiritual en su verdadero sentido, puede utilizar las
veinticuatro horas del día para ella. La verdadera espiritualidad es una
actitud mental que se tiene en cualquier momento. Por ejemplo, si se
siente tentada de insultar a alguien, debe tomar inmediatamente
precauciones y contenerse para no hacerlo. De modo similar, si cree que va
a perder los estribos, debe decirse inmediata y reflexivamente: "No, esta
no es la forma apropiada". Eso es una verdadera práctica espiritual.
Visto desde ese ángulo, siempre dispondrá de tiempo.
»Esto
me hace pensar en uno de los maestros tibetanos Kadampa, Potowa, quien
dijo que para un meditador que ha alcanzado un cierto grado de
estabilidad y realización interior, cada acontecimiento, cada experiencia
es una especie de aprendizaje. Es una experiencia de aprendizaje. Creo que
esto es muy cierto.
»Desde
esta perspectiva, por tanto, hasta cuando se ve expuesta, por ejemplo, a
escenas perturbadoras de violencia y sexo en la televisión o en las
películas, existe la posibilidad de abordarlas con la conciencia de que
causan efectos dañinos y, en lugar de sentirse totalmente abrumada por lo
que ve, puede tomar tales escenas como una especie de indicador de la
naturaleza nociva de las emociones negativas no controladas.
Pero
sacar lecciones de reposiciones de El equipo A o Melrose Place es una
cosa. Como budista practicante, sin embargo, el régimen espiritual del
Dalai Lama incluye ciertamente rasgos propios del camino budista. Al
describir su práctica cotidiana, por ejemplo, mencionó que incluye
meditaciones sobre la naturaleza de la realidad, así como ciertas
prácticas de visualización. Aunque en el contexto de este análisis
mencionó tales prácticas sólo de pasada, a lo largo de los años he tenido
la oportunidad de oírle hablar extensamente del tema, ya que, de hecho,
sus charlas y conferencias abarcan algunos de los análisis más complejos
que haya escuchado nunca sobre cualquier tema. Sus charlas sobre la
naturaleza de la realidad estaban llenas de complicados argumentos y
laberínticos análisis filosóficos; sus descripciones de las
visualizaciones tántricas eran inconcebiblemente intrincadas y
elaboradas, con meditaciones y visualizaciones cuyo objetivo parecía ser
construir una especie de atlas holográfico del universo dentro de su
propia imaginación. Había dedicado toda una vida al estudio y la práctica
de estas meditaciones. Al pensar en esto, y conocedor del monumental
alcance de sus esfuerzos, se me ocurrió preguntarle:
-¿Puede describir el beneficio práctico o el impacto que han tenido estas
prácticas espirituales sobre su vida cotidiana? El Dalai Dama guardó
silencio durante un rato, antes de contestar serenamente:
-Aunque mi propia experiencia pueda ser escasa, algo que puedo decir con
toda seguridad es que tengo la sensación de que, a través de la formación
budista, siento que mi mente se ha hecho mucho más serena. Aunque se ha
producido gradualmente, quizá incluso centímetro a centímetro -se echó a
reír-, creo que ha habido un cambio en mi actitud hacia mí mismo y los
demás. A pesar de que resulta difícil señalar las causas exactas de él,
creo que está influido por una toma de conciencia, no una plena
realización pero sí un cierto sentimiento, de la naturaleza fundamental de
la realidad, y también de la consideración de cuestiones como la
transitoriedad, el sufrimiento y el valor de la compasión y el altruismo.
»Así,
por ejemplo, hasta cuando pensamos en los chinos comunistas que causan
daño al pueblo tibetano, mi formación budista me permite experimentar una
cierta compasión incluso hacia el torturador, porque comprendo que se ha
visto impulsado por fuerzas negativas.
Debido
a ello, a mis votos de Bodhisattva, y a mis compromisos, aunque una
persona cometa atrocidades no puedo sentir o penar que, debido a ellas,
deba experimentar siempre cosas negativas o no tener momentos de
felicidad. El voto de Bodhisattva me ha ayudado a desarrollar esta
actitud y me ha sido muy útil, de modo que, naturalmente, le doy un gran
valor.
»Eso
me recuerda a un antiguo maestro de canto que está en el monasterio
Namgyal. Estuvo en las prisiones chinas y en campos de concentración,
como prisionero político, durante veinte años. Una vez le pregunté cuál
fue la situación más difícil a la que tuvo que enfrentarse en esa época.
Sorprendentemente, me contestó que, en esa época, el mayor peligro que
corrió fue el de perder la compasión que sentía por los chinos.
»Hay
muchas historias similares. Por ejemplo, hace tres días me reuní con un
monje que pasó muchos años en las prisiones chinas. Me dijo que tenía
veinticuatro años cuando se produjo el levantamiento tibetano de 1959. Se
unió a las fuerzas tibetanas en Norbulinga. Fue hecho prisionero por los
chinos y enviado a prisión, junto con otros tres hermanos suyos que fueron
asesinados en ella. Otros dos hermanos también fueron asesinados. Más
tarde, sus padres murieron en un campo de trabajos forzados. Pero me dijo
que cuando estuvo en prisión, reflexionó sobre la vida que había llevado
hasta entonces y llegó a la conclusión de que, a pesar de haber pasado
toda una vida en el monasterio de Drepung, no había sido un buen monje.
Pensaba que había sido un monje estúpido. En aquel momento se hizo votos
de que, a partir de entonces, estando en prisión, trataría de ser un
monje genuinamente bueno. Como resultado de sus prácticas budistas,
"-A
través del voto de Bodhisattva, el educando espiritual afirma su intención
de convertirse en un Bodhisattva, literalmente el «guerrero despierto»,
quien, por amor y compasión, ha alcanzado la realización del Bodhicitta,
un estado mental caracterizado por la aspiración espontánea y genuina a
alcanzar la plena iluminación para ser beneficioso para todos los seres
pudo mantenerse mentalmente muy feliz a pesar de sufrir un gran dolor
físico. Incluso cuando lo sometieron a torturas y a fuertes palizas, pudo
sobrevivir y seguir sintiéndose feliz al considerar todo como una limpieza
de su anterior karma negativo.
»A
través de estos ejemplos podemos apreciar realmente el valor de incorporar
todas estas prácticas espirituales en nuestra vida cotidiana.
De ese
modo, el Dalai Lama añadió el ingrediente final de una vida más feliz: la
dimensión espiritual. A través de las enseñanzas del Buda, el Dalai Lama y
muchos otros han encontrado unos principios que les permiten soportar y
hasta trascender el dolor y el sufrimiento que la vida trae consigo. Y,
tal como sugiere el Dalai Lama, cada una de las grandes confesiones
religiosas del mundo puede ofrecer las mismas oportunidades de alcanzar
una vida más feliz. El poder de la fe, generado a una escala muy amplia
por la religión, ilumina las vidas de millones de personas y las ha
sostenido en momentos de dificultad. A veces, funciona de forma silenciosa
y sutil, otras lo hace a través de experiencias transformadoras. Cada uno
de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, ha sido testigo del
funcionamiento de ese poder en un miembro de nuestra familia, en un amigo
o en un conocido. Ocasionalmente, los ejemplos llegan hasta las páginas de
los periódicos. Muchos conocen, por ejemplo, el suplicio de Terry
Anderson, un hombre corriente que fue secuestrado en una calle de Beirut
una mañana de 1985. Le echaron una manta por encima, fue metido a
empujones en un coche y durante los siete años siguientes fue retenido
como rehén por Hezbollá, una organización islámica radical. Hasta 1991
estuvo encerrado en pequeñas celdas de sótanos húmedos y sucios, con los
ojos cubiertos y encadenado durante prolongados períodos de tiempo,
soportando palizas regularmente. Cuando fue finalmente liberado, el mundo
se fijó en él y encontró a un hombre regocijado por poder regresar junto a
su familia y reanudar su vida, pero sorprendentemente libre de amargura y
odio hacia sus captores. Al ser interrogado por los periodistas sobre el
origen de una fortaleza tan notable, señaló la fe y la oración como los
elementos que le ayudaron a soportar su suplicio.
El
mundo está lleno de ejemplos similares de cómo la fe religiosa ofrece
ayuda en momentos difíciles. Recientes y extensas encuestas parecen
confirmar el hecho de que la fe religiosa puede contribuir
sustancialmente a llevar una vida más feliz. Las dirigidas por
investigadores independientes y por grandes organizaciones de encuestas
(como la empresa Gallup) han descubierto que las personas religiosas se
sienten felices y satisfechas con su vida en mayor medida que las no
religiosas. Los estudios han descubierto que la fe no sólo conlleva
sentimientos de bienestar, sino que también parece ayudar a afrontar más
serenamente cuestiones como el envejecimiento o la superación de crisis
personales y acontecimientos traumáticos. Además, las estadísticas
muestran que las familias con fuertes creencias religiosas se ven
afectadas por menores índices de delincuencia, alcoholismo, drogadicción
y rupturas matrimoniales. También hay pruebas que indican que la fe puede
tener beneficios para la salud, incluso en casos de enfermedades graves.
De hecho, hay cientos de estudios científicos y epidemiológicos que han
establecido una vinculación entre la fe religiosa, índices menores de
mortalidad y mejor salud. Según un estudio, mujeres ancianas con fuertes
creencias religiosas pudieron caminar distancias más largas, después de
haber sido operadas de la cadera, que las que tenían menos convicciones
religiosas; también se sintieron menos deprimidas después de la
operación. Un estudio realizado por Ronna Casar Hanis y Mary Amanda Dew en
el Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh descubrió que los
pacientes trasplantados de corazón con fuertes convicciones religiosas
tienen menos dificultades para afrontar regímenes médicos postoperatorios
y muestran una mejor salud física y emocional a largo plazo. En otro
estudio del doctor Thomas Oxman y sus colegas de la Escuela Médica de
Dartmouth se descubrió que los pacientes mayores de cincuenta y cinco años
sometidos a una operación quirúrgica a corazón abierto de la arteria
coronaria o de la válvula cardiaca que se habían refugiado en sus
creencias religiosas, tenían tres veces más probabilidades de sobrevivir
que quienes no lo habían hecho.
A
veces, los beneficios de una fuerte fe religiosa son el producto directo
de las doctrinas de una religión concreta. Muchos budistas, por ejemplo,
soportan el sufrimiento a través de su fe en la doctrina del karma.
Gracias a la fe que tienen depositada en un Dios omnisciente y amoroso, un
Dios cuyo plan quizá sea oscuro para nosotros pero que, en su sabiduría,
terminará por revelarnos su amor, mucha gente puede resistir sus
tribulaciones. Con fe en las enseñanzas de la Biblia, pueden reconfortarse
con versículos como el de Romanos 8,28: «En todas las cosas interviene
Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados
según su voluntad».
Aunque
algunas de las compensaciones de la fe se basen en doctrinas de una
confesión determinada, la vida espiritual también tiene otras
características comunes a todas las religiones. La participación en las
actividades de cualquier grupo religioso puede crear una sensación de
pertenencia, de lazos comunes, una conexión con los otros participantes.
Ofrece una estructura a través de la cual uno puede conectarse y
relacionarse con los demás; eso puede proporcionar un sentimiento de
pertenencia. Las creencias religiosas muy arraigadas pueden damos un
profundo sentido de propósito, aportar significado a la propia vida.
Ofrecen esperanza frente a la adversidad, el sufrimiento y la muerte.
Ayudan a adoptar una perspectiva amplia, que nos permite salir de
nosotros mismos cuando nos sentimos abrumados por los problemas
cotidianos.
Aunque
estos beneficios potenciales están al alcance de quienes practican una
religión establecida, está claro que tener una fe religiosa no garantiza,
por sí sola, la felicidad y la paz. Por ejemplo, en el mismo momento en
que Terry Anderson se hallaba encadenado en una celda, manifestando los
valores más elevados de la fe religiosa, justo fuera de ella se desataban
la violencia de masas y el odio mostrando los peores aspectos de la fe
religiosa. Durante años, distintos grupos musulmanes, cristianos e
israelíes mantuvieron una guerra, en parte, alimentada por el odio
violento entre los bandos, lo que tuvo como consecuencia atrocidades
inenarrables, cometidas en nombre de la fe. Es una vieja historia que se
ha repetido con demasiada frecuencia a lo largo de la historia, incluso en
el mundo moderno.
Debido
a este potencial para alimentar la división y el odio, resulta fácil
perder la confianza en las religiones. Eso ha llevado a algunas figuras
como el Dalai Lama a tratar de difundir los elementos de la vida
espiritual que pueden ser aplicados universalmente para aumentar la
felicidad, independientemente de la confesión o las creencias religiosas.
Así,
con tono de la más completa convicción, el Dalai Lama concluyó su
análisis ofreciendo su visión de una verdadera vida espiritual: -Cuando
hablo de adoptar una dimensión espiritual en nuestra vida, he identificado
fe con espiritualidad. Cuando se profesa una religión eso está bien. Pero
nos podemos arreglar incluso sin creencias religiosas. En algunos casos,
nos las arreglamos mejor. Tenemos derecho: si deseamos creer, bien; si no,
también. Existe, sin embargo, otro nivel de espiritualidad. Eso es lo que
llamo espiritualidad básica: se trata de un conjunto de cualidades, como
bondad, amabilidad, compasión, atención con los demás. Tanto si somos
creyentes como si no, esta clase de espiritualidad es esencial.
Personalmente, considero este segundo nivel de espiritualidad más
importante que el primero, porque al margen de lo maravillosa que pueda
ser una religión, sólo será aceptada por una parte de la humanidad. Pero,
mientras seamos seres humanos, mientras formemos parte de la familia
humana, todos necesitamos aquellos valores espirituales. Sin ellos, la
existencia humana resulta dura, muy seca: ninguno de nosotros puede ser
una persona feliz, nuestra familia sufrirá y, en último término, toda la
sociedad tendrá más problemas. Así pues, queda claro que el cultivo de
aquellos valores resulta esencial.
»Al
cultivarlos, me parece que necesitamos recordar que de los aproximadamente
cinco mil millones de seres humanos que habitamos este planeta, sólo unos
mil o dos mil millones somos creyentes. Naturalmente, al referirme a
creyentes no incluyo a aquellas personas que dicen simplemente: "Soy
cristiano" porque lo eran sus antepasados, pero que no practican su
religión. Por tanto, excluyendo a estas personas, creo que quizá haya
alrededor de mil millones de personas que practiquen sinceramente su
religión. Eso significa que hay cuatro mil millones de personas, la
mayoría de la población de esta tierra, que no son creyentes. Tenemos que
encontrar una forma de intentar mejorar la vida de ellos, de esos cuatro
mil millones de seres que no tienen religión específica; alguna forma de
ayudarles a convertirse en seres humanos buenos, en personas morales, sin
ninguna religión. En este aspecto creo que la educación es crucial, ya que
dar a la gente la idea de que la compasión, la afabilidad, etcétera, son
las cualidades humanas básicas no afecta sólo a los miembros de una
Iglesia. Creo que antes ya hablamos de la importancia fundamental del
calor humano, del afecto y la compasión para la salud física de la gente,
para su felicidad y paz mental. Este es por tanto un tema muy práctico y
no simple teoría religiosa o especulación filosófica. Se trata de un tema
clave. Y creo que constituye la esencia de las enseñanzas religiosas de
todas las confesiones. Pero también es esencial para los que prefieren no
tener religión. Creo que a esas personas podemos educarlas y convencerlas
de que está bien que permanezcan sin religión, pero que hay que ser una
persona buena, un ser humano sensible, con sentido de la responsabilidad
y del compromiso para lograr un mundo mejor y más feliz.
»En
general, es posible que cada cual muestre su religión por medios
externos, como ciertas vestimentas, las imágenes sagradas del hogar,
canciones u oraciones. Estas prácticas no son tan importantes como que
cada uno lleve un estilo de vida verdaderamente espiritual, basado en
valores fundamentales, porque es posible realizar actividades externas
públicas al mismo tiempo que se tiene un estado mental muy negativo. La
verdadera espiritualidad debería tener como resultado que la persona
fuera más serena, más feliz, más pacífica.
»Todos
los estados virtuosos de la mente, como la compasión, la tolerancia, el
perdón, la atención hacia los demás, etcétera, todas esas cualidades
mentales son Dharma genuino, cualidades espirituales genuinas, porque no
pueden coexistir con malos sentimientos o con estados negativos de la
mente.
»Así
pues, adoptar un método que aporte disciplina a la propia mente es la
esencia de una vida religiosa; se trata de una disciplina interior que
tiene el propósito de cultivar estados mentales positivos. Por tanto,
llevar una vida espiritual depende de que se haya conseguido alcanzar ese
estado disciplinado y domesticado de la mente y que eso se vea reflejado
en las acciones cotidianas.
El
Dalai Lama tenía que asistir a una pequeña recepción en honor de un grupo
de donantes que apoyaban la causa tibetana. Frente a la sala de recepción
se había congregado una gran multitud, a la espera de su aparición. Cuando
él llegó, la multitud ya era bastante densa. Entre los espectadores
observé a un hombre al que había visto en un par de ocasiones a lo largo
de la semana. No era fácil precisar su edad, aunque yo le habría supuesto
entre veinticinco y treinta años; era alto y muy delgado. Aunque destacaba
por su aspecto descuidado, me había llamado la atención por su expresión,
que había visto con frecuencia entre mis pacientes: angustiada,
profundamente deprimida, como si sufriera mucho. Creí observar ligeros
gestos reflejos alrededor de su boca. «Discinesia tardía», diagnostiqué en
silencio. La discinesia es un trastorno neurológico causado por el uso
crónico de medicación antipsicótica. «Pobre hombre», pensé, aunque me
olvidé de él rápidamente.
Al
llegar el Dalai Lama, la multitud se condensó, y se movió hacia él para
saludado. El personal de seguridad, compuesto en su mayor parte por
voluntarios, se esforzó por contener a la masa de gente que avanzaba, para
despejar un camino hacia la sala de recepción. El joven angustiado, de
antes, ahora con una expresión un tanto desconcertada, se vio empujado
hacia adelante por la multitud y se encontró al borde del claro abierto
por el equipo de seguridad. Al abrirse paso, el Dalai Lama observó al
hombre, se liberó de la protección del equipo de seguridad y se detuvo
para hablar con él. Al principio, el joven se quedó aturdido y empezó a
hablar muy rápidamente al Dalai Lama, que pronunció pocas palabras. No
pude escuchar lo que se dijeron, pero observé que mientras hablaba, el
joven empezó a mostrarse visiblemente más agitado. El hombre decía algo
pero, en lugar de responder, el Dalai Lama le tocó espontáneamente la
mano, dándole unas suaves palmaditas, y durante un momento se limitó a
permanecer allí, asintiendo con ligeros gestos. Mientras sostenía con
firmeza la mano del joven y lo miraba a los ojos, pareció como si no se
diera cuenta de la multitud que le rodeaba. De repente, la expresión de
dolor y agitación pareció desaparecer del rostro del hombre y las lágrimas
corrieron por sus mejillas. Aunque la sonrisa que brotó y se extendió
lentamente sobre sus rasgos fue tenue, una expresión de consuelo y
alegría apareció en sus ojos.
El
Dalai Lama ha resaltado repetidas veces que la disciplina interior es la
base de una vida espiritual. Es el método fundamental para alcanzar la
felicidad. Tal como explicó para este libro, la disciplina interior
supone, desde su perspectiva, combatir los estados negativos de la mente,
como la cólera, el odio y la avaricia, y cultivar los estados positivos
como la amabilidad, la compasión y la tolerancia. También ha señalado que
una vida feliz se construye sobre el fundamento de ese estado mental
sereno y estable. El desarrollo de la disciplina interna puede incluir
técnicas de meditación formal que ayudan a estabilizar la mente y logran
ese estado de calma. La mayoría de las religiones incluyen prácticas que
tratan de aquietar la mente, de situarnos más en contacto con nuestra más
profunda naturaleza espiritual. Como conclusión de la serie de
conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en Tucson, el maestro ofreció
una meditación pensada para ayudarnos a serenar nuestros pensamientos,
observar la naturaleza fundamental de la mente y desarrollar la «quietud
de la mente».
Meditación sobre la naturaleza de la mente
Tras
observar a los reunidos, empezó a hablar en su forma peculiar, como si en
lugar de dirigirse a un grupo estuviera transmitiendo enseñanzas a cada
individuo presente. En algunos momentos se mostraba quieto y concentrado,
en otros más animado; acompañaba sus instrucciones con ligeros
movimientos de cabeza, gestos con las manos y suaves balanceos.
-El
propósito de este ejercicio es empezar a reconocer y percibir la
naturaleza de nuestra mente -empezó a decir-, al menos a un nivel
convencional. Generalmente, al referimos a nuestra mente, expresamos un
concepto abstracto. Si no tenemos una experiencia directa de nuestra
mente, por ejemplo, si se nos pidiera que la identificáramos, nos
sentiríamos impulsados a señalar simplemente el cerebro. Si se nos pidiera
que definiésemos la mente, diríamos que es algo que tiene capacidad para
saber», algo que es «claro» y «cognitivo». Pero si no hemos captado
directamente la mente a través de prácticas de meditación, estas
definiciones no son más que palabras. Es importante poder identificar la
mente a través de la experiencia directa y no sólo como un concepto
abstracto. Por tanto, el propósito de este ejercicio es sentir o captar
directamente la naturaleza convencional de la mente, de modo que cuando se
diga que la mente tiene cualidades de «claridad» y «cognición», seamos
capaces de identificarla de forma experimental. ,
»Este
ejercicio nos ayuda a detener deliberadamente los pensamientos y a
permanecer gradualmente en ese estado durante un tiempo cada vez más
prolongado. Cuando se domina este ejercicio se llega a tener la sensación
de que no hay nada, sólo vacío. Pero si se profundiza más, se empieza a
reconocer la naturaleza fundamental de la mente, sus cualidades de
"claridad" y de "conocimiento". Es como un vaso de cristal puro lleno de
agua. Si el agua también es pura, se puede ver el fondo del vaso, aun
sabiendo que el agua está ahí.
»Así
que hoy meditaremos sobre la no conceptualidad. No es este un simple
estado de abulia o de dejar en blanco nuestra mente. En lugar de eso, lo
que hay que hacer es decidir "anular los pensamientos conceptuales". La
forma de hacerla es la siguiente:
»En
términos generales, nuestra mente está dirigida predominantemente hacia
los objetos externos. Nuestra atención sigue el sentido de las
experiencias. Se mantiene en un nivel predominantemente sensorial y
conceptual. En otras palabras, nuestra conciencia se dirige normalmente
hacia las experiencias sensoriales y los conceptos mentales. En este
ejercicio lo que hay que hacer es retirar la mente hacia el interior; no
lanzarla a la caza de objetos sensoriales. Pero, al tiempo, no debe
retirarse hasta el extremo de provocar un estado de estupor. Ha de
estarse en un estado consciente de alerta y atención, para desde él asumir
la conciencia, de modo que ésta no se vea afectada por los pensamientos
del pasado, las cosas que han ocurrido, sus recuerdos o ideas sobre el
futuro, como planes, expectativas, temores y esperanzas. Intente más bien
permanecer en un estado relajado y neutral.
»Esto
es un poco como un río que fluye con fuerza, por lo que su lecho no se
puede ver con claridad. Si hubiera algún modo de detener el flujo de ambas
direcciones, es decir, desde donde llega el agua y hacia donde va, se
podría mantener el agua quieta. Eso permitiría ver el lecho del río. De
modo similar, cuando se es capaz de detener la mente de modo que deje de
cazar objetos sensoriales y pensar en el pasado y en el futuro, si se
puede liberar la mente por completo, dejándola totalmente "en blanco",
podría empezarse a mirar debajo de la turbulencia de los procesos de
pensamiento. Allí reina una quietud subyacente, una claridad fundamental
de la mente. Debería tratarse de observar y experimentar eso...
»Quizá
sea difícil de conseguir en una fase inicial, así que iniciaremos la
práctica desde esta misma sesión. En la fase inicial, cuando se empieza a
experimentar este estado natural subyacente" de conciencia, se siente
como una "ausencia". Eso ocurre porque estamos muy habituados a comprender
nuestra mente en términos de objetos externos; tendemos a mirar el mundo a
través de nuestros conceptos, imágenes, etcétera. Así que, al retirar la
mente de los objetos externos es casi como si no pudiéramos reconocer
nuestra propia mente. De ahí proviene la ausencia, la vacuidad. No
obstante, a medida que se progresa y se acostumbra uno a ella, se empieza
a notar una claridad subyacente, una luminosidad. Es entonces cuando se
comienza a apreciar el estado natural de la mente.
»Muchas de las experiencias meditativas realmente profundas tienen que
alcanzarse sobre la base de la quietud de la mente... Oh -exclamó el Dalai
Lama echándose a reír-, debería advertirles que en este tipo de meditación
se corre el peligro de quedarse dormido, puesto que no hay objeto
específico sobre el que concentrar la atención.
»Así
que, ahora, meditemos...
»Para
empezar, realicemos antes tres rondas de respiración profunda y centremos
la atención simplemente en la respiración. Concéntrese en la inspiración,
la espiración, la inspiración, la espiración... hasta tres veces. Luego,
empiecen la meditación.
El
Dalai Lama se quitó las gafas, cruzó las manos sobre su regazo y
permaneció inmóvil, sumido en la meditación. Un silencio total se extendió
por la sala, al tiempo que mil quinientas personas efectuaban una
introspección, en la soledad de mil quinientos mundos privados, tratando
de acallar sus pensamientos y quizá de echar un vistazo fugaz a la
verdadera naturaleza de su propia mente. Al cabo de cinco minutos, el
silencio crujió, aunque no se rompió, cuando el Dalai Lama empezó a
cantar suavemente, con voz baja y melódica, sacando suavemente a sus
oyentes de la meditación.
Ese
día, al concluir la sesión, el Dalai Lama juntó las manos, como hacía
siempre, se inclinó ante el público en demostración de afecto y respeto,
se levantó y se abrió paso entre la gente que lo rodeaba. Mantuvo las
manos juntas y siguió inclinándose a uno y otro lado mientras abandonaba
la sala. Al cruzar por entre la multitud se inclinó tanto que habría sido
imposible verlo para cualquiera que estuviera a más de unos pocos pasos de
distancia. Parecía perdido entre un mar de cabezas. Desde la distancia,
sin embargo, aún podía detectarse el camino que seguía por el sutil
desplazamiento del movimiento de la multitud al pasar él. Era como si
hubiese dejado de ser un objeto visible y se hubiera convertido,
simplemente, en una presencia que se siente.
Agradecimientos
ESTE
LIBRO NO HABRÍA existido sin los esfuerzos y la amabilidad de muchas
personas. En primer lugar, quisiera transmitir mi más sentido
agradecimiento a Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama, con una
profunda gratitud por su ilimitada afabilidad, generosidad, inspiración y
amistad. Y a mis padres, James y Bettie Cutler, en cariñoso recuerdo, por
haberme proporcionado los fundamentos de mi propio camino para encontrar
la felicidad en la vida.
Mi más
sincero agradecimiento se extiende a muchos otros:
Al
doctor Thupten Jinpa por su amistad, su ayuda en la revisión de los textos
del Dalai Lama incluidos en este libro, su papel esencial al actuar como
intérprete de las conferencias del Dalai Lama y en muchas de nuestras
conversaciones privadas. Y también a Lobsang Jordhen, el venerable Lhakdor,
por actuar como intérprete mío para una serie de conversaciones con el
Dalai Lama en la India.
A
Tenzin Geyche Tethong, Richen Dharlo y Dawa Tsering, por su apoyo y ayuda
en muchos aspectos a lo largo de los años.
A
muchas personas que trabajaron mucho para asegurarse de que la visita del
Dalai Lama a Arizona en 1993 fuera una experiencia gratificante para
tantos: a Claude d'Estree, Ken Bacher y el consejo y el personal de
Arizona Teachings, Ine., a Peggy Hitchcock y al consejo de Arizona Friends
of Tibet, a la doctora Pam Willson ya los que ayudaron a organizar la
conferencia pronunciada por el Dalai Lama en la Universidad Estatal de
Arizona, así como a las docenas de entregados voluntarios, por sus
incansables esfuerzos, en nombre de quienes asistieron a las acciones del
Dalai Lama en Arizona.
A mis
extraordinarios agentes, Sharon Friedman y Ralph Vicinanza, y a su
maravilloso equipo, por su ánimo, amabilidad, entrega y ayuda en tantos
aspectos de este proyecto y por el duro trabajo realizado más allá de lo
exigido por el deber. He contraído con ellos una deuda especial de
gratitud.
A
aquellos que aportaron su valiosa asistencia, percepción y experiencia
editorial, así como apoyo personal durante el prolongado proceso de
redacción: a Ruth Hapgood por sus hábiles esfuerzos para editar las
primeras versiones del manuscrito, a Barbara Gates y a la doctora Ronna
Kabatznick por su indispensable ayuda para revisar el voluminoso material,
así como para centrarlo y organizarlo en una estructura coherente. También
a mi ingenioso editor Amy Hertz por creer en el proyecto y ayudar a
configurar el libro en su forma final. También a Jennifer Repo y al
personal de revisión de galeradas de Riverhead Books. También quisiera
expresar mi cálido agradecimiento a todos aquellos que ayudaron a
transcribir las conferencias del Dalai Lama en Arizona, a mecanografiar
las transcripciones de mis conversaciones con él y a mecanografiar partes
de las primeras versiones del manuscrito.
Wyatt
Gothe, la doctora Gail McDonald, Larry Cutler, Randy Cutler y un
agradecimiento especial con profundo aprecio a Candee y Scott Brierley,
así como a otros muchos amigos a los que quizá no haya citado aquí por su
nombre, pero a los que llevo en mi corazón con permanente amor, gratitud
y respeto.
y a
Lori, con amor.
También de Su Santidad el Dalai Lama
Las
siguientes obras se incluyen por orden alfabético de título.
The
Dalai Lama: A Policy of Kindness, compilado y editado por Sidney Piburn,
Snow Lion Publications, Ithaca, 1990 [Trad. cast., Política de la bondad,
Dharma, Novelda, Alicante, 1993.]
A
Flash of Lightning in the Dark of Night. A Cuide to the Bodhisattva's Way
of Life, por S. S. el Dalai Lama, Shambhala Publications, Bastan, 1994.
The
Four Noble Truths, por S. S, el Dalai Lama, traducido por el doctor
Thupten Jinpa, editado por Dominique Side, Thorsons, Londres, 1998.
Y,
para terminar, mi más profundo agradecimiento: A mis maestros.
A mi
familia y a los muchos amigos que han enriquecido mi vida de más formas de
las que puedo expresar: a Gina Beckwith, el doctor David Weiss y Daphne
Atkeson, el doctor Gillian Hamilton, Helen Mitsios, David Greenwalt, Dale
Brozosky, Kristi Ingham Espinasse, el doctor David Klebanoff, Henrietta
Bernstein, Tom Minar, Ellen
Freedom in Exile.
The
Autobiography of the Dalai Lama, por S. S. el Dalai Lama, HarperCollins,
Nueva York, 1991. [Trad. cast., Libertad en el exilio, Plaza y Janés,
Barcelona, 1991.]
The
eood Heart. A Buddhist Perspective on the Teachings of Jesus, por S. S. el
Dalai Lama, Wisdom Publications, Bastan, 1996.
Kindness, Clarity, and Insight, por S. S. el Dalai Lama, traducción y
edición de Jeffrey Hopkins, coedición de Elizabeth Napper, Snow Lion
Publications, Ithaca, 1984.
The
World of Tibetan Buddhism, por S. S. el Dalai Lama, traducción, edición y
notas del doctor Thupten Jinpa, Wisdom Publications, Boston, 1995.
Traducción de José Manuel Pomares
grijalbo mondadori
Título original: The Art of Happiness. A Handbook for Living William
Morrow and Company, Inc., Nueva York
@
1998 HH Dalai Lama y Howard C. Cutler, M. D.
@ 1999
de la edición en castellano para España y América: GRIJALBO MONDADORI,
S.A.
Aragó,
385, 08013 Barcelona
www.grijalbo.com
@
1999, José Manuel Pomares, por la traducción
Diseño
de la cubierta: Luz de la Mora
Fotografía de la cubierta: José María de Zardoya, @ Camera Press Primera
edición en Mitos Bolsillo: marzo de 2000
Tercera reimpresión: marzo de 2001
ISBN:
84-397-0490-9
Depósito legal: B. 7.741-2001
Impreso en España
2001.
- Carvigraf, Cot, 31,08291 Ripollet (Barcelona) |